26
Evangeline estuvo un rato sentada, tomando té. Al final se levantó y salió al pasillo para dirigirse hacia la biblioteca. La puerta estaba abierta. Lucas estaba de pie tras la mesa, examinando a la luz deslumbradora de una lámpara de gas el farol que se convertía en arma. Al verla le brillaron un poco los ojos.
—Evangeline —dijo—. Excelente. Iba a pedir a alguien que fuera a buscarte. Entra y cierra la puerta. Se ha vuelto casi imposible tener algo de intimidad en esta casa. Cualquiera diría que estoy celebrando una de esas malditas fiestas que duran varios días. Y pensar que había planeado montar mi campamento aquí, en la biblioteca, unos cuantos días o semanas para llevar a cabo una sencilla investigación de un asesinato.
Evangeline entró en la habitación y cerró la puerta.
—¿Hay investigaciones sencillas cuando se trata de un asesinato?
—Buena pregunta. Depende de lo que uno entienda por «sencilla». Suele ser bastante fácil identificar al asesino o a la asesina. Lo difícil es entender por qué lo hizo. La gente te sorprende con explicaciones y excusas increíbles. Pero, según mi experiencia, solo hay un puñado de razones para matar a alguien.
—¿Y cuáles son?
—Celos, venganza, codicia, miedo y placer.
—¿Placer?
—El término más habitual es «locura». —Lucas arqueó las cejas—. Algunos asesinos disfrutan al matar, Evangeline. Para ellos es un juego fabuloso, y es a ellos, en su mayoría, a los que yo doy caza.
—Los asesinos locos.
—Sí.
—No parece que tu tío fuera asesinado por ningún loco —comentó Evangeline, echando un vistazo al farol.
—Creo que podemos recurrir a uno de los demás móviles tradicionales para explicar el asesinato del tío Chester y posiblemente de la señora Buckley. A partir de lo que averiguamos ayer por la noche cuando nos encontramos con los intrusos, parece que el móvil fue la codicia. —Lucas miró el farol—. Puede que esta sea el arma asesina.
—Eso explicaría por qué el cadáver de tu tío no presentaba ninguna herida.
—El asesinato por medios paranormales no deja ningún indicio evidente. La muerte suele parecer debida a un infarto o a un derrame cerebral.
—Dios mío, ¿has investigado ese tipo de asesinatos?
—Sí, pero son muy poco frecuentes. —Dejó el farol en la mesa—. Hay muy pocas personas con facultades psíquicas capaces de cometer un asesinato de esa forma.
Evangeline se quedó helada.
—Tú no eres ninguna asesina, Evangeline —aseguró Lucas, que se dio cuenta—. Mataste en defensa propia. Es algo muy distinto. Siéntate y dime por qué has venido a verme.
Evangeline se arrellanó en una de las butacas de lectura y se puso bien la falda distraídamente.
—Acabo de tener una conversación bastante incómoda con Judith.
—No es nada extraño —soltó Lucas—. La mayoría de mis conversaciones con Judith pueden calificarse de incómodas. —Se apoyó en el borde de la mesa—. Algunas podrían clasificarse como muy desagradables. Supongo que te habrá advertido de que soy un hombre peligroso, mentalmente desequilibrado, dado al pasatiempo morboso de investigar asesinatos de lo más espantosos.
—Veo que eres consciente de lo mucho que la perturba la idea absurda que se ha formado de ti.
—Me gusta que hayas utilizado el verbo «perturbar» —comentó Lucas tras cruzar los brazos—. Aunque debo admitir que tiene sus motivos para pensar como piensa.
—Te tiene miedo.
—Evidentemente.
—Entiendo que la pusieras muy nerviosa cuando acababa de casarse. Al fin y al cabo, te estabas enfrentando a la aparición de tus poderes, y ella ni siquiera cree en los fenómenos paranormales. No es extraño que creyera que podías estar un poco desequilibrado.
—Su reacción fue, sin duda, comprensible —coincidió Lucas.
El tono perfectamente neutro de su voz despertó la intuición de Evangeline, que supo que había algo más.
—Tú, por otra parte, te sentías molesto con ella porque acababas de perder a tu madre —prosiguió Evangeline con cautela—. Además, te estabas convirtiendo en un hombre. Lo último que querrías era tener una madrastra. Que Judith no fuera mucho mayor que tú os dificultaría mucho las cosas a ambos.
—Sí —corroboró Lucas, que no dijo nada más.
—Aun así, cabría pensar que la hostilidad entre los dos se habría suavizado un poco con el paso de los años.
