Capítulo 4

LORD Ravenscar fue el primero que habló.

—Entonces, coronel —dijo—, ya tiene usted su respuesta.

El Coronel Dovercourt no lo miró. En cambio, con la vista fija en Amanda, dijo con suavidad:

—Espero me disculpe, señorita, si le ruego que no se precipite en este asunto. Por una parte debo respetar las instrucciones de su señoría respecto a la invasión de su propiedad, y por el otro, mi deber me indica llevar adelante este asunto.

—¿Qué diablos quieres usted decir con eso? —exclamó Lord Ravenscar.

—Quiero decir, milord —contestó el coronel—, que tenemos razones para sospechar que el hombre que buscamos no es un contrabandista, sino alguien mucho más importante… a quien debo localizar, si me considero leal y fiel servidor de Su Majestad.

—Aún no entiendo lo que quiere usted decir. —Insistió Lord Ravenscar.

—De los informes de mis hombres y de las pruebas encontradas en el bote detenido, sabemos con certeza que anoche los contrabandistas locales de Ravensrye tenía un pasajero acompañándolos.

—¿Cómo pueden estar seguros? —preguntó Lord Ravenscar con altivez—. Estaba muy oscuro. Usted mismo acepta que sus hombres dispararon demasiado pronto. Los contrabandistas escaparon y si es usted inteligente, coronel, sabrá olvidar el episodio; no es nada que enorgullezca a sus soldados, ni a su organización.

El coronel se ruborizó un poco ante el tono arrogante de Lord Ravenscar, pero contestó con toda cortesía:

—Todo lo que afirma, milord, tiene su fondo de verdad. Lo que usted no sabe es que este pasajero dejó dos cosas en el bote. Una de ellas era un sobretodo de magnífica calidad, que no puede pertenecer a ninguno de los pobres contrabandistas locales; la otra era un libro, que estaba en el bolsillo del sobretodo.

—¡Un libro! —exclamó Lord Ravenscar con incredulidad—. ¡Para cruzar el canal de noche! ¡Es ridículo!

—Está en mi poder —declaró el Coronel Dovercourt— y la razón por la que esto me tiene tan inquieto, milord, es que el libro está escrito en francés.

Por un momento se hizo el silencio, sólo interrumpido por una exclamación ahogada que Amanda no pudo contener. El significado del comentario del coronel acababa de aclararse en su mente.

Quien tratara de entrar a Inglaterra en forma secreta, con un libro en francés oculto en su bolsillo… procede de las cosas enemigas… ¡sólo podía ser un espía, tal vez enviado por el propio Bonaparte!

Oprimió los dedos con mayor fuerza y levantó los ojos angustiados hacia Lord Ravenscar, suponiendo que de alguna manera milagrosa podía tranquilizarla.

—¡Un espía! —exclamó Lord Ravenscar, como recapacitando consigo mismo. Dirigió a Amanda una mirada de reojo—. Eso cambia todo el asunto. Creo, coronel, que me gustaría hablar en privado con mi futura esposa. No lo entretendremos demasiado, si sólo tiene la bondad de esperar en el vestíbulo.

Cruzó el salón al decir eso y abrió la puerta que daba al vestíbulo. El Coronel Dovercourt hizo una reverencia a Amanda.

—Le suplico, señorita, que recuerde que estamos en esta isla luchando por sobrevivir. Se dice, como usted bien sabe, que Bonaparte ha construido centenares de barcos para invadir nuestro país.

—No lo olvidaré, señor —respondió Amanda en voz baja. El coronel hizo una nueva reverencia y salió de la sala. Lord Ravenscar cerró la puerta tras él.

—¡Amanda! —exclamó—. ¿Qué travesura ha hecho tu pequeña cabecita?

Amanda se puso de pie.

—Milord, el hombre al que hirieron no es un espía —dijo—. Es tan inglés como usted o como yo. Cayó al mar de un barco británico y estaba oculto en la costa francesa con unos pescadores, hasta que tuvo la oportunidad de escapar hacia aquí.

—¿Y cómo se llama? —preguntó Lord Ravenscar.

Había algo en la forma en que hizo la pregunta que advirtió a Amanda que debía tener cuidado con lo que iba a decir. No debía traicionar la confianza que Peter Harvey había depositado en ella.

