16

Con gran cantidad de amigable alboroto y confusión, los distintos grupos partieron hacia sus respectivos trabajos.

—Por si quieres saberlo, Kai —encontró tiempo de decirle discretamente Lunzie—, Dupaynil y yo cruzamos unas cuantas palabras interesantes con Cruss por el comunicador. —Una melancólica sonrisa cruzó sus labios—. Dupaynil ha asumido la identidad del nieto de Paskutti y Tardma, y yo opté por la de la nieta de Bakkun y Berru. El actual objetivo de Cruss es sacar a escondidas del transporte a algunos de los suyos y dejarlos en este mundo. Da a entender grandes conexiones y una sustanciosa recompensa por la cooperación. Dupaynil hace un papel de reservado y yo el de suspicaz. Te mantendré informado.

La perspectiva de los equipos pesados gozando incluso de la más tenue ocupación de Ireta era intranquilizadora para Kai. Nunca había sido una persona vengativa, sino más bien justa y tolerante, pero se dio cuenta de que consideraba las tácticas subversivas de Cruss con una emoción que bordeaba la furia. Deseaba poder ayudar a Dupaynil a tender el cebo para la trampa, pero entendió que su furia lo hubiera traicionado. Sintió un profundo placer ante el conocimiento de que Cruss se estaba incriminando cada vez más.

Kai intentó decirse a sí mismo que tales emociones negativas era indisciplinadas y que debía eliminarlas de su sistema. Luego se dio cuenta, y se echó a reír ante ello, que, por asocial que fuera el odio, agitaba tanto la sangre como la imaginación. Estaba seguro de haber sentido sus dedos aquella mañana, cuando se había aplicado el ungüento. Lo más probable era que el progreso se debiera a la eficacia de la nueva medicación, antes que a una regeneración debida a su indignada ira. Flexionó los dedos dentro de sus guantes de piel, que seguía sin poder sentir contra su epidermis. En un cierto sentido era mejor así, porque de este modo podía utilizar sus manos de una forma normal.

Mientras avanzaba por el anfiteatro en dirección a la lanzadera, Kai encontró que el despoblado campamento tenía un aspecto casi sobrenatural. De todos modos, iba a tener pocos motivos de distracción mientras organizaba la información de los hallazgos que habían efectuado Dimenon y Margit el día anterior: una rica veta de metales y de transuránicos, que los equipos pesados hubieran adquirido para ellos si su supremacía en aquel mundo no hubiera sido discutida.

Aún no había alcanzado el iris de la lanzadera cuando oyó el frenético zumbar del comunicador. Corrió hacia el compartimiento del piloto y conectó con tanta fuerza el interruptor que lo sintió vibrar contra su mano.

—Zaid-Dayan a la base de la NE —parpadeaba la señal. Luego la pantalla mostró la sala de control del crucero y a la comandante Sassinak—. Estaba empezando a pensar que habían abandonado todos el campamento. Kai, ¿dispone usted de transporte? Tenemos un gran convoy de theks acercándose y pidiendo permiso para posarse. Su mensaje fue dirigido primero a la radiobaliza de la cueva de los giffs.

—Oh —dijo Kai, recordando que aquél había sido un significativo descuido—. Olvidamos desmantelar la radiobaliza de Portegin.

—No ha causado ningún perjuicio grave…

Pero la sonrisa de Sassinak sugería que Varian se había sentido completamente desconcertada al tener que comunicarse con los lacónicos theks.

—¿Está Tor entre ellos?

—No se han identificado.

—No tengo ningún transporte aquí…

—Descuide, una pinaza está de camino.

Kai había grabado ya mensajes en la unidad de comunicaciones para cualquiera que llamara a la base y comprobado el perímetro del campamento en busca de fallos en la pantalla antes de oír el bang supersónico de la llegada de la pinaza. El globo brilló momentáneamente, luego recuperó su color normal.

El piloto era Fordeliton.

—He traído de vuelta a nuestros camareros. Realmente odiaron tener que dejar las cosas como las dejaron —dijo Ford.

Kai saludó sonriente al primer hombre, que se hizo cargo de los controles de la pantalla de fuerza. Luego entró en la pinaza; Ford le hizo gesto de que se sentara y se colocara el cinturón.

—Nunca había visto tal concentración de nuestros «amistosos» aliados antes. Nuestro oficial científico ha estado monitorizando a los del emplazamiento de Dimenon y jura que han aumentado considerablemente de tamaño.

