3
La impresión había dejado a Evangeline sumida en un silencio que Lucas estaba convencido de que sería breve. Mientras ella intentaba asimilar aquella información, él la hizo salir de su casa por la puerta principal y echaron a andar hacia Fern Gate Cottage por el camino iluminado por la luna.
—Creía que su tío había muerto de un infarto —dijo por fin Evangeline.
—Eso me aseguraron.
—¿Y no se lo cree?
—No, señorita Ames, no me lo creo. Estoy convencido de que la señora Buckley, el ama de llaves, también fue asesinada.
—¡Cielos! —Evangeline le dirigió una mirada muy rápida y volvió a concentrarse en el camino—. ¿Puedo preguntarle si tiene algún motivo que le haga creer que la muerte de su tío fue provocada?
—Por el momento, lo único que tengo son sospechas.
Evangeline volvió a quedarse callada un instante.
—Comprendo —dijo por fin.
Lucas supo entonces que ya había oído los rumores sobre la vena de locura de la familia Sebastian. Se recordó a sí mismo que era de esperar. El cotilleo estaba muy extendido en Little Dixby. Chester había vivido casi treinta años en Crystal Gardens; tiempo suficiente, sin duda, para impresionar a los lugareños con su comportamiento extraño.
«Debería haber imaginado que pensaría que soy un perturbado», se dijo. Que poseyera unas facultades considerables no significaba que ignorase las habladurías.
Como había aprendido a muy temprana edad que sus poderes paranormales incomodaban y a menudo asustaban a los demás, había hecho todo lo posible para ocultar su verdadera personalidad. Pero con su familia había resultado imposible. Era muy consciente de que algunos de los rumores sobre la locura de los Sebastian procedían del seno de su propia familia.
—No, señorita Ames, no soy ningún perturbado —dijo sin alterarse—. Y el tío Chester, a pesar de todas sus excentricidades, tampoco.
—Comprendo —repuso Evangeline, y guardó silencio.
Lucas se dio cuenta de que, en otras circunstancias, habría disfrutado del paseo a la luz de la luna hasta la casa. Ni siquiera el ser consciente de que Evangeline no sabía muy bien qué pensar de él disminuía la intensa emoción que le producía el estar tan cerca de ella. Advirtió que Evangeline también era consciente de la energía que había entre ambos. Pero sospechaba que se estaba diciendo a sí misma que su tensión se debía a la desagradable experiencia que acababa de vivir.
Hacía un rato, en la biblioteca, había disfrutado observando la forma en que la luz de gas volvía dorados sus ojos pardos y dotaba a las suaves ondas de su cabello de un tono ámbar intenso y oscuro. Por separado, sus rasgos no poseían una belleza especial, pero juntos componían un rostro imponente animado por la inteligencia y una fuerte personalidad. El hombre que quisiera seducirla tendría que ganarse antes su confianza y su respeto. Y lo más probable era que después descubriese que era él el seducido.
La lógica y el sentido común le sugerían que se concentrara en las circunstancias que rodeaban a Evangeline Ames, no en su atracción por ella. Y estaba envuelta en numerosos misterios.
No podía ser mera coincidencia que una joven que resultaba poseer unas grandes facultades psíquicas hubiera elegido alquilar una casa de campo en la que nadie había querido vivir desde hacía años; una casa de campo situada a poca distancia de unas antiguas ruinas de las que emanaba una energía paranormal oscura. Su trabajo de dama de compañía, sorprendentemente bien remunerado, suscitaba más preguntas. También estaba el asunto de su relación con la familia Rutherford, que estaba, a su vez, relacionada con un hombre que había muerto en circunstancias misteriosas. Y para acabar, pero no por ello menos importante, era demasiado pedir el considerar mera casualidad que un asesino armado con un cuchillo hubiese intentado degollarla esa misma noche.
Fuera lo que fuera en lo que Evangeline Ames estaba involucrada, la coincidencia no tenía nada que ver en ello. Pero los misterios que la envolvían sencillamente la hacían más fascinante.
—¿Está segura de que no tiene ni idea de por qué ese hombre la atacó? —preguntó.
—No, ninguna. —Evangeline estaba pendiente de no tropezar en los muchos baches del camino—. Supongo que debió de averiguar que vivía sola en la casa y dedujo que sería una víctima fácil.
—Su acento era de los barrios bajos londinenses.
—Sí, ya me di cuenta.
—Por mi experiencia, los criminales que ejercen su actividad en la ciudad no suelen aventurarse a ir al campo.