—No lo sé —contestó—. El… no está en condiciones de hablar todavía. Lo que sé de él lo supe por los… contrabandistas. Ellos también estaban convencidos de que es inglés… como yo misma.

Amanda pensó lo que su padre le diría si supiera que había incurrido en el grave pecado de la mentira.

—¿En dónde está? —preguntó Lord Ravenscar.

Suponiendo con anticipación esa pregunta contestó con ligereza, obligándose a sonreír un poco.

—Ése es mi secreto, milord. No es que no confíe en usted… pero no podría hacerlo sin la autorización de mi fugitivo. Además, aun las paredes pueden oír.

Los ojos de Lord Ravenscar se empequeñecieron por un momento y ella comprendió que estaba enfadado. Pero entonces se echó a reír.

—Haz lo que quieras, niña, si eso te divierte. Me has prometido casarte conmigo, y eso es lo que importa. Creo que lo mejor será que informe al coronel que por el momento estás aferrada a tu decisión; pero que si vuelve mañana, te habré convencido de entregarme a este supuesto espía o declarar dónde podemos hallarlo.

—¡Oh, no, no puede usted hacer eso! —exclamó Amanda desesperada.

—Espera… ¡no seas tan impetuosa! Lo que sugiero es que esta noche ayudemos a tu protegido a escapar. ¿Estará lo bastante bien como para montar esta noche?

—Creo… supongo que… sí —respondió Amanda.

—Entonces tendré un caballo ensillado y listo para él en el lugar que tú me indiques. Los soldados no lo esperarán esta noche y no estarán a la expectativa de él. Por lo tanto, podrá escapar aprovechando esa situación.

—¡Oh, que bondadoso es usted! ¡Qué amable de su parte! —exclamó Amanda. Como un gesto de alivio extendió las manos hacia él y Lord Ravenscar las tomó en las suyas.

—Quiero una gratitud más demostrativa que ésa, querida mía —dijo y sus ojos se posaron codicioso en los labios de Amanda.

Por un momento, ella titubeó, sintiendo que no podría resistir que la tocara. Pero el orgullo y la gratitud la obligaron a levantar su rostro, ofreciéndole los labios. El la tomó en sus brazos, oprimiéndola con fuerza.

Amanda cerró los ojos, tratando de no forcejear. Sintió la lascivia de los labios del hombre, sus brazos que la apretaban hasta casi dejarla sin respiración. Y, mientras el horror continuaba creciendo en su interior, sintió que la mano de él trataba de separar el fichú de muselina con que se cubría el pecho. Bruscamente se separó de él.

—Yo… debo irme, milord. Hay muchas cosas que debo hacer —dijo—, pero de cualquier modo, muchas gracias.

—Me estás eludiendo —observó Lord Ravenscar con voz gruesa—. Eres como un pajarillo que escapa de mis manos cuando trato de acariciarlo. Pero no será por mucho tiempo. Nos casaremos y entonces serás mía, Amanda. ¿Me oyes? ¡Mía!

—Sí… sí… milord —asintió Amanda dirigiéndose a la puerta, pero comprendió que Lord Ravenscar la seguía con los brazos extendidos, y con intención de no dejarla escapar.

En un acceso de pánico, trató de salir pero los brazos masculinos la habían rodeado. En ese momento, la puerta se abrió y su padre entró en la habitación.

—¡Oh, papá!

Lanzó un leve sollozo de alivio y se volvió hacia él.

—¿Qué pasa, Amanda? —preguntó el vicario y ella comprendió, por el tono de su voz, que su padre estaba disgustado. El vicario no esperó su respuesta, sino que se volvió hacia Lord Ravenscar—: hay un tal Coronel Dovercourt en el vestíbulo, milord, que me informa que mi hija se ha comprometido en matrimonio con usted. Me sorprende en extremo recibir tal información de labios de un desconocido.

—Pues resulta que es verdad, mi querido vicario —dijo Lord Ravenscar.

Amanda notó el tono insolente de su voz, como si resintiera que aún el padre de ella lo interrogara en esa forma.

El vicario no le hizo caso.

