9

Aquella noche, las tres estaban con Lucas en la terraza de la casa de campo observando cómo los jardines y el cenador brillaban a la luz de la luna.

—Espectacular. —Clarissa inspiró hondo—. Absolutamente hermoso.

—Pero pueden notarse las siniestras corrientes subterráneas que existen en este sitio —añadió Beatrice—. Hasta mis sentidos normales las detectan. —Se estremeció de forma visible—. Comprendo que su tío no tuviera demasiados problemas con los intrusos, señor Sebastian.

—No —dijo Lucas, que dirigió entonces la mirada a Evangeline—. La mayoría no llegaba tan lejos como usted, señorita Ames.

—Bueno, tengo ciertas facultades —soltó Evangeline con frialdad—. Y este sitio me resulta fascinante.

Lucas sonrió. En medio de ese esplendor plateado, el rostro de Evangeline quedaba ensombrecido y resultaba misterioso.

—Sí, ya lo veo —comentó antes de hacer una ligera pausa—. Le recuerdo que habíamos llegado a un acuerdo.

—Será mejor que se lo cuentes —sugirió Clarissa.

—Estoy de acuerdo —intervino Beatrice—. Creo que podemos confiar en el señor Sebastian. No cotilleará.

—No hay mucho que contar —dijo Evangeline, cruzando los brazos—. Fue un caso rutinario. La clienta era una mujer mayor, lady Rutherford, que había empezado a tener ciertas sospechas sobre el hombre que deseaba casarse con su nieta. Los padres de la muchacha no la escuchaban. Creían que era un partido estupendo, y la joven consideraba a su pretendiente atractivo y encantador. El señor Mason podía ser muy… convincente.

—La prensa lo comentó —aseguró Lucas.

—Empecé a trabajar como dama de compañía de la clienta. De esa manera, la acompañé a varios actos a los que el pretendiente también asistía: una fiesta al aire libre, una recepción, un baile, este tipo de cosas. La primera vez que vi a Mason supe que era un farsante, claro. El problema era demostrarlo.

—¿Sus facultades le permitieron percibir su engaño? —insinuó Lucas con el ceño fruncido.

Evangeline dudó un momento demasiado largo antes de responder:

—Por así decirlo. Naturalmente, nunca se fijó en mí.

—Porque solo era la dama de compañía de la abuela. —Lucas sonrió.

—Es increíble cómo unas gafas, una peluca gris y un vestido pasado de moda cambian el aspecto de una persona —comentó Beatrice.

—Sé muy bien que la mayoría de la gente solo ve lo que espera ver —dijo Lucas—. Siga contando la historia, señorita Ames. Supongo que informó a su clienta de que sus sospechas eran ciertas.

—Sí, y trató de persuadir a los padres de la chica de que investigaran más a fondo las finanzas de Mason. Pero, como dije, era muy inteligente a la hora de ocultar su verdadera personalidad. Lady Rutherford estaba angustiadísima. Así que me dispuse a encontrar pruebas.

Lucas se dio cuenta de que estaba fascinado, como si estuviera mirando una bola de cristal.

—¿Consiguió esas pruebas? —preguntó.

—Sí. —Evangeline movió ligeramente una mano—. En eso consisten mis facultades, ¿sabe? Se me da muy, pero que muy bien, encontrar cosas. Es una habilidad que tengo, en realidad; una habilidad que a veces resulta útil, eso sí. Pero no era más que un entretenimiento para fiestas y reuniones hasta que me incorporé a la agencia Flint y Marsh.

—Me imagino que puede ser una facultad muy útil en su profesión de investigadora —aseguró Lucas.

—Para abreviar, logré localizar unos documentos que dejaban claro que Mason era un farsante. El padre de la joven estaba horrorizado e indignado. Echó inmediatamente a Mason. Lady Rutherford me despidió discretamente y pagó su factura. Eso tendría que haber zanjado el asunto y haber supuesto la conclusión del caso.

Una sensación fría y sombría se apoderó de Lucas.

—Pero no zanjó el asunto, ¿verdad? Mason descubrió de algún modo que había sido usted quien lo había desenmascarado —dijo.

Evangeline volvió la cabeza, sorprendida. Clarissa y Beatrice estaban igual de asombradas.

