Capítulo 3

AMANDA despertó poco después de las seis. En realidad había dormido muy poco; despertando varias veces esa noche de sueños persecutorios teñidos de sangre.

Se levantó, se vistió a toda prisa, cubrió sus hombros con un chal grueso y bajó de puntillas a la cocina. Ahí, llenó una cesta con pan, huevos, mantequilla y un pedazo de panal de miel de abeja. También se llevó una venda limpia.

Salió al jardín donde aspiró una gratificante bocanada de aire, la belleza de la mañana la emocionaba. El sol aparecía en medio de un resplandor dorado, tiñendo el cielo de un color rosa intenso. Algunas estrellas todavía brillaban en el cielo; pero el jardín parecía renacer de pronto, palpitar con el encanto de los pájaros. ¡La primavera está aquí!

Sintió un repentino sentimiento de felicidad. No sabía por qué le sucedía eso, ya que en el fondo de su ser la acechaba la oscuridad, y la obsesionaba el miedo a Lord Ravenscar y la decisión que debía comunicarle.

Al menos por el momento disfrutaría esa insólita felicidad de sentirse joven, alegre, vital. Corrió hacia el bosquecillo, con la grácil rapidez de un gamo, como si sus pies no tocaran el suelo. Esperaba encontrar a todos dormidos en el templo, pero al llamar con suavidad a la puerta, la voz de Peter Harvey le ordenó que entrara, estaba solo.

Las cortinas habían sido descorridas de las ventanas y aunque seguía ardiendo el fuego en la chimenea, fue a la luz del sol que ella lo vio con claridad por primera vez. Estaba tendido en el diván, seguía pálido; pero ahora sonreía. Amanda pensó que era el hombre más apuesto que había visto en su vida.

Llegó a su lado. Los ojos profundos de Peter se elevaron hacia ella que notó a su vez que él se había afeitado y arreglado la corbata. Había tratado de lavar la sangre de su chaqueta, lo que había logrado en parte, y sólo quedaban unos leves rastros de ella.

Amanda se quedó inmóvil, contemplándolo, entonces preguntó.

—¿En dónde están los otros?

—Se fueron tan pronto como hubo luz suficiente para orientarse —contestó Peter Harvey—. Ned, quien me dijo que vivía muy cerca de aquí, fue muy amable al traerme su navaja de afeitar. No necesitará regresar por ella, ya que es peligroso. A cambio he hecho posible que pueda comprarse otra.

—No debió darle dinero —dijo Amanda a toda prisa.

—¿Por qué no?

—Ned está obsesionado por el dinero —contestó Amanda—. Por eso es que se ha vuelto contrabandista. Quiere ser rico, lucirse ante sus amigos, poder invitarlos en la taberna de Las Cuatro Campanas.

Peter Harvey echó hacia atrás la cabeza y rió.

—¿Conoce usted las debilidades de toda la gente del pueblo?

Amanda se ruborizó.

—No quiero que me considere una chismosa —se disculpó—. He vivido aquí toda mi vida y he visto crecer a muchachos como Ned y Ben. Es por eso que los conozco bastante. Mi padre ha tratado de hacerlos corteses y generosos con los forasteros. Por eso no debió haber recibido dinero de usted.

—Hizo por mí algo más que prestarme su navaja —sonrió Peter Harvey—. ¿Ha olvidado que me salvó la vida?

—No, no lo he olvidado —contestó Amanda—. Y por eso debe tener mucho cuidado. Los soldados aún deben estar en el pueblo, y usted permanecerá aquí hasta que se hayan ido.

—Pero, no quiero abusar de su hospitalidad —insistió Peter Harvey.

—Me temo que no puede hacer otra cosa más que esperar.

Le sonrió y otra vez sus ojos se encontraron. A ella le pareció como si algo desconocido sucediera entre ellos, algo inexplicable que le hizo volver la cabeza hacia otro lado, y apresurarla a decir:

—Yo… debo cambiarle la venda. He traído conmigo una limpia. —Déjeme traerle el agua— sugirió él.

