7

Rianav deseó tener un pelotón de soldados. Titrivell y Portegin eran buenos elementos; había compartido varias situaciones difíciles con ellos, pero si las sospechas de su comandante resultaban válidas, tres solados en un deslizador de cuatro plazas, equipados solamente con cinturones de fuerza y aturdidores, era una dotación claramente insuficiente.

De todos modos, a menos que una nave colonial se hubiera deslizado de alguna forma eludiendo la vigilancia de su comandante, tres veteranos eran suficientes. Dudaba que los supervivientes dispusieran de armas sofisticadas si ese Aygar había estado cazando con una ballesta y una lanza. Eso no quería decir que tales armas primitivas no fueran efectivas: las flechas de una ballesta podían atravesar una gruesa plancha de metal y, a poca distancia, probablemente arrancar fragmentos del casco cerámico del deslizador. Los aturdidores del grupo original de aterrizaje ya no debían ser operativos a aquellas alturas. Ella y Titrivell se habían enfrentado más de una vez con elementos del tamaño de Aygar, de modo que realmente no había ninguna razón para sentirse aprensivos sobre el encuentro…, excepto la insistencia de Aygar de que se celebrara lejos de la zona en que estaban residiendo ahora.

Una vez establecido el rumbo hacia el campamento secundario, hizo un gesto a Portegin para que tomase los controles; debía estar fresca y descansada para la conferencia. Titrivell ocupó el puesto de observación de estribor mientras ella se instalaba a babor. No era que hubiese mucho que ver, excepto enormes árboles festoneados de plantas trepadoras y zonas de dañada vegetación donde enormes animales habían abierto senderos a través de la densa jungla. No sentía la menor inclinación a realizar ningún trabajo en tierra allí.

—Teniente —Portegin interrumpió sus pensamientos, y ella miró en la dirección hacia donde señalaba.

—¡Qué tamaño el de esos animales! ¿Tiene preparada la grabadora, Portegin? ¡Quiero que el capitán crea esto!

—De acuerdo, teniente.

Titrivell se inclinó hacia delante, para mirar por encima del hombro de Portegin.

—Deben pesar megatoneladas. Me alegra de que estemos aquí arriba en vez de allí abajo.

Portegin miró por encima del hombro mientras rebasaban la horda de animales, que estaban devorando todo lo que se ponía al alcance de sus largos y sinuosos cuellos.

—Apuesto a que les dan bastante quehacer a los equipos pesados…

—Aquí no habrá bromas, Portegin.

El tono de Rianav era severo. Una no podía permitir ni siquiera sutiles alusiones respecto a sentientes carnívoros. Cualquier miembro de la Federación que desafiara el edicto civilizado prohibiendo el consumo de criaturas vivas lo hacía a riesgo de perder su categoría de miembro de los PSF.

—Bueno, teniente —dijo Portegin con tono mortificado—, he oído decir de fuentes de confianza que, en sus propios planetas, los equipos pesados no adhieren a la Prohibición.

—Razón de más para nuestra misión entonces, porque, por muy estúpidos que parezcan ser esos animales —e hizo un gesto hacia otra horda de devoradoras bestias—, merecen tantas oportunidades de evolucionar como cualquier otra especie. Y nuestra protección mientras lo hacen.

—Teniente, un grupo de aves a las once —Portegin estaba señalando hacia una especie alada.

Había tres de ellas…, de plumas o pelaje dorado —Rianav no podía estar segura a aquella distancia—, pero su presencia en el cielo era extrañamente tranquilizadora.

—¿Debo tomar acción evasiva? —preguntó Portegin cuando se hizo obvio que los dorados animales alados habían alterado su rumbo para tomar posiciones al mismo nivel, y a la misma velocidad, que el deslizador.

—No creo que sea necesario, piloto. No parecen agresivos. Probablemente curiosos. Podemos dejarlos atrás en cualquier momento si se vuelven hostiles.

Rianav experimentó un desacostumbrado placer en su excepcional escolta, observando el gracioso y potente batir de sus enormes alas.

—Están observándonos, teniente —hizo notar Titrivell—. Las cabezas de las tres están vueltas en nuestra dirección.

—No nos hacen ningún daño.

Hicieron una pausa en su trayecto. Rianav divisó un enorme grupo de árboles frutales, cuyas copas se inclinaban bajo el peso de las maduras frutas: un agradable cambio de las raciones de servicio. A ninguno de los tres se le ocurrió pensar que era extraño que supieran que aquellas frutas eran comestibles.

Cuando alcanzaron la enorme llanura salpicada de oteros y vagabundas hordas de pastantes animales, Rianav ordenó al piloto que fuera trazando círculos cada vez más cerrados sobre la zona del blanco y tomó el monitor para buscar cualquier signo de Aygar y su gente.

—Probablemente están escondidos en esas edificaciones bajas —observó Titrivell.

—Disciplina plena —dijo ella, con una inclinación de cabeza para indicar que apreciaba la posibilidad—. Piloto, permanezca en el deslizador. Si somos atacados y dominados o le hago señas de despegue, regrese a informar al comandante. Este deslizador no debe caer en otras manos. Mantenga su unidad de comunicaciones abierta todo el tiempo y esté atento a cualquier indicación de un aparato grande aterrizando en esa dirección —Rianav señaló hacia las colinas del nordeste, donde sospechaba que estaban acampados los equipos pesados.

