15

 

 

 

Su boca era increíblemente cálida, dulce y sensual. Era el culmen de los sueños de todo hombre solitario. Mucho se temía que iba a despertarse para descubrir que estaba alucinando. Sin embargo, la respuesta de Ursula actuó como catalizador y lo arrancó de la remota dimensión desde la que observaba el mundo. Lo lanzó a un torbellino de pasión desatada.

Escuchó un gruñido ronco y sonoro, y se llevó una tremenda sorpresa al darse cuenta de que había brotado de algún lugar de su interior. Besar a Ursula era como abrir una puerta en un laberinto, como salir de un lugar oscuro a la luz del sol. Estaba vivo. Era libre. Las sensaciones lo asaltaron en oleadas, tan rápido y con tanta intensidad que casi no podía respirar. La sangre le corrió por las venas como un torrente.

Le soltó la cara y deslizó las manos por su elegante y ceñido torso hasta llegar a la curva de sus caderas. Las capas de ropa y las ballenas del corpiño del vestido evitaban que tuviera un contacto tan íntimo como ansiaba, pero de todas maneras sintió la emoción de saber que estaba muy cerca, de saber que la estaba tocando, de la certeza de que por fin la abrazaba... La emoción de saber que ella también parecía desearlo.

Temía exigirle demasiado antes de tiempo, pero cuando ella le echó los brazos al cuello, la cabeza empezó a darle vueltas.

En un abrir y cerrar de ojos, la tenía acorralada contra la estantería, con una pierna entre las suyas. Las faldas y las enaguas, que le llegaban por los tobillos, quedaron sobre su rodilla.

La mantuvo acorralada, con las manos plantadas a ambos lados de su cabeza, antes de apartar los labios de los suyos con mucho esfuerzo. Ursula se aferró a sus hombros, como si temiera caer al suelo por el asalto. Entretanto, él le acarició la sedosa piel del cuello con los labios. Su aroma, tan femenino, le enardeció los sentidos y tensó todos y cada uno de sus músculos. La tenía tan dura que le dolía.

—Slater. —Ella le habló al oído, con una voz más dulce y más ronca de lo habitual—. No esperaba esto.

—¿En serio? —Alzó la cabeza y clavó la vista en sus ardientes ojos, algo velados por la pasión—. Qué raro. Porque yo lo llevo esperando desde el día que la conocí.

—Entiendo. —Jadeaba y estaba ruborizada.

—¿De verdad?

—Ha dicho que durante su estancia en la isla de la Fiebre llevó una vida monástica y, si los rumores son ciertos, no ha entablado ninguna relación romántica en Londres. No es una condición normal para un hombre de su palpable naturaleza viril.

La realidad cayó sobre él como un jarro de agua fría.

—A ver si te he entendido bien —dijo con voz pausada y tuteándola de repente—. Crees que esto ha sucedido porque llevo demasiado tiempo sin una mujer, ¿es eso?

Ursula dio un respingo, a todas luces alarmada, e intentó apartarse, pero estaba acorralada contra la estantería.

—Solo quiero asegurarme de que sus sentimientos hacia mi persona no están motivados por su largo período de... esto... de celibato.

La miró fijamente un buen rato, sin saber si estaba bromeando o no.

—Se te olvidan los exóticos rituales sexuales en la cámara prohibida —dijo a la postre—. Unos rituales que practico con mujeres ingenuas.

Ursula entornó los ojos.

—Se burla de mí.

—¿Ah, sí?

Ursula se obligó a recuperar la compostura.

—No le doy crédito alguno a esas historias fantasiosas que publica la prensa.

—Tal vez deberías hacerlo —repuso él, que adoptó un tono peligroso a conciencia.

—Paparruchas.

Se le había ladeado el sombrerito negro y, en ese momento, le caía sobre un ojo. Slater apartó las manos de la pared para liberarla. Se enderezó y le colocó el sombrero en el ángulo correcto. El proceso le permitió tocar su pelo cobrizo.

Ursula se apartó con gesto brusco de la estantería y se volvió para mirarlo.

—No estoy rechazando sus avances —se apresuró a decir ella.

—Gracias por explicarlo. Solo por curiosidad, ¿cómo reaccionas cuando rechazas los avances de un hombre?

—No tiene gracia. Intento explicarle la situación.

—Excelente —dijo él—. Ya que estamos, hazme el favor de decirme si recibirás de buen grado más avances de índole íntima por mi parte. Porque si no te interesa semejante relación, prefiero saberlo ahora.

—No me opongo frontalmente a una relación romántica con usted, señor —repuso ella.

Cada vez estaba más desconcertado por esa apariencia tan alterada y sus comentarios contradictorios. Aunque también estaba más que frustrado, una «Ursula alterada» tenía un algo encantador.

—Me das esperanzas —dijo con voz seria.

—Solo quiero que los dos estemos seguros de lo que vamos a hacer —añadió ella, con más pasión que nunca.

Slater levantó una mano para silenciarla.

—Por favor, ni una palabra más. Vas a echar por tierra el momento. Por insignificante que haya sido, quiero atesorarlo.

Ursula alzó la barbilla.

—¿Está diciendo que el beso que hemos compartido es «insignificante», señor?

—Supongo que quieres saber la verdad.

—Por supuesto.

—Muy bien. En ese caso, confieso que ese beso no me satisface ni mucho menos. De hecho, se puede decir que me ha abierto el apetito. Pero, al parecer, tendrá que bastar de momento.

—Entiendo. —Parecía querer decir algo más, pero no le salían las palabras.

—Te toca, Ursula —dijo él en voz baja—. ¿Unos cuantos besos robados te bastan o crees que querrás algo más en un futuro cercano?