—No. No está todavía lo bastante repuesto para eso. En cambio puede sacar las cosas del desayuno, que traigo en la cesta; también hay una sartén en el rincón, platos y tazas que mis hermanas y yo guardamos para cuando hacemos un pícnic.

Tomó la fuente que había usado la noche anterior para lavar su herida y dijo riendo:

—La sartén va a necesitar una buena limpieza.

Salió a traer agua al arroyo, llenó su fuente y en eso estaba cuando vio primaveras que crecían junto a la orilla. Cortó un ramito y con las flores en una mano y el agua en la otra, regresó al templo.

Peter Harvey, que se veía muy pálido y tembloroso, estaba colocando sobre la mesa las cosas que había traído ella para el desayuno. Lo miró y exclamó con voz aguda:

—¡Siéntese ahora mismo! Sabe muy bien lo débil y mareado que está. Fue muy tonto de mi parte sugerir que se levantara, antes de comer algo. Siéntese por favor.

El la obedeció, con una sonrisa triste.

—Es absurdo que un simple rasguño de una bala me haga sentir así.

—Perdió mucha sangre.

Amanda colocó la fuente con agua sobre la mesa, encontró la sartén, la limpió y cocinó unos huevos en pocos minutos. Luego los sirvió a su paciente. El los miró para luego preguntar:

—¿No va usted a comer, también?

—No tengo hambre —contestó ella—. Anoche cené demasiado.

Su rostro se ensombreció al recordar dónde había cenado. Peter Harvey, sin discutir más comenzó a comer con avidez. Estaba muy hambriento, pensó Amanda mientras cubría con mantequilla varios trozos de pan casero y le servía una taza de leche de la jarra que reposaba en su cesta.

—Siento decirle que no he podido traerle nada más. Mi madre tiene la llave de la despensa.

—¿Qué más puedo pedir? Todo está delicioso. Creo que uno no aprecia lo que come, hasta que no conoce lo que es el hambre.

—¿Cuándo comió por última vez? —preguntó Amanda.

—Debe haber sido ayer muy temprano. Tuvimos que salir antes del almuerzo, porque los hombres dijeron que su bote era muy lento. Me olvidé del asunto, pensando que llegaría a tiempo para cenar.

—¿Adónde se dirigía usted? —preguntó Amanda.

Le pareció que una leve chispa se encendía en los ojos de Peter Harvey y hubo una pausa perceptible antes que él contestara:

—A Londres.

—¿Vive usted allá?

Hubo una nueva pausa antes que contestara:

—No tengo hogar. Mis padres murieron.

—Lo siento mucho —dijo Amanda.

—Yo también —añadió él con gravedad—. Aunque físicamente no se parezcan, usted me recuerda a mi madre. Ella también era gentil, comprensiva y muy hermosa.

Las palabras de él le recordaron a Amanda su deber, por eso se levantó.

—Si ya ha terminado —dijo—, comenzaré a cambiarle el vendaje.

El se mantuvo sentado mientras ella lo atendía y comprobaba que la herida no se había infectado.

—La cicatriz no se verá muy estética —dijo ella—, pero al menos está limpia. No tendrá mucho problema.

—¿Cómo puedo darle las gracias? ¿Se da cuenta de todo lo que le debo? No me gustaría retribuirle metiéndola en dificultades por mi causa. Creo que lo mejor sería que me fuera.

—No, no, ¡no puede hacer eso! —exclamó Amanda—. Los soldados están esperando en los alrededores. Con esa venda en la cabeza, lo descubrirán sin remedio. Quédese aquí hasta que ellos se cansen de buscarlo y se vayan. Lord Ravenscar se ha negado a permitir que registren los terrenos del castillo. Mientras él no retire su oposición, no hay nada que puedan hacer. Debe usted esconderse aquí. Le traeré comida con tanta frecuencia como pueda. Y en cuanto sea posible reiniciar su viaje a Londres, se lo haré saber.

