La lógica de la persecución hasta los límites extremos de cualquier aspecto de la vida tomado aisladamente conduce inevitablemente a descubrir su desconsoladora pobreza. La lectura del libro Guinness de los récords es al principio fascinante, antes de volverse el ejemplo del más perfecto absurdo. Al apuntar a todos los récords del sexo, la pornografía se aproxima a lo insostenible: el descubrimiento y la demostración del hecho de que lo que había sido contado discretamente como el último secreto, el placer por excelencia y el lugar de una verdad suprema, revela ser en su demostración una banalidad desconcertante. Y luego, ya es demasiado tarde, no se puede volver camino atrás y esperar hacer creer de nuevo que queda algún secreto rico en promesas. Así nace la paradoja: después de haber luchado tanto contra todas las modestias para finalmente liberar el sexo puro, la pornografía descubre que se trata de una falsa promesa y que la cosa no tiene mucho interés. Por lo tanto, tiene que volver hacia atrás por el único camino posible y encontrar otros atractivos que vendrán a reubicar el sexo en contexto e incorporarle sentidos que, en realidad, no le pertenecen.
Porque, y esta es la segunda razón de la falla, la pornografía no es tanto una contemplación del sexo como una experiencia de poder. El goce que ella procura viene de la satisfacción que provoca la seducción garantizada, del poder asegurado de romper el pudor y de la invasión de la intimidad. De donde surge el gran placer para un público masculino de poder contemplar los jugueteos sexuales de dos o varias mujeres, uno de los temas favoritos de la pornografía: el poder de penetrar una intimidad tan secreta que se sospecha que en ella debe haber aspectos de un complot contra los hombres. He aquí también por qué los primeros cuerpos desnudados tan a menudo han sido los de los más vulnerables y de los más débiles, mujeres de orígenes alejados, negras, mulatas o asiáticas.[238] Ahora bien, la pornografía moderna ofrece muy poca resistencia. El producto debe respetar las reglas elementales del consumo mercantil, pero incluso en la actualidad los strip-teases más lentos y lánguidos son totalmente predecibles, puesto que la conclusión ya es conocida desde hace mucho tiempo y no deja lugar al pretexto o al simulacro. El objetivo será sin duda alcanzado o el dinero deberá ser devuelto. Y he aquí lo que prepara una segunda mentira.
Mostrar un sexo auténtico se ha vuelto evidentemente fácil, y es el poder lo que trae problemas. Por supuesto, en toda sociedad jerarquizada, desvestir a los poderosos siempre constituyó el pasatiempo favorito, y burlarse de su sexo sigue siendo una forma clásica de burla del poder y de venganza por parte de los dominados. Pero la pornografía no siempre tiene los medios para ofrecer a su clientela los poderosos de este mundo. Y su problema justamente viene del hecho de que, apoyándose en una tecnología audiovisual que miente mal, ya no logra presentar a personajes tan poco creíbles que toda relación de poder y toda seducción parecen necesariamente inauténticas. En los antiguos tiempos de la escritura, siempre era posible pretender que el sexo tenía un rostro conocido y dejarse soñar pensando que la persona que se libraba a los peores desenfrenos era una bailarina célebre o un arzobispo. En la actualidad, la imagen es demasiado real, el medio demasiado fiable y, sobre todo, el espectáculo demasiado extraordinario como para hacerlo creíble. Todos los esfuerzos para convencer que se trata en efecto de una intrusión verdadera parecen en realidad sin esperanza de legitimidad; la célebre "chica de al lado" a fin de cuentas se ha vuelto literalmente increíble.
No hay que sorprenderse, por lo tanto, si en el mismo momento las personas ordinarias toman la posta. En Alemania del oeste, desde hace mucho tiempo uno de los países más importantes en la producción y en el consumo, el tipo de pornografía que tiene mayor expansión es el de los videos hechos por amateurs que luego se intercambian sus productos.[239] En Francia, la pornografía parece estar en camino de privatizarse y a punto de pasar cada vez más por los ordenadores domésticos o simplemente por el trueque:
El circuito amateur no era más que un tímido primer paso. En la actualidad, el non plus ultra son los videoclubs "especiales" que alquilan cámaras a los apasionados del voyerismo mutuo… por intermedio del "club", intercambian luego sus muy privadas proyecciones con las de otros pícaros de su clase. Como en el póker: ¡para ver!