—¿Es cierto, Amanda? —preguntó—. Si es así, considero irrespetuoso de tu parte haber informado a este caballero, a quien nunca en mi vida había visto, de tus intenciones, sin hacérnoslas conocer primero a tu madre y a mí.

—Perdóname, padre —dijo Amanda—, es que…

Se detuvo y titubeó. ¿Cómo podía explicarle que Lord Ravenscar había forzado las cosas? ¿Que había tenido que prometerle casamiento para evitar que enviaran a los soldados sobre un hombre herido?

—Por… favor, padre ¿puedo retirarme? —murmuró.

—Si, por supuesto —contestó el vicario—. Su señoría puede explicarme lo que ha ocurrido.

Dando las gracias, Amanda se volvió corriendo hacia la puerta. Pero al llegar a ella se detuvo y se volvió hacia Lord Ravenscar.

—¿Usted cumplirá su promesa respecto al caballo, milord? —preguntó.

—Será tal como te he prometido —contestó Lord Ravenscar y Amanda salió corriendo.

—¡Un caballo! —Oyó la exclamación de sorpresa de su padre y se preguntó qué explicación le daría Lord Ravenscar.

Subió corriendo la escalera, pero no fue a buscar a su madre, sino que se dirigió a su propio cuarto y se dedicó a lavarse la cara, decidida a borrar hasta la última huella de la boca de Lord Ravenscar. Sin embargo, le pareció que su rastro jamás desaparecería.

Comprendió todo el horror de la promesa que había hecho, pero se dijo que no podía haber hecho otra cosa. Sus pensamientos, entonces, volvieron hacia Peter Harvey.

El sobretodo… el libro francés… ¿cómo pudo Peter Harvey ser tan loco como para abandonarlos? Entonces, al pensar en ello, otros recuerdos acudieron a su mente. Cuando él había estado delirante, no hablaba en inglés, sino en francés… en aquel momento de emergencia no le había prestado atención, ni le había concedido importancia.

Con repentino terror, se llevó las manos a las sienes y recordó algo más. !Nom de Dieu! Era la exclamación que había hecho, en francés, cuando le dijo que Ravenscar quería casarse con ella. Y en otro momento, había dicho: «los ingleses no saben aceptar cumplidos… “¿Era el comentario que habría hecho un inglés?

Amanda sintió que sus dudas la partían en dos. ¿Y si no era lo que parecía? ¿Si era realmente un espía de Napoleón Bonaparte?

No, no podía ser un espía. La conclusión de este pensamiento pareció quitarle un peso de encima. Siendo inocente no le resultaría difícil demostrar la verdad. Como al Coronel Dovercourt no le importaba el asunto del contrabando, Peter no tendría por qué temer que lo obligaran a denunciar a quienes lo habían traído a Inglaterra.

Amanda pensaba sugerirle esto tan pronto como fuera posible. Por otro lado, si él decidía escapar aprovechando la oferta de Lord Ravenscar, tendría que avisarle para que se preparara.

Bajó de su habitación y vio que el coronel no estaba ya en el vestíbulo. Era muy probable que estuviera en el salón, con su padre y Lord Ravenscar. Se echó un chal en los hombros y salió por la puerta que daba al jardín.

Miró con cautela a su alrededor, antes de internarse a toda prisa en el sendero que conducía al templo. Abrió la puerta y encontró a Peter Harvey tendido en el diván, adormilado, aunque despertó en cuanto escuchó su precipitada llegada.

—¡Amanda! —exclamó él—. No esperaba verla tan pronto. ¿Pasa algo malo?

—No sé si será bueno o malo —dijo ella sin aliento—. Cuando volví a casa encontré a Lord Ravenscar allí, con el Coronel Dovercourt, de los dragones.

—¿Me buscan? —preguntó Peter Harvey.

—Querían autorización para buscarlo… había encontrado su sobretodo y el… libro que estaba leyendo.

El se levantó del diván y se dirigió hacia el fuego.

—Fui un tonto al traerlo conmigo… —dijo—, pero la historia estaba muy interesante y no lo había terminado. Me imagino que creen que soy un espía, ¿verdad?

—Sí —afirmó Amanda en tono miserable.