—Es usted tan pequeña… parece una niña… una niña muy dulce, muy atractiva —dijo Peter Harvey en forma inesperada—. Y es usted una de las personas más sensatas que he conocido. ¿Es siempre así?

—Cuando es necesario —respondió.

—Amanda es un nombre muy bonito. Tiene un toque mágico… una magia relacionada, tal vez, con su cabello rubio, sus ojos azules y esa ridícula naricilla respingada.

Amanda no contestó y, ruborizada, empezó a recoger las cosas que había sobre la mesa.

—¿Está enfadada conmigo? —preguntó Peter Harvey, lleno de ansiedad.

—No —contestó ella—. Pero supongo que no estoy acostumbrada a los cumplidos.

—No eran cumplidos, en realidad —contestó él—. Los ingleses nunca saben aceptar cumplidos… sobre todo, las inglesas. Sólo estaba pensando en voz alta.

—Supongo que debía sentirme halagada —dijo Amanda con una leve sonrisa—. Pero, en verdad, estoy preocupada. Esto no es nada para tomar a la ligera.

—No lo estoy tomando a la ligera —la contradijo Peter Harvey con su voz profunda—. Más aún… estoy decidido a hacer todo lo que usted me indique. ¿Eso la satisface?

—Por el momento, al menos —sonrió ella—. Ahora, ¿hay algo en especial que desee que le traiga? Me alegro que Ned le haya cedido su navaja, porque papá no se habría explicado la desaparición de la suya.

—No necesito nada —respondió Peter Harvey—. A menos que, cuando tenga la bondad de visitarme, pudiera traerme algo para leer. Tenía un libro conmigo al subir al bote de los contrabandistas; pero debe haberse quedado junto con mi sobretodo.

—Le traeré alguno, aunque me temo que los libros que tiene papá son bastante tediosos.

—No importa. Me ayudarán a matar el tiempo —respondió Peter Harvey. Cerró los ojos de pronto—. Me duele la cabeza de manera constante e intensa —exclamó—. Tal vez sea mejor que hoy no intente salir del pueblo. Sería lamentable que me encontraran desmayado en el camino.

—No lo intentará hasta estar completamente bien —le dijo Amanda.

—¡Ravensrye! —exclamó Peter Harvey con aire reflexivo—. Es un nombre encantador. Supongo que Ravenscar se derivó de él. Por cierto, ¿qué piensa de su señoría?

Las mejillas de Amanda se colorearon de repentino rubor. Se volvió para echar más leña en el fuego.

—He visto a su señoría… muy pocas veces —contestó.

—Pero, anoche estaba cenando con él, me contó Ned.

—Sí, mis padres fueron invitados al castillo y yo los acompañé.

—¿Y qué piensa de él?

—No creo conveniente que yo opine sobre su señoría.

—¿Por qué no? La mayor parte de la gente está muy bien dispuesta a hacerlo. Creo que es uno de los hombres más odiados de nuestra alta sociedad. ¡Pero el príncipe disfruta de su compañía!

—¿Por qué es odiado Lord Ravenscar? —preguntó Amanda volviéndose hacia él.

—No creo que la respuesta sea adecuada para sus oídos. Digamos que no es un hombre muy recomendable. Usted, que vive casi a las puertas de su casa, sin duda alguna debe saberlo.

—Y, sin embargo, puede llegar a ser bondadoso —comentó Amanda en voz baja—. Fue generoso de su parte no permitir a los soldados que continuaran la búsqueda en su propiedad. Estoy segura que él sabía que usted estaba aquí… Al menos, sabía que alguien herido se había refugiado en sus jardines. Y se negó a dejarlos entrar.

—Tiene razón. Debo sentirme agradecido con su señoría, al menos en ese punto. Pero es un hombre malo, pequeña Amanda, de eso no le quepa la menor duda. Créame y procure no acercarse nunca a él. Según sé, viene aquí muy poco.

—Viene de vez en cuando… siempre con grupos de amigos. Harriet, mi hermana menor, observa pasar a los invitados. Es muy curiosa de todo lo que sucede en el castillo.

