África aún no existe para Rogelio. Pronto escuchará su nombre. Más tarde lo incluirá en el arcón de las esperanzas junto a la risa de su amada. Entre los mapas donde se cobija todo cuanto se pierde, todo cuanto se amó y casi se olvidó. Existe una ruta que conduce a los desiertos, los palmerales, los reinos perdidos, las reinas deseadas y asesinadas, los profetas de dioses brillantes, los sueños tejidos entre sedas y esmeraldas… Cartas de navegación, cartografías codiciadas: África.

El mundo conocido, los caminos de barro, los muros de la casa, el rumor del mar, la neblina permanente y esa sensación de sofoco al respirar un aire viciado por miedos sin nombre, se transformará cuando Rogelio sueñe con África. Y el dolor tendrá un sabor a risa, la de Lisseta. Aún le faltan años para llorar mansamente sobre unos versos desconocidos todavía.

Noiva miña

Vestida de lúa…

Senteime a proa

Fumando a miña pipa

Pero outra noite pensaréi en ti.

De momento corretea ofreciendo meriendas a cambio de abrazos, aterido de frío el corazón y sin saber qué le falta, tan sólo notando el peso de un inmenso hueco en algún lugar del alma. El amor y el dolor brillan en la noche como los colmillos de un lobo al acecho, un lobo hambriento. Mientras, la lechuza vigila y los niños duermen ignorando su acecho.

Caminamos, durante años, ignorando el abismo. Un día, tan sólo durante un segundo, sentimos nuestros pesos flotando sobre el infierno.