—¿Cómo lo ha…? —Evangeline no terminó la frase—. Olvídelo. Tendría que haberme imaginado que sospecharía la verdad. Tiene razón, por supuesto. Debió de espiarme después de que dejara la casa de lady Rutherford. Me tendió una trampa. Recibí lo que creí ser el mensaje de uno de los viejos amigos de mi padre. Decía algo sobre el descubrimiento de unas viejas acciones que tenía mi padre y que de repente habían adquirido valor. Me dirigí inmediatamente a la dirección que me habían indicado.

—El edificio abandonado cerca de los muelles donde más tarde se encontró el cadáver de Mason —indicó Lucas—. Se lo encontró allí.

—Sí —corroboró Evangeline, que tensó los brazos cruzados.

Beatrice suspiró.

—Es usted muy intuitivo, señor Sebastian. —Clarissa se movió, incómoda.

—Siga, por favor, señorita Ames —pidió Lucas.

—Cuando llegué a la dirección que me habían dado, tuve que subir un tramo empinado de escalera. Mason se había escondido en una habitación situada en el rellano. Me puso un cuchillo en la garganta.

—Tal como quiso hacer Hobson ayer por la noche. —Lucas reprimió la furia que lo invadía con una gran fuerza de voluntad—. El muy cabrón —añadió en voz muy baja.

Fue consciente del silencio que había envuelto la terraza. Se percató de que las tres mujeres lo estaban mirando, así que refrenó la energía no canalizada que estaba generando.

Clarissa fue la primera en hablar:

—Estuvo a punto de lograrlo. Incluso ahora me dan escalofríos al pensarlo.

—¿Qué pasó después, Evangeline? —preguntó Lucas.

Con el rabillo del ojo vio que Beatrice y Clarissa intercambiaban una mirada. Cayó en la cuenta de que había usado el nombre de pila de Evangeline. El pequeño acto de familiaridad no había pasado desapercibido. Dadas las circunstancias, era muy probable que la intimidad implícita escandalizara más a las amigas de Evangeline que la palabrota que había usado un momento antes para describir a Mason.

—Mason salió de lo que supuse que era una habitación vacía —explicó Evangeline. Su voz era extrañamente regular y demasiado firme—. Me rodeó el cuello con un brazo. Llevaba el cuchillo en la otra mano. Me dijo que iba a castigarme por lo que había hecho. Me dijo que si no colaboraba en mi propia violación, me mataría. Supe que tenía intención de matarme hiciera lo que hiciese, así que decidí que tenía poco que perder. Forcejeamos. Perdió pie, se cayó por la escalera y se partió el cuello. Hui de allí.

Sin decir una palabra, Clarissa tocó el brazo de Evangeline para reconfortarla. Beatrice se acercó a ambas.

Lucas se quedó muy quieto. La oscuridad rugía y se agitaba en su interior. Se recordó que no había nada que pudiera hacer. Mason estaba muerto. Pero la energía negra aullaba en silencio la pérdida de la presa. Se concentró en controlar sus facultades.

Le llevó unos segundos darse cuenta de que Evangeline, Clarissa y Beatrice lo estaban observando con recelo. Captó su tensión y supo que él era el origen de ella. Se esforzó más en contener la avidez que lo acechaba.

—¿Está segura de que Mason está muerto? —dijo.

La pregunta acabó con la quietud antinatural del ambiente. Evangeline fue la primera en relajarse. Clarissa y Beatrice inspiraron hondo.

«La he hecho buena —pensó Lucas—. Las he aterrado a las tres.»

Pero Evangeline, por lo menos, no parecía asustada, sino simplemente cautelosa.

—Estoy totalmente segura de que Douglas Mason murió ese día —aseguró—. No hay la menor duda de ello.

—Aun así, alguien se tomó la molestia de contratar a un hombre para que la matara —señaló Lucas—. La única suposición lógica es que los dos incidentes están relacionados. Pero aunque estuviera equivocado, es evidente que alguien tiene intenciones muy desagradables hacia usted.

—El señor Sebastian tiene razón, Evie —dijo Clarissa con la boca tensa—. Hobson procedía de los bajos fondos, pero tenemos que suponer que este crimen tiene su origen en el asunto de los Rutherford. Y este es un mundo que la agencia Flint y Marsh conoce bien. Mañana por la mañana Beatrice y yo regresaremos a Londres e informaremos a nuestras jefas de lo que ha ocurrido.