—Dimenon cree que se están atiborrando. Y que al parecer han consumido toda huella de las antiguas sondas que estuvieron dando señales fantasma en nuestra pantalla.

Fordeliton hizo dar media vuelta a la pinaza, casi sobre sus alerones de cola, y antes de que Kai tuviera tiempo de recuperar el aliento dio energía a fondo. Pese al avanzado diseño de la pinaza, las fuerzas g provocadas por la velocidad supersónica le resultaron incómodas.

—¿Cuántos han sido avistados? —consiguió preguntar Kai a través de unos labios apretados contra los huesos de su rostro.

Bruscamente, la presión cesó.

—Nueve, tres de ellos casi tan grandes como el transporte. O así aparece a nuestros sensores.

Kai se sintió sorprendido ante la magnitud de los visitantes.

—¿Alguno es pequeño? —si al menos Tor estuviera entre ellos, pensó.

—Hay tres Osos Grandes-Grandes, tres Osos Medianos y tres Osos Pequeños-Pequeños. —Fordeliton dirigió a Kai una sonrisa totalmente impenitente—. No se preocupe. Una de las especialidades de Sassinak es la conversación thek. —Luego sonrió con un definitivo asomo de malicia—. Aunque me pregunto si nuestra buena comandante será capaz de manejar tal concentración de los nobles aliados.

La veloz pinaza realizó el viaje en minutos. Ford disminuía la velocidad para iniciar el aterrizaje cuando una señal urgente fue radiada desde el Zaid-Dayan, proporcionando unas coordenadas alternativas de aterrizaje.

—Desean que nos posemos en el asentamiento —dijo Ford, examinando el mapa de la zona, y giró el aparato en la dirección apropiada mientras conectaba la pantalla delantera para una comprobación visual de su llegada—. ¡Y ahora puedo ver por qué!

Inclinándose hacia delante, tensando el cinturón de seguridad para no perderse un solo detalle de la extraordinaria vista que se ofrecía ante él, Kai jadeó, atónito.

La extravagante referencia de Fordeliton a los imponentes theks hizo que Kai sonriera con díscola apreciación ante aquella irreverencia. Su sonrisa se hizo más amplia mientras contemplaba a los tres «Osos» Pequeños-Pequeños, que no debían tener más de dos metros de altura, posarse junto a la compuerta principal del Zaid-Dayan, donde los soldados del crucero estaban corriendo de un lado para otro para situarse en formación ceremonial. Uno de los «Osos» Medianos estaba descendiendo lentamente a la cola de los otros tres. Los dos restantes medianos podían ser divisados situándose a cada lado de la enorme proa del transporte equipo pesado. Con una rápida mirada, Kai situó aquel despliegue, y luego volvió su incrédula mirada hacia los tres inmensos «Osos» Grandes-Grandes, que estaban descendiendo pausadamente sobre la parrilla de aterrizaje más allá del transporte.

—Es una tremenda suerte que los iretanos hayan construido una parrilla de aterrizaje tan grande, ¿no cree? —observó Fordeliton—. De otro modo esos grandes brutos no se hubieran arriesgado a aterrizar aquí. ¡Oh! Creo que he hablado demasiado pronto.

Fordeliton estaba flotando inmóvil encima del lugar de aterrizaje señalado, manteniendo la pinaza a una altitud que le proporcionaba una soberbia visión del acontecimiento. Con gran dignidad, y sin medios visibles de propulsión, los tres theks Grandes-Grandes descendieron su enorme masa sobre la parrilla… pero prosiguieron su movimiento hacia abajo mientras la parrilla empezaba a humear, fundirse y burbujear. El hierro fundido empezó a rezumar en torno a las tres inmensas masas. Fordeliton rugió con carcajadas tan contagiosas que Kai no tardó en unírsele. De pronto el descenso de los theks cesó, y el metal fundido en torno a sus bases pasó en un instante del rojo al opaco color del metal frío, solidificándose.

—Estuvo cerca, ¿no cree? —Fordeliton agitó los brazos, dándole inadvertidamente a Kai un golpe en el pecho, por el que le pidió instantáneamente disculpas—. Espero que alguien lo haya grabado. Es algo que hay que guardar para la posteridad. ¿Qué hubiera ocurrido si simplemente hubieran seguido fundiendo, y fundiendo, y fundiendo, hacia abajo?