—Sí, cabría pensarlo. —Lucas estuvo de acuerdo.
Evangeline reconocía un muro infranqueable cuando chocaba de cabeza con uno. La relación tirante entre Lucas y Judith no era asunto suyo. Después de todo, no era miembro de la familia. Pero no pudo evitar insistir.
—Judith dijo que cuando eras más joven tenías la costumbre de salir a la calle de noche y que no regresabas hasta el amanecer. Supongo que fue cuando empezaste a investigar asesinatos.
—Sí.
—Pero había algo más, ¿verdad?
—¿Quieres saber qué hacía aquellas noches?
—Algo me dice que es importante.
Lucas se la quedó mirando fijamente un rato con ojos lúgubres e impenetrables. Al verlo, supo que dudaba cuánto contarle, no porque no confiara en ella, sino porque no sabía cómo iba a reaccionar.
Cuando el silencio se prolongó, Evangeline suspiró y se recostó en su asiento.
—No pasa nada, Lucas. Comprendo que no me lo quieras contar. Tienes derecho a tener secretos.
—Tú me has confiado tus secretos más íntimos. Lo justo es que yo te cuente los míos.
Se separó de la mesa para acercarse a las ventanas medio tapadas. Se quedó un momento en silencio. Evangeline aguardó.
—Traté de hablar sobre mis sentidos paranormales con mi padre, pero pronto me dejó claro que los consideraba un defecto. Se enojó y aseguró que había heredado mis poderes de la familia de mi madre, lo que era manifiestamente falso. Me advirtió que guardara silencio sobre mis habilidades. Hablé con mi abuelo, que me confirmó que había heredado mi afinidad por la energía psíquica más oscura de mi línea paterna. Las facultades no aparecían con frecuencia, pero cuando lo hacían, solían resultar desastrosas.
—¿De qué modo?
Lucas sujetó el alféizar de la ventana con una mano.
—Algunos de mis antepasados podían controlar sus poderes. Otros, no —respondió—. Los que no lo lograban, lo mismo que otros miembros de la familia, solían creer que sus sensibilidades eran obra de fuerzas demoníacas. Más de uno de mis predecesores terminó sus días en un manicomio privado.
—Los fenómenos paranormales no eran demasiado conocidos en el pasado.
—Los fenómenos paranormales no son mucho más conocidos ahora, como los dos sabemos muy bien —dijo Lucas, mirándola.
—Cierto. —Consiguió esbozar una ligera sonrisa—. En la actualidad, las habilidades psíquicas son vistas como una especie de entretenimiento para fiestas y reuniones. Estamos invadidos de médiums farsantes y de personas que aseguran poseer poderes psíquicos.
—El problema con suponer que todos los que practican fenómenos paranormales son unos farsantes es que se te pueden pasar por alto los auténticos hasta que es demasiado tarde.
—¿Qué quieres decir?
—Cuando me percaté de que mis facultades se volvían más fuertes y que me conducían hacia las escenas de crímenes violentos, supe que tenía que aprender a controlar mi aspecto psíquico. La alternativa era arriesgarme a volverme loco o quizás algo peor.
—¿Qué podría ser peor?
—Convertirme en un depredador humano, en uno de los monstruos.
—Eso nunca —dijo Evangeline rotundamente—. Tú no eres así.
—Me gusta pensar que eso es cierto, pero cuando tenía diecinueve años, estuve muy cerca, Evangeline.
—No, jamás.
—Fui en busca de un mentor, un guía, alguien como yo que pudiera enseñarme lo que necesitaba saber para dominar mis facultades —explicó Lucas sin hacerle caso—. Visité todos los médiums de Londres y asistí a todas las demostraciones de poderes psíquicos que pude encontrar. Me sumergí en los ambientes de quienes practican los fenómenos paranormales y, pasado algún tiempo, empezaron a confiar en mí. Todos los médiums eran unos farsantes, claro, pero algunos de los que afirmaban poseer habilidades paranormales eran auténticos.
—Me imagino.
—Empecé a oír rumores sobre un hombre con unas facultades especialmente poderosas al que llamaban Maestro. Los que tenían poderes hablaban de él en voz baja. Decidí buscarlo.
—¿Porque se decía que era tan poderoso?
—No, porque por los indicios que me llegaban, estaba convencido de que sus facultades eran muy parecidas a las mías.
—¿Lo encontraste? —preguntó Evangeline.