Evangeline lo miró. Al advertir que había despertado su curiosidad, Lucas esbozó una sonrisa.
—¿Y eso por qué? —quiso saber Evangeline.
—Porque el entorno les es ajeno —explicó Lucas—. Se les dan bien las callejuelas oscuras, los callejones ocultos y los edificios abandonados. Son ratas urbanas. No saben sobrevivir fuera de su hábitat natural. Es más, en el campo suelen quedar en evidencia.
—Ya veo qué quiere decir. —Evangeline parecía sinceramente intrigada—. La ropa y el acento delatan que son forasteros.
—Aun así, Sharpy Hobson la siguió hasta Little Dixby.
—Bueno, tampoco es que viajase hasta el fin del mundo, ni siquiera hasta Gales.
—No —admitió Lucas con una sonrisa—. Londres está a solo unas horas en tren.
—Cierto. —Evangeline suspiró—. Aunque debo admitir que a veces parece que Little Dixby está en el extremo opuesto del mundo o tal vez en otra dimensión.
—Ayer, en la librería, me dio la impresión de que le gustaba vivir en el campo, por lo menos hasta esta noche.
—Digamos que, hasta esta noche, mi estancia ha sido tranquila hasta el aburrimiento.
—Es usted de Londres —comentó Lucas.
—Sí.
—Como Hobson.
—¿Está insinuando que existe alguna relación entre ese maleante y yo? —preguntó ella, y su voz sonó un poco más aguda.
—Cabe la posibilidad.
—Comprendo su razonamiento, pero, sinceramente, soy incapaz de imaginar cuál pueda ser. Ya se lo dije, jamás había visto a Sharpy Hobson. Créame, si lo hubiera conocido, me acordaría.
—Hay hombres mentalmente desequilibrados que a veces desarrollan obsesiones malsanas por ciertas mujeres. Siguen a sus víctimas para intentar asustarlas y controlarlas. Al final, se vuelven violentos.
—No soy ingenua, señor Sebastian, y no he vivido entre algodones. Sé que esos hombres existen. Pero aunque hubiera logrado atraer sin querer la atención de un individuo así de desquiciado, ¿por qué no me atacó en Londres? Y ¿por qué esperó tanto para seguirme a Little Dixby? Llevo viviendo aquí casi dos semanas.
Lucas vio que estaba verdaderamente desconcertada.
—Es imposible entender cómo piensa un loco —dijo.
—Sí. —Evangeline estuvo de acuerdo—. Pero tendrá que admitir que esta noche Sharpy Hobson no parecía desequilibrado. Afirmó que yo valía dinero para él.
—Puede que no sea Hobson el desquiciado. Quizá la persona desequilibrada de este misterio sea quien lo envió aquí a buscarla.
—¡Cielos! —exclamó Evangeline, estremeciéndose—. Sí, tal vez tenga razón. Sin embargo, este razonamiento también falla. No se me ocurre nadie que pudiera querer matarme, y mucho menos pagar a alguien para que lo hiciese.
Lucas prestó atención a los murmullos y lúgubres suspiros que procedían de lo profundo del bosque, al otro lado del camino, y pensó en sus conocimientos sobre los asesinatos. Había quienes creían que sabía demasiado sobre ese tema. Tenían razón.
—Un enamorado despechado que quiere vengarse podría contratar a un delincuente callejero para matar a la mujer que lo rechazó —sugirió.
—¿Un enamorado? —exclamó Evangeline con un chillido medio ahogado por la incredulidad. Pero se serenó enseguida y añadió—: Por Dios, le aseguro que no es el caso.
Lucas encontró interesante la reacción de la muchacha. Evangeline parecía convencida de que aquella idea era decididamente absurda. Pero a él, a su vez, le resultaba difícil de creer. Evangeline Ames era demasiado interesante, demasiado fascinante.
—Tal vez la persona que encargó el asesinato no sea un hombre. ¿Conoce a alguna mujer que pueda tener motivos para estar celosa de usted?
—Desde luego, tiene usted una imaginación desbordante. ¿No escribirá novelas por casualidad?
—No, señorita Ames. Y tampoco las leo.
—¿Tiene algo en contra de las novelas, señor Sebastian? —preguntó Evangeline, dirigiéndole una gélida mirada de reojo.
—Prefiero adoptar una visión realista del mundo, señorita Ames. Por su propia naturaleza, las novelas, con sus escenas de emociones exaltadas y sus ridículos finales felices, están alejadas de la realidad.
—Por algo lo llaman ficción —sentenció ella en tono despectivo.
—Sí, es verdad —corroboró Lucas.