A la velocidad a la que estaba trazando sus círculos Portegin, ella y Titrivell tenían tiempo suficiente de completar el acceso a la Disciplina. Pero al iniciar el proceso, sintió una inesperada energía, el más poderoso brotar de adrenalina que hubiera experimentado bajo Disciplina en toda su vida. Miró de reojo a Titrivell, y vio que él debía haber experimentado lo mismo. Por supuesto, una expandía sus habilidades a cada uso de la Disciplina, pero… ¿qué era esto? Iba a tener que preguntarle a su comandante cuando regresara al crucero.

Portegin condujo limpiamente el deslizador a un aterrizaje en la desnuda marca circular dejada por un domo que debió haber ocupado aquella zona durante largo tiempo. Titrivell abrió la cabina y Rianav saltó ágilmente. Titrivell le siguió, cerró la cabina y asintió a Portegin para que la asegurara.

Rianav captó la ligera dilatación de los ojos de Tritivell en el mismo momento en que oía un ligero crunch, y se volvió lentamente en dirección al sonido.

Seis figuras, tres hombres y tres mujeres, estaban alineadas en una casi insolente parodia de la posición de firmes de la tropa. Cada una de ellas llevaba un mono de vuelo estándar. Pese a la Disciplina, aquella visión proporcionó a Rianav un destello de preocupación. Luego advirtió que los monos de vuelo estaban parcheados, y que ninguno de los seis llevaba ni cinturones de fuerza ni aturdidores. Así pues, los refuerzos no habían llegado. Aquéllos eran descendientes de la fuerza original, imitándola en su pretensión de adoptar el mismo aspecto que sus antepasados.

De todos modos, Rianav se sintió agradecida por el aturdidor que llevaba a su costado. Cualquiera de los seis era más alto, más ancho y más pesado que ella o Titrivell.

Vaciló tan sólo un breve instante para efectuar su evaluación, y luego avanzó a largos pasos, no despreocupadamente pero tampoco con un andar marcial. Miró de un rostro al siguiente, casi como si esperara reconocer alguno. Se detuvo exactamente a cuatro metros de Aygar y saludó.

—Has llegado a la hora convenida, Aygar.

—Y tú.

El hombre curvó los labios en una semisonrisa, al tiempo que sus ojos parpadeaban hacia Titrivell, correctamente inmóvil a dos pasos detrás de su teniente, luego hacia el piloto a los controles del cerrado deslizador.

—¿Ha sobrevivido vuestro hombre herido?

—Sí, y os envía su agradecimiento por el remedio.

—¿Algún otro problema con los flecos?

—No —dijo Rianav—. Pero vosotros, ¿estáis a salvo de esa amenaza en este otero? —Su comentario flotó, convirtiéndose en una pregunta.

—Hemos superado sus limitadas acomodaciones —dijo Aygar. Eso arrancó algunas sonrisas de sus cinco compañeros.

—Puede que no sepáis las disposiciones tomadas por los Planetas Sentientes Federados para reembolsar a los supervivientes…

—No somos supervivientes, teniente —dijo Aygar—. Hemos nacido en este planeta. Nos pertenece.

—Realmente, Aygar —dijo Rianav con tono conciliador, haciendo un gesto hacia los demás—, seis personas solamente pueden afirmar que les pertenece aquello que subviene a sus necesidades.

—Somos más de seis.

—No importa cuánto se haya multiplicado vuestro número original, la ley de los PSF dice claramente…

—Nosotros somos la ley aquí, Rianav. ¡Os acusamos de transgresión!

El cambio de intensidad en su voz alertó la Disciplinada sensibilidad de Rianav. Había sacado su aturdidor y disparaba contra Aygar y los dos de su derecha antes de que pudieran completar sus saltos hacia delante. Titrivell no tardó ni un milisegundo más en aturdir a los otros tres.

Con la pistola en la mano, porque la había regulado a intensidad media y no sabía cuánto tiempo iban a verse afectados por la descarga aquellos soberbios cuerpos, Rianav avanzó hacia las tendidas formas, inmóviles en el polvoriento suelo. Los ojos de Aygar brillaban con furia cuando ella se inclinó y, sujetándolo por su brazo derecho, lo sentó en el suelo. Hizo una seña a Titrivell para que efectuara la misma operación con los otros.

—Seréis incapaces de moveros durante aproximadamente cincuenta minutos. Supongo que vuestros abuelos os mencionaron los aturdidores. Tú y tus compañeros no sufriréis efectos secundarios de la descarga. Proseguiremos con nuestra misión. Preferimos no utilizar las armas contra otros humanoides, pero tres contra uno no constituye una lucha leal.

»No somos transgresores, Aygar. Nuestro crucero oyó una señal de socorro y respondió a ella. Estamos moralmente obligados a hacerlo. Sin duda, vuestro aislamiento es la razón de vuestro fracaso en comprender las leyes comunes de la galaxia. Seré benévola en este caso, y no informaré a mis superiores de vuestra reacción agresiva. No podéis decir que os pertenece un mundo que aún se halla relacionado como inexplorado en los Registros de la Federación. La posesión puede ser considerada primaria en la ley, pero vosotros poseéis —y recalcó la palabra con una ligera pausa— muy poco de este mundo jungla, no importa la descendencia que haya llegado a producir el grupo original. Sin embargo, no es asunto mío decidir eso. Yo informo de los hechos tal como los observo.

Los tendones del cuello de Aygar se tensaron en su intento por superar la parálisis mediante su solo poder mental.

—Así puedes perjudicarte a ti mismo, Aygar. Relájate, y no sufrirás ningún daño.

Como si subrayara su consejo, el trueno resonó y el relámpago brilló cegador en el cielo. Las delgadas nubes que habían empezado a acumularse durante el estruendo se disolvieron con una ferocidad propia del despliegue aéreo.