—Me temo que no había ninguna posibilidad de que ocurriera eso. La parrilla fue construida aquí porque hay un lecho de roca debajo de esta meseta capaz de retener incluso a los theks. —Kai sonrió a Fordeliton—. Pero dudo que los equipos pesados tuvieran intención de recibir theks. ¿Ha visto usted alguna vez antes algo tan grande?

—Pensé que se habían detenido en ese otro tamaño, el mediano. Kai, ¿qué han descubierto ustedes en este perdido planeta para arrancarlos de sus confortables nichos? Espere, ¿viven realmente los theks en nichos? ¿O en las cimas de las montañas? Bueno, no importa.

Fordeliton hizo aterrizar la pinaza. Él y Kai se abrieron rápidamente camino hacia el Zaid-Dayan, donde Sassinak y un contingente de sus oficiales avanzaban hacia donde estaban acuclillados (si así podía describirse) los theks. Fordeliton y Kai se unieron al grupo. Sassinak saludó su llegada con una inclinación de cabeza.

De pronto un sonido detuvo a todo el mundo, y uno de los Osos no tan Pequeños-Pequeños se movió un poco hacia delante.

—¡Kkkaaaiiii! —el sonido era a la vez una orden y un reconocimiento.

—Eso suena como su nombre, Kai. Es todo suyo.

La comandante hizo un gesto para que avanzara. Ante su sorpresa, le hizo un guiño cuando pasó por su lado.

—¿Tor? —preguntó, deteniéndose delante del thek, porque seguramente se trataba de su conocido de la ARCT-10.

Ningún otro thek hubiera reconocido a un humano entre tantos. Ya era bastante sorprendente el hallarse frente a cuatro theks, rodeados por otros cinco; la situación sería menos difícil si hablaba a través del thek al que conocía.

—Tor responde.

Kai lanzó un suspiro de alivio, y luego se dio cuenta de que Tor estaba respondiendo a una pregunta no formulada. O tal vez a la pregunta que Kai había formulado infructuosamente al thek antes.

Con una velocidad que hacía imprecisos los movimientos, un seudópodo del thek avanzó portando una sonda hacia Kai. Cuando éste adelantó las manos para cogerla, la sonda fue retirada más allá de su alcance, y Kai adelantó más sus manos, sintiéndose más que nunca como un pequeño bribón ante la presencia de los theks.

—Demaaasiaaadooo calieeenteee. Eeexaaaminaaa.

Llevando sus manos a la espalda, Kai se inclinó hacia delante y contempló obedientemente la sonda. Parecía del mismo tipo que el antiguo dispositivo que Tor había recuperado de su abandonado campamento.

—¿Es de diseño thek? —preguntó.

El trueno retumbó bajo sus pies. Aunque el contingente del crucero alzó la vista aprensivamente hacia el cielo, donde las nubes de Ireta rodaban en silencio, Kai reconoció en el tronar un intercambio de conversación thek, y que emanaba de uno de los inmensos theks cuya parte superior era apenas visible por encima de la masa del transporte.

—¿Dónde encontrar?

Kai se sorprendió ante una pregunta tan mundana, pero las coordenadas del sitio brotaron rápido a su mente, y las recitó.

Luego el trueno retumbó de nuevo, y fue respondido por un ruido menor, que Kai decidió era la respuesta de Tor a los theks de más elevada categoría, como si se volviera cortésmente en dirección del que había formulado la pregunta.

—Kai, pregunte si este planeta es reclamado por los theks —indicó Sassinak, inclinándose hacia delante para murmurar a su oído.

—¡Verificando! —respondió el thek, ante la sorpresa de todo el mundo, y luego aumentó la sorpresa con una segunda orden gratuita—: Iros. Contactaremos.

La figura de Tor adoptó la rigidez que significaba que no iba a responder a ninguna otra pregunta.

—¿Nos despide así? —Sassinak parecía más divertida que ofendida por la brusquedad del thek—. ¿Acudirán de nuevo a nosotros cuando hayan pensado detenidamente sobre el asunto?

Kai se volvió en redondo a Sassinak.

—Diría que eso es un buen análisis de la conversación —admitió Kai.

De nuevo pensó en la descarada analogía que había hecho Fordeliton del viejo cuento infantil y las categorías de los theks. Los theks raras veces generaban algo parecido al regocijo, pero Kai se halló de repente en dificultades para contener su risa. Miró rápidamente a Fordeliton, que le devolvió una expresión de absoluta inocencia.

