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No deseaban diluir el gas del sueño con viajes innecesarios a la lanzadera, o molestar al thek hasta que éste estuviera preparado para comunicarse, de modo que se instalaron cerca de la entrada de la cueva. Uno de los cortos y violentos aguaceros que dominaban el clima tropical de Ireta envió las enredaderas agitándose y golpeando entre sí al interior de la cueva.

—¿Sabes algo, Kai? —dijo Varian, tras un largo y sociable silencio—. Puedo oler ese viento.

—¿Eh?

—Quiero decir…, ya no puedo oler a Ireta. Huelo otras cosas, como el pescado pudriéndose y las frutas estropeándose demasiado maduras, y… algo más, que huele peor de lo que acostumbraba a oler Ireta cuando aterrizamos la primera vez.

Kai inhaló tentativamente.

—¡Tienes razón!

Ninguno de los dos se mostró entusiasmado, puesto que el olor básico de Ireta era telurhídrico. Al principio habían tenido que llevar filtros nasales para neutralizarlo.

—Supongo —dijo resignadamente Varian— que es mejor acostumbrarte al hedor dominante de un lugar para así poder oler otras cosas, pero de cualquier forma…

—Lo sé. Cualquier cosa menos telurhídricos. En el lado positivo, Lunzie decía que un sentido del olfato puede ser… —Kai buscó la palabra adecuada.

—Reacondicionado —sugirió Varian, con tono ausente.

Se había inclinado hacia delante, hacia la entrada de la cueva, inspirando profundamente. Luego se volvió, inspiró de nuevo hacia el interior.

—Parte del nuevo hedor procede del aparato del thek. ¿Qué utiliza como energía?

—Mi padre me dijo en una ocasión que para cortas distancias los theks utilizan su propia energía.

—¿Cortas distancias? ¿Como el viaje intersistemas? —Kai dejó escapar una leve risita.

—Todas las cosas son relativas. Los theks son una forma de granito con un corazón nuclear que les proporciona energía, o eso dicen ellos, al menos. Así es como crean sus seudópodos. Mantienen un depósito de silicio líquido que accionan hidráulicamente para formar extremidades. Pueden moverse con extraordinaria rapidez si se hallan bien cargados. El oficial astrofísico de la ARCT-10 me dijo que había oído de una fuente de confianza que a los theks les gusta sentarse en medio del granito radiactivo, del que absorben energía para «recargarse». Es un elemento que probablemente descubriremos en Ireta si disponemos nuevamente de equipo.

—Sea lo que sea que usen, deja un hedor terrible. Algo que está por encima de lo normal en Ireta. —Varian hizo una expresiva mueca—. ¿Cómo es que sabes más de los theks que yo? Yo soy la xenobióloga. Y ahora que pienso en ello, nunca hemos estudiado realmente a los theks, ¿verdad?

—¿Y quién sería capaz de hacerlo, teniendo en cuenta su posición en los Planetas Sentientes Federados? —dijo Kai con una carcajada.

—Hum, sí. Nos quieren a todos convenientemente maravillados y respetuosos, ¿no? Con sus largos silencios y su infalibilidad…

Se puso en pie, avanzó inquieta hacia el vehículo thek, golpeteó cuidadosamente la base metálica con sus nudillos.

—Nadie ha sido nunca capaz de analizar el metal thek, ¿verdad?

—No.

Ella se volvió bruscamente de la nave en forma de cono y caminó con nerviosismo hacia la pantalla de enredaderas.

—No todo el mal olor procede de los theks. Algo viene de ahí arriba… No sólo es nauseabundo, sino que me hace sentir… Me crispa los nervios.

—Es la inactividad la que te crispa los nervios, Varian —Kai se sentía completamente cómodo en la cueva.

—¿Cuánto tiempo necesita un thek para llegar a una conclusión? —dijo ella, mirando irritadamente hacia la lanzadera.

—Depende de la conclusión, supongo. Varian…

Ella se lanzó en un ataque de flanco que casi lo pilló por sorpresa, pero él consiguió detenerlo. Riendo, Varian se lanzó de nuevo contra él y Kai la aferró por las muñecas. Ninguno de los dos consiguió derribar al otro porque su habilidad, pese a la falta de práctica, era idéntica. Dejaron de fintar tras algunos pases más y se dedicaron a una serie de ejercicios isométricos que siempre había formado parte de los programas de mantenimiento físico de los Discípulos. Cuando terminaron, ambos estaban sudorosos y polvorientos. Se detuvieron cerca de la entrada de la cueva para aprovechar el aire fresco que les traía la brisa.

