CAPÍTULO 8

LA GESTA DE ONÁN

Judá tomó para su primogénito Er a una mujer llamada Tamar. Er, el primogénito de Judá, fue malo a los ojos de Yahveh, y Yahveh lo hizo morir. Entonces Judá dijo a Onán: "Cásate con la mujer de tu hermano y cumple como cuñado con ella, procurando descendencia a tu hermano." Onán sabía que aquella descendencia no sería suya, y así, si bien tuvo relaciones con su cuñada, derramaba a tierra, evitando el dar descendencia a su hermano. Pareció mal a Yahveh lo que hacía y le hizo morir también a él.

(Génesis, XXXVIII: 6-10)

Masturbation is a waste of fucking time

Nigel Rees. Graffiti 3

Las sociedades humanas no toleran mucho la masturbación. Parecen unánimes al considerarla una forma elemental y mínima de la sociedad y a declararla como un derivativo más o menos desesperado para algunos individuos que no disponen lamentablemente de medios para expresarse de otro modo. Por supuesto, esta reprobación toma distintas formas, pero en general se piensa que a las personas que se masturban les falta algo: el loco del que se ríe todo el pueblo, los adolescentes a quienes el matrimonio todavía no les está permitido o la viuda que ya no tiene otro consuelo. En los pueblos cuyas costumbres sexuales nos parecieron a veces relativamente libres[276] (a menudo se da como ejemplo a los siriono, los crows, los lepchas o los navajos) se pretende que la masturbación no existe o que se trata de una práctica tan ridícula como risible; Malinowsky decía por ejemplo que los trobriandeses afirman que hay que ser muy feo, albino, imbécil o tartamudo para recurrir a la masturbación. La mayoría de las veces la práctica es tolerada precisamente porque se trata de niños o adolescentes. Entonces parece aceptable, típico de una fase breve, la cual, como el acné o el amor-pasión, debería conducir a actitudes más maduras y más razonables en la edad adulta. A veces, la masturbación es sinónimo de celibato, un estado a menudo juzgado inaceptable y despreciable: una condición social que los babilonios consideraban como un pecado, que los mandeanos de Irak y de Irán dicen que es una razón suficiente como para que se prohíba el acceso al paraíso, a la que los andamaneses encuentran "mala", que vuelve vagabundo entre los chukchee, pobre y desamparado entre los bororós, que lleva a los kachines a invertir las danzas funerarias y que hace reír a los pigmeos.[277] Celibato y masturbación son anomalías que van muy bien juntas. Por esta misma razón, la masturbación de los niños se vuelve tolerable cuando no aceptable justamente porque se trata de una forma infantil de sexualidad; es así como en las islas Marquisas (una vez más, para gran sorpresa de las autoridades coloniales europeas) los padres podían muy bien adormecer a sus hijos masturbándolos suavemente. Mientras que aquí un sexólogo de la primera hora afirmaría sin dudar que "todos los psicoanalistas y sexólogos están de acuerdo hoy en definir el autoerotismo por el carácter infantil y subdesarrollado de la sexualidad en sus primeras fases".[278]

Algunas sociedades toleran, otras reprueban severamente la masturbación. Pero, de todos modos, queda un denominador común, más allá del contraste evidente entre la tolerancia divertida y la prohibición salvaje: todas las sociedades están de acuerdo en decir que en materia de sexo hay algo mejor.

La idea principal se resume en creer que hay que estar en cierta dificultad para masturbarse: se piensa en el marqués de Sade en prisión, las burlas a los curas y a las monjas que hicieron el voto de castidad; y la ciencia durante cierto tiempo creyó poder demostrar que las restricciones sexuales y las coerciones sociales llevaban a la masturbación individual.[279] Falta de control condenable, o gesto anodino, natural y aceptado, la masturbación se define aquí y allá como una válvula. Y si un vasto mundo separa al cruzado que impone a su esposa un cinturón de castidad, del samurai que ofrece a sus concubinas bolas rin-no-tama que garantizarán su placer durante su ausencia, en los dos casos se organiza la ausencia eligiendo dos modos opuestos de concebir y de tratar la sexualidad de los solitarios. Al retorno del cruzado tanto como del samurai la cuestión ya no se planteará: habrá algo mejor para hacer que masturbarse. Todo el mundo está de acuerdo a ese respecto.

