Capítulo 9
Sábado, 14:55
Quizás la persona más notable del grupo de Cambridge en los años 50 fuera la Profesora Rachel Jensen. Escasamente reconocida fuera de la comunidad científica a pesar de su crucial trabajo con Turing durante la guerra, se retiró de repente en 1964. Su autobiografía “La Visionaria Eléctrica” es curiosamente difusa. Se casó al año siguiente.
Las mujeres de las que la ciencia se olvidó
por Rowan Sesay (1983)
Tres explosiones se sucedieron rápidamente: el humo salió de la entrada al parque infantil cubierto. Tres Daleks blancos y dorados se habían formado en aquel espacio limitado. Rachel agarró un extintor de dióxido de carbono y lo aplicó sobre el humo. Había un hedor inidentificable que le recordó a grasa quemándose.
El Doctor se quedó frente a los Daleks destrozados, mirándolos, con una cara indescifrable:
—Había seres vivos aquí.
Mike miró a los restos humeantes:
—Ya no.
Gilmore volvió a enfundar su pistola y se giró hacia Mike:
—Comprueba la planta de arriba.
Mike le quitó al Doctor el dispositivo que había confundido a los dalek, conduciendo a un escuadrón al interior del colegio.
Rachel hizo un gesto a Allison y se acercaron a los Daleks. La carcasa superior de uno de ellos había saltado por los aires con los explosivos plásticos. Chorros de carbono corrían por el reborde, y el vapor se elevaba desde la parte superior destrozada. A Rachel le pareció ver que algo se movía por entre la maraña de cables.
—Doctor —le llamó Rachel, alejándose, y tirando de Allison con ella—, creo que este está aún activo.
El Doctor se dio prisa. Algo hizo ruido bajo el pie de Allison, el bate de beisbol de Ace. El Doctor miró al interior del humeante Dalek.
Rachel oyó algo: un claro movimiento de huída desde el interior.
—Interesante —resopló el Doctor.
Rachel se alejó aún más del Dalek, esquivando los restos orgánicos y de metal esparcidos por el cemento.
El sonido proveniente del Dalek cesó, y el Doctor se acercó más para ver mejor. Rachel reprimió las ganas de gritar.
Algo verde grisáceo emergió del Dalek y salió disparado hacia el Doctor. Era una garra retorcida. Rachel gritó. Viscosas tiras grises salieron de la garra y se dirigieron hacia la garganta del Doctor.
Allison cayó de espaldas, buscando torpemente algo en el suelo. Tubos (¿o eran venas?) apretaron las muñecas del Doctor, mientras unos dedos huesudos agarraban al Doctor por el cuello. Sus manos intentaban zafarse de las garras, mientras su cara empezaba a amoratarse.
Entonces Allison se sitió tras él, bajando los brazos para trazar un arco plateado con el bate de beisbol. El Dalek chilló. Allison volvió a golpearle una y otra vez. Continuó bajando el bate, y cada vez que lo hacía un líquido salpicaba su cara y las paredes.
—Allison —dijo el Doctor.
Allison clavó con violencia el bate en el Dalek, haciendo un horrible sonido.
—Allison —repitió el Doctor, sujetándola—. Está muerto.
Allison se encogió. Hubo un estrépito cuando el bate cayó al suelo.
—Gracias —dijo el Doctor suavemente, al tiempo que la alejaba del Dalek.
—¿Qué era eso? —preguntó Rachel. Parecía algo que no debía preguntar.
—Han vuelto a mutar —el Doctor inspeccionó con calma la cavidad apestosa —Mira, echa un vistazo —se hizo a un lado para que ella pudiera verlo—. Está bien. Ya está muerto. Compara esto con el Dalek que destruimos en Totter’s Lane. Mira las diferencias.
Ace comprobó sus daños. La pierna le dolía y en la parte superior de su brazo había un horrible moratón de cuando se aplastó con la ventana. Las costillas le dolían. Cogió aire y no sufrió un dolor agudo, por lo que pensó que no debían estar rotas. Con cuidado, Ace retiró un pedazo de cristal de la manga de chaqueta y pensó en levantarse.
Decidió tomarse aún unos segundos más para recuperar el aliento. No estaba lista para enfrentarse al Doctor aún. Observó cómo Rachel se inclinaba hacia el Dalek.
—El otro Dalek estaba menos desarrollado —dijo Rachel—. Tenía extremidades y órganos sensoriales vestigiales, casi ameboides. Este es muy diferente. Tiene apéndices funcionales, con algún tipo de prótesis mecánicas injertadas en el cuerpo.
“Apéndices funcionales”, pensó Ace, recordando la garra “Es una forma de verlo”.
La cara de Rachel se transformó en una mueca de asco:
—Creo que voy a vomitar.
Ace decidió prestarse atención a sí misma e intentó ponerse en pie
—No hace falta que me echéis una mano…
Allison fue corriendo hacia ella:
—¿Estás herida?
—Tuve una pelea con una ventana.
El Doctor enseguida estuvo arrodillado junto a ella. Le hizo una seña a Allison para que se alejara:
—Vosotras dos deberíais comprobar el sótano. Pero no toquéis nada.
Se las quedó mirando, y no apartó la mirada hasta que se fueron. Después se volvió hacia Ace.
<>, pensó ella.