—Es estupendo saber que ni nuestros reflejos ni nuestros músculos han sufrido mucho deterioro con el sueño helado —dijo Kai, secándose el sudor de su frente y rostro con una manga.

—No has hecho otra cosa que ensuciarte más, Kai. Espero que esto signifique que no hemos dormido demasiado.

Se aferró a una liana de la enredadera y se columpió hacia delante para exponerse a la fuerte lluvia.

—Y eso no ha hecho otra cosa más que lavarte la cara —dijo él.

—Bueno, es mejor que nada. ¡Lo que daría por un auténtico baño! —Miró la liana que sujetaba con sus manos—. Hey…, ¡podemos! Vamos, Kai, podemos trepar hasta arriba del acantilado y dejar que la lluvia nos lave a fondo. ¡Cae con bastante fuerza!

—¿Lavarnos con la lluvia?

Kai se sintió desconcertado. ¿Cómo podía uno lavarse con agua de lluvia? Especialmente la de Ireta, que olía casi tan mal como su aire.

—Sí, lavarnos en la lluvia. No es tan antiséptico como esas duchas de polvo que utilizáis en la ARCT-10, pero es mucho mejor que permanecer con todas estas células muertas y polvo encima. Además, alguno tiene que ir a buscar más fruta. El ejercicio físico me ha dado hambre.

Kai sentía que la espalda le picaba a causa del sudor, y había irritantes granos de polvo y tierra dentro de su mono.

—Yo también tengo hambre.

—¿Suficiente hambre como para comer cosas crudas? —sonrió Varian—. Todavía puedo convertirte.

—La necesidad ya lo está haciendo. Será mejor que hagamos de esto un auténtico viaje de exploración —añadió—. Tú comprueba las enredaderas.

Kai abrió el iris de la lanzadera justo lo suficiente para deslizarse por él, y lo cerró con rapidez a sus espaldas; sólo escapó una ligera bocanada del gas. Tor seguía inmóvil. Kai tomó los cuchillos de las botas de Dimenon y Portegin, soltó un martillo del cinturón de Portegin, rebuscó en el equipo de Lunzie y cogió unos rociadores de antiséptico y un par de sprays antidolor, enrolló dos de las finas mantas térmicas para transportar la fruta que encontraran, y salió sin echar otra mirada al thek.

Varian había estado atareada también, enlazando largas y resistentes lianas a los asideros de popa de la lanzadera y asegurándolas fuertemente.

—Si nos anclamos bien aquí, no hay peligro de que seamos apartados de la boca de la cueva por ese fuerte viento. Desearía que la lluvia me dejara comprobarlo con mayor seguridad, pero parece como si estuviéramos a mediodía. Sólo he visto dos giffs, pero con esa lluvia no puedo asegurar que no haya más por ahí. ¿Algún movimiento de parte de Tor?

—No.

Tomó los artículos que le tendía Kai y los fue repartiendo en sus bolsillos. Se ató la manta en torno a sus hombros.

—Ésta es tu liana. Y recuerda, Kai: ¡no mires hacia abajo!

Saltó hacia su primer asidero, envolviendo su pierna en torno al grueso y flexible tallo de la enredadera, y empezó a trepar.

Kai descubrió que sentía una necesidad casi irresistible de mirar hacia abajo, especialmente cuando su liana empezó a oscilar cuando ya llegaban al borde superior del acantilado. Pese a los esfuerzos de Varian por anclar los troncos, el viento le golpeó contra la piedra. Sin embargo, consiguió alcanzar la parte superior casi al mismo tiempo que ella. Un retumbante trueno estalló a sus espaldas.

Varian señaló las cortinas de lluvia que golpeaban muy sesgadamente el agua.

—Podemos ser barridos si ese viento es tan fuerte como parece.

Kai no necesitaba que le dieran prisa: la siguió, cruzando la cima del acantilado hacia el dudoso abrigo de la vegetación.

De pronto, Varian empezó a desnudarse, arrojando sus botas, bolsa y manta bajo las densas y correosas hojas.

