32

Un poco después, Evangeline se movió a su lado. Al hacerlo, liberó más fragancias aromáticas de las hierbas. Abrió los ojos y la miró.

—¿Cómo es que no tienes a nadie en este mundo? —preguntó.

Evangeline se incorporó despacio, sin decir nada al principio. Se le había soltado el pelo de las horquillas y se pasó los dedos por los mechones para quitarles los trocitos de hierbas secas.

—Mi padre era inventor —dijo por fin—. Los inventores suelen ser un desastre en cuestiones financieras.

—Te compadezco. Sé lo que pasa con ellos. Siempre necesitan dinero para comprar equipo y materiales.

—Completamente cierto —coincidió, bajando los ojos hacia él—. ¿Cómo lo sabes?

—Uno de mis primos, Arthur, se las da de inventor. Como controlo las finanzas de mi familia, suelo tener noticias suyas a menudo.

—Bueno, en ese caso, quizá lo entiendas —dijo Evangeline, esbozando una sonrisa sardónica—. Mi madre murió cuando cumplí diecisiete años. Me enseñó a llevar la economía familiar y una casa. Tras su muerte, me ocupé de ambas cosas. Por lo menos, traté de hacerlo. Fue cuando me di cuenta de lo difícil que habían sido esas tareas para ella.

—Deduzco que las cosas no iban bien.

—Llevar la casa no era ningún problema, pero mi padre no tenía ninguna noción del dinero. Su única preocupación era tener el suficiente para financiar sus inventos.

—¿Obtuvo alguna patente?

—Me temo que no. Sus inventos no eran lo que la mayoría de la gente llamaría prácticos.

—Inventar artefactos poco prácticos es un defecto bastante común entre los inventores.

—El problema con los inventos de papá es que solo podían utilizarlos quienes poseyeran poderes psíquicos.

—¿Inventaba máquinas paranormales? —preguntó Lucas con una mueca.

—Lo intentaba. Me temo que no era demasiado próspero. El mercado para este tipo de artefactos es bastante reducido, ¿sabes?

—Porque hay muy poca gente que posea la cantidad de poderes necesaria para utilizar máquinas que funcionan con energía paranormal —dedujo Lucas, que cruzó los brazos detrás de su cabeza.

—La mayoría de la gente se reía de él o lo consideraba un farsante. Era bastante complicado, pero te aseguro que era dificilísimo producir los artefactos de mi padre, casi imposible demostrar su funcionamiento y menos aún comercializarlos. También había otros problemas. Cada artefacto que diseñaba mi padre tenía que sintonizarse con las longitudes de onda de la persona que iba a utilizarlo. Papá no podía hacerlo. A mí parecía dárseme bien, pero daba bastante lo mismo porque había muy pocos clientes.

—Pero tu padre siguió adelante con sus inventos —dijo Lucas—. Y seguía necesitando dinero.

—Como has dicho, los inventores son así. Y yo, simplemente, no podía controlar la forma en que papá se gastaba el dinero. Mamá lo había estado intimidando desde hacía años. Era así como nos mantenía solventes. Pero después de que ella muriera, papá se comportaba como si lo hubieran liberado de la cárcel. Se volvió loco con nuestro dinero. Compró equipo para su laboratorio. Adquirió artefactos y cristales carísimos para usarlos en sus experimentos. Yo estaba cada vez más desesperada. Le ocultaba nuestra verdadera situación económica. Le escondía la información sobre nuestras inversiones. Pero era como intentar esconder el dinero a un jugador. Sencillamente, compraba lo que quería a crédito y yo me veía obligada a pagar las facturas.

—Comprendo.

—Logré que fuéramos tirando unos años —explicó Evangeline—. Mantuve las cosas a flote hasta los veintidós años. Ese fue el año que Robert, Douglas Mason, me cortejó. Creía que recibiría una buena dote. Pero ese mismo año, papá logró acabar con la mayor parte de nuestros recursos financieros. Al final, solo nos quedaba la casa y un collar que mamá me había dejado. Antes de morir, me hizo jurar que nunca hablaría a papá de esa joya. Resultó ser un consejo excelente.

—¿Qué pasó?

—Me encaré con papá y le dije que nos enfrentábamos a la quiebra. Esperaba asustarlo para hacerle entender nuestra terrible situación económica. Creía que eso lo obligaría a entrar en razón.

—Tu terapia no funcionó, ¿verdad? Razonar nunca funciona con esa clase de personas.

