Nota del autor

El corso supone, en primer término, aspectos políticos, sociales, filosóficos, económicos y militares que se entrelazaron para desencadenar la agresión contra Artigas; en segundo lugar, hombres de nacionalidades diversas, que habían luchado muchos de ellos en la marina norteamericana y que actuaron después de modo particular, y en quienes recayeron —desde el bando enemigo— los títulos de filibusteros, facinerosos, bandidos. Pueyrredón declaró pirata a John Danels; Lecor habló siempre de «goletas dedicadas a la piratería». No puede sorprender: también de Artigas, de sus capitanes y de sus gauchos se habló en términos similares.

Pero el corso supone, además, conflictos con intereses imperiales europeos; apoyos en el creciente poderío naval de una nación con cuatro décadas de vida republicana independiente: Estados Unidos; litigios y debates judiciales en las cortes de Maryland; reclamaciones de los estados que se creían perjudicados; con largas secuelas de vaivenes diplomáticos; a su vez, reclamaciones de los capitanes corsarios, que resonaron varios años después de jurada la Constitución de nuestra república; acciones por latitudes y puertos lejanos; informes sobre el desarrollo de la técnica naval que permitió la construcción de las famosas goletas de gavia, cuya unidad pionera bien pudiera ser la Chasseur de Thomas Boyle —en la guerra contra los ingleses de 1812 y 1815— y proclamada Pride of Baltimore («Orgullo de Baltimore»). Supone, en definitiva, una enciclopedia. ¿Enumerar las fuentes históricas? Tarea abrumadora para el autor; y para con el lector, una descortesía.

El texto hubiera podido tener el triple de páginas: no agotaría el tema. ¿La novela total? No entraré en su análisis; mucho menos, en su valoración. ¿Una sucesión de novelas —a modo de capítulos— siempre posibles, desde ópticas narrativas diversas? Cada barco es un mundo; y el corso artiguista presenta —reconocibles, identificados— más de una treintena de barcos. ¿Habría narradores que sostuviesen, al mismo tiempo, una treintena de mundos?

Prefiero ceñirme a un agradecimiento y a una mención. Agradecimiento para la Licenciada Cristina Montalbán, del Centro de Estudios Históricos, Navales y Marítimos, quien me atendió cordialmente cuantas veces acudí al Museo Naval. Y mención para un libro: Los corsarios de Artigas, de Agustín Beraza. Sin propósito de dictaminar en materia que no es de mi competencia, confieso que dicha obra resultó incitadora, fermental, generosa en sus indicaciones bibliográficas, notas, nóminas y diagramas. Barcos, comandos y tripulaciones de mi texto responden al trabajo de la imaginación y combinan datos aportados por Beraza. En algunos «Cuadernos» he aprovechado fragmentos documentales que el citado investigador transcribe (por ejemplo, el parte del capitán de la polacra española San Antonio). Hubo capitanes de Baltimore que sirvieron a la causa artiguista, primero, y a la bolivariana, después, como el legendario John Danels, al mando de su goleta Irresistible. Sobre ellos vertebré la invención del capitán John Blackbourne al mando de la Intrépida.

No estimo indispensable proporcionar la lista completa de las figuras históricas aludidas. Varias de ellas son de conocimiento público; otras pertenecen al pasado norteamericano. Preble, Decatur, Lawrence, Hull, Bainbridge. Los comandantes artiguistas que menciono (con excepción de John Blackbourne) aparecen en las páginas de Beraza, quien señala la existencia de un número crecido de corsarios no identificados todavía. Y en ese rumbo, fértil para la ficción, me orienté, sin cuidarme porque la historia no consigne hasta ahora —sobre las cubiertas corsarias de alta mar— hombres nacidos en la Banda Oriental. De dos cosas estoy seguro. La primera: desde su título, no tiene mi libro una línea escrita sin haber puesto el pensamiento, de modo indeclinable, en quien estableció el reglamento de corso y firmó las patentes: José Artigas. La segunda: muchos capitanes norteamericanos (y de otros países, pues los hubo), peleando en corso por convicción y por ganancia material, me resultan más leales a Artigas que ciertos orientales recibiendo en Montevideo al portugués Lecor bajo palio. Sin barcos, sin marinos, y sin puertos cuando la invasión culminó sus propósitos, Artigas buscó, según advierte Beraza, fuerza de mar donde la había. ¿Ha de extrañar que capitanes nacidos en el extranjero sirviesen al jefe oriental en su resistencia contra la monarquía portuguesa? Recorriendo el litoral brasileño, llegando ante las costas lusitanas, entrando en el Mediterráneo, aquellos marinos —muchos de ellos anónimos para nosotros— dijeron al mundo que, entre convulsiones y padecimientos, una nueva colectividad proclamaba su derecho a la vida y lo afirmaba enarbolando el pabellón tricolor.

A. P.