—¡Guau! ¡Esa lluvia pega fuerte! —exclamó.

Se quitó el mono, con el rostro vuelto hacia el cielo, y avanzó hacia el azotante aguacero. Despojándose también de sus ropas, Kai se aventuró más cautamente en la fuerte lluvia. Poco después Varian estaba frotándole la espalda, utilizando su mono como toalla. Condujo la tela justo hasta el punto entre los omoplatos donde el sudor hacía picar la piel.

—¡Guau! —dijo de nuevo, triunfal—. Podemos utilizar la arena como abrasivo… ¡siempre que no frotemos demasiado fuerte! —le gritó por encima del aguacero y los truenos.

Se frotaron el uno al otro, medio ahogados ocasionalmente por el agua que caía a torrentes del cielo y los empapaba. De no ser por la persistente sensación de que era ridículo estar saltando de un lado para otro en medio de un aguacero en la cima de un acantilado para lavarse, Kai hubiera gozado enteramente de la improvisación. Había alguna verdad en la acusación de Varian de que había estado demasiado protegido por la vida en la nave. Antes del motín, nunca se había expuesto tanto al elemental Ireta. Siempre había permanecido protegido por el deslizador o el campamento, y bajo la seguridad de la pantalla de fuerza. Hoy, en cambio, estaba desnudo ante los elementos desatados de un violento fenómeno en la superficie de un planeta primitivo.

—A menos que hayamos dormido mientras se producía algún deslizamiento del campo magnético —le chilló Varian—, el sol debería asomarse pronto entre las nubes. ¡Nuestros monos se secarán en un santiamén! Espero que sí, al menos, antes de que se nos asen nuestras pieles desnudas.

Estaba dándole a su mono una última enjuagada cuando el diluvio se interrumpió de pronto y el sol asomó por entre la capa de nubes. Retorciendo los monos para escurrirlos, echaron a correr de vuelta hacia el límite del denso bosque. Dejaron los trajes entre las lianas, justo fuera de la zona de sombra.

—Oh, me siento mucho mejor, Kai, mucho mejor —dijo Varian. Escurrió el agua de su pelo y la sacudió de su cuerpo con las manos. Luego volvió a ocuparse de su pelo—. ¿Sabes?, creo que ha sido largo el lapso. Si tan sólo supiéramos cuánto crece el pelo durante el sueño criogénico…

Examinó cuidadosamente un mechón y agitó de nuevo la cabeza, sacudiendo gotitas al hacerlo; luego echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos hacia la brillante luz del sol.

—No podemos soportar este sol mucho tiempo, Varian —dijo Kai, conduciéndola hacia la sombra.

Ella cogió su mano y sus dedos se movieron hacia la muñeca del hombre, palpando el lugar de la fractura.

—Ni siquiera esta herida nos dice nada. Si fueras uno de mis pacientes animales, afirmaría que la fractura es lo bastante vieja como para que el calcio extra haya sido reabsorbido. —De pronto su rostro pareció desanimado a la filtrada luz del sol arretano—. Kai, ¿realmente no tenemos nada con lo que medir el tiempo?

Él la rodeó con sus brazos y la mantuvo firmemente apretada contra su cuerpo, besando su mejilla y acariciando las húmedas puntas de su pelo.

—Estamos vivos, Varian, y hemos sobrevivido a un motín. La ayuda, aunque poco comunicativa, ha llegado. Mientras tanto…

La apretó más contra sí, posicionando sus caderas contra los huesos de la pelvis de ella, haciendo más suaves las caricias de sus manos. Ella respondió con lentos movimientos de ánimo. Sus besos eran suaves, y Kai empezó a preguntarse por qué no estaba ocurriendo nada con ciertos reflejos. No se sintió sorprendido, ni ofendido, cuando notó que los hombros de ella empezaban a agitarse con la risa.

—Los huesos han sanado —dijo Varian en lo que era casi un susurro contra su mejilla—, los músculos responden bien, pero… ¿por qué no nos hallamos en plena forma? ¡Somos viejos sólo objetivamente, no subjetivamente!

El completo desánimo anunciado por su risa hizo que Kai la apretara aún más fuertemente, medio como disculpa, medio para controlarse, porque él también sentía la necesidad de reírse ante su situación.