De ello resulta lógicamente que la masturbación, cuando se dispone de otras soluciones, se vuelve particularmente inconcebible y toma desde luego la forma de una ofensa. Cuando Yahveh se queja de la infidelidad de Jerusalem, a la que sin embargo dice haber dado mucho, aclara, entre las numerosas faltas de esa nación que llama "esposa": "tomaste tus joyas de oro y plata que yo te había dado y tú hiciste imágenes de hombres para prostituirte ante ellas." (Ezequiel XVI, 17). El acto se vuelve la más ofensiva infidelidad.

La reacción de cualquier sociedad a la masturbación corresponde siempre a su actitud frente a la sexualidad, puesto que se trata en realidad de una práctica entre otras que debe formar parte de un conjunto coherente. Puede ser útil recordar sin embargo que la masturbación como uso del cuerpo sería incomprensible sin su relación con las concepciones culturales de la fisiología y de la reproducción humanas. Por ejemplo, la sanción social de la masturbación parece inseparable de la respuesta a las preguntas planteadas por el aborto y el infanticidio. Si en el siglo V el talmud de Babilonia castigaba la masturbación masculina con la pena de muerte, no era por un puritanismo radical de la religión judía. El castigo daba cuenta simplemente de una respuesta particular al problema universal, tan inmutable como insoluble de establecer con precisión el momento en que empieza la vida. Del mismo modo que al declarar al embrión un ser vivo, forzosamente debe concluirse que todo aborto constituye un asesinato, si se retrocede un poco antes, al instante original, se llega a concebir al esperma como ser ya viviente, y todo despilfarro de esperma se vuelve un homicidio castigable con la muerte. En la medida en que el hombre no es más que el depositario, el transmisor o el mensajero de un esperma que por derecho pertenece en principio a la colectividad, porque representa su única oportunidad de supervivencia, el masturbador entonces se vuelve un criminal. Si se concibe que ese esperma es la esencia misma de la vida, la esencia eterna que supera ampliamente a la insignificancia de cada uno, el masturbador aparece como una amenaza al orden del mundo, y a partir de entonces se vuelve razonable exterminarlo con el fin de proteger a la sociedad.

El esperma ha sido frecuentemente tomado en serio. Aristóteles hacía de él una suerte de sustancia del alma. En el primer siglo, Galeano retomaba la noción antigua de la mujer incubadora y hablaba de una sementera comparable a la de la tierra. Su contemporáneo, Clemente de Alejandría, lo describía como si se tratara ya casi de un embrión humano. La tradición humana sostiene que es difícil de producir, por lo tanto preciosa, y que da cuenta del estado general de salud. Los antiguos chinos y los indios mehinaku de Brasil creían que toda pérdida de esperma llevaba a un debilitamiento general y, en una palabra, que el esperma es escaso y el sexo precioso. Las sociedades que insisten mucho en la importancia del esperma tendrán tendencia a controlar estrechamente la masturbación masculina, mientras que la misma práctica en las mujeres será impensable, inexistente (sin duda por ignorancia) o totalmente tolerada porque no tiene consecuencias para la reproducción.

Otras sociedades en cambio insisten menos en el esperma y más bien orientan sus discursos que conciernen a la reproducción hacia el lado de los menstruos y de su interrupción. La diferencia para nuestro tema reside en que la masturbación masculina está muy directamente ligada al esperma, que no tiene un equivalente femenino tan visible. No obstante, a todas luces es igualmente posible vincular la masturbación femenina con la reproducción: en uno de los grandes mitos fundadores de la cultura navaja, el primer marido acusa a la primera esposa de estar obsesionada por el sexo, lo que lleva a su separación pues la mujer quiere demostrar que las mujeres pueden prescindir muy fácilmente de los hombres; seguidamente las mujeres se masturban, quedan embarazadas y dan nacimiento a monstruos, mientras que del otro lado del río que separa los sexos los hombres también se masturban pero sin consecuencias.[280]

Dicho esto, antes de lanzarse en un sobrevuelo de la impresionante diversidad de concepciones del esperma, de la reproducción humana y de las actitudes frente a la masturbación, hay que volver al denominador común: para todas las sociedades conocidas, la masturbación es una práctica condenable, desviada, marginal, pasajera, ridícula y por lo menos risible. Sin embargo, existe una excepción, hacia la cual evidentemente nos estamos dirigiendo.

