CAPÍTULO XIII
-Acompañadme bella dama. Sosegaros y estad tranquila. Mi hijo ha hablado con gran valentía y sabiduría. No os preocupéis ya estamos preparados y contamos con un ejército bien armado.
-Sois muy amable rey y señor de este Océano. Os estaré inmensamente agradecida por ofreceros a proteger a mi hija. Y vuestro hijo, si me lo permitís decirlo es un noble joven al que admiro por su amor a mi adorada Koralina.
-Es cierto. Debo confesaros que cometí el peor pecado que un padre puede hacer a su hijo. No supe comprender su afán por explorar la Tierra. Ni él mismo entendía la fuerza de su atracción por desobedecer la ley de
los Homoceans, la más importante que se debe atacar siempre.
-¡Oh! Es terrible desterrar a un hijo. Los dos hemos sido obligados a alejarlos de nuestro lado.
Yo por mi indefensión ante mi rey y vos por no comprender los designios de la leyenda.
-Es muy cierto. Pero ahora bella dama, mirad a la feliz pareja de enamorados. Yo desgraciadamente perdí a mi esposa, y aunque la quería, jamás llegué a encontrar mi alma gemela.
Es el primer caso que puedo comprobar con mis propios ojos, que en realidad es verdadera la historia del amor eterno entre los de nuestra especie.
¿Vos encontrasteis en vuestro esposo, un amor así?
-No. Éramos demasiado parecidos y le quería mucho. Fuimos más amigos que amantes. Nunca sentí un profundo amor. Yo tampoco encontré mi pareja eterna.
Soy muy feliz porque mi pequeña Koralina sea afortunada por haber hallado un sentimiento único, como el amor más puro.
-Mi dama, debo reconocer que vuestra hija y vos, sois realmente hermosas. No consigo apartar la mirada de vuestros bellos ojos, sin sentirme hechizado. Nunca vi criaturas más maravillosas en la profundidad del mar. Comprendo el embrujo en que se encuentra mi hijo, creo que es una enfermedad contagiosa porque empiezo a sentir algo muy intenso por vos, acabándonos de conocer.
-Mi rey, no creo que sea prudente en estos momentos dejarnos llevar por esta poderosa atracción. Yo siento lo mismo y estoy abrumada. Quizás haya sido la soledad de estos años sin la compañía de un amado.
-No, bella dama. Nunca he sentido esta opresión en mi corazón, y tampoco la comprendo, solamente mi alma me implora que os retenga. Sé que es una locura, pero os imploro que no me abandonéis y cuando resolvamos el problema que tenemos con vuestro cruel rey del otro Océano, os prometo que seréis mía y nada ni nadie osará apartaros de mí.
-¿Lo decís en serio, mi rey? ¿No sufriremos de algún mágico encantamiento que nos tiene atrapados sin remedio?
Porque si son verdaderos vuestros sentimientos, los míos también lo son. Y mi corazón ya os pertenece. Y si es un sueño, no quiero despertar de él. Quizás nuestros reinos hayan estado tantos cientos de años separados, que nos olvidáramos los unos de los otros e ignoramos su existencia.
-Seguramente, mi amada dama, estéis en lo cierto y nuestros ancestros lo supieron, pero sus descendientes lo olvidaron.
Os deseo tanto, a pesar de estar rodeados de todo mi séquito y nuestros hijos, que no soy capaz de disimular el profundo amor que os profeso.
Sonreímos porque éramos el centro de atención.
-Mi rey, ¿os habéis fijado que nuestra pareja de feliz enamorados, nos comprenden perfectamente porque ellos saben lo que es el amor verdadero? Nuestras miradas tienen un brillo especial, y no pasan desapercibidas.
-Estoy tan desesperado por amaros, que espero empezar la batalla cuanto antes; matar al impostor criminal y demostrarte mi bella amada, lo mucho que te adoro y la pasión tan ardiente que me inspiráis.
-Me vais hacer ruborizar a mis años. Ya no somos tan jóvenes para desatar estas ansías de amarnos. Ni siquiera sabemos nuestros nombres.
-No hace falta, son nimiedades. Vos seréis mi reina y dueña de mi corazón, como yo seré vuestro rey y servidor. Pero si lo deseáis saber, es el mismo nombre el que llevamos todos los que vamos a heredar el trono: Kruunprinssi.
Mi amada, ¿vos no os llamaréis igual también que vuestra bella hija Koralina?
-Me temo que así es. También seguimos la tradición de poner a nuestras hijas primogénitas el mismo nombre que la madre.
Besé sus finos dedos, tampoco llevaba las uñas afiladas ni los dientes puntiagudos.-Es un nombre encantador como vos. Y es curioso que no uséis la fuerza de nuestras uñas y dientes para atacar y alimentaros. Pensé que vuestra pequeña princesa, al vivir con humanos se los habían recortado.
-¡Oh, es cierto! Aunque pertenezcamos a la misma especie, nos diferenciamos en algunos detalles. Quizás sea porque utilizamos cubiertos para cortar y armas para pescar. Únicamente las damas de la realeza no las desarrollamos como las demás.
Por desgracia, el rey de nuestro Océano, posee unos rasgos bastante toscos y burdos. Sus ojos son negros, pequeños y crueles y sus dientes son sierras gigantes. Carece de cabello. Semeja a un tiburón con unas grandes garras en las manos y los pies.
-Mi bella dama. ¿Estáis segura que pertenece a los Homoceans, semejante monstruo?
-Amado rey, la madre de mi difunto esposo, fue atacada por un tiburón y después dio a luz esta especie maligna.
-Entiendo. Será mejor que nos enfrentemos fuera de nuestro reino. Vos y vuestra hija os quedaréis aquí resguardadas del peligro. Saldremos a luchar todos los hombres con mi ejército.
-Tened mucho cuidado; es astuto y peligroso. Y demasiado escurridizo. Nunca sabes por donde puede atacar.
-No os preocupéis bella dama. Regresaremos triunfantes y el monstruo morirá.