—Bien. Aquí llega algo para enfriaros un poco.

Rianav devolvió el aturdidor a su cinturón. Haciendo a Titrivell el gesto de que le siguiera, se encaminó hacia el deslizador.

—¿Hay muchos más así? —preguntó Titrivell, mientras ella se acomodaba en el deslizador.

—Eso es lo que creo que será mejor que averigüemos. —Rianav hizo una seña a Portegin para que pasara al otro asiento frontal—. Aygar me dio instrucciones para llegar a su campamento a pie. Sean exactas o no, lo único que podemos hacer es seguirlas y ver. «Corre a buen paso hacia tu derecha», me dijo, «cruza las primeras colinas, gira a la derecha barranco arriba, pero ve con cuidado con las serpientes de río. Sigue el curso del río hasta la primera cascada, toma el sendero más fácil hasta la parte superior del farallón, y sigue la línea de piedra caliza hasta que el valle se abra». Reconoceremos su asentamiento por los campos cultivados.

Rianav dejó escapar una risa burlona. Condujo el deslizador a lo lago del rumbo que había tomado en su primera visita, luego intersectó el barranco allá donde había encontrado a Aygar. Prosiguió a lo largo del barranco y pronto llegó a un río de rápida corriente, desviado de su viejo curso por los restos de un enorme desprendimiento. Siguieron el río corriente arriba durante un cierto trecho hasta la hermosa cortina de una ancha cascada de unos cuarenta metros de altura.

—Útil, también —dijo Portegin, señalando hacia babor—. Han instalado un molino de agua y lo que parece una estación generadora.

Miró a Rianav para ver si ella tenía intención de investigar, pero la mujer estaba ya haciendo girar el deslizador por encima de la catarata, manteniendo un ojo fijo a estribor para seguir el bien señalado camino, de modo que Titrivell y Portegin vieron la segunda y más grande catarata antes que ella.

—¿Tienen también una central de energía allí?

—Sí, teniente: otra, más grande —informó Portegin, apuntando el objetivo de la cámara hacia ella.

—Y ahí están los campos cultivados —dijo Titrivell, mientras el deslizador se elevaba por encima de las cataratas—. ¡Y un pliegue de discontinuidad!

—¿Un qué? —preguntó Rianav, con los ojos fijos en la escena ante ella.

—Lo que explica este valle elevado —siguió Titrivell—. Probablemente un antiguo lecho marino. ¡Mira su tamaño!

—Y la razón por la que abandonaron el emplazamiento en el otero —dijo Rianav—. Esta meseta es lo suficientemente grande como para recibir al mayor tipo de nave colonial que se construye. ¿Puedes ver alguna señal de parrilla?

Rianav hizo trazar una espiral al deslizador, luego lo dejó flotar mientras los tres revisaban la enorme área. El paisaje ante ellos estaba claro pese al inicio de una brumosa llovizna. El río y los campos en forma de terraza que empezaban a sus orillas desaparecieron entre la bruma. En la lejanía, unos destellos rojo-anaranjados añadieron humo a la calentada neblina. A la derecha del río estaba la inevitable y lujuriante jungla, inclinándose hacia arriba hasta coronar las alturas y el borde del amplio valle.

—¡Teniente, mire! —Titrivell dirigió la atención de Rianav hacia el asentamiento a estribor—. Muy listo por su parte utilizar esa franja que forma como una playa.

—¿Por qué?

—Y mire, teniente, si puede ver entre la bruma, esa roca… ¡es pura mena! No hay error en el color. —Titrivell lanzó un silbido, los ojos muy abiertos por la excitación—. Simplemente mire cómo prosigue el color. Todo el farallón es una mena de hierro.

—Una segunda razón para cambiar de campamento, entonces —dijo ella con tono seco, hundiendo el creciente entusiasmo que estaba mostrando Titrivell.

—¡Y mire allí, chimeneas! —prosiguió Titrivell, sin dejarse amilanar. Rianav dio un medio giro—. Una fundición, sí, y grande. Y demonios, tienen rieles, que conducen a… Teniente, ¿podría… podría girar unos treinta grados y…?

—¡Estamos buscando una parrilla, Titrivell! —exclamó ella, pero corrigió el rumbo.

—No necesitamos buscar, teniente —respondió Titrivell—, si esos rieles conducen a una mina o…

Rianav dio al deslizador un poco de impulso, y se deslizaron a lo largo de la pared del borde de la meseta. Bruscamente, la vegetación desapareció y bajo ellos se abrió un enorme pozo, resplandeciente en medio de la lluvia.

—¡O a una mina al aire libre como ésta!

—No sabía que fuera usted tan experto en minería, Titrivell —dijo Rianav con una trémula risa. No había esperado una prueba tal de industria de la bárbara apariencia y las primitivas armas de Aygar.

—No se necesita saber mucho para reconocer ese tipo de operación, teniente —dijo Titrivell.

Miró hacia más allá del pozo, y Rianav, siguiendo su mirada, alejó el deslizador de la zona minera y lo hizo descender hacia la inmensa llanura plana.

—Seguro que no llevan lejos su carga —observó Portegin desde su puesto—. Y tampoco deben vivir muy distantes. Hay un asentamiento de regular tamaño a tres grados a estribor, teniente.

—Estoy más interesada en averiguar si la parrilla está terminada o no.

Rianav era consciente también de que debía transmitir un informe tan completo como fuera posible a su comandante, y que eso incluía el número de habitantes. Desvió el deslizador para sobrevolar los edificios, que no tardaron en aparecer como una disposición geométrica, en cuyo centro había uno de los domos de la expedición: su plástico estaba rayado por los vientos y la abrasiva arena, y obscurecido por el sol, pero era aún utilizable y, al parecer, el punto focal del asentamiento.

