37

Cuando llamaron a la puerta de la biblioteca, Lucas tuvo un presentimiento que le provocó un escalofrío. Era una mujer, pero no era Molly. Ni Evangeline. Ni Beth. Resignado, se levantó.

—Pasa, Judith —dijo.

—Sabías que era yo —comentó esta tras abrir la puerta y entrar despacio en la habitación—. Siempre pareces saber cosas así.

—En este caso fue un simple proceso de eliminación. No intervino ningún poder psíquico. ¿Qué quieres?

Cerró la puerta, cruzó la mitad de la habitación y se detuvo. Tenía una mano enguantada pegada a un costado.

—La señorita Ames me ha aconsejado que te enfrente con mis miedos —anunció.

—Tendría que haberme imaginado que Evangeline estaba de algún modo detrás de esto. —Le indicó con gravedad una silla—. Será mejor que te sientes porque sospecho que pronto tendré que hacerlo yo. Algo me dice que vamos a tener otra conversación difícil.

—Nuestras conversaciones han sido siempre difíciles. —Judith se quedó de pie.

—Por extraño que parezca, recuerdo haber hecho una observación parecida a la señorita Ames —dijo Lucas con una mueca—. ¿Vas a sentarte?

—Preferiría quedarme de pie.

—Como quieras. —No tuvo más remedio que hacer lo mismo y observarla desde el otro lado del escritorio—. Supongo que se trata de Beth y de Tony.

—Naturalmente. —Una mezcla de rabia y de miedo ensombrecía los ojos de Judith—. En cierto sentido, se ha tratado de ellos desde el primer día, ¿no?

—Judith, creo que sería mucho mejor que no dijeras nada más sobre ese tema —aseguró Lucas, frotándose las sienes con gesto pensativo.

—¿No crees que ya va siendo hora de que hablemos con la verdad por delante? —preguntó Judith, furibunda—. Sé lo que pensaste todos esos años atrás, cuando me casé con tu padre con unas prisas tan indecorosas. Sé lo que pensaste cuando nacieron los gemelos casi dos meses antes de que saliera de cuentas. Creías que había perdido la honra con otro hombre, que estaba embarazada cuando me casé con George y que por eso mis padres me obligaron a contraer un matrimonio tan espantoso. Nunca dijiste ni una palabra, pero podía ver tu mirada acusadora.

—Eso no importa, Judith. Ni entonces ni ahora —comentó Lucas, bajando la mano.

—Importa porque estabas en lo cierto —dijo tras acercarse un paso a él con los hombros rígidos—. Me había dejado embarazada un hombre casado que me doblaba la edad. No fue que me sedujera. Fue una violación, pero, por supuesto, nadie podía decir esa palabra en voz alta.

—Ya basta, Judith.

—Se llamaba Bancroft. Hace cinco años encontraron muerto al muy cabrón en un callejón, delante de un burdel. La prensa no prestó atención al lugar donde había fallecido, claro. Hubo enormes protestas sobre el horroroso aumento de crímenes callejeros.

Era evidente que Judith no iba a sentarse. Lucas se dirigió hacia la ventana y contempló los oscuros jardines.

—Todo el mundo se preguntó adónde iríamos a parar si un caballero de la categoría social de Bancroft no podía andar seguro por las calles —prosiguió Judith, sin que se le alterara la voz—. Pero cuando vi los relatos sobre su muerte en los periódicos, me alegré. Aquel cabrón estaba muerto. Un infarto, según la prensa. No era la clase de justicia que había ansiado todos esos años, no era una auténtica venganza, pero por lo menos estaba muerto. Durante un tiempo, dormí mejor por la noche.

—¿Has terminado? —preguntó Lucas sin apartar los ojos de los jardines.

—No. —A Judith se le hizo un nudo en el garganta—. Dormí mejor hasta que tu abuelo murió y te lo dejó todo. Ya era bastante malo que George no hubiera previsto nada para los gemelos, pero cuando me di cuenta de que tu abuelo tampoco lo había hecho y que tú controlabas la fortuna de la familia, empecé a conocer una clase de pánico que jamás entenderás.

Lucas volvió la cabeza para mirarla.

—¿De verdad crees que desheredaría a Beth y a Tony para castigarte?

—No lleváis la misma sangre —dijo Judith con amargura—. Y tú lo sabes.

—Eso no importa.

—¿Porque la ley los reconoce como descendientes de George? Soy muy consciente de ello. Pero tú sabes la verdad. Puedes dejarlos tranquilamente sin nada cuando se casen y decirte a ti mismo que no les debes nada.

—Eso no pasará.