—Ford —ordenó la comandante—, sus hombres pueden romper filas, pero mantenga la alerta roja. No queremos que los theks se quejen de falta de atención a los detalles. Nos vemos más tarde en mis aposentos, caballeros. Kai, ¿puede dedicarme unos minutos?

Kai asintió, y Sassinak abrió rápidamente el camino hacia el crucero y sus aposentos. Fordeliton y un hombre alto y delgado, de flaco rostro ascético y unos ojos demasiado penetrantes entraron en la cabina de la comandante junto con Kai.

—Creo que no conoce a nuestro oficial científico, gobernador. Éste es el capitán Anstel.

—Encantado, gobernador —dijo Anstel con una voz de bajo sorprendentemente profunda—. He leído sus informes… ¡Fascinantes! Completamente fascinantes. No sólo respecto a los dinosaurios, que indudablemente lo son, sino también los flecos. Efectué un análisis completo de su química. Totalmente nueva, aunque hay dos puntos de semejanza entre esos flecos y los whaks plásticos del planeta de Delibes Menor… Oh, lo siento, comandante…

Anstel calló, su enjuto rostro perdió su animación, y dobló su largo cuerpo en una silla.

—Si sus deberes se lo permiten, capitán Anstel, estoy seguro de que Trizein se alegrará de intercambiar información con usted —dijo Kai.

—Nada me encantaría más. Siempre me ha sorprendido la fascinación que poseen esas criaturas prehistóricas para nosotros, que somos criaturas tan insustanciales en la escala del tiempo.

Decidiendo que había que cambiar de tema, Sassinak se hizo cargo de la conversación.

—Kai, ¿qué opina de este último desarrollo?

—Los theks… pueden estar preocupados —dijo Kai, mirando a su alrededor.

—¿Es ésa su interpretación del trueno retumbando bajo nuestros pies? —sonrió Sassinak—. Como sucede a todo buen efímero, siento un gran respeto y admiración por nuestros aliados de sílice. Pero una tal… —hizo una pausa en busca de una palabra adecuada — convocatoria en un mundo por otro lado completamente anodino es seguramente algo único. Eso sugiere interés a un grado muy alto. Montañoso, me atrevería a decir.

—¿Y quién hace el papel de Mahoma? —preguntó suavemente el incorregible Fordeliton.

Kai reprimió otra carcajada, y observó el breve reconocimiento de Sassinak al ingenio de su ayudante.

—En realidad, no veo a nuestros piratas encajando en un papel tan afortunado, Ford. Como tampoco he visto nada tan espectacular en este malsano planeta suyo, Kai. ¿Era la misma sonda que impulsó a Tor a acudir a su rescate, Kai? —Cuando él asintió, prosiguió—: Y todos esos pequeños theks, concentrados sobre las restantes viejas sondas… cuando no estaban friendo flecos.

»Kai, tengo la impresión de que su despertar, y la llegada providencial del Zaid-Dayan en persecución del transporte de los equipos pesados, son algo incidental en un asunto enormemente más importante. En consecuencia, puesto que los registros tanto de su NE como del cuartel general de mi sector relacionan Ireta como un mundo inexplorado, y sin embargo han sido descubiertos aquí artefactos theks de forma incuestionable, aventuraré la quizás extraña opinión de que puede que falte tal vez un eslabón en la famosa cadena de información thekiana. Y que este estabón se rompió aquí, en Ireta. ¿Está de acuerdo?

Puede que una sonrisa no fuera la respuesta más diplomática a la astuta opinión de Sassinak, pero con la irreverente analogía de Fordeliton tiñendo su hasta entonces devoto respeto, Kai consideró posible sostener la posibilidad de la falibilidad thekiana. Si los theks eran las entidades osunas del viejo cuento popular, ¿cuál era el paralelismo para… ah, sí, la chica rubia? Seguro que no los piratas, que estaban encontrando el planeta demasiado caliente para su gusto.

De pronto, sin embargo, la analogía perdió todo su atractivo. Kai no estaba en absoluto seguro de desear que los theks perdieran su reputación de infalibilidad.

—La vieja sonda era definitivamente de manufactura thekiana —admitió finalmente—. E incuestionablemente ha despertado el interés de los theks. Pero no puedo ver por qué ese artefacto o este planeta deban evocar una respuesta tan sin precedentes.

