CAPÍTULO III

Unos golpecitos en mi puerta me avisaron que debería comenzar a vestirme.

Estaba más animada que nunca y me apetecía verme como una princesa. No me había ocurrido anteriormente pensar en mi aspecto. Pero esta noche únicamente tenía en mente mi encuentro amoroso con Edmund.

 

Tarareando una canción, me vestí con el precioso traje violeta, largo y de seda, me recogí el cabello dejándome alguna guedeja suelta.

Unos pendientes de zafiros, con una gargantilla haciendo juego me adornaban y al mirarme en el espejo, casi no me reconocía. Estaba espléndida, o quizás era el brillo tan intenso en mi mirada.

Me calcé unos zapatos de tacón fino y cogí mi bolsito. La noche estaba preciosa y estrellada y no hacía nada de frío.

Mis padres me admiraron en la entrada mientras me esperaban.

Sonrientes me dieron su aprobación y fuimos de camino en el carruaje, al baile del embajador.

-Papá y mamá, se os ve tan enamorados….Les dije soñadoramente.

Mis padres se miraron con adoración.

Llegamos a la gran celebración, multitud de carruajes paraban ante el Palacio Real.

 

Entramos muy emocionados. Había muchos conocidos a los que saludamos; yo estaba pendiente por si llegaba Edmund. Sus padres se acercaron y alabaron mi belleza y elegancia.

-Gracias, sois muy amables. ¿No ha llegado con ustedes Edmund, me prometió que me acompañaría?

Se miraron los cuatro sonriendo ante mi pregunta. ¿Tanto se notaba que no podía pasar ni un minuto sin él?

-Querida, vendrá más tarde. Ha tenido que terminar unos informes en la jefatura y luego iba a buscar unos caballos que quería enseñarte para que  probarais su montura.

El bueno de Edmund había pensado en todo por si salíamos cabalgando, así tendríamos escusa.

Un joven emperifollado y para mí un pesado, quiso sacarme a bailar. No tuve más remedio que aceptar.

 

Mientras bailábamos no hacía mas que buscar con la mirada a Edmund, y no lo encontraba. El pésimo bailarín no hablaba nada más que de tonterías sin sentido. A todo le daba la razón incluso sin escucharle.

Mis ojos brillaron, por fin había llegado mi preciado amigo.

-Si me disculpa caballero, tengo un asunto importante que tratar con mi amigo Edmund.

Le dejé plantado casi en medio de la pista y corriendo agarré del brazo a Edmund y continué bailando.

-Creí morirme de aburrimiento. Menos mal que has venido. Estaba apunto del desmayo.

-Estás preciosa, mi princesa. Y no me extraña que todos los hombres del salón te pretendan.

-Es solamente un vestido y unas joyas. ¿Has traído los caballos?

-Sí y ya me han comentado mis padres que estás al tanto de nuestra escapada para probarlos.

-Eres un genio, mi amado amigo. Cuando tú lo desees nos marchamos. No soporto tanta estupidez a mi alrededor y alago. No sé si habrá venido ese francés afeminado.

-Iona, has estado todo el tiempo bailando con él.

Me tapé la boca con la mano. Le había hecho un agravio al embajador, al dejarle allí plantado.

-Edmund, será mejor que tomemos una copa, me hace falta. No sé cómo podré reparar mi total torpeza y desaire.

Sonriéndome y del brazo nos paseamos por las salas hasta encontrar a un sirviente con una bandeja de copas.

Casi de un trago me la tomé y empecé a toser.

 

-Iona, cariño, no te preocupes, tampoco es para tanto. Todos saben de nuestra amistad y se lo habrán explicado al embajador francés.

-¡Qué vergüenza! Con razón casi ni le entendía lo que me decía y no le hacía ni caso.

-No mires, pero creo que te está buscando. Habla con nuestros padres. Será mejor que nos vayamos antes de que requiera otro baile.

-Sí, no soportaría más su insulsa conversación.

Relatos románticos y fantásticos. Sabor violeta
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