—Usted debe aconsejar a Harriet que no sea curiosa. Sin importar lo que Lord Ravenscar haga, no debe llegar a oídos de niñas inocentes, de criaturas tan encantadoras como usted.

Amanda se puso de pie.

—Creo que debo irme ya.

Sin levantarse del diván, él extendió la mano y tomó la de ella, que aún estaba cerca suyo.

—¿Qué la está preocupando? —preguntó en voz baja—. ¿La alteró algo que dije? Perdóneme si fue así. Supongo que Lord Ravenscar es un tema de conversación acostumbrado en este pueblo. Su padre mantendrá contacto con él durante sus deberes pastorales. Por lo demás, no creo que ni usted ni su hermana tengan nada que saber sobre él.

—Ya le he dicho que pocas veces lo vemos. De hecho, hasta ayer…

Amanda se detuvo y Peter Harvey, que continuaba sosteniendo su mano, dijo:

—Continúe. ¿Qué sucedió ayer?

—Yo… yo nunca había estado dentro del castillo —confesó Amanda.

—No era lo que iba a decirme —insistió Peter Harvey—. ¿No sería que hasta ayer Lord Ravenscar nunca se había interesado en usted? —Su voz fue más aguda en ese momento—. Eso no es cierto, ¿verdad, Amanda? Dígame que no es cierto… Y no puede irse sin decirme qué he dicho de malo…

—Usted no tiene la culpa. No podía saber… y yo quería oír la verdad.

—¿Qué es lo que no podía saber? Amanda, contésteme, por favor.

Amanda suspiró con profundidad.

—Lord Ravenscar —dijo en una voz casi inaudible— ha pedido mi mano en matrimonio. Por eso fuimos anoche al castillo.

—¡Que la ha pedido en matrimonio…! —La voz de Peter Harvey se había vuelto también un murmullo—. ¡Nom de Dieu! ¡No puede ser cierto! Pero… ¿por qué? ¿Por qué… si él está tan íntimamente ligado a Lady Isabel…?

Se detuvo de pronto.

—No me haga caso. ¿Cuál va a ser su respuesta, Amanda? ¡Dígame qué respuesta va a darle!

Amanda irguió la cabeza de pronto.

—Voy a decir que no —afirmó—. Eso significa que papá no será vicario de Frackenbury. Significa que Harriet, Caroline y Roland se sentirán desilusionados. Pero, no puedo evitarlo… ¡jamás podría casarme con él… jamás!

—Por supuesto que no puede —convino Peter Harvey en tono consolador. Entonces de pronto, para su sorpresa, estaba de pie junto a ella. Extendió los brazos y en forma espontánea, sin pensarlo, ella escondió su rostro en el hombro de él.

—¡No puedo hacerlo! ¡No puedo! —exclamó Amanda en un quejido.

—Lo sé —contestó Peter—. Y nadie debe obligarla. Sea muy firme en su decisión. Dígale que no puede casarse con él y le aseguro que su padre no necesitará explicaciones al respecto. El comprenderá.

Amanda estaba temblando, a pesar de que los brazos de él le transmitían una seguridad que nunca antes había sentido. La detuvo con un brazo alrededor de sus hombros, se inclinó y, con mucha gentileza, tomó la barbilla de ella para levantar su rostro hacia él. Vio sus ojos azules cuajados de lágrimas, su boca suave y trémula, sus mejillas pálidas que apenas poco antes eran sonrosadas.

—Escuche, Amanda —le dijo con ternura—. Un día usted encontrará a un hombre a quién amar y que la ame… un hombre decente, en quien pueda confiar y del que pueda sentirse orgullosa, un hombre de su propia edad. Ravenscar es viejo y se ha hundido en la degradación. Si quiere casarse ahora con usted, sólo sería por dos razones: una, que por lujuria desea poseer su inocente belleza; la otra, que por alguna razón especial necesita tener esposa en este momento particular. En conclusión: usted debe rechazarlo.

—Yo… eso intento… pero, le tengo mie… edo —tartamudeó Amanda—. Hay algo que me hace temer que nunca… escaparé de él.

