Capítulo 18
Sábado 16:34
—Puedo volver a ver —dijo Ace al abrir los ojos. El Doctor y ella estaban enfrente del patio de Ratcliffe. El humo oscurecía el interior pero los disparos habían parado.
—¿Qué masas han ganado? —preguntó.
En el humo empezaron a entreverse siluetas Dalek y la mano del Doctor se tensó en la de Ace.
—No lo sé —dijo.
El viento despejó el humo revelando a los Dalek: eran de color crema y oro imperial. Ace sintió como se relajaba la mano del Doctor. Vieron como los Daleks se movieron por el patio hacia ellos.
—Profesor —dijo Ace.
—Oh —dijo el Doctor, y la empujó hacia atrás. Vio de refilón el cartel de “Cuidado con el perro” antes de que el Doctor pegara un cerrara la puerta con un golpe.
Una de las cosas que caracterizaban al Profesor, pensó Ace, es que siempre tenía una ruta de emergencia.
Tras de ellos se oyó un gruñido.
La mayor parte de las veces, añadió Ace.
El Alsation gruñó de nuevo cuando se giraron. Sus labios se habían retraído sobre los dientes y unos hilos de saliva le colgaban del morro. Unos ojos marrones miraban al Doctor. Volvió a gruñir. Ace podía ver cómo tensaba las patas traseras, los cuartos traseros preparados para saltar.
—Shus —dijo el Doctor. El Alsation abrió los ojos con sorpresa, se relajó y dejó caer la cabeza avergonzada mientras movía la cola en grandes arcos—. No te preocupes por esto, perro, a mi me produce el mismo efecto.
El Alsation trotó hasta los pies del Doctor y se puso panza arriba.
—Buen perro —dijo el Doctor, y se inclinó a rascarle el ombligo.
El Dalek Supremo anuló el ordenador de campaña y encendió el programa de auto destrucción. El enlace con la chica estaba caído, así que el Dalek Supremo pudo pensar con claridad por un momento. Las reservas de energía estaban peligrosamente mermadas, entrar en combate sería poco realista. Al ser el último Dalek de la fuerza renegada, era imperativo que volviera a casa a informar. El Dalek Supremo activó la secuencia de destrucción y salió de la oficina. Tras él, el ordenador de batalla estalló en llamas.
Mike se levantó y se quedó quieto. El segundo piso del almacén estaba a oscuras (podía ver filas de estanterías). Sabía que la escalofriante niña estaba allí con él porque oído sus ligeras pisadas pasar a través de la puerta que había detrás de él. Escuchó en la oscuridad esperando a que ella se moviera. La palma de la mano con la que cogía la pistola estaba sudando.
Mike olió humo. “¿Y ahora qué?” pensó.
Las oyó, unas pisadas por la escalera interior. Si pudiera llegar a la salida de incendios, si no hubieran más Daleks en el patio y si la niña no lo atrapara, podía incluso escapar.
¿Y después?
Mike pensó que ya se preocuparía sobre eso más tarde.
—Los Daleks Imperiales tienen la Mano de Omega —dijo el Doctor—. Bien.
Ace rascó la cabeza del Alsation, distraída.
—¿Por qué tienes tanto interés en que los Daleks la tengan?
—Silencio, Ace —dijo el Doctor. Abrió la verja.
Ace dejó al perro y se unió al Doctor.
Una figura salió del patio y salió corriendo por la carretera.
—Es Mike —dijo Ace.
—Tiene el controlador del tiempo —dijo el Doctor— típicamente humano, siempre puedes contar con ellos para enredar las cosas.
“Muchas gracias” pensó Ace.
—Ace, ve tras él, averigua a dónde va y quédate con él.
—De acuerdo —dijo Ace. Se puso en camino, pero el Doctor la retuvo momentáneamente.
—Y sin heroicidades —dijo— ya tengo bastantes problemas.
—Tranquilo —dijo Ace.
El Doctor vio como Ace salía corriendo por la carretera y se volvió para mirar a través del patio de Ratcliffe. El humo se había dispersado y el Doctor pudo ver un cuerpo tirado en la salida de incendios. Era George Ratcliffe, otra muerte en una cadena de sangre que se extendía desde el futuro hasta el pasado.
Me estaría bien librarme de los Daleks, pensó el Doctor.
Algo caliente le golpeó la parte trasera de la rodilla. Era el Alsatian, buscando el cariño del Doctor. Éste le rascó la cabeza.
—¿A quién me recuerdas? —el Doctor se levantó, suspiró y se dirigió hacia la furgoneta.
Tenía trabajo que hacer.