Se volvió hacia donde ella estaba, de pie en el centro de la pequeña habitación, con las dos manos en el pecho y sus ojos azules llenos de preocupación.

—¿Y usted? ¿Qué piensa usted?

Sus ojos se encontraron para contemplarse fijamente. Amanda buscaba en el rostro de él y en su expresión algo que le revelara la verdad, que tranquilizara sus temores.

—Dígame, Amanda —habló él con suavidad—, ¿qué piensa usted?

—Yo sé —contestó ella en voz muy baja—, que usted no trabajaría para nuestros enemigos. No sé por qué, pero… confío en usted.

El lanzó un grito de alegría y su voz pareció retumbar en todo el templo.

—¡Eso es lo que quería oír! —exclamó jubiloso—. ¡Oh, Amanda! ¡Amanda! Si tú me consideraras un traidor —añadió, tuteándola de pronto—, me habría entregado ahora mismo.

Ella sintió que la sangre subía a sus mejillas.

—Te creo, te creo —respondió, tuteándolo también con gran naturalidad—. Pero, por favor, dime por qué tenías un libro francés, por qué, estando delirante hablabas en francés y por qué lanzaste una exclamación francesa cuando te dije que Lord Ravenscar quería casarse conmigo.

—¿Hice todo eso? No sería un espía muy bueno que digamos, ¿verdad? ¡Mi pobrecita Amanda! Con razón te tenía tan preocupada… te juro que no estoy trabajando para Bonaparte; pero hablo francés… a la perfección. No habría podido vivir tan cómoda y libremente del otro lado del Canal si sólo hablara inglés, ¿no crees?

—No, por supuesto que no —contestó Amanda con visible alivio—. Fue tonto de mi parte no pensar en eso. Pero ahora, te tengo buenas noticias… Esta noche, Lord Ravenscar va a tener un caballo listo para ti, en cualquier lugar que nosotros le indiquemos, para que puedas escapar. Y mañana, cuando ya no estés aquí, autorizará a los soldados a registrarlo todo.

Ella esperaba que Peter se sintiera complacido, pero la expresión de su rostro pareció oscurecerse al decir:

—Es en extremo bondadoso de parte de su señoría. ¿Por qué tendrá tanto interés en ayudarme?

—El… él lo hizo por mí… —dijo Amanda—. Sabe que estoy escondiéndote, aunque no sabe dónde, ni cómo te llamas.

—Y sólo por su corazón bondadoso se dispone a ayudar a alguien que los soldados de Su Majestad, consideran un espía francés, ¿no? ¿Qué le prometiste a cambio?

Ella trató de no mirarlo; pero él, tomando su barbilla, le hizo volver la cabeza hacia sí, de modo que sus ojos quedaron enfrentados.

—Dímelo… —insistió con firmeza. Ella tembló y las lágrimas asomaron a sus ojos, mientras murmuraba:

—Le… prometí… casarme con él.

—¿Por mí? ¿Para salvarme? ¡Oh, Amanda! ¿Cómo pudiste hacer eso?

La soltó y caminó hacia la puerta.

—Voy a entregarme ahora mismo.

—¿Crees que eso resolvería algo? —preguntó ella, al tiempo que se detenía frente a él, de espaldas a la puerta—. Escúchame, Peter. El nunca me dejará ir. Le di mi promesa porque como su futura esposa puedo prohibir a los soldados que registren los jardines y los terrenos de su propiedad. No me liberará de ella por el hecho de que te entregues en forma voluntaria. No creo que me liberaría bajo ninguna circunstancia… no ahora.

Su voz se quebró al decir eso y ocultó el rostro entre las manos. Entonces sintió los brazos de Peter a su alrededor y empezó a sollozar en su hombro.

—¡Amanda! ¡Te lo suplico! —dijo él—. ¡No llores, Amanda… me estás haciendo pedazos el corazón!

Ella levantó la cabeza al escucharlo y a través de sus lágrimas vio que él la contemplaba con una ternura, que jamás imaginó descubrir en ningún hombre.

Y entonces, repentinamente, en un segundo, comprendió todo… que lo amaba y que él también. Fue un momento de revelación, de profunda emoción, de gloria, en que descubrieron que sus corazones vibraban con el mismo amor.