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—Lady Fulbrook se ha recluido en el campo. —Otford le echó un vistazo a sus notas—. Dicen que está muy alterada por el asesinato de su marido.
—Me apuesto lo que sea a que es una exageración —replicó Ursula—. Estoy segura de que la descripción más acertada sobre sus sentimientos sería: aliviada de habérselo quitado de encima.
Estaban reunidos de nuevo en la biblioteca de Slater, escuchando las noticias más recientes de boca de un emocionado Otford. Ursula estaba sentada en el sofá junto a Lilly, que estaba sirviendo el té. Slater se encontraba tras su escritorio. Ursula pensó que parecía demasiado tranquilo teniendo en cuenta que se había enfrentado a un poderoso criminal unas horas antes. Ella, por su parte, no se sentía tan relajada ni tan compuesta. Pero sí que sentía, admitió, un gran alivio y una gran satisfacción por el arresto de Cobb.
Otford pasó otra hoja de su cuadernillo.
—Solo he encontrado a una persona en la mansión de los Fulbrook en Mapstone Square, un jardinero. Conseguí hablar con él a través de la verja trasera. Dice que lady Fulbrook ha despedido a toda la servidumbre, menos a él. Según el hombre, lady Fulbrook se subió a un carruaje de alquiler antes de mediodía y se marchó a la casa solariega de la familia.
Ursula cogió la taza.
—Lady Fulbrook odiaba a todos los criados. No confiaba en ellos. Creía que la espiaban.
—Era una prisionera en su propio hogar. —Lilly parecía pensativa—. Y ahora es libre.
Ursula miró a Slater.
—¿Qué va a pasarle a Damian Cobb?
—Me han dicho que le ha enviado un telegrama a su abogado en Nueva York, que sin duda lo dispondrá todo para que contrate al mejor abogado de Londres. —Slater cogió sus notas—. Por supuesto, existe la posibilidad de que acabe en libertad pese a la confesión y a los hechos probados del caso. Pero si tiene esa suerte, mi predicción es que comprará un pasaje a Nueva York en el primer barco que zarpe.
—No se atreverá a demorarse mucho en Londres, eso es seguro —apostilló Otford—. Será muy conocido después del juicio. La prensa y los folletines truculentos, sobre todo El Semanario Ilustrado de Crímenes y Escándalos, estarán plagados de historias sobre su persona durante meses. Aunque el tribunal no lo considere culpable, la opinión pública lo verá de un modo muy distinto. Ya sabe cómo es, señora Kern.
—Sí. —Ursula soltó la taza sobre el platillo, haciendo que la porcelana chocara—. Sé muy bien lo que se siente cuando se es conocido.
Otford se tensó y después se puso muy colorado.
—Siento haber sacado el tema. Bueno, será mejor que me vaya. Tengo que hablar con un tipógrafo. El primer ejemplar de El Semanario Ilustrado de Crímenes y Escándalos sale a la venta mañana. —Hizo una pausa y miró inquieto a Slater—. Señor, nuestro acuerdo sigue en pie, ¿verdad? Le he asegurado al tipógrafo que le pagaré porque usted respalda mi semanario.
Slater se acomodó en el sillón y unió las yemas de los dedos frente a su cara.
—Le ordenaré a mi administrador que le extienda un cheque esta misma tarde.
Otford irradiaba entusiasmo.
—Gracias, señor. Le prometo que disfrutará de una suscripción vitalicia a El Semanario Ilustrado de Crímenes y Escándalos.
—Esperaré con ansia cada número —le aseguró Slater.
—Muy bien, pues, me marcho. —Otford se despidió de Ursula y de Lilly con un gesto de la cabeza—. Que tengan un buen día, señoras. —Se marchó rápidamente.
Lilly miró a Slater.
—Desde luego, has logrado que los sueños de Otford se hagan realidad.
Slater se quitó los anteojos y empezó a limpiarlos.
—Siempre es agradable contar con el apoyo de la prensa.
—¿Aunque haya que pagar para obtener buena publicidad? —replicó Ursula.
Slater se puso los anteojos.
—Siempre y cuando mi inversión resulte rentable, no pienso protestar.
Lilly dejó la taza y el platillo sobre la mesa.
—Disculpadme. Me voy de compras. La noticia sobre la muerte de Fulbrook está corriendo como la pólvora y de repente estoy muy solicitada debido a mi relación con la Agencia de Secretarias Kern. Todo el mundo sabe que una de sus secretarias fue víctima del asesino norteamericano. No han parado de llegarme invitaciones durante toda la mañana. A este ritmo, tendré completa la agenda del mes que viene en breve.
Lilly se dirigió a la puerta y Ursula esperó a que saliera para mirar a Slater.
—No me puedo creer que todo este asunto haya acabado —dijo—. Todo el mundo habla del asesinato de Fulbrook, pero a mí solo me preocupaba la muerte de Anne.