Es bien conocido que la prohibición del incesto desde siempre fascinó tanto a la antropología como a la psicología. Por un lado, porque a finales del siglo XIX, que dio nacimiento a esas ciencias modernas, los europeos comenzaban a vivir en viviendas cada vez más pequeñas donde las familias, nuevamente promovidas al rango de pivote social y de único lugar de expresión de sentimientos amorosos, se encontraba más brutalmente que nunca frente a la paradoja de ser a la vez el lugar donde el sexo es aceptable, el lugar donde todos los miembros del grupo deben amarse y, al mismo tiempo, el lugar donde hay que prohibir todas las relaciones sexuales, salvo una. La cuestión del incesto se planteaba por lo tanto con una acuidad totalmente nueva. Por otra parte, también es porque más allá de las estrechas preocupaciones del siglo pasado, la prohibición del incesto rápidamente fue reconocida como una de las muy raras características comunes de la humanidad entera; toda sociedad declara que algunos de sus miembros, que pueden variar según los grupos, jamás deben tener relaciones sexuales entre ellos. Para Claude Lévy Strauss[281] (como para otros antes que él y casi todos los antropólogos a continuación) esta regla elemental del control social, del matrimonio y de la sexualidad constituye una de las piedras angulares de toda sociedad humana y un jalón fundamental en su evolución: mediante la prohibición del incesto que proscribe el casamiento entre próximos, se obliga a la creación de lazos y de uniones durables con otros, y apoyándose en estos intercambios recíprocos es posible construir cualquier mundo. Para Lévy Strauss, es por medio de la prohibición del incesto que el ser humano deja el orden biológico para erguirse hasta el rango de verdadero creador de sociedad.

El razonamiento es irrefutable, pero al mismo tiempo incompleto; al menos en un sentido, el que nos interesa. El incesto no pertenece al nivel más elemental y la primera regla no puede ser todavía enunciar su prohibición. Pues el verdadero átomo de parentesco, es decir el acto primero consiste en prohibir la masturbación. Antes de preocuparse por las relaciones en el seno del grupo social, antes que nada hay que saber si el individuo tendrá realmente ganas de tener una relación con otro. Para Lévy Strauss no hay cuestión previa: ¡a los hombres les gustan las mujeres! (Incluso agregará que a los hombres les gustan profundamente varias mujeres, y que en todas partes, como lo dice la canción, los animales faltan y las mujeres son escasas, puesto que lamentablemente a menudo pueden ser abundantes sin ser igualmente deseables.)[282]

El modelo no admite que pueda ser preferible masturbarse, y que antes que prohibir el incesto habría sido necesario también enseñar que la masturbación es una práctica socialmente inadmisible. Nadie habla de ello, simplemente porque resulta la evidencia misma: la sociedad masturbatoria se extinguiría rápidamente. Sin embargo, es la regla que las sociedades siempre se tomaron el trabajo de imponer de mil maneras distintas, por medio de la tolerancia o por la violencia, con estilos y medidas que, en todos los casos, reflejan las actitudes posibles y todas las definiciones conocidas de la sexualidad humana. Pero el mensaje sigue siendo inmutable: la masturbación es una práctica condenable porque es normal y, por lo tanto, "natural" e inscripta en el orden invariable de las cosas o que el ser humano desea y busca una unión sexual con otro. La sociedad depende de ello, ha hecho incluso de ello un instinto.

Génesis de una anomalía

Existe sin embargo una gloriosa excepción a esta condena unánime a la masturbación. Para llegar a ella hay que volver brevemente a la historia.

Al principio de la Edad Media, la masturbación parece haber sido considerada por los confesores como una falta muy secundaria:

El pecado confesado más a menudo, el de la emisión de esperma, no era sancionado más que con siete días de ayuno si era involuntario; 20 días, si era provocado manualmente. Un monje que se masturbara en una iglesia ni siquiera era castigado más que con 30 días de ayuno y un arzobispo con 50. Esta indulgencia provenía del hecho de que se trataba de un acto solitario.