Pese a la lluvia, la gente parecía estar realizando sus tareas habituales. La inesperada presencia del deslizador sobrevolando el lugar no tardó en ser detectada, y muy pronto la gente estaba señalándoles.

—Hay una parrilla, teniente —dijo Portegin, alzando la cabeza de la cámara—. No puedo decir por qué otra cosa hubiera sido eliminada tanta vegetación del centro de la meseta. Incluso hay una carretera que conduce a la zona.

Rianav hizo dar una pasada al deslizador.

—Me gustaría un recuento de cabezas en esta pasada, Portegin, Titrivell —dijo. Hizo descender el deslizador y redujo la velocidad.

—He contado unas cuarenta y nueve —dijo Portegin—, pero los pequeños no dejaban de moverse de un lado para otro.

—Yo he contado cincuenta. No, cincuenta y uno. Una mujer acaba de salir del domo y está ayudando a alguien, un hombre. Eso hace cincuenta y dos.

—El viejo debe ser el superviviente del grupo original —dijo Rianav.

Incrementó la velocidad y apuntó el morro hacia la carretera que había mencionado Portegin. Ningún observador podía pasar por alto la parrilla, pese al lodo y la suciedad arrastrada por el viento que cubría su diseño en forma de enrejado, porque el suelo estaba dividido, por todo lo que podían ver en medio de la lluvia, en cuadrados exactos.

—Hay que felicitar a esa gente —dijo Portegin—. Con antecedentes de equipos pesados o no, esto es una auténtica hazaña. Avanzar de la nada hasta esto en cuatro décadas.

Rianav fue lo bastante lejos cruzando la meseta como para confirmar que el proyecto estaba probablemente terminado, luego trazó un amplio círculo y se encaminó de vuelta al asentamiento.

—¿Vamos a aterrizar? —preguntó Portegin mientras se acercaban al sitio. Podían ver que la multitud aguardaba al borde del asentamiento—. El viejo está agitando las manos. Espera que nos posemos. —Portegin parecía nervioso.

—Después de todo es nuestra misión, Portegin —observó secamente Rianav.

—Y ninguno de ellos tiene aturdidores, o el grupo de Aygar los hubiera llevado —añadió Titrivell.

—Puede que Aygar no haya mencionado nuestro encuentro a nadie con autoridad —dijo Rianav—. Todos los miembros de su comité de bienvenida eran jóvenes.

—Es ventajoso para ellos, teniente, permanecer sin ser rescatados hasta que llegue esa nave colonial —añadió Titrivell.

Portegin lanzó un bufido.

—Pero nosotros estamos aquí, ¿no?

—No es como si ellos no hubieran sabido desenvolverse demasiado bien bajo las Contingencias de Naufragio —dijo Titrivell.

—Aygar tiene mayores ambiciones que eso, según hemos oído —observó Rianav—. Ése no es nuestro problema, afortunadamente. Todo lo que tenemos que hacer es comprobar la llamada de socorro.

La mujer aterrizó el deslizador a un centenar de metros del grupo de hombres y mujeres, pasando el control a Portegin con las mismas instrucciones que le había dado antes. Con Titrivell tras ella, ascendió la ligera cuesta. El viejo y la mujer que lo ayudaba avanzaron tan rápidamente como podía andar él, con su retorcida y cojeante pierna.

Era posible que dispusieran de los recursos metalúrgicos necesarios para construir una parrilla, pensó Rianav, pero carecían de habilidades médicas. Sin embargo, había un médico incluido en la expedición original, ¿no?

—¿Venís de la nave colonial? —exclamó el viejo, excitado—. ¿Estáis en órbita? No es necesario. Mirad —e hizo un gesto hacia la meseta a espaldas de Rianav—, tenemos lista la parrilla de aterrizaje. Podéis traer la nave hasta aquí. —Siguió avanzando, y Rianav se dio cuenta de que iba a abrazarla.

Retrocedió unos pasos, saludando de una forma cortésmente oficial para evitar el contacto.

—Perdón, señor. La teniente Rianav, del crucero 218 Zaid-Dayan 43. Captamos la señal de socorro de su radiobaliza…

—¿Señal de socorro? —El viejo adoptó una actitud arrogantemente orgullosa, con expresión despectiva—. Nosotros no enviamos ninguna señal de socorro.

Había sido un hombre poderoso en su tiempo, pesó objetivamente Rianav, pero bajo su túnica suelta los músculos estaban ahora fláccidos, y de sus grandes huesos colgaban bolsas de carne.

—Fuimos abandonados, sí —continuó el viejo—. La mayor parte de nuestro equipo resultó aplastado en una estampida. No pudimos enviar ningún mensaje. Perdimos todos nuestros deslizadores y la lanzadera. Esos bastardos, poderosos y altaneros hombres de la nave nunca se molestaron en volver. Pero nos las arreglamos. Sobrevivimos. Nosotros los equipos pesados nos adaptamos bien a este planeta. Es nuestro. Así que olvidad esa señal de socorro. Nosotros no la enviamos. No necesitamos vuestro tipo de ayuda… No podéis robarnos lo que hemos hecho.

Con el rabillo del ojo, Rianav vio a Titrivell extraer su aturdidor. La mujer al lado del viejo observó el movimiento y contuvo al anciano, murmurándole algo que interrumpió su irritado discurso.