—Si supieras lo tan a menudo que te he deseado solamente para mí, querida…

—Oh, Kai, lo sé. Yo he sentido lo mismo. Es muy frustrante… ¡Oh, este viento es terrible! —Se apresuró a tomar su manta térmica y a envolver a ambos con ella. La vegetación tenía bordes afilados, que el viento golpeaba contra sus pieles desnudas—. Y será mejor que demos la vuelta a nuestras ropas. Ya deben estar secas de este lado.

Salió apresuradamente, pero en vez de dar simplemente la vuelta a las ropas, las agarró con rápidos movimientos y regresó con ellas, tendiéndole a Kai las suyas.

—Si no nos las ponemos, algo se deslizará dentro de ellas —dijo, con un estremecimiento.

Sacudió de sus ropas los pequeños insectos con un par de fuertes movimientos, y mientras metía una pierna dentro de la húmeda pernera de su mono, murmuró algo acerca de la durabilidad de las cosas erróneas.

—Empecemos a explorar, Kai. Y me gustaría asegurar de alguna manera nuestras lianas a la parte superior del acantilado. Oh, ¿qué es lo que veo aquí?

—Eso no es fruta —respondió su co-comandante, frunciendo el ceño ante el racimo de amarronados y ovalados objetos que crecían justo encima de sus cabezas.

—Cierto, pero los hadrasauros acostumbraban a buscar estos racimos, y al pobre Dandy le encantaban. Oh, y allí hay árboles frutales…

No les tomó mucho tiempo recolectar suficiente fruta y cierta especie de nueces como para llenar sus mantas; las convirtieron en hatillos para asegurar su carga a sus espaldas sin que les molestaran en el descenso, y empezaron a cruzar la cima despejada del acantilado, cuyo suelo estaba cubierto de enredaderas.

—Los giffs han salido a estirar las alas —dijo Varian, señalando con la mano—. Sé que es estúpido suponer… Hey, nos han visto. Han cambiado su ángulo de vuelo. —Se detuvo, admirando el espectáculo—. ¿Sabes? Si realmente nos recuerdan, no podemos haber dormido tanto tiempo.

—Varian… —Kai sintió la boca seca mientras tendía su mano hacia la mujer y empezaba a tirar de ella de vuelta al refugio de los árboles—. Ése no parece un grupo de bienvenida.

—Kai, no tengas miedo. Nunca les hicimos el menor daño. No pueden…

Luego estaba corriendo precipitadamente a su lado, incapaz de seguir negando la actitud amenazante de las doradas aves que picaban directamente hacia ellos, los cuellos tendidos, los picos ligeramente abiertos.

Alcanzaron la seguridad del denso follaje justo en el momento en que los giffs desviaban su vuelo.

—Realmente pueden maniobrar —exclamó Varian, aunque su admiración estaba expresada en una voz temblorosa, por lo justo de su escapatoria—. Pero… ¿por qué, Kai? ¿Por qué? ¡Oh, cielos! ¿Qué puede haberlos vuelto agresivos a la vista de seres humanos? —se sentó y se recostó contra el tronco de un árbol.

—La respuesta tiene que ser… «otros seres humanos», ¿no?

Kai lo dijo suavemente, porque sabía hasta qué punto había admirado ella a las hermosas e inquisitivas aves doradas. Resultaba claro que el ataque la había alterado.

—Así que podemos dar por sentado que Paskutti y sus amigos llegaron hasta tan lejos… y no nos encontraron.

—Y fueron lo suficientemente agresivos con los giffs como para que ese recuerdo no haya sido olvidado.

—De modo que… puede tratarse de un recuerdo reciente. De acuerdo, pero si los amotinados llegaron hasta tan lejos e hicieron daño a los giffs, ¿por qué ha sido ocultada la cueva? ¿Y cuánto tiempo necesitaron esas enredaderas para crecer? —Golpeó con un puño las densas lianas que tenía a su lado—. Después de todo, tuvimos que someternos al sueño criogénico debido al abismo infranqueable que separaba esta parte del acantilado de la que contenía la materia vegetal que necesitábamos para el procesador. —Se puso en pie y echó a andar siguiendo las lianas, alejándose del borde del acantilado—. ¡Hey!

Varian no había dado más que unos pocos pasos antes de tener que luchar para mantener el equilibrio. Kai tendió la mano para sujetarla.

