CAPÍTULO IV

Disimuladamente salimos al exterior y un mozo nos trajo los caballos. En cuanto pudimos los pusimos al galope.

Mi peinado se deshizo y todo mi cabello se agitaba con el viento.

Reíamos al sentir la velocidad y la libertad.

Nos metimos por un bosque y en un claro se encontraba una casita de piedra.

Dejamos los caballos pastando y luego los limpiamos y guardamos en una cuadra adyacente.

 

Cuando iba a atravesar la puerta de la casa, Edmund me cogió en brazos. Yo me abracé a su cuello. Escondí la cara en su pecho, me sentía un poco intimidada.

-Cielo, no tengas miedo. No te haré daño. Seré delicado y cariñoso.

Acaricié su cabello.-Lo sé. Nunca he sido cobarde y tú lo sabes. Pero es la primera vez que estaremos unidos y no controlo la situación.

-Mi pequeña princesa, no pienses y siente.

Me tumbó en una cama y encendió la chimenea y todas las lámparas de aceite del dormitorio.

Era una casita muy acogedora, llena de bonitos cortinajes, cojines estampados y colchas. Jarrones con flores frescas perfumaban el ambiente.

 

-Lo has preparado todo muy bonito. Gracias por ser tan considerado.

-No tiene la menor importancia y por ti haría lo que me pidieras.

Se sentó en la amplia y cómoda cama y comenzó a acariciar mi rostro. Estaba hipnotizada siguiendo sus largos dedos como se deslizaban por mi cuerpo.

Se tumbó junto a mí y nos miramos profundamente a los ojos.

Nuestros labios se buscaron, al principio con timidez y luego con ardiente pasión.

Nos abrazamos con intensidad, sorprendiéndonos de nuestras ansias por amarnos. Nuestros dedos volaban por nuestras ropas despojándonos de todo. Nos unimos desesperados como si la vida nos fuera en ello.

Era una locura, pero no podíamos parar de abrazarnos, besarnos y amarnos. Era como si hubiéramos tenido una compuerta cerrada y tras muchos años de encarcelamiento, necesitáramos derribarla.

 

Nunca imaginé que poseyera esas ansías de amar y ser amada. No podía negar la realidad, amaba a Edmund y mi corazón había permanecido adormecido. Ahora estaba muy despierto y sentía un torrente de emoción que necesitaba ofrecérsela a mi amado.

-¡Dios Iona, te amo tanto!…Y he esperado este momento, desde hace años…Ya eres mía y jamás me separaré de ti. No puedes imaginarte el sufrimiento que he vivido, desde mi más tierna edad. Porque siempre te he amado, desde el mismo instante en qué te conocí siendo un niño, y tú una criatura mágica y de otro mundo. Me hechizaste con tu belleza y encanto y nunca he podido dejar de quererte, por más que lo he intentado.

-Edmund, yo también te amo. No quería reconocerlo y preferí cerrar mis sentimientos. Pero no puedo seguir engañándome y te quiero con toda mi alma como jamás pensé que se pudiera querer.

Me has embrujado y ahora que mi corazón late por ti, nunca te dejaré, y querré ser siempre tuya.

-¿Lo dices de verdad, no será pasión lo que has sentido y nada más?

 

-Edmund, ¿crees que podría entregarme en cuerpo y alma, si no te amara muchísimo? Me conoces muy bien y no soy generosa con mis afectos. He tocado el cielo con los dedos y me he sentido muy feliz, tanto que temo amarte con esta desesperación. Ahora comprendo mi absurda ofuscación por no querer ser algo más que una amiga para ti. Con razón todos los caballeros me parecían patéticos porque siempre los comparaba contigo y ninguno estaba a tu altura ni jamás lo estará. Te amo ardientemente y siempre seré tuya, te he entregado mi corazón para que hagas lo que desees con él.

Nos fundimos en un único ser, con lágrimas en los ojos por el maravilloso descubrimiento del acto de amor tan puro y sincero.

Agotados por tanta emoción, nos quedamos dormidos abrazados. No existía nada, ni nadie para nosotros. Estábamos inmersos en nuestro propio mundo.

Pasaron unas horas cuando los rayos del sol incidieron en nuestros rostros. Muy sonrientes despertamos y sin pensarlo volvimos a amarnos.

Relatos románticos y fantásticos. Sabor violeta
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