—Has esperado todos estos años para vengarte de mí por las mentiras con las que tuve que vivir todos estos años. Tu padre estaba en Egipto cuando los gemelos nacieron. Nunca dio la menor muestra de que sospechara que los niños no eran suyos.

—A padre le interesaba muy poco cualquiera de sus hijos —aseguró Lucas.

—Es verdad. Pero tu abuelo siempre sospechó la verdad. Se lo veía en los ojos. Estoy segura de que eso fue lo que lo llevó a dejártelo todo a ti.

—Nada de eso importa —dijo Lucas mirándola directamente a los ojos—. Ya puedes dejar de atormentarte con tus miedos. Una semana después de heredar el patrimonio de mi abuelo, redacté los documentos necesarios para asegurarme de que en caso de que algo me pasara, Tony, Beth y tú recibierais la mayor parte de la fortuna familiar.

—¿Por qué ibas a ser tan generoso si sabes que no te unen a ellos lazos de sangre? —soltó Judith, incrédula.

—Porque eso no importa —respondió Lucas—. ¿Cuántas veces voy a tener que repetirlo? Beth es mi hermana y Tony es mi hermano. Siempre lo serán. Te aseguro que les he dejado el porvenir asegurado en mi testamento. Tú también estás incluida. Ninguno de vosotros acabará en la calle, puedes creerme.

Judith parecía desconcertada.

—Me gustaría creerte —comentó con el semblante iluminado.

—Sé que no tienes una opinión demasiado buena de mí, pero ¿os he mentido alguna vez a ti, a Tony o a Beth?

—No —aceptó Judith, mordiéndose un labio.

—Entonces por el bien de tu cordura y de tus nervios, espero que me creas.

—No sé cómo agradecértelo —susurró Judith.

—No es necesario. Beth, Tony y tú sois mi familia. Eso es lo único que importa.

—La señorita Ames me dijo que pensarías así.

Llamaron con brío a la puerta. Lucas, que agradeció la interrupción, se situó otra vez tras el escritorio.

—Adelante, Evangeline —dijo—. Creo que Judith y yo ya hemos terminado. —Miró a Judith—. ¿O querías algo más?

—No —contestó Judith, ya recuperada—. Nada más.

La puerta se abrió y Evangeline les dirigió una sonrisa.

—¿Seguro que no interrumpo nada importante?

—En absoluto. —Judith le respondió con una sonrisa temblorosa—. Voy a mi habitación a hacer el equipaje. He decidido regresar a Londres con Florence por la mañana. Nuestras doncellas nos acompañarán, por supuesto.

—¿Ya nos deja? —lamentó Evangeline.

—Beth y Tony encuentran este sitio fascinante, pero ni Florence ni yo nos hemos sentido nunca cómodas en Crystal Gardens. —Judith avanzó hacia la puerta—. La presencia de Beth basta para evitar cualquier posible falta de decoro. Si me disculpáis…

—Naturalmente —respondió Evangeline.

Lucas dudó un instante antes de tomar una decisión:

—Judith, hay algo que tal vez quieras saber.

—¿De qué se trata? —preguntó Judith, tensa, cansada y temerosa de nuevo.

—Investigué la muerte de Bancroft. Puede que te guste saber que los relatos de la prensa eran incorrectos. Aunque siempre suelen serlo, claro.

—No te entiendo —dijo Judith.

—Bancroft no murió por causas naturales. Alguien lo mató.

—¿Estás seguro?

—No hubo la menor duda.

—De modo que debo a un delincuente común la justicia que la sociedad jamás me habría proporcionado —comentó Judith tras respirar hondo.

—Es una forma de verlo —dijo Lucas.

—Espero que sufriera al morir —soltó Judith con el mentón levantado.

—Lo hizo. Te aseguro que sintió pánico antes de morir.

Judith asintió una vez. Una gran calma la invadió. Parecía cansada y aliviada a la vez.

—Gracias, Lucas. Hoy me has dado un regalo excelente, un regalo que siempre te agradeceré, pero Beth y Tony jamás deben saber nada sobre Bancroft.

—No lo sabrán por mí, te doy mi palabra —prometió Lucas—. Pero conozco a Beth y a Tony. Estoy convencido de que son capaces de asumir la verdad. En mi opinión, tienen derecho a saberla. Y en cualquier caso, conociéndolos, tarde o temprano la averiguarán. Sería mejor que tú fueras la primera en decírselo.

—Estoy de acuerdo —intervino Evangeline—. Beth y Tony son unos muchachos admirables. Son lo bastante fuertes como para asimilar los hechos que rodean su nacimiento. Como dijo Lucas, tienen derecho a conocer esos hechos. Entenderán por qué hizo usted lo que hizo.