—Yo tampoco —admitió Sassinak, tomando su varilla y jugueteando con ella, haciéndola girar entre sus dedos—. He revisado de nuevo sus informes iniciales… —se alzó de hombros—. Ireta es rico en transuránicos, algunas tierras raras y metales exóticos, pero… O quizá los theks deban establecer a su propia satisfacción por qué este planeta está tan mal catalogado. Y confieso que probablemente me siento tan curiosa como ellos por saber cómo se produjo eso.

»Ninguno de nosotros tiene intención de arrojar lodo sobre la infalibilidad de los theks. A nadie le gusta que su ancla vaya a la deriva. —Sonrió a Kai, como si éste apreciara completamente y compartiera aquella ambivalencia.

—Cuando nuestra pantalla mostró por primera vez las sondas fantasma, iban hasta tan lejos como el extremo de la placa rocosa. Y no más allá —dijo Kai tentativamente.

—Lo cual sugiere que las sondas fueron plantadas… —Anstel hizo una pausa, sorprendido por la enormidad del tiempo transcurrido.

—Hace muchos millones de años —terminó Kai por él—, teniendo en cuenta la actividad geológica de este planeta.

—Y los theks se han hecho cargo de todas las antiguas sondas, negándonos completamente la posibilidad de datar la antigüedad de los artefactos —dijo Anstel, con los ojos llameando de indignación. Luego clavó en Kai una esperanzada mirada—. ¿Por alguna casualidad usted…?

—No, no poseíamos equipo datador, puesto que se suponía que nuestra misión era la primera aquí.

—Entonces…, hace eones, los theks sondearon este planeta —dijo Sassinak.

—Si no fueron los theks, entonces alguien distinto…

—¡No los Otros de nuevo! —Sassinak negó jocosamente aquella posibilidad—. No quiero perder a Dios y Némesis en un mismo día.

—No pudieron ser los Otros —dijo Kai, agitando vigorosamente la cabeza—. Esa vieja sonda era de manufactura thek, innegablemente. Estamos utilizando sondas modernas que tienen casi el mismo diseño. Hasta hoy nunca había apreciado lo buenas que son. Los blips de la pantalla eran débiles, ¡pero estaban ahí!

—No debemos olvidar que los planetas visitados por los Otros se hallan hoy invariablemente desprovistos de vida, reducidos a rocas desnudas. Despojados. ¡Muertos! —Anstel habló con el desagrado de alguien que valora la vida en todas sus formas.

—Entonces, ¿por qué hemos sido visitados por esta delegación thek? —preguntó Sassinak?

—Alguien olvidó que este planeta ya había sido explorado y clasificado —sugirió Fordeliton—, y pretenden reparar ese olvido. Su amigo Tor dijo «verificando», a su distintiva manera.

—¿Cómo van a verificar eso —preguntó Anstel—, cuando los theks han eliminado la prueba de las viejas sondas?

—Quizá —y hubo un destello malicioso en los brillantes ojos de Sassinak— han tenido que digerirlas para descubrir la verdad.

Se inclinó hacia delante y tecleó una serie de instrucciones en la consola. Inmediatamente las pantallas cobraron vida: los Osos Grandes-Grandes no se habían movido, como tampoco los Medianos. Los tres Pequeños habían desaparecido. La cuarta pantalla mostraba el lugar donde los theks habían sido atacados por los flecos. Estaba desocupado.

En aquel momento un zumbador alertó a la comandante Sassinak.

—¿Sí? Oh, ¿de veras?

Ella hizo otro ajuste, y Kai medio se levantó de su asiento, alucinado. Una miríada de theks ocupaban la llanura justo debajo del campamento.

—¡Cielos, dioses y demonios! ¡Todos los flecos de Ireta van a echarse ahora sobre nosotros!

—Lo dudo. Y tampoco le plantearían ningún problema si lo hicieran. Entre los theks y el globo, no puede estar usted mejor protegido.

—Pero… ¿qué están haciendo ahí? Yo estoy aquí. Tor lo sabe. ¡Mierda!

La sorprendida reacción de Kai fue compartida por todos los demás de la habitación, porque los theks estaban girando sobre sí mismos en todas direcciones, y casi treinta pequeñas pirámides theks partieron como centellas hacia el cielo y desaparecieron con sorprendente velocidad.

—¿Y ahora qué? —se preguntó Kai.

—Sí, realmente, ¿y ahora qué? —La expresión de Sassinak chispeaba con regocijo y especulación.