EL ASESINO DE LA CRUZ

Luis Romero

La idea, y el hecho mismo del nacimiento, se van alejando tanto que si me distraigo casi creo que estuve aquí siempre. Sólo la historia me da la medida exacta; y así, la historia moderna en la cual vengo trabajando, la divido in mente en dos eras: antes de mayo de 1916, y después, las primeras letras, los primeros números, las primeras geografías e historias, y muchas más pequeñas grandes cosas, me las enseñó mi padre. Durante ocho años fui al colegio, siempre al mismo, de los Hermanos de las Escuelas Cristianas; me dejó buen recuerdo. Ignoro si me enseñaron bien o mal; la mayor parte de lo que aprendí lo he olvidado; lo demás está en la base misma de cuanto después he ido asimilando. Desde poco después de cumplir los diecisiete años vivo de mi trabajo. Cuando en 1936 acababa de cumplir los veinte, estalló la guerra y, como los demás jóvenes de mi generación, me vi sumergido en ella; participé de todos los riesgos, amarguras y entusiasmos; del miedo, la zozobra y de las alegrías marginales, que las hay. Con intermedios de cortas escapadas a la vida civil, no salí de guerras hasta el 1942 muy avanzado. Nunca, ni siquiera entonces, me he considerado demasiado desgraciado por soportar los escuerzos y peligros de aquella época. Volví a mi trabajo, a mis viajes que a lo largo de la vida han sido constantes. Regresé a mis libros, mis aficiones, a mi familia y amigos, que tampoco había totalmente abandonado. Barcelona, donde nací, fue centro de aquel ir y venir. Como siempre anduve entre libros, acabé escribiéndolos. Conocí por entonces —y antes y después— a muchas gentes, oficios, clases sociales, monumentos, paisajes, artes, formas de vida. En Buenos Aires escribí una novela, La Noria, con la que gané el premio Nadal en enero de 1952. Me había propuesto quedarme varios años en América, pero a los quince meses regresé y me instalé en Cadaqués, que era entonces un rincón de difícil acceso. Digo, me instalé, y quise decir, nos instalamos. Compramos una barca, luego, otra algo mayor. Seguí escribiendo novelas, Carta de Ayer, Los Otros, La Noche Buena… cuentos, diversos trabajos que publicaba en revistas y periódicos; seguí viajando. Pasé largas temporadas en Madrid, en París, tuvimos un hijo. Con mi última novela, El Cacique, gané el premio Planeta de 1963. Además he publicado poesía, dos libros sobre tabernas, otros, ilustrados, de viajes, uno muy grande sobre Salvador Dalí, dos novelas cortas en catalán. Me han traducido a varios idiomas. He pronunciado conferencias en Barcelona y en ciudades próximas y lejanas. En 1967 apareció Tres días de julio, y desde entonces he escrito tres libros más sobre el período histórico que va de 1931 a 1939; y acabo de terminar el quinto.

Soy el segundo de cuatro hermanos; vivo con mi mujer y mi hijo, un hijo que ya es un hombre. En los últimos años han muerto mis padres y me he sentido huérfano. Cuando no viajo, mi vida transcurre en los tres vértices de un triángulo formado por Barcelona, Cadaqués y una pequeñísima aldea en la sierra del Cadí. Sigo trabajando aquí o allí, donde me encuentro. Después de publicar una veintena de libros, si se agruparan los trabajos sueltos formarían diez o quince volúmenes más.

Me gusta un dibujo de Goya que representa un hombre muy viejo que se apoya en dos bastones, cuya leyenda dice: «Aún aprendo».