—Sería más exacto decir que él me encontró a mí. Él también había oído rumores, ¿sabes? En las calles se había corrido la voz de que había un muchacho que acudía a las escenas de asesinatos y de actos violentos, un muchacho que hacía poco había llegado a la escena de un crimen a tiempo para detener al asesino, que más tarde fue encontrado muerto en el callejón, aparentemente víctima de un infarto.
—¿Cosa tuya? —preguntó Evangeline en voz baja.
—Fue la primera vez que usé mis facultades de esa forma —confesó Lucas—. La primera vez que vi que podía hacer aquello. El hombre me atacó. Iba armado con el cuchillo que había planeado clavar a la mujer. Hubo un forcejeo. Le nublé la mente con horrores insoportables. La impresión le paró el corazón.
—Reaccionaste instintivamente en defensa propia, igual que yo cuando me encontré a Douglas Mason en lo alto de la escalera.
—Aquel hombre no murió al instante —aclaró Lucas—. Le llevó… unos segundos.
—Tiempo en el que estuviste en contacto físico con él. Sentiste las espantosas corrientes de la muerte, la impresión que yo viví cuando Mason murió. Solo la he vivido una vez, pero sospecho que la sensación rondará mis sueños el resto de mi vida.
—No hay nada comparable a la terrible energía que se genera en el momento en que se produce una muerte violenta.
—Creo que has vivido esta terrible sensación más de una vez —comentó Evangeline, comprensiva.
—Demasiadas veces. No es bueno para el alma.
—No, estoy de acuerdo. Pero en esa ocasión salvaste no solo tu propia vida sino también la de la que iba a ser su víctima. Habría muerto si no hubieras interrumpido a tiempo al asesino.
—¿Y todas las demás antes que ella, Evangeline? ¿Las que no logré salvar porque me costó demasiado tiempo averiguar la forma de actuar del asesino?
—No puedes culparte por no poder leer el pensamiento de un loco. Nadie puede hacer eso. La cuestión es que lo detuviste. Como un médico que pierde pacientes, tienes que aprender a concentrarte en la gente a la que has salvado.
—Una analogía interesante —dijo Lucas con una sonrisa forzada en los labios—. ¿Cómo puedes seguir siendo tan romántica después de todo lo que te ha pasado?
—No estoy siendo romántica. Simplemente he destacado que has salvado a una gran cantidad de personas. Lo mires como lo mires, eso te convierte en un héroe.
—No, Evangeline. Hago lo que tengo que hacer debido a la naturaleza de mis facultades. Podría decirse que me fuerzan a hacerlo.
—Puede que te sientas obligado a salvar a otras personas y a destruir a quienes se ensañan con los vulnerables, pero no puede decirse que eso sea un defecto. Por el amor de Dios, Lucas, es evidente que eres dueño de tus poderes y, por lo tanto, de ti mismo.
—No del todo —dijo con los ojos algo brillantes—. No cuando estoy contigo, Evangeline.
—Si te refieres a lo que sucedió entre nosotros ayer por la noche… —comentó, tensa.
—Desde luego.
—Pues te recuerdo que fui yo la que te sedujo.
—¿Es así como lo recuerdas? —Lucas sonrió.
—Recuerdo muy bien lo que pasó —dijo con firmeza—. Así que volvamos al tema de tu relación con ese hombre al que llamaste Maestro.
—Fue ese caso, aquel en el que maté a un hombre por primera vez, el que le llamó la atención. Se puso en contacto conmigo. Hablamos. Al final, me tomó bajo su protección y me enseñó muchas cosas. Me enseñó que los asesinos depredadores suponían el mayor desafío. Durante cierto tiempo les dimos caza juntos, y lo hicimos en secreto.
—¿Les disteis caza? —se sorprendió Evangeline, con el ceño fruncido—. ¿O investigasteis sus asesinatos?
—Ah, sí, veo que captas la distinción. —La sonrisa de Lucas no expresaba diversión, solo un triste pesar—. Te felicito, Evangeline. Has comprendido la diferencia mucho más rápido que yo.
—Estoy segura de que la diferencia entre investigar y dar caza es muy pequeña, a veces indistinguible. —Titubeó—. Creo que puede que no siempre importe.
—Importa. —Empezó a pasear por la biblioteca—. Siguiendo con lo que te contaba, el Maestro era un caballero rico que llevaba una doble vida. Se codeaba con la alta sociedad y pertenecía a los mejores clubes. Guardaba en secreto sus habilidades paranormales y su interés por los asesinatos. Me enseñó a hacer lo mismo.
—Me parece muy sensato —sonrió Evangeline—. Como todos sabemos, los caballeros no afirman poseer facultades psíquicas y no se interesan por las investigaciones de asesinatos.