Para su sorpresa, Ursula pareció más alarmada si cabía.

—Señor Roxton —masculló—. ¿Tiene que ser tan... tan directo?

—Lo siento. Creo que ya te he comentado que el tiempo que he pasado fuera de Londres ha hecho que perdiera mi habilidad para mantener una conversación civilizada.

—Dudo mucho que pueda olvidarse de algo, señor —replicó ella—. Sencillamente no tiene paciencia para los subterfugios que exige la alta sociedad.

Slater asintió con la cabeza y gesto serio.

—Es verdad. Ursula, el asunto es que estuviste casada. Supongo que estás al tanto de la relación íntima que hay entre dos personas.

—Por supuesto que sí —masculló ella—. Lo sé perfectamente. Pero es evidente que usted es un hombre de fuertes pasiones. Si de verdad le interesa una relación íntima conmigo...

—Ah, sí que me interesa —la interrumpió en voz baja—. Me interesa muchísimo.

Ursula carraspeó.

—En ese caso, debe saber que mi naturaleza no es de extremos.

No la entendió.

—¿De extremos?

Ursula agitó una mano.

—Me refiero a la clase de pasiones extremas que su madre describe en sus obras.

—Nadie en su sano juicio se comporta como los personajes de los melodramas de mi madre. Me temo que te has internado demasiado en la maraña de eufemismos educados. Me he perdido. No tengo ni idea de a qué te refieres.

Ursula lo miró con irritación.

—Solo intento decirle que puede que no sea la mujer adecuada para un hombre de su naturaleza apasionada —repuso—. La verdad es que intento ponerlo sobre aviso.

Se estaba divirtiendo de lo lindo, reconoció Slater.

—Ah —repuso—. Volvemos a tu preocupación por esos exóticos rituales sexuales en la estancia secreta, ¿verdad? No temas, no te expondré a semejantes cosas a menos que me lo pidas.

—Maldita sea, Slater, se burla de mí a propósito.

Sonrió antes de contestar.

—Pues creo que sí. Creo que me gusta mucho tomarte el pelo. Es justo, ya que tienes unas preocupaciones ridículas acerca de tu talante.

Ursula suspiró.

—No se va a tomar mi advertencia en serio, ¿verdad?

—Propongo que examinemos la situación desde mi punto de vista.

Lo miró con expresión inquieta.

—¿Qué quiere decir?

—Teniendo en cuenta mi prolongado celibato, es muy probable que haya perdido la práctica en todo lo relacionado con los rituales sexuales. Seguramente me haya vuelto torpe, puede que hasta me haya convertido en un inepto.

—¿Un inepto?

—Cuando menos, estoy seguro de que he perdido el sentido de la oportunidad —continuó él.

—¿El sentido de la oportunidad?

—Si no me falla la memoria, y después de mi experiencia en la isla de la Fiebre no estoy muy seguro de que no me falle, creo que el sentido de la oportunidad es crítico en los contactos íntimos. Es evidente que hoy he actuado demasiado pronto, por ejemplo.

—No se trata de que haya actuado demasiado pronto —le aseguró ella—. Solo se trata de que me ha pillado desprevenida, nada más.

—Y es culpa mía —dijo.

—En fin, no del todo.

—Teniendo en cuenta mi ineptitud, mi pésimo sentido de la oportunidad y la poca práctica, es evidente que necesito a una mujer que sea paciente conmigo —adujo—. Una que sea comprensiva. Considerada. Cuidadosa.

—Es usted imposible, señor Roxton. —Lo fulminó con la mirada—. Es más, ya me he cansado de sus provocaciones verbales. Le sugiero fervientemente que no diga una sola palabra más acerca de su pésimo sentido de la oportunidad o de su ineptitud en los exóticos rituales sexuales. Si lo hace, daré por concluida nuestra sociedad y continuaré con la investigación yo sola. ¿Lo ha entendido, señor?

Alguien llamó a la puerta y los dos se sobresaltaron. Slater contuvo un gruñido.

Se sacó los anteojos del bolsillo y se los puso.

—Adelante.

La puerta se abrió. Webster apareció en el umbral.

—Lady Roxton está aquí, señor. Pide verlo. Insiste en que es muy importante. —El mayordomo titubeó un segundo antes de añadir con su tono más funesto—: Ha traído a los niños, señor.

—En ese caso, pase lo que pase, que no entren aquí —ordenó Slater—. La última vez que los niños visitaron mi biblioteca, pusieron todo su empeño en destruir mi colección. Miró por la ventana y se dio cuenta de que la niebla se había levantado—. Lleva a los niños al jardín y a lady Roxton a la terraza. Me reuniré allí con ella.

Fue evidente que Webster se sintió aliviado.

—Muy bien, señor.

El mayordomo se fue, cerrando la puerta al salir.

Ursula se volvió hacia Slater.

—Tiene invitados. Querrá intimidad. Yo debería volver a la oficina.

—Bien podrías quedarte y conocer al resto de la familia —dijo Slater.

Ursula lo miró con curiosidad, pero después se concentró en abrir el maletín.

—No quiero interferir en asuntos personales —dijo al tiempo que sacaba un pequeño espejo de mano. Frunció el ceño al ver su reflejo y se llevó una mano a la cabeza para quitar un largo alfiler de sombrero. Se colocó bien el sombrerito y volvió a sujetarlo con el alfiler—. Tengo entendido que su relación con la viuda y los hijos de su padre es complicada.

—Toda mi vida se ha complicado de un tiempo a esta parte —replicó. La vio cerrar el maletín—. Pero también se ha vuelto más interesante.