—¿Eh? ¿Qué? —Miró con ojos miopes, y luego su rostro adquirió una expresión burlona cuando reconoció la desnuda arma—. Muy bien. Enfrentarse a gente pacífica con un aturdidor. ¡Abríos a tiros vuestro camino hasta nosotros! Tomad todo lo que hemos conseguido trabajando durante esas largas décadas. Les diré a los demás que nunca se nos permitirá conservar Ireta. Siempre os quedáis lo mejor para vosotros, ¿eh?

—Señor, acudimos en respuesta a una señal de socorro como se nos exige que hagamos según la ley del espacio. Informaremos de vuestra condición al cuartel general de la Flota. Mientras tanto, permitidme que os ofrezca cualquier ayuda médica que…

—¿Pensáis que vamos a tomar algo de lo que nos ofrezca gente como vosotros? —la indignación del viejo le hizo escupir casi las palabras—. ¡No deseamos nada de vosotros! ¡Dejadnos solos! ¡Hemos sobrevivido! ¡Eso es más que lo que cualesquiera otros hubieran hecho! Éste es nuestro mundo. Nos lo hemos ganado. Y cuando…

La mujer a su lado le tapó la boca con la mano.

—Ya basta, Tanegli. Ellos comprenden.

El viejo asintió, pero mientras la mujer se volvía hacia Rianav, Tanegli siguió murmurando para sí mismo, lanzando furiosas miradas a las dos figuras surgidas del espacio.

—Discúlpale, teniente —dijo la mujer—. No albergamos malicia. Y como puedes ver —abarcó con un amplio gesto los bien construidos edificios, los campos, el obviamente saludable grupo que se apiñaba tras ella—, nos las arreglamos muy bien aquí. Gracias por venir, pero no tenemos ningún problema. —Dio medio paso adelante, escudando con su cuerpo al viejo mientras decía—: A su edad imagina cosas, acerca de grupos de rescate y acerca de venganza. Está amargado, pero nosotros no. Gracias por responder a la señal.

—Si vosotros no la enviasteis, ¿quién lo hizo? —preguntó Rianav.

La mujer se alzó de hombros.

—Tardma, una de las originales, acostumbraba a decir que había sido enviado un mensaje antes de la estampida. Pero no acudió nadie. A menudo era contradicha por los otros…

A su propia manera, la mujer estaba tan ansiosa de librarse de ellos como lo había estado Aygar. Pero también le resultaba obvio a Rianav que Aygar no había dicho nada, al menos a la mujer y al viejo, acerca de su encuentro anterior.

—¿No hay nada que necesitéis de nuestros almacenes? —preguntó—. ¿Medicamentos? ¿Matrices? ¿Disponéis de alguna unidad de comunicaciones operativa? Podemos pedir que acuda algún comerciante. Siempre van en busca de nuevos negocios, y un asentamiento joven como el vuestro…

Rianav miró más allá de Tanegli. Esta mujer debía ser su hija, porque se parecía a él. Los otros permanecían detrás, inmóviles y en silencio, pero evidentemente no se les escapaba ni una sola de sus palabras. Algunos de los niños más pequeños estaban alejándose por un lado para echarle una buena mirada al deslizador.

—Somos autosuficientes, teniente —fue la inflexible respuesta.

—¿Ningún problema con las formas de vida indígenas? Hemos visto algunos animales enormes…

—Esta meseta está a salvo de los grandes herbívoros y sus predadores.

—Muy bien, haré mi informe de acuerdo con todo esto.

Rianav saludó y, con una enérgica media vuelta, regresó al deslizador, con Titrivell a unos pasos tras ella. No le gustaba tener que darle la espalda al grupo. Podía captar la tensión en Titrivell, pero la Disciplina mantuvo su paso controlado y reprimió su impulso de mirar hacia atrás.

La tensión se reflejaba en el rostro de Portegin mientras alzaba la cubierta transparente de la cabina, con tanta fuerza que rebotó y volvió a cerrarse. Rianav y Titrivell no perdieron tiempo para subir al deslizador e instalarse en sus puestos, y apenas se habían sentado cuando Portegin efectuó un rápido despegue vertical sin que nadie le hubiera dado la orden, encaminándose directamente de vuelta hacia las cataratas.

—Cada uno de esos adultos era mayor que nosotros al menos en un tercio de metro, teniente —dijo Portegin; sus labios estaban secos.

—Tan pronto como estemos fuera de su vista detrás de esos riscos, tome un rumbo directo hasta nuestro campamento, piloto.

—Puede que no tengan ninguna gravedad contra la que luchar —dijo Titrivell—, pero son un grupo poderoso pese a todo.

—Han tenido que sobrevivir en este planeta y mantener vivos sus planes.

—¿Sus planes, teniente?

—Sí, piloto. Desean ser los propietarios de este planeta, no simplemente de esa meseta o de cualesquiera otros derechos que les correspondan según una reclamación de naufragio.

—Pero… ¡no pueden hacer eso! ¿Pueden, teniente? —Portegin se agitó inquieto en el asiento del piloto, apretando la barra de control con inquietos dedos.

—Sabremos más una vez hayamos hecho nuestro informe a las autoridades competentes, piloto.

Entonces fue el turno de Rianav de inquietarse, pasándose los dedos por la frente, porque lo que había dicho sonaba de algún modo equivocado, y no podía imaginar por qué.

Guardaron silencio durante todo el camino de vuelta a la base; un silencio parcialmente impuesto por el tormentoso tiempo, que hacía difícil la conversación en el deslizador, y parcialmente debido al agotamiento de Rianav y Titrivell cuando descendieron de las alturas impuestas por la Disciplina.