—Leer novelas es muy terapéutico para algunas personas precisamente porque les permite ver la realidad desde un punto de vista totalmente distinto.
—Si usted lo dice, me lo creo. Volvamos a nuestro misterio.
—Ya se lo dije: no tengo ninguna respuesta —insistió Evangeline.
—Pues vayamos al principio.
—¿Al principio?
—¿Por qué está aquí, en Little Dixby? Ha dejado claro que no le gusta del todo la vida del campo.
Advirtió que Evangeline sopesaba la pregunta unos instantes. A la luz de la luna no podía distinguir su expresión, pero presintió que estaba decidiendo hasta qué punto contarle la verdad.
—Como ya sabe, soy dama de compañía —soltó.
—Una dama de compañía muy bien remunerada a juzgar por su ropa y por el hecho de que puede permitirse alquilar mi casa de campo.
—Ya le expliqué que trabajo para una firma exclusiva. —La voz de Evangeline sonó áspera debido a la impaciencia—. Pero da la casualidad de que tengo otras aspiraciones. No me malinterprete, me gusta mucho mi trabajo en la agencia Flint y Marsh, pero estoy resuelta a cambiar de profesión.
—¿Y qué hará?
—Algo que sin duda usted no aprobará —respondió con el mentón levantado—. Espero poder ganarme la vida como autora de novelas sensacionalistas.
—Debería habérmelo imaginado —dijo Lucas tras soltar una carcajada que a él mismo le sorprendió.
—De hecho, hace poco firmé un contrato con un caballero que publica varios periódicos, el señor Guthrie. Quizás haya oído hablar de él.
—Por supuesto que conozco el imperio periodístico de Guthrie. Ha ganado una fortuna con sus columnas de chismorreos, sus relatos de crímenes escabrosos y sus novelas sensacionalistas por entregas… —Dejó la frase sin concluir al caer en la cuenta de lo que acababa de decir—. Oh, comprendo.
—Publicará mi primera novela por entregas —indicó Evangeline—. El primer capítulo de Winterscar Hall aparecerá la semana que viene en seis de sus periódicos locales más pequeños. Si tengo éxito en la prensa regional, me publicará en su periódico de Londres.
—Felicidades —dijo Lucas.
—No se esfuerce. Ya ha dejado bastante clara su opinión sobre las novelas sensacionalistas.
—Es verdad que no leo novelas pero aplaudo su determinación para ser dueña de su vida. Es una mujer fascinante, Evangeline Ames. Jamás había conocido a nadie como usted.
—Sí, bueno, le aseguro que yo también le encuentro a usted único, señor Sebastian.
—No ha contestado a mi pregunta —comentó suavemente.
—¿La razón de que esté en Little Dixby? —preguntó en un tono que ahora reflejaba diversión—. No es fácil despistarlo, ¿verdad?
—No cuando quiero mucho algo.
—Y ahora quiere respuestas.
—Sí —repuso Lucas. «Y también te quiero a ti», pensó.
—Lo entiendo, ¿sabe? —aseguró Evangeline—. Yo misma soy muy curiosa.
—Ah, sí, esas incursiones en los jardines antes de que yo llegara…
—Reconocerá que han resultado útiles —comentó Evangeline.
—Porque esta noche, cuando Hobson la atacó, sabía que podía esconderse de él si lograba pasar al otro lado del muro.
—No estaba segura de que me siguiera, claro, pero presentí que si lo hacía, seguramente no podría orientarse en los jardines tan bien como yo.
—Al parecer se dirigía al cenador. ¿Cuál era su plan? —preguntó Lucas.
—La laguna —respondió Evangeline—. Hay una especie de energía extraña en esas aguas. Esperaba que si Hobson caía en ellas, se desorientara y quizá se dejara llevar por el pánico.
—Muy bien, señorita Ames. Tenía razón. Las corrientes paranormales de la laguna producen una enorme confusión en la mayoría de las personas, especialmente de noche.
—Eso me parecía.
—Todavía no ha contestado a mi pregunta. ¿Qué la trajo a Little Dixby?
—Mi escritura —contestó ella—. Creía que lo había entendido. El señor Guthrie publicará mi historia por entregas, pero solo tengo escritos los tres primeros capítulos. Para cumplir los plazos de Guthrie he de completar un capítulo por semana, y el contrato estipula que cada capítulo debe tener unas cuatro mil palabras. No puedo permitirme saltarme un solo plazo.
Lucas decidió que le estaba diciendo la verdad. Y que también le estaba mintiendo descaradamente.