19
Slater volvió a casa de Ursula en un carruaje de alquiler porque Griffith necesitaba el carruaje para llevar a Hurley y sus baúles al muelle.
La vio donde le había prometido que estaría, observando la calle desde una ventana de la planta alta. Había una vela medio consumida en el alféizar de la ventana que proporcionaba la luz justa para ver que Ursula se había envuelto en un chal. Tenía el pelo recogido en una trenza que le caía por uno de los hombros.
Verla allí hizo que la gélida tensión y la violencia que se acumulaban en su interior se transformaran en otro tipo de tensión, una tensión ardiente. El feroz deseo lo pilló desprevenido.
Se apeó del carruaje con la intención de subir los escalones de entrada. Ursula le abriría la puerta y él la llevaría a la cama.
Sin embargo, Ursula abrió la ventana y se asomó.
—¿Se encuentra bien? —le preguntó.
—Sí —contestó.
—Excelente. En ese caso, buenas noches, señor.
Cerró la ventana con un golpe seco y también los postigos.
No podría haberlo dejado más claro.
Slater contuvo un gruñido y regresó al carruaje de alquiler.