—El abismo no ha desaparecido. —Se arrodilló, su mano y su brazo desaparecieron en la maraña de plantas—. Las enredaderas han creado un puente. Y no han seguido creciendo, porque los giffs han mantenido su parte del acantilado libre de vegetación. —Volvió a sentarse, los codos sobre las rodillas, golpeando su puño contra la palma de la otra mano—. Ataque por un lado, protección por el otro. Eso no tiene ningún sentido.

—¿Qué tan inteligentes son los giffs, Varian?

—No puedo calibrarlo, pero las dos actitudes son incompatibles. Excepto que… Verás, los giffs son protectores. ¿Recuerdas aquel pequeño que se cayó de espaldas? Recibió asistencia adulta inmediata. Pero… —y alzó un índice mientras hacía una pausa dramática—… no hicieron ningún movimiento agresivo contra nosotros aquel día, y estábamos a unos pocos metros de ellos. En cambio hoy… ¡flap! —Se enderezó bruscamente y miró tan intensamente a Kai que éste se sobresaltó—. Pero se trataba solamente de dos giffs… —lo apuntó con un dedo—, y volaban muy alto cuando salimos de la cueva. Luego llovió. Y estábamos bajo cubierto al salir el sol. Así que… no nos vieron abandonar la cueva. ¡Creen que no salimos de allí!

A través de la pantalla de hojas, Kai escrutó el acantilado. Los giffs se habían posado en él, como montando guardia.

—Así que aguardaremos hasta que esté oscuro, cuando todos se hayan ido a dormir…, o lo que hagan los giffs por la noche. Anda, toma otra nuez de hadrasauro.

—Bien, no puede negarse que somos valientes… ¡Más comida natural!

Tuvieron que romper la dura cáscara de la nuez con ayuda de dos piedras antes de poder llegar a la irregular semilla interior, de un color marrón pálido. Varian la contempló curiosa, la olió y partió un fragmento. Hizo una mueca ante su sabor y masticó cuidadosamente antes de tragarla.

—Quizá haya que acostumbrarse al sabor —dijo, inspeccionando el resto. Luego lo arrojó por encima de su hombro y sonrió tranquilizadoramente ante la ansiosa expresión de Kai—. Opta por el melón. Su sabor te gustará más.

Habían terminado con el dulce y jugoso melón cuando oyeron una agitada y silbante conmoción afuera. Varian acudió rápidamente a mirar, con Kai a sus talones.

Los pescadores habían regresado, y todos los giffs adultos estaban ayudando a los acarreadores de las redes. Varian observó que la comunidad no se había desarrollado mucho, o tal vez la pesca y su transporte era una misión limitada a algunos giffs. Los dos humanos observaron mientras las redes de hierba, densamente tejidas, eran descendidas y vaciadas sobre la plana superficie que servía a las aves como depósito central de comida. Hubo grandes idas y venidas mientras los giffs llenaban las bolsas de sus cuellos y llevaban las presas del día a sus cuevas o nidos. El voraz apetito de los jóvenes era estrechamente vigilado por sus mayores.

—Si tan sólo… —empezó a decir Varian entre dientes apretados y, suspirando frustrada, volvió a sentarse contra el tronco del árbol.

Resignado, Kai se reunió con ella. Pese a la confusión en el momento de la comida, no hubieran podido regresar a la cueva sin ser observados. Luego la mujer sonrió a Kai con un resurgimiento de su habitual humor irónico.

—Me pregunto qué harían con el thek, si apareciera de pronto.

Mientras aguardaban la lluvia volvió a caer torrencialmente, y luego brilló el sol, para convertir la jungla en un humeante baño turco que tuvieron que soportar. Finalmente, se adormecieron un poco.

Fue el silencio lo que los despertó, porque el viento había cesado brevemente con el ocaso. Desorientados, se pusieron tambaleantes en pie, mirándose inseguros a la desvaneciente luz.

—Los vigilantes aún siguen de guardia —comentó Varian, tras mirar por entre las hojas.

Nueve aves doradas estaban perchadas a distintos niveles del acantilado, con todas las cabezas vueltas en una misma dirección.

—¿Acaso pueden vernos aquí? —preguntó Kai, con voz ahogada—. ¿Tal vez olernos?

