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Lilly cogió la tetera y sirvió té en las dos delicadas tazas de porcelana que había en la bandeja.
—Debo confesar que no había visto a Slater tan interesado en la vida desde que volvió a Londres.
—Sí que parece bastante obsesionado con el asunto del asesinato de Anne Clifton —repuso Ursula.
Era más que consciente del suave tictac del reloj de pie situado en un rincón de la biblioteca. Cada vez que miraba la caja, tenía la sensación de que las agujas no se habían movido.
Nada más descubrir el cadáver en el almacén, Slater la llevó de vuelta a su casa y la dejó allí, con Lilly, los Webster y Griffith. Después, se fue para hablar con alguien de Scotland Yard. Tras volver de ese encuentro, anunció que necesitaba pasar cierto tiempo en la estancia del laberinto. En ese momento, se encontraba en su retiro del sótano. Llevaba allí abajo casi una hora.
—Estoy segurísima de que no es el asesinato de la pobre señorita Clifton lo que ha conseguido que abandone las sombras —afirmó Lilly—. Tú eres la razón de que demuestre más entusiasmo por la vida.
—En fin, fui yo quien llamó su atención sobre el caso —dijo Ursula.
—No, querida, tú tenías toda su atención antes de hablarle del asesinato.
—¿Y cómo es posible que lo sepa?
Lilly esbozó una sonrisa serena.
—Una madre lo sabe.
—Pues a mí me tenía engañada.
—Querida, no hace falta recurrir al sarcasmo. Estoy segura de que Slater sintió un interés personal muy intenso el día que os presenté.
—Deje que le recuerde que, antes de volver a Londres, su hijo pasó un año en una especie de monasterio. Tras eso, se pasó los siguientes años dando tumbos por el mundo en busca de objetos perdidos o robados. Con todo, es evidente que no ha podido tener muchas oportunidades para entablar una relación romántica con nadie. —Ursula carraspeó—. Y posee un temperamento muy saludable y vigoroso.
Lilly parecía complacida.
—Así que has notado su temperamento saludable y vigoroso, ¿no?
—Lo que quiero decir es que estoy convencida de que habría sentido un «interés personal muy intenso» por cualquier mujer soltera a la que hubiera conocido cuando me conoció a mí.
—Créeme, querida, Slater es más que capaz de encontrar compañía femenina si decide hacerlo.
Sin duda era verdad, pensó Ursula. La idea era descorazonadora.
—La prensa publicó que una joven en quien tenía las miras puestas se comprometió y se casó con otro hombre mientras él estuvo en la isla de la Fiebre —comentó con voz apagada.
—Es cierto, sí, pero te aseguro que la relación de Slater con Isabelle no pasó de un breve coqueteo, como mucho. Ella lo utilizó para llamar la atención del caballero que al final le propuso matrimonio. Slater era muy consciente de que ella tenía las miras puestas en otra persona. Le daba igual, porque estaba concentrado en la expedición a la isla de la Fiebre. El matrimonio era lo último que se le pasaba por la cabeza en aquellos días.
—¿Está segura?
—Absolutamente. El corazón de Slater no se rompió en su momento. Pero a lo largo de los años siguientes a su marcha de la isla de la Fiebre, mi preocupación por él ha aumentado. Empezaba a preguntarme si no le quedaba corazón que pudieran romperle.
Ursula levantó la vista de la taza de té.
—¿Por qué lo dice?
—Temía que esos extraños monjes del monasterio hubieran destruido la parte de sí mismo capaz de sentir pasión.
—No —se apresuró a decir Ursula—. Estoy segurísima de que no es el caso. Solo hay que ver lo apasionado que se muestra, porque no puedo usar otra palabra, para resolver el asesinato de mi secretaria.
—Hay asesinatos en Londres todas las semanas. No he visto que Slater se interesase por ninguno. Eres tú quien intriga a mi hijo, Ursula, y por eso estoy más agradecida de lo que jamás podré expresar con palabras. Es como si hubieras abierto de par en par la puerta de una celda y le permitieras salir a la luz del sol.
—Pamplinas —repuso Ursula. Agarró el platillo con fuerza—. Está exagerando demasiado la situación. La verdad es que Slater solo necesitaba tiempo para aclimatarse a la vida en Londres.
La puerta se abrió antes de que Lilly pudiera replicar. Slater entró y una gélida determinación hizo crepitar el ambiente.
—He trazado un plan —anunció.
Procedió a explicarlo con rapidez.
Ursula estaba espantada.
—No puedes hacerlo —dijo Lilly.
—¿Estás loco? —protestó Ursula.
—Tengo entendido que la prensa ha barajado esa teoría alguna que otra vez —respondió Slater.