—¡Claro que escapará! —le aseguró Peter Harvey—. Yo me encargaré de ello.

Su tono le hizo abrir los ojos, sorprendida.

—¿Cómo? —preguntó.

—No lo sé en este momento —confesó—. Pero usted no se va a casar con él, de ninguna manera. ¿Está eso claro?

Amanda lanzó otro suspiro.

—Se lo diré esta mañana.

—¡Así se habla!

Peter Harvey la oprimió con su brazo, en un gesto que podía haber sido el de un hermano mayor. Entonces la soltó.

—Debo irme —dijo Amanda, enjugándose los ojos.

Se volvió hacia la puerta. De pronto, Peter Harvey se puso sobre una rodilla junto a ella, tomó la orilla de su vestido de muselina blanca y la besó.

—Amanda —dijo—, así es como un hombre, cualquiera que sea, debe acercarse a usted. Nadie, menos Ravenscar, merece hacer nada más que besar el ruedo de su vestido. ¿Recordará eso?

Había algo en el tono de su voz, así como en su actitud, que la sorprendió y le hizo bajar la vista con timidez.

—Lo recordaré —murmuró con suavidad, antes de salir corriendo del templo.

Encontró a Harriet llena de agitación.

—¡Amanda! ¿En dónde estabas? ¡Te estaba buscando, porque debes darte prisa! ¡Oh, hay tantas cosas que tengo que decirte! Ve ahora mismo al salón. Lord Ravenscar está ahí y pregunta por ti.

Amanda sintió como si alguien le oprimiera el corazón con una mano helada.

—¡Lord Ravenscar! ¿A esta hora?

—Sí. Había salido a cabalgar, y otro caballero viene con él. ¿No imaginas qué me ha dicho? —empezó con tanta rapidez que las palabras parecían atropellarse unas a otras—. Dice que me brindará un baile en su casa de Londres el año próximo, al cumplir mis diecisiete arios… que me llevará a la Casa Carlton y me presentará con el Príncipe de Gales. ¡Imagínate! Y asegura, que será el baile más espléndido que haya visto jamás Londres. Imagínate, Amanda… ¿comprendes todo lo que eso significará para mí?

—¿Cuándo te prometió tal cosa? Preguntó Amanda.

—Hace unos momentos, al llegar. No había nadie para recibirlo. Papá tiene un servicio en la iglesia, ¿no lo recuerdas? Y mamá lo acompañó. Por eso no había nadie en la casa, más que yo… y, por supuesto, Caroline y Roland, que apenas se están levantando. Lo invité a pasar al salón y le ofrecí un vaso de vino, aunque no sabía si lo hay en verdad. Por fortuna no lo aceptó. Pero el caballero que venía con él quiso una taza de chocolate, así que ordené a Nellie que se la preparara.

Se rió con excitación.

—Lord Ravenscar empezó a conversar conmigo, me preguntó cuántos años tenía y entonces fue cuando me prometió un baile en su casa de la Plaza Grosvenor. ¡Oh, Amanda! ¿No será maravilloso?

Amanda permanecía callada. Aquello constituía un cohecho de Lord Ravenscar, pensó. Mucho más difícil que comunicar su negativa a Lord Ravenscar, sería enfrentarse a los reproches de Harriet.

—Iré ahora mismo —dijo, encaminándose serena y digna al salón.

—Y no olvides agradecerle su promesa —le gritó Harriet.

—No, no lo olvidaré —contestó Amanda.

Abrió la puerta del salón. Lord Ravenscar estaba de pie, de espaldas a la chimenea y junto a él se hallaba otro hombre, cuyo uniforme Amanda reconoció como de alto oficial de la Guardia Inglesa de Dragones. Lord Ravenscar acudió a su encuentro.

—Buenos días, Amanda —dijo y se llevó los dedos de ella a los labios.

Antes que Lord Ravenscar inclinara la cabeza, Amanda notó una vez más que sus ojos la recorrían de arriba a abajo, como desnudándola, antes que el contacto de sus labios cálidos y lujuriosos la estremecieran de repulsión.