—Sí, claro. —Lucas sonrió fugazmente con frialdad.
—Muy bien, este caballero y tú disteis caza juntos a asesinos durante cierto tiempo. Supongo que el Maestro tenía alguna relación con la policía.
—Nunca reveló su identidad a las autoridades —explicó Lucas—. Pero sí, solía asegurarse de que encontraran pruebas que las conducían hasta el asesino. Se hicieron algunas detenciones.
—¿Solo algunas? —Evangeline parpadeó.
—Varios de los asesinos simplemente desaparecieron de las calles. —Debió de ver la forma en que ella lo miraba porque sacudió la cabeza—. No fue cosa mía.
—¿El Maestro se erigió en juez, jurado y verdugo?
—En varios casos, sí. Pero tardé un tiempo en caer en la cuenta de lo que estaba sucediendo. El Maestro sabía muy bien qué hacer para no dejar rastro. Desde luego, los asesinos que se cargaba eran malvados. No me daban lástima. Pero pronto me percaté de que yo no podría hacer lo que él hacía.
—No podías convertirte en un asesino a sangre fría, ni siquiera en nombre de la justicia.
—Lo que finalmente comprendí es que el Maestro disfrutaba con lo que hacía, no solo dar caza, como confieso que me pasa a mí, sino también matar. Inevitablemente, nos enfrentamos. Me dijo que yo era demasiado blando, demasiado débil para hacer lo que había que hacer. Estuve de acuerdo en que no estaba hecho para ser su verdadero heredero. Nos separamos. Unos meses después empezaron los asesinatos.
—¿Qué asesinatos?
—Fue hace una década, trece años para ser exactos. Todas las víctimas eran queridas de hombres de la alta sociedad. Todas las muertes estaban pensadas para que parecieran deberse a extraños accidentes, pero no pasó demasiado tiempo antes de que la policía y la prensa se dieran cuenta de que eran obra de un asesino despiadado. El asesino siempre dejaba algo en la escena del crimen. Los periódicos se volvieron locos con la historia. Hasta bautizaron al asesino.
Evangeline hizo mentalmente unos cuantos cálculos rápidos.
—¿Estás hablando del asesino de las cortesanas?
—¿Recuerdas los crímenes? —Lucas frunció el ceño—. Por aquel entonces serías muy joven.
—Tenía trece o catorce años. Lo que contaban los periódicos me causó una gran impresión.
—Y a mí también —dijo Lucas en tono grave—. Me llamaron inmediatamente la atención porque no seguían las formas de actuar que había aprendido en las calles. Los depredadores a los que había aprendido a dar caza solían elegir víctimas a las que nadie echaría en falta, por lo menos en la sociedad respetable. Prostitutas, mendigos y golfillos en su mayoría.
—Entiendo qué quieres decir. Estas víctimas eran prostitutas, pero eran prostitutas muy elegantes. Cortesanas.
—Era como si el asesino estuviera retando a quienes se movían en los círculos más altos. Varios caballeros enviaron a sus queridas a la Europa continental a pasar unas vacaciones prolongadas. Otros contrataron guardaespaldas. Pero la mayoría dejó que las mujeres se las arreglaran solas. Fui a la escena de los dos primeros asesinatos y me fijé que el asesino tenía una forma de actuar concreta. Pero antes de que pudiera encontrarlo, hubo un tercer asesinato. Conseguí llegar al lugar del cuarto crimen cuando la mujer todavía estaba viva.
—Recuerdo haber leído que la cuarta cortesana sobrevivió y que el asesino fue hallado muerto en el lugar del crimen. La víctima afirmaba que la había salvado un desconocido que pasaba por allí y se había dado cuenta de lo desesperada que era su situación. Nunca encontraron al desconocido. Supongo que eras tú.
—Todo tenía que haber terminado de un modo algo distinto. El asesino había notado que me estaba acercando a él. Así que planeó matar tanto a la cortesana como a mí y dejar pruebas en la escena del crimen que me hicieran parecer culpable de los asesinatos. Pero para entonces yo ya sabía la verdadera identidad del asesino. Y llegué mucho antes de lo que él esperaba.
—Salvaste a la cuarta mujer y te cargaste al asesino. He olvidado el nombre del criminal que perpetró los asesinatos de las cortesanas, pero recuerdo que era un caballero que se movía por los círculos más altos de la sociedad.
—Edward Cox —dijo Lucas—. Mi profesor y mi mentor. El Maestro que me enseñó a dar caza y a matar.