—Usted también sabe la verdad, ¿no? —Judith suspiró—. Sabe que Beth y Tony no son de mi marido.

—Lucas no me contó nada al respecto, pero mi intuición me dijo que podría ser así —dijo Evangeline—. Explicaba muchas cosas, ¿sabe?

Judith guardó silencio un buen rato. Después inspiró hondo.

—Tal vez tengáis razón —dijo, y miró a Lucas—. Estás en lo cierto cuando dices que Beth y Tony son fuertes. Es más, te deben a ti gran parte de su fortaleza interior y de su carácter. Ahora me doy cuenta.

—No descartes tu valor y tu determinación para proteger a tus hijos, Judith —dijo Lucas—. Beth y Tony heredaron de ti una gran parte de su fuerza de voluntad y de su carácter.

Judith dirigió una sonrisa temblorosa a Evangeline.

—Gracias por animarme a hablar hoy con Lucas. Me he quitado un peso enorme de encima.

Salió al pasillo y cerró la puerta tras de sí sin hacer el menor ruido.

—Es evidente que conseguiste tranquilizarla —dijo Evangeline a Lucas.

—Hice lo que pude. Pero se ha pasado casi veinte años hecha un manojo de nervios. Puede llevarle tiempo aceptar que no tengo ningún interés en vengarme de ella y, mucho menos, de privar a Beth y Tony de lo que les corresponde por derecho.

—Por su parte, cuando era joven, tuvo que sentirse totalmente atrapada y sin salida.

—¿Cuándo dedujiste la verdad? —quiso saber Lucas.

—Casi de inmediato. Como dije a Judith, explicaba muchas cosas del pasado.

—Tu intuición es mejor que la mía, por lo menos en este asunto. Siempre había estado seguro de que estaba embarazada cuando se casó con mi padre, pero suponía que tenía un amante que, por algún motivo, no podía casarse con ella. Me llevó mucho más tiempo darme cuenta de que la habían violado. —Lucas recogió el abrecartas de plata y lo balanceó entre dos dedos—. Su agresor era un hombre mayor, casado, que se codeaba con la alta sociedad.

—Me asombra que te confiara semejante secreto.

—Hoy me contó la verdad, pero lo cierto es que di con ella hace cinco años. En el transcurso de un caso que estaba investigando, me enteré de unos viejos rumores. Un caballero había atacado violentamente y casi matado a una joven prostituta de la cual era cliente. No era la primera. La dueña del burdel pidió a mi conocido de Scotland Yard que investigara. Él sospechaba de Bancroft desde hacía años, pero no podía hacer nada debido a su posición social.

—¿Y tu amigo de Scotland Yard te pidió que investigaras el asunto?

—Sí. Entré en la biblioteca de Bancroft y encontré sus diarios. Había anotado con mucho cuidado los detalles de lo que él denominaba sus «conquistas». No se había molestado en mencionar los nombres de las prostitutas a las que había atacado. Pero sí figuraban los nombres y las descripciones de las mujeres que consideraba respetables. A lo largo de los años habían sido víctimas suyas varias institutrices, damas de compañía y jóvenes de familias que carecían de poder social.

—¿Encontraste el nombre de Judith en la lista?

—Sí.

—Me alegra que pudieras asegurarle que su muerte fue violenta —indicó Evangeline con el puño cerrado.

—Eso ha sonado un poco sanguinario —comentó Lucas con las cejas arqueadas.

—Sí, ¿verdad? Todo este tiempo el motivo de su agitación interior no erais tú y tus poderes, sino que no se le hubiera hecho justicia hace tantos años, por no hablar del trauma que vivió y del precio que pagó. Decidió que tú eras el origen de su miedo porque presentía que conocías su secreto mejor guardado.

Lucas dejó el abrecartas con mucho cuidado.

—No le conté todo sobre la muerte de Bancroft.

—Le contaste lo suficiente. Lo importante para Judith es que Bancroft pagó por lo que le hizo. No era necesario decirle que fuiste tú el responsable de su muerte.

—¿También adivinaste eso? —se sorprendió Lucas.

—Te conozco. Sé lo que habrías hecho después de encontrar el nombre de Judith en la lista.

—Me aseguré de que al final Bancroft supiera exactamente por qué iba a morir. Le costó un poco hacerse a la idea de que iba a matarlo por lo que había hecho años antes a una mujer.

Evangeline se acercó a Lucas y le rodeó el cuerpo con los brazos.

—Explicaste las cosas a Bancroft, supongo.

Lucas la estrechó contra su corazón.

—Le dije que había cometido un crimen contra mi familia y que iba a pagarlo.

—Por supuesto —dijo Evangeline.