—Cuando digo que no os mováis, me refiero a que no os mováis —dijo el Doctor —No que os metáis en mitad de un escuadrón de asalto Dalek mano a mano —movió los dedos con soltura por la pierna de Ace, comprobando los daños. Antes de que Ace pudiera pararle, puso su mano bajo su rodilla y la dobló con brusquedad. Le dio una punzada de dolor y Ace ahogó un grito.
—¿Por qué has venido aquí? —Preguntó el Doctor.
—Me dejé el reproductor de cassettes.
—¿Y dónde está ahora?
“¡Buena pregunta!”, pensó ella.
—Hecho pedazos —respondió, triste.
—Bien —dijo el Doctor.
—¿Cómo que “bien”? —Ace estaba alucinada— ¿Dónde voy a conseguir otro?
—Tu casetera era un anacronismo peligroso. Si alguien lo hubiera encontrado y descubierto su funcionamiento, la revolución de los microchips hubiese tenido lugar veinte años antes de tiempo, provocando un daño incalculable en la línea del tiempo.
—¿Y? —dijo Ace hoscamente.
—Ace —dijo el Doctor—. Los Dalek tienen una nave espacial aquí arriba, capaz de borrar este planeta del espacio. Pero hasta ellos, con lo despiadados que son, se lo pensarían dos veces antes de realizar una alteración tan grande en el tiempo.
“Parecía que esto de los viajes en el tiempo iba a ser una juerga, pero las apariencias engañan”, decidió Ace.
El Doctor pellizcó el lóbulo de su oreja, una vez.
—Deberías poder caminar con esa pierna ya.
Ace se incorporó con cuidado y apoyó su peso sobre la pierna. Estaba aún un poco inestable, pero no le dolía.
—Mil gracias, Profesor.
El Doctor sonrió y recogió el bate de beisbol.
Rachel y Allison se pararon en el sótano y se quedaron mirando la máquina alienígena. Los dedos de Rachel le hormigueaban. Dentro de aquel aparato había secretos que podrían remodelar el mundo. Estaba deseando acercarse y echar un vistazo a sus entrañas.
—El sujeto está claramente situado en el estrado —dijo Allison—. ¿Entonces qué?
—El Doctor lo llamó transmaterializador —dijo Rachel—. ¿Eso qué te parece indicar?
—Transmisión de materia, pero eso es…
—Imposible —dijo Rachel con trsiteza—. Sabes, en cuanto esto acabe, me pienso retirar a cultivar begonias.
—Son unas flores bonitas, las begonias —dijo el Doctor desde las escaleras.
—No te lo tomes a mal.
El Doctor se acercó al transmaterializador y pasó su mano sobre él.
—Es un enlace con los Daleks, y les permite enviar escuadrones de combate a la Tierra sin que nadie se entere —sacudió la cabeza y levantó el bate de beisbol como sopesándolo. Sonrió y después lo estrelló contra el panel de control, el metal se abolló, la energía fluyó del bate, y los paneles de colores se hicieron añicos. Hubo una peste a ozono—. Y no quiero volver a verles por aquí de repente —puntualizó cada palabra con el bate de beisbol. Hubo un crujido y el final el bate saltó por los aires. Se estrelló contra una pared y aterrizó a los pies de Rachel.
—Armas —dijo el Doctor, mirando lo que quedaba del mango—. Siempre inútiles al final.
Miró a Rachel y ella se le quedó mirando. Observó aquellos increíbles ojos llenos de energía que tenía el Doctor.
—Vamos —dijo él—. Aún hay mucho que hacer.
Mike bajó las escaleras sonriendo. Cuando vio a Ace, su sonrisa se ensanchó.
—Encontré esto arriba —dijo, descubriendo un ojo de Dalek que traía a la espalda—. En el laboratorio de química. Uno de los Daleks parece haberlo perdido.
Ace le quitó el ojo y comenzó a hacer malabarismos con él, lanzándolo como si fuera una maza.
—Me pregunto cómo habrá ocurrido.
—Alguien se lo habrá arrancado —dijo Mike— con algún instrumento romo.
Ace lo volvió a voltear. Una mano lo atrapó en el aire y se lo quitó.
—¿Dónde está Gilmore? —preguntó el Doctor.
—Por ahí viene —dijo Mike, señalando las escaleras.
El Doctor agitó el ojo del Dalek frente a Ace.
—Es peligroso jugar con Daleks, incluso con trozos de ellos —dijo, y lo lanzó por encima de su hombro.
Gilmore apareció en las escaleras.
—Esto está limpio de Daleks. ¿Y ahora qué hacemos?
—Creo —dijo el Doctor— que antes de hacer nada debería consultarlo con mi ayudante.
Se llevó a Ace a un lugar apartado.
—Nos encontramos ante una situación crítica. Destruir el transmaterializador no mantendrá alejados a los Dalek blancos por mucho tiempo.
—Podría producir algo de nitro-nueve —dijo Ace.
—Creo que necesitaríamos algo más que eso —dijo el Doctor.
Mike se inclinó y le dijo a Allison:
—¿Y ahora qué pretende hacer?
—Algo maquiavélico —dijo Allison.
—¿Algo maquiqué?
Rachel miró la espalda del Doctor. Estaba gesticulando de forma exagerada. Ace asentía.
—Creo que están jugando a algo, a algo muy peligroso.
Gilmore asintió:
—Parece que sabe lo que se hace —dijo a regañadientes.
Rachel miró de nuevo al Doctor.
—Pero Coronel —dijo— y nosotros, ¿Sabemos lo que está haciendo?