—No, porque estamos contra el viento. No puedo creer que sean conscientes de nuestra presencia… —Varian no sonaba segura—. No entra dentro de la capacidad de su especie. Olemos, pero eso es discutible. Creo que confían principalmente en la vista. Y no puedo pensar en ningún sentido extra que hayan podido desarrollar los giffs en este planeta.

—¿Comparándolos con los ryxis?

—No, con lo que dijo Trizein respecto a las formas terrestres primitivas a las que se parecen. —Se dio una palmada en la rodilla—. Si no lo hubiéramos mantenido encerrado en su laboratorio, tal vez hubiéramos podido resolver al menos una de las anomalías de este planeta. ¿Cómo pueden haber llegado hasta aquí unos animales que vivieron en el mesozoico de la Tierra? Todos los xenobiólogos de los PSF saben que no pueden desarrollarse espontáneamente formas de vida idénticas en planetas distantes…, no importa lo similares que puedan ser los mundos y sus primarias.

—¿Ofrece esta observación algún indicio de cómo podemos volver a nuestra cueva y a Tor? No me atrae en lo más mínimo bajar por una enredadera en medio de la obscuridad.

—A mí tampoco. —Varian se envaró de pronto—. ¡Espera un segundo! Antes de que durmiéramos, Triv y los otros estuvieron yendo arriba y abajo hasta el barranco, recogiendo vegetales para el sintetizador. Los giffs se mostraron interesados: recuerdo que observaron todos nuestros movimientos, y no se mostraron en absoluto agresivos. Pero… —y agitó su dedo índice, enfatizando la condición—… son protectores hacia sus jóvenes. Extiende eso un poco más allá, y es muy posible que estén protegiendo la cueva simplemente porque se halla dentro de su territorio.

—¿Quieres decir que se han vuelto protectores hacia nosotros después de un simple encuentro y unas cuantas incursiones furtivas en busca de vegetales?

—Es posible. ¡Si tan sólo supiéramos cuánto tiempo hemos estado durmiendo! De todos modos, si los equipos pesados vinieron hasta aquí mientras buscaban la lanzadera, y se mostraron tan agresivos como cabe suponer, los giffs debieron resentirse de esa intrusión.

»Bien, supongamos que las cosas ocurrieran así. Entonces fueron los equipos pesados quienes cambiaron la pasiva curiosidad de los giffs en agresión activa. Sólo que… ¡eso no explica la pantalla de enredaderas! La protección puede ser condicionada, enseñada. Los giffs son los animales más listos con los que nos hemos encontrado en Ireta, pero no pueden ser tan inteligentes. No creo que hayan progresado hasta tan lejos.

Kai no pudo hacer otra cosa más que alzarse de hombros, mientras la voz de la mujer moría lentamente: sabía muy poco de xenopsicología.

—¿No es niebla aquello? —preguntó de pronto Varian, tensándose para ver en la creciente obscuridad del rápido crepúsculo de Ireta—. Eso puede proporcionarnos una buena cobertura.

Observaron ansiosamente mientras la niebla se alzaba en volutas del mar y ascendía por encima del borde del acantilado, pero no habían dado más de cuatro pasos fuera de su refugio cuando cuatro objetos alados se lanzaron hacia ellos, los picos abiertos de par en par, extendidas las garras de las alas. Varian y Kai retrocedieron hacia su refugio mientras las garras de los giffs desgarraban las hojas por encima de sus cabezas.

—¿Cómo han podido saberlo? ¡Infiernos, no podían ver! —exclamó Kai cuando hubo recuperado el aliento.

—¡Los sonidos! —Varian contempló disgustada sus botas. Dio una fuerte patada contra el suelo—. Eso delató nuestros movimientos. Probemos…

Localizó un puñado de maderos sueltos de pequeño tamaño y los arrojó hacia el acantilado. Aunque sabían que estaban a salvo, ambos se agacharon ante el agitar de alas cuando los giffs respondieron a los sonidos.

—¿Y que haremos ahora? —dijo Kai.

—Esperar.

—¿Hasta cuándo?

—Los giffs no son nocturnos. Más pronto o más tarde, sus hábitos serán demasiado fuertes para ellos y desearán retirarse a sus nidos. Particularmente —añadió ante su expresión escéptica— si les damos razones para dudar de nuestra presencia aquí. Como una pequeña avalancha en el barranco…

—Ah…

—Luego, tras quitarnos las botas, nos dirigiremos de puntillas a casa…

—Suena bastante sencillo…

—Lo sé. —Su tono admitía que los planes sencillos pueden presentar de repente serios fallos.