—Lo sé. —Slater la observaba desde el otro lado de su escritorio—. Es posible que Cobb eluda la horca y regrese a Nueva York. Pero aunque ese sea el caso, no podrá escapar al daño en su reputación. La prensa lo ha tildado de asesino a ambos lados del Atlántico. Jamás se librará de las consecuencias. ¿Te bastará con eso?
—Sí —contestó ella—. Quería respuestas y tú me has ayudado a obtenerlas. Si el juez y el jurado fallan, desde luego que no voy a cargarte con la responsabilidad de que te tomes la justicia por tu mano. Ya ha habido demasiada oscuridad. Es momento de que brille la luz.
—Estoy de acuerdo. —Slater miró hacia la ventana—. Y da la casualidad de que está saliendo el sol ahora mismo. ¿Te apetece dar un paseo conmigo?
Ursula sonrió mientras se ponía en pie.
—Me encantaría dar un paseo contigo por el sol, Slater. Voy arriba en busca de mi bonete. —Hizo una pausa mientras se armaba de valor—. Cuando volvamos debo hacer el equipaje y regresar a mi casa.
Slater la observó dirigirse a la puerta.
—No hace falta que vuelvas tan pronto a tu casa. Eres bienvenida y puedes prolongar tu estancia unos días más... o todo el tiempo que quieras. Ya es hora de que retomemos el trabajo de catalogación. Todo este asunto de la investigación lo ha demorado mucho.
Se quedó petrificada. Después de lo que habían pasado, ¿su mayor preocupación era la catalogación de sus antigüedades?
—Será un placer ayudarte en el trabajo —contestó con brusquedad—, pero puedo hacerlo mientras resido en mi propia casa.
Slater observó la colección de objetos antiguos.
—Esta casa parecerá muy... vacía cuando no estés.
—Ambos sabemos que no puedo quedarme de forma indefinida como tu invitada —repuso—. Debo irme a casa. Creo que cuanto antes, mejor.
Sus palabras parecieron herirlo. Ursula se dijo que debía ser fuerte por los dos.
—No tardo —dijo y echó a andar hacia la puerta.
—¿Ursula?
La esperanza la asaltó de repente mientras se detenía en el vano de la puerta. Se volvió al punto.
—¿Sí, Slater? —Intentó alentarlo un poco con su voz.
Slater rodeó el escritorio.
—Se me ha ocurrido que, en cierto modo, hay una persona que ha salido muy bien parada de todo este lío.
Se le cayó el alma a los pies.
—¿Te refieres al señor Otford?
—Estaba pensando en lady Fulbrook.
—Ah, ya te entiendo.
—Ahora lo tiene todo, ¿verdad? —Slater cruzó los brazos por delante del pecho y se apoyó en el escritorio—. El dinero de los Fulbrook, su libertad y un invernadero lleno de plantas de ambrosía. Si le apeteciera, podría dedicarse al negocio de la droga ella sola.
—Es posible —replicó Ursula—, pero dudo mucho que lo haga. Ahora es una mujer rica. Me alegro de que se haya librado de ese horrible matrimonio, pero a la postre no ha conseguido lo que más deseaba. Quería a Cobb sinceramente. Queda bien claro en sus poemas. Soñaba con huir a Nueva York para estar con él. Y ese sueño está destrozado.
—Tal vez no —repuso Slater—. Como ya te he dicho, estoy seguro de que Cobb conseguirá un magnífico abogado. En Nueva York es un hombre rico y poderoso. Tal vez aún pueda hacer realidad el sueño de lady Fulbrook.
—Pero ya nunca será como ella lo imaginaba en sus fantasías. Ahora sabe la verdad sobre él.
Slater asintió con la cabeza.
—La fantasía es algo muy frágil, ¿no te parece? La realidad siempre acaba destrozándola.
Ursula se volvió al punto para mirarlo con una expresión airada. Jamás le permitiría que destrozara sus fantasías. Lucharía para conservarlas.
—¡Qué barbaridad! —exclamó—. ¿Te has fijado en la hora que es? Creo que después de todo no tengo tiempo para salir a pasear contigo. Debo subir y hacer el equipaje.
Slater descruzó los brazos y se enderezó de repente.
—Pero ya habías dicho...
Ursula le regaló una sonrisa férrea.
—Pareces desconcertado, perplejo y tal vez un poco desorientado. ¿Por qué no bajas al sótano y caminas por el laberinto? Allí están todas las respuestas que necesitas, ¿no es cierto? No hace falta que me acompañes a la puerta. Le diré a Webster que mande preparar el carruaje. Dentro de una hora me habré ido.
Se levantó las faldas con las manos y salió hecha una furia al pasillo. De forma deliberada, le cerró la puerta en las narices a un Slater anonadado.
Había poco más que una mujer pudiera hacer. Slater tendría que apañárselas solo. Ese asunto concernía a las emociones, no a la lógica. Cuando reparara en su error, ya sabía dónde encontrarla...
Si acaso llegaba a reparar.