—¡Qué… madrugador es, milord! —Logró expresar en una voz algo temblorosa.

—Estaba impaciente por verte —contestó él y entonces, volviéndose hacia el hombre que lo acompañaba, añadió—: además, casi amanecía cuando el Coronel Dovercourt llamó a mi puerta.

—El asunto era urgente, milord —dijo el Coronel Dovercourt.

—Lo entiendo —contestó Lord Ravenscar—. Pero, permítame presentarle, Coronel Dovercourt, a la señorita Amanda Burke, la dama que espero me haga el gran honor de convertirse en mi esposa.

El coronel hizo una reverencia, pero no antes que Amanda descubriera la incredulidad y la sorpresa en sus ojos.

—Felicidades, milord —murmuró.

—No, no, no debe usted felicitarme todavía —afirmó Lord Ravenscar—. Sería prematuro, ¿verdad, Amanda? Todavía soy un humilde pretendiente que espera ansioso una respuesta… —Antes que Amanda pudiera decir nada, se apresuró a agregar—: pero, olvidemos por el momento los temas personales. Debemos explicar a la señorita Burke la razón de nuestra presencia aquí.

—¿Es eso necesario, milord? —preguntó el coronel.

—¡Claro que lo es! Siéntate, por favor, Amanda.

Ella hubiera preferido permanecer de pie, pero obedeció sentándose a la orilla de un sillón, muy erguida, como una alumna en la escuela.

—Y ahora permíteme explicarte cuál es la situación, Amanda —dijo Lord Ravenscar—. El coronel me está solicitando de manera urgente e ineludible que se permita a sus dragones registrar el parque y los terrenos del castillo. Le aclaré que no estoy en situación de aceptar o negar, por la simple razón de que te he prometido… o más bien, he interpretado tu deseo de no permitir que sus soldados se lancen tras la presa que persigue. ¿Estoy en lo cierto?

Amanda sintió que la sangre abandonaba su rostro.

—Sí… sí, milord. Usted… dijo anoche que… que no permitiría que los soldados… invadieran su propiedad.

—Eso dije y lo sostengo —contestó Lord Ravenscar—. Al mismo tiempo, me pareció descortés rechazar la solicitud del coronel, a menos que tuviéramos algo que esconder. Y no tenemos nada, ¿verdad, Amanda?

Sus ojos la observaban fijamente, demostrándole que había descubierto el temor en sus ojos, el gesto instintivo al morderse el labio inferior, el temblor de sus manos que la obligó a entrelazar los dedos.

—Lo que he dicho al amable coronel —continuó Lord Ravenscar—, es que si te ofende de algún modo que sus soldados maltraten las flores, registren los arbustos y los bosques, estando en la estación en que los pájaros hacen sus nidos y las flores empiezan a abrirse, me ceñiré a mi promesa original de que la santidad de mis terrenos será preservada. Como mi futura esposa, no tienes más que ordenar, Amanda, y yo obedeceré.

«Como mi futura esposa». Aquellas palabras sonaron como las puertas de una trampa cerrándose tras ella. Estaba claro que no podía escapar jamás. La había atrapado, como ella había intuido desde un principio. Sería para siempre su prisionera, su cautiva.

Por un instante imaginó la posibilidad de negarse al casamiento y olvidarse de todo, dejar a los soldados registrar el parque y los jardines. Entonces recordó los ojos grises de Peter Harvey clavados en los suyos, sintió su brazo alrededor de ella, lo vio arrodillado a sus pies, besando el ruedo de su vestido…

Por un segundo, cerró los ojos, y con un sentimiento de profunda desolación, dijo con toda claridad:

—Me temo, milord, que como su… fu… futura esposa, debo pedirle que cumpla su promesa de anoche, que no permita que los soldados pisoteen e invadan los jardines y el par… parque.

Vio la repentina expresión de triunfo en el rostro de Lord Ravenscar y ella se preguntó cuán pronto podía un ser humano dejar de sentir todo… hasta asco y temor.