De todos modos, empezaron a buscar sin hacer ruido por el borde del barranco algo que pudiera provocar una avalancha natural. Prepararon una rama caída, a la que ataron una liana. Fue difícil encontrar suficientes piedras para situar detrás de la rama. En una ocasión una pequeña lluvia de restos cayó en cascada al barranco, y suspendieron todo movimiento hasta que la agitación de alas desapareció. Trabajaron rápidamente, porque pronto la noche de Ireta complicaría las cosas. De hecho, terminaron de arreglar las cosas cuando ya estaba oscuro. Se quitaron las botas y las ataron a la manta que formaba como una mochila a sus espaldas.

—Acabo de tener un pensamiento negativo —dijo Varian, pegando sus labios al oído de Kai—. No puedo recordar la distancia que hay hasta el borde del acantilado. No vamos a poder verlo hasta que estemos allí… o nos pasemos.

Kai estudió aquella posibilidad.

—Bien, eso no va a representar ninguna diferencia cuando intentemos cruzar en la oscuridad, ¿no? De modo que, si son diurnos, simplemente pueden caer dormidos en cualquier momento si les damos tiempo suficiente. Entonces… —hizo una pausa cuando se le ocurrió algo—. Oye, ¿por qué no prolongamos esa liana para soltar la avalancha y vamos hasta tan lejos como nos sea posible, y provocamos la avalancha solamente si necesitamos una diversión?

Varian le dio un rápido apretón en la mano, y se dedicaron a cortar más lianas. Tras una consulta susurrada, estimaron que el borde del acantilado estaba a unos treinta metros, de modo que Varian anudó las suficientes lianas como para cubrir esa distancia.

Aguardar en la oscuridad puntuada por los ruidos de las criaturas nocturnas que mordisqueaban, chillaban y escarbaban, era terriblemente tedioso. Kai practicó la respiración de la Disciplina, que calmaba los nervios, y ejerció la fuerza de la paciencia sobre su hiperactiva imaginación. Pequeños ruidos de infinita variedad asumían una cualidad amenazadora pese a la suavidad del sonido. Pudo notar que Varian, a su lado, practicaba los mismos ejercicios, y se sintió sutilmente reconfortado.

La repentina desaparición de Varian de su lado lo sobresaltó.

—Ya no hay niebla, y solamente tenemos a tres adormilados pájaros de guardia —murmuró la mujer a su oído, un momento más tarde.

—¿Nos vamos?

La respuesta de ella fue apoyar su mano sobre la de él, y luego avanzar delante apartando la vegetación, mientras Kai la seguía. Vigilaba hacia atrás, mientras ella observaba el camino que tenían delante.

Aunque las enredaderas se extendían en densa profusión por toda la parte superior del acantilado, había suficiente espacio entre los troncos como para permitir que sus pies desnudos entraran en reconfortante contacto con la fría piedra. A medias agachado, Kai observaba los blancos pies de Varian mientras avanzaban, siempre volteando la cabeza en dirección al barranco. Mantenía la cuerda de lianas tan tensa como se atrevía.

Varian, con una mano ligeramente apoyada en el hombro de él, tenía los ojos fijos en las formas de los giffs, curiosamente luminosas, cuyas crestadas cabezas estaban vueltas hacia el barranco. Sus alas estaban dobladas. Kai se preguntó si evitaban caerse sujetándose a la roca con las garras de las articulaciones de sus alas. Permanecían tan inmóviles que tenían que estar dormidos.

El tiempo tiene muchos aspectos, pensó hoscamente Kai, mientras proseguían su cauteloso y al parecer interminable trayecto. Está el tiempo objetivo perdido en el sueño helado, que puede haber sido de siglos o de sólo unos pocos años. Pero la variedad de tiempo que estaba experimentando ahora era definitivamente difícil de soportar. Los músculos de sus piernas empezaron a tironear con los calambres del movimiento controlado. Sus manos empezaban a sudar con el temor de que un tirón inadvertido pudiera partir la liana que tenía entre las manos, o que no fuera capaz de soltar el tronco de retención para provocar en los giffs la crucial diversión.

Bruscamente, Varian se detuvo y retorció su torso para aplicar su boca en el oído de él.