—Iniciaremos inmediatamente una investigación —añadió Beatrice—. Entre los esfuerzos del señor Sebastian en los ambientes criminales y nuestros conocimientos de la alta sociedad, averiguaremos quién está detrás de todo esto.

—Regresaré a Londres con vosotras —anunció Evangeline, que descruzó los brazos e hizo ademán de volver a entrar en la casa—. Tenemos que ir a la casa de campo y empezar a hacer el equipaje enseguida.

—No me parece que eso sea prudente —soltó Lucas.

Evangeline y sus amigas lo miraron.

—¿Por qué no? —se sorprendió Evangeline—. Este caso es mío. Conozco los detalles mucho mejor que nadie. Puedo ayudar en las indagaciones.

—Piense en ello desde el punto de vista de quien quiere acabar con usted —dijo Lucas pacientemente—. En la ciudad será mucho más vulnerable que aquí, en el campo.

—¿Por qué dice eso? —se extrañó Evangeline—. En la ciudad estoy en mi casa. La conozco bien.

—Puede, pero parece que el maleante también. De otro modo no habría sabido cómo hacer negocios con criminales como el tal Sharpy Hobson. Es más, le será más fácil acercarse a usted en un entorno urbano. Aquí, en el campo, la gente se fija en los desconocidos que merodean por el vecindario.

—Me gustaría recordarle que me atacaron aquí, no en Londres —replicó Evangeline.

—De noche —señaló Lucas—. Cuando había la certeza de que estaría sola en la casa de campo. Sharpy Hobson no trató de matarla de día porque corría el enorme riesgo de que alguien se fijara en él yendo o viniendo de la escena del crimen.

—¿Está sugiriendo que Evangeline siga viviendo sola en la casa de campo? —preguntó Clarissa—. Después de lo sucedido, no me parece nada acertado.

—Estoy de acuerdo —dijo Lucas—. Por lo tanto, sugiero que se traslade aquí, a Crystal Gardens.

Hubo un momento de asombro total. Y, acto seguido, las tres mujeres empezaron a hablar.

—Eso es imposible —comentó Evangeline—. Entiendo que se sienta responsable de mi seguridad porque soy inquilina suya, y se lo agradezco. Pero, como comprenderá, no puedo instalarme en esta casa.

—No nos apresuremos —intervino Clarissa—. Puede que seas una investigadora experta, pero nunca te has enfrentado a una situación como esta.

—Clarissa tiene razón —coincidió Beatrice—. Por el amor de Dios, Evie, alguien va a por ti. ¿No lo entiendes? Quienquiera que sea este maleante, es evidente que quiere hacerte daño, seguramente asesinarte. Has tenido mucha suerte de sobrevivir a un ataque, a dos si tenemos en cuenta que Mason trató de matarte. Puede que no tengas tanta suerte la próxima vez.

—Suponiendo que haya una próxima vez —se quejó Evangeline.

—La habrá —sentenció Lucas.

Evangeline debió de presentir lo convencido que estaba de ello porque soltó un suspiro resignado.

—Sí —cedió—. Supongo que es posible.

—Haga caso a sus amigas —pidió Lucas—. Sabe que tienen razón.

—No es eso —dijo Evangeline—. Es solo que…

—Lo indecorosa que sería la situación —se anticipó Lucas—. Lo entiendo. Aunque no lo crea, he tenido en cuenta su reputación. Si lo recuerda, tengo una hermana. Sé muy bien que una dama no puede instalarse en una casa ocupada por un hombre soltero y su sirviente masculino. Esta tarde envié un telegrama a mi tía Florence. Llegará mañana en el tren de mediodía. Le aseguro que será una carabina ideal.

Evangeline abrió la boca, pero no se le ocurrió qué decir. Clarisa, asombrada, soltó un grito ahogado. Beatrice sacudió la cabeza, incrédula.

—Es evidente que le ha dado muchas vueltas al problema —dijo Evangeline cuando recuperó el habla.

—Después de traerla aquí ayer por la noche, me pasé un buen rato reflexionando sobre usted y sobre su situación.

Y se pasaría todavía más preguntándose por qué ella no le contaba toda la verdad sobre lo que había acontecido aquel día en que Douglas Mason había muerto en la escalera.