De pronto, el sol, como si estuviera irritado con todos aquellos despliegues meteorológicos, fundió las nubes, y se vieron enfrentados a enormes panoramas de jungla, nítidos y claros hasta las distantes cordilleras de volcanes del sur, y al este hasta los altos y dentados picos, desnudos de la lujuriante vegetación púrpura y verde que parecía indestructible. Mirando a su alrededor, Rianav observó a los tres animales alados que les seguían, y su ansiedad se disipó por una razón que fue incapaz de adivinar.

Las tres aves permanecían discretamente encima y detrás del deslizador hasta que Portegin descendió al punto de aterrizaje vertical frente a la pantalla de fuerza del campamento. Mientras Rianav salía del deslizador, las aves doradas trazaron un círculo sobre ella y desaparecieron hacia el noroeste. Del mismo modo que se había sentido confortada por su curiosa escolta, ahora se sintió triste ante su brusca partida.

La pantalla de fuerza se abrió, y una mujer acudió caminando a su encuentro.

—Informa, Varian.

Parpadeando confusa, Rianav agitó secamente la cabeza. No reconocía a aquella persona como parte de su mando.

—Te prometí una barrera, Varian —dijo la mujer con una burlona sonrisa—. ¿Tan profunda la hice?

Ante aquella señal posthipnótica, la personalidad de Rianav dio paso a la de Varian.

—Cielos, Lunzie, ¿cómo conseguiste este tipo de cambio? —Varian se volvió en redondo para mirar a Triv, que tan recientemente había sido una persona completamente distinta, y a Portegin.

Triv estaba sacudiendo también la cabeza, mientras que Portegin, saliendo del deslizador, estuvo a punto de caer por la sorpresa.

—¡Hey!, ¿qué ocurrió? ¡Nosotros no somos de ningún crucero! —Mientras la realización de su aventura de aquel día se infiltraba en su auténtico yo, Portegin se dejó caer contra el costado del deslizador—. ¿Quieres decir que simplemente nos metimos entre esos equipos pesados y que…? ¿Cómo?

—Lunzie lo hizo —dijo Varian, riendo con alivio y nerviosismo mientras absorbía la enormidad de lo que habían hecho.

—Quien piensa que está diciendo la verdad es siempre mucho más convincente, Portegin —observó Lunzie.

—¿Y te aseguraste de que nuestras respectivas verdades encajaran? —preguntó Triv.

—Me siento complacida de que no fuera necesario. Vamos, entrad —dijo Lunzie, haciendo un gesto con la mano para indicar los pequeños insectos que estaban penetrando por la abertura de la pantalla—. Kai lleva mucho rato preocupado.

—¿Está mejorando? —preguntó Varian.

—Lentamente. Esa toxemia de los flecos está afectando su sentido del tacto. Se ha quemado la mano tomando un cuenco caliente, y ni siquiera se ha dado cuenta del calor ni del dolor. Yo olí la carne quemada. Tendremos que vigilarle entre todos.

Varian entró en el refugio del domo y se descubrió examinándolo según las valoraciones de Rianav: limpio, funcional a un nivel primitivo, pero atestado. También fue Rianav quien observó al esbelto hombre… los efectos del envenenamiento eran evidentes tanto en su actitud como en la palidez de su rostro. Aygar era más del gusto de Rianav. Varian reafirmó su auténtico yo con una furiosa sacudida de cabeza. Ella no era Rianav, la teniente de un inexistente crucero; era Varian, veterinaria xenobióloga.

Era obvio por el estado de salud de Kai que tenía que asumir el liderazgo de lo que quedaba de la expedición. ¿O tal vez cederlo a otra? Lunzie había estado actuando de una forma mucho más decisiva que ella y siguiendo líneas mucho más constructivas. Rianav parpadeó en las percepciones de Varian. Deseó fervientemente ser de nuevo sólo ella misma, sin aquellos disruptivos segundos pensamientos.

—Me alegra que hayáis vuelto sanos y salvos, Varian —dijo Kai, con el rostro iluminado por una amplia sonrisa. Extrañas manchas salpicaban su cara allá donde las punzadas del flecos habían sanado pero habían dejado círculos de un color más pálido. Varian se preguntó si aquella carne habría perdido también su sensibilidad—. Lunzie no dejó de tranquilizarme diciendo que estabais a salvo, pero no confío en esos equipos pesados.

—Ya no son equipos pesados —dijo Triv, con un bufido despectivo—. Ni siquiera Tanegli. Es simplemente un débil y encorvado viejo que tiene visiones.

—Cuestiono el uso de la palabra «visiones» —dijo Varian, sonando de nuevo como su alter ego.

—¿Por qué no empezáis desde el principio? —sugirió Lunzie.

Pero una vez se hubieron sentado y Varian empezó a hablar, fue de nuevo Rianav, informando de unos hechos desnudos. Triv añadió sus observaciones mientras Portegin escuchaba, agitando ocasionalmente la cabeza como si no pudiera reconciliar su experiencia vista tras una barrera con lo que estaba oyendo ahora.

—¿Os reconoció Tanegli? —preguntó Kai.

—No. Pero evidentemente no esperaba vernos —dijo Varian, consciente de una vaga tristeza por la desintegración del cuerpo y la personalidad de Tanegli. ¿O era Rianav quien pensaba eso?—. Nos presentamos como un grupo de rescate y, aunque para nosotros solamente ha pasado una semana de tiempo subjetivo, para él son cuarenta y tres años.

—Rianav… quiero decir… —se corrigió Triv con una carcajada y luego una mirada de disculpa—. Varian hace un teniente muy convincente, Kai.