—Kai, debemos encontrar las lianas que hemos utilizado esta mañana. Tienen que estar a nuestra derecha. No puedo ver, pero tengo la seguridad de que debemos avanzar en esa dirección.

Kai miró nerviosamente a los dormidos giffs, ahora ligeramente a la derecha y detrás de ellos. Varian le dio un tirón en la manga y él la siguió obediente, deslizando cuidadosamente los pies por encima de las lianas y apoyándolos en los intersticios de roca. Casi estuvo a punto de caer sobre Varian cuando ella se agachó repentinamente, y necesitó de todo su control para no tirar de la cuerda de lianas que desencadenaría la avalancha. Le sorprendió también el hecho de que solamente le quedaban dos vueltas de liana en las manos. Cuando se volvió para avisar a Varian de aquel hecho, sus narices chocaron.

—Casi se me ha acabado la cuerda de lianas.

—Creo que he encontrado las nuestras —dijo Varian.

Tomó la mano izquierda del hombre y la situó sobre el grueso tronco. Luego avanzó más allá de su alcance, pero Kai pudo ver su gesto de asentimiento de que habían encontrado la liana adecuada y debían empezar a bajar.

Kai se forzó a la Disciplina, eliminando la tensión de su sangre y tejidos. Luego solamente hubo un trozo pequeño de liana en sus manos, el extremo final, que picoteaba mientras lo enrollaba en su palma.

—Varian…

La blanca mancha de su rostro se volvió hacia él. Supo que ella había visto su gesto con su mano alzada, y captó su respuesta —el pulgar hacia arriba—, mientras se preparaba para echar a correr, la mano apoyada en la gruesa liana que les llevaría por encima del borde del acantilado hacia la seguridad.

Kai dio un tirón, tan fuerte y firme como pudo, y sintió que algo vibraba a lo largo de la cuerda de lianas. Luego echó a correr, las manos por delante siguiendo el áspero tronco de la enredadera, contando sus pasos. No quería saltar por encima del borde del acantilado.

El retumbar de las piedras cayendo en cascada en el barranco lo sobresaltó tanto que casi perdió la cuenta de sus pasos. Los giffs alzaron el vuelo con un graznido. Miró hacia ellos: para su alivio, las cabezas estaban vueltas hacia el otro lado, y su movimiento era ascendente.

—Estoy en el borde, Kai —la voz de Varian era baja en volumen pero intensa.

Él lo halló también, en el mismo momento en que su tanteante pie se deslizaba en una hendidura. Entonces apretó sus manos en torno al grueso tronco de la liana y, con una fe ciega en que era lo correcto, empezó a bajar por él. Se despellejó los nudillos contra la pared del acantilado y luego colgó en medio del aire cuando la enredadera se curvó hacia dentro, sujeta aún a los asideros de popa de la lanzadera.

—¡Cielos! Me agarré a la equivocada —exclamó repentinamente Varian.

—Balancéate hacia mí, Varian. ¡Te atraparé!

—¡No!

Oyó la desafiante negativa por encima de los gritos de los giffs. Tan sólo la Disciplina, instilada en los dos, de que al menos un comandante debía sobrevivir, lo forzó a seguir descendiendo por su liana… hasta que estuvo dentro de la cueva y supo que podía soltarla con seguridad. Se tambaleó sobre sus pies, capaz de distinguir la boca de la cueva por su oscuridad ligeramente más brillante.

—¡Varian!

—Estoy a tu derecha. Me equivoqué de liana. Es demasiado corta. ¿Puedes verme?

No podía. La cortina de lianas la ocultaba.

—¿Puedes sujetar la siguiente liana? ¡Sacúdela!

Rastreando el sonido, encontró la liana que era agitada y tiró de ella hacia la cueva, sujetándola con fuerza.

—¡Listo, cámbiate a ésta y deslízate!

Cuando los pies de ella tocaron a Kai, guió sus piernas hasta el suelo. Se quedaron allá abrazados, temblando con una reacción a la que no le importaba nada la Disciplina.

Luego, cogidos de la mano, avanzaron hacia la curvada popa de la lanzadera, soltaron sus improvisadas mochilas y retiraron cuidadosamente las frutas y nueces. Luego se acurrucaron juntos en las mantas térmicas, y casi inmediatamente estaban dormidos.