—Naturalmente, tienes razón. Para mi horror, papá llegó a la conclusión de que la única solución era obtener un préstamo utilizando la casa como garantía. Invirtió el dinero en un proyecto que resultó ser un fraude. No supe lo que había hecho hasta que lo encontré muerto en su taller del sótano. Se había pegado un tiro en la cabeza.

—Dejó que tú encontraras su cadáver —comentó Lucas, apoyándose en los codos.

—Dudo mucho que pensara en ese detalle.

«Seguramente no —pensó Lucas—, pero con ello añadió más crueldad y dolor a todo el asunto.» Contuvo la rabia que crecía en su interior. Reginald Ames no era el primer hombre que se quitaba la vida después de una catástrofe financiera ni sería el último. Pero nunca dejaba de asombrarlo y de horrorizarlo que hombres que en otras circunstancias se enorgullecían de su honor pudieran abandonar sus responsabilidades de una forma que destrozaba a quienes dejaban atrás. ¿Cómo apretaba uno el gatillo en semejante situación, sabiendo que la esposa o la hija de uno tendría que enfrentarse a la ruina social y financiera?

—¿Qué fue del collar? —preguntó en voz baja.

—Por suerte, jamás hablé a papá de él. Tampoco lo mencioné a los acreedores.

—Una sabia decisión.

—Después del entierro, lo empeñé. Conseguí el dinero suficiente para mantenerme a flote hasta que encontré trabajo en Flint y Marsh.

—Tuvo que ser extraordinariamente difícil para ti.

—Ha habido unas cuantas malas rachas —admitió Evangeline—. Pero en cierto sentido me ha ido mucho mejor por mi cuenta, gracias a la agencia Flint y Marsh, y ahora tengo mi escritura. Actualmente controlo mi propio destino.

—Es algo digno de mención.

—Sí.

A regañadientes se puso de pie y le alargó la mano para ayudarla a levantarse de su cama improvisada.

—Los dos vamos a oler a hierbas cuando regresemos a la casa —indicó Evangeline mientras se sacudía el vestido—. Debo de tener aspecto de haberme revolcado en ellas. Lo que es cierto, supongo.

—Volveremos a usar la escalera trasera. —Se abrochó los pantalones—. Nadie nos verá.

Se metió la camisa por dentro de los pantalones, saboreando la agradable sensación de relajación y satisfacción que se había apoderado de él. Un hombre podría acostumbrarse a aquello.

«No —pensó—. Un hombre podría volverse adicto a aquello.»

—Estas fragancias son encantadoras —comentó Evangeline, abrochándose la parte delantera del canesú—. Ya veo por qué a la señora Buckley le gustaba dedicarse a esta actividad suplementaria.

—Sus productos tenían mucho éxito entre los visitantes. —Lucas señaló una puerta—. Ahí está la sala de destilación.

—Mi madre tenía una —dijo Evangeline mientras se dirigía hasta la puerta de la habitación contigua—. Recuerdo que cuando era pequeña me encantaba verla preparar tónicos y remedios para el dolor de garganta, la fiebre y cosas por el estilo. Era muy diestra. Creo que en una época más tolerante podría haber sido química.

Lucas se situó detrás de Evangeline y echó un vistazo a la segunda habitación. La luz de la luna entraba por la ventana e iluminaba un banco de trabajo lleno de matraces de cristal, pequeños cacharros y un quemador. Una sensación gélida puso sus sentidos en alerta. Intensificó sus facultades.

Una energía oscura brillaba en el banco de trabajo y en el suelo.

—Lucas —exclamó Evangeline, inquieta—. ¿Qué ocurre? ¿Qué te pasa?

—Creo que ya sé cómo asesinaron a mi tío. Utilizó veneno. Lo preparó aquí, en esta habitación.

—¿La señora Buckley?

—Sí.

—¿Estás seguro? —preguntó Evangeline.

—Eso explica por qué se fue del pueblo con tanta prisa y por qué nunca vino a verme para hablar de su pensión.

—Pero ¿por qué diablos mataría a tu tío después de haber trabajado tantos años para él? —se sorprendió Evangeline—. Dijiste que eran amantes.

—No puedo decirte por qué lo mató, todavía no, pero la energía que hay cerca del banco de trabajo deja algo claro.

—¿Qué?

—La señora Buckley estaba muy furiosa cuando destiló el veneno.