—Nuestra apariencia como un equipo de rescate trastornó a Tanegli —prosiguió Varian, decidida a reprimir un juego de sus reacciones—. Esperaba ver colonos equipos pesados emerger de aquel deslizador, informando en nombre de su nave madre.

—¿Aygar no mencionó su encuentro contigo?

—No…

—Y seleccionó cuidadosamente su comité de recepción en el viejo campamento —dijo Triv, con una sonrisa burlona—. Sólo que no fueron lo bastante rápidos para unas tropas Disciplinadas. —Cuando Lunzie le lanzó una divertida mirada de soslayo, la expresión de Triv cambió a su pesar—. Bueno, estábamos Disciplinados, y pensábamos que éramos tropas.

—¿Así que utilizasteis los aturdidores? —La pregunta de Lunzie era más una afirmación.

—Ellos constituyeron toda la diferencia —dijo Varian—. Por término medio, solamente se vieron inmovilizados unos cincuenta minutos. Estaba lloviendo.

—Una buena experiencia disciplinaria para vuestros amigos, sin duda —dijo Lunzie—. Tampoco es muy probable que mencionaran su abortado intento cuando regresaran a la meseta. Aunque no importa que hagan una cosa o la otra.

—¿Quieres decir que nuestro engaño será descubierto cuando aterrice la nave colonial? —preguntó Kai.

Lunzie parpadeó una vez, como si él hubiera interpretado de una forma completamente errónea lo que acababa de decir, pero Kai no pudo pensar cómo.

—Lo primero que harán después de aterrizar será intentar hallarnos —dijo Varian—, una vez tengan el equipo y el personal necesarios para organizar una búsqueda a escala planetaria.

—¿Oh? —Lunzie parecía divertida—. Creí que habías dicho que fuisteis un convincente equipo de rescate.

—Sí, pero…

—Esa nave colonial no acude con autorización de los PSF —dijo Lunzie, desmoronando su argumentación—. ¿Dijiste que poseen primitivas plantas hidroeléctricas? Entonces disponen de suficiente energía para enviar señales codificadas que alerten a la nave colonial. La cual, puesto que no está autorizada, no querrá ser desafiada por ninguno de los cruceros de los PSF en el sistema. Recordad que las naves de tamaño colonial tienen que empezar a disminuir su velocidad apenas entran en el sistema solar. Lo más probable es que efectúe una entrada polar. ¿Visteis alguna radiobaliza durante vuestro examen aéreo del asentamiento?

—Bien…, había demasiada bruma, pero diría que había una en el extremo más alejado de la parrilla, casi en el borde de la meseta —dijo Portegin.

—¿Pueden disponer de un equipo de transmisión-recepción? —preguntó Lunzie.

—Se llevaron todas las matrices de repuesto de la lanzadera —recordó Portegin con tono resentido.

—Bakkun poseía los conocimientos técnicos básicos para improvisar —dijo Kai, recordando el registro personal del hombre.

—Nos dará más tiempo si han aumentado sus comunicaciones —dijo Lunzie, complacida.

—¿Más tiempo para qué, y cómo? —preguntó Varian.

Se sorprendió de ver un guiño en los ojos de la doctora cuando Lunzie se volvió hacia ella.

—Para establecer nuestra propia reclamación sobre Ireta. Créeme, con un latrocinio tan grande como éste, ningún comandante de una nave colonial va a aterrizar a menos que esté muy seguro de que no hay ningún crucero acechando detrás de una de las lunas de Ireta o… —Lunzie se volvió a Portegin—. ¿Tenemos suficientes matrices para contactar con los ryxis?

—¿Los ryxis? —Varian se mostró sorprendida por la pregunta. Observó a Lunzie con un repentino antagonismo. Los ryxis no debían saber nada de los giffs.

—Los había olvidado por completo —dijo Kai.

—A mí me gustaría poder hacerlo —dijo Varian con voz tensa—. ¿Cómo pueden ayudarnos?

—¿Por qué deberían hacerlo? —quiso saber Triv.

—Vrl no se mostró complacido con el informe de Kai sobre los giffs —empezó urgentemente Varian—. Tienes que saber cómo son los ryxis, ¿verdad, Lunzie?

—Oh, naturalmente. Tal como lo recuerdo, Kai, mencionaste que los ryxis habían enviado una cápsula indicando a su nave colonial que iniciara el viaje. A estas alturas ya deben estar asentados…

—¿Por qué deberían ayudarnos? —preguntó Kai. Se sentía tan reacio a contactar a los ryxis como Varian, pero por motivos menos altruistas—. Probablemente han supuesto que la ARCT-10 nos recogió hace décadas.

—Generalmente los ryxis emplean tripulaciones humanas para sus naves espaciales —dijo Lunzie, cortando las objeciones de Kai—. Me sentiría enormemente sorprendida si no tuvieran una nave de pertrechos acudiendo regularmente al planeta.

—¿Quieres decir… pedirles que finjan que son el crucero? ¿Para qué servirá esto, excepto para retrasar un poco a la nave colonial?

—Cualquier retraso sirve a nuestros planes —dijo Lunzie sin inmutarse.

—¿Y cuáles son nuestros planes? —preguntó Varian, un poco aliviada al pensar que tal vez no fuera necesario implicar personalmente a los ryxis.

—Retrasar las cosas. Especialmente retrasar el aterrizaje de esa nave colonial, lo cual consolidaría la causa de los equipos pesados.

—Hasta ahora sus planes han funcionado bastante bien —dijo Varian—. Han establecido y mantenido un asentamiento en un mundo brutal y primitivo…

—¿De qué lado estás? —preguntó Kai, sorprendido por su comentario.

—Del nuestro, por supuesto. Pero no puedes negar que los supervivientes han hecho un sorprendente trabajo para demostrar que han sido abandonados… por la razón que sea.

—Sin embargo… —y el frío tono de Lunzie censuró a Varian más agudamente que la agitación de Kai—, están a punto de cometer un gran robo contra los Planetas Sentientes Federados.

—¿Un gran robo? —Triv dudaba entre la risa y la sorpresa.

—¿Qué otro nombre puedes darle al intento de apoderarse de un planeta? —preguntó Lunzie, completamente seria—. Algo que conseguirán si aterriza esa nave colonial. Oh, por supuesto, los PSF pueden acusar a Tanegli de amotinamiento… —y Lunzie se alzó de hombros ante aquel inútil despliegue de legalidad—. Nosotros, y los durmientes, no podremos reclamar nada por ese lapso de cuarenta y tres años porque no hemos producido ningún resultado significativo en la apertura del planeta.

—Fuimos enviados en una misión exploradora —empezó Kai defensivamente.

—Que sigue estando incompleta. —Lunzie hizo otro elocuente alzamiento de hombros.

—¿Adónde estás yendo, Lunzie? —preguntó Varian.

—Si nosotros también hubiéramos hecho alguna contribución significativa, el planeta no hubiera podido ser cedido enteramente a los colonos equipos pesados, ni siquiera aunque su nave aterrizara. Podemos conseguir eso continuando con las intenciones originales del primer grupo: un examen completo de los rasgos geológicos y xenobiológicos del planeta. Sería mejor si pudiéramos impedir el aterrizaje de la nave colonial, por cualquier medio que podamos. Si de alguna forma validamos el «rescate» antes de que se pose la nave colonial, podemos limitar a los equipos pesados a esa parte que han trabajado.

—Entonces… habrán hecho bien —dijo Triv con un largo suspiro—, porque la meseta es rica en hierro. Aulia y yo encontramos también rastros significativos de uranio a lo largo del levantamiento de esa larga cadena montañosa el día del amotinamiento. Nunca tuvimos oportunidad de decírtelo, Kai.

—Supongo que nadie desea que no se lleven nada por su trabajo —dijo Lunzie con profunda ironía, antes de volverse a Varian—. Están también tus animalitos, Varian, los giffs, que necesitan que se les permita evolucionar sin interferencias. Tendremos que acudir al Consejo Supremo para defender su protección como una especie inteligente.

—Todo el planeta debería entrar en esa protección —declaró Varian.

—Es muy posible —admitió Lunzie—, especialmente si la teoría de Trizein de que este planeta ha sido poblado de alguna forma con especies de la era mesozoica de la Tierra es correcta. Esa podría ser la principal consideración.

—No con un mundo tan rico en transuránicos como éste —dijo Kai, con un tono que no admitía contradicción.

—Ambas cosas no son mutuamente excluyentes —observó suavemente Lunzie—. Pero si la nave colonial aterriza…

—¿Y si nosotros somos localizados? —preguntó Triv.

—Lo cual es indudablemente la primera cosa que Aygar querrá que hagan —dijo Varian, recordando la furia en los ojos del joven, prometiendo venganza.

—Podemos utilizar a Dimenon y Margit —dijo pensativamente Kai en el silencio que siguió.

—Y a Trizein —añadió Lunzie.

—¿Por qué él? —preguntó Portegin—. Sólo es un analista, no nos proporcionará nada útil.

—Es nuestra autoridad en zoología mesozoica —dijo Lunzie.

—Portegin, ¿puedes montar un interferidor para el mástil de comunicaciones de la meseta? —preguntó Kai.

—Eso significaría acercarse de nuevo al asentamiento. —Portegin no ocultó su desagrado.

—No muy cerca —observó blandamente Triv.

—Ellos no esperarán que un grupo de rescate interfiera sus comunicaciones —dijo Kai con una sonrisa.

—Una buena idea —dijo Varian, complacida y aliviada de que su co-comandante estuviera recuperando el espíritu—. Y cuanto antes lo hagamos, mejor.

—¡De acuerdo! —Las palabras de Lunzie sonaron inesperadamente enérgicas—. Pero si para hacer eso debemos emplear las matrices que necesitamos para alcanzar a los ryxis…

—No, creo que tengo suficientes disponibles —dijo Portegin, sin darse cuenta de la consternación que se reflejaba en los rostros de Kai y Varian.

—Kai —y Lunzie se volvió casi bruscamente hacia él, apartado su mirada del técnico—, ¿recuerdas claramente los depósitos minerales que encontrasteis?

—Muy claramente —dijo Kai, en un tono que esperaba que Lunzie supiera interpretar.

—Excelente. Cuando vuelva a la lanzadera, pasaré un poco de fibra por el sintetizador para producir material de escritura. Trizein nunca olvida nada que haya analizado, así que también podrá volver a escribir sus notas.

—Terilla podría repetir también esos exquisitos dibujos que hizo —dijo Varian.

—Los niños no se adaptan bien al trauma del transcurso del tiempo —dijo Lunzie con voz fría—. Ya es bastante duro para los adultos darse cuenta de que la mayor parte de sus amigos, y probablemente toda su familia inmediata, es vieja o ha muerto. —El silencio que siguió a su observación hizo que contemplara cada uno de los rostros que la rodeaban. Su expresión era un poco más suave cuando prosiguió—: Ya es bastante duro para nosotros, pero al menos tenemos una tarea a la que podemos dedicar nuestras energías. —Hizo una nueva pausa, mirándolos a todos—. Creo que ahora será mejor que durmamos un poco. Vamos a tener un montón de trabajo mañana.