CAPÍTULO I

 

Estaba encerrada en la biblioteca de mi casa. Soy una enamorada de los libros. Mis padres y mi hermano pequeño se encontraban de viaje por Europa. Yo no quise ir con ellos porque me apetecía hacer algo diferente y embarcarme en alguna aventura.

Estoy subida en la escalera para acceder a los libros más altos de las estanterías. Sonrío por la cantidad de manuscritos e incunables que poseemos. Estamos viviendo en la casa de mis abuelos, que a su vez la heredaron también de sus padres, creo que debe tener más de doscientos años. Es magnífica, de estilo colonial, es una reliquia del pasado del Sur de Estados Unidos. Ya casi no quedan mansiones como la que construyó mi tatarabuelo venido de Grecia. Debió ser un caso único que no proviniera de Inglaterra, Irlanda, Holanda, Italia o Alemania. Fue un gran historiador enamorado de los filósofos de la antigüedad, como Platón, Aristóteles o Sócrates. Mi hogar conserva todavía estatuas griegas y este tesoro de biblioteca. Aquí te remontas a tiempos pasados, que nunca han de volver. Es curioso como la humanidad en diferentes etapas de la historia, pueden avanzar o retroceder, según las circunstancias del paso del tiempo, aunque hubieran sido unos países muy poderoso, como Grecia, Italia, Inglaterra o España. Me fascina la antigüedad y en mi último curso universitario me he doctorado en historia antigua y clásica.

Me ha propuesto el Rector de mi Universidad, dirigir el departamento de la época Helena, será una magnífica oportunidad de investigar e inculcar a mis alumnos, el amor por su historia y su arte.

Empezaré las clases dentro de una semana. También ha sido el  motivo de no ir de viaje con mi familia. Deseaba prepararme a fondo mis clases para hacerlas interesantes y que no parezcan aburridas.

Tengo el poder de hacer soñar a mis discípulos viajando a través de otros mundos diferentes a los que hoy en día vivimos desde el punto de vista de Homero.

Tendré que trasladarme al Campus de la Facultad, allí viviré en una modesta casita para mí sola.

No se tarda mucho desde Alabama a Georgia unas cuatrocientas ochenta millas. Con mi coche utilitario será una largo paseo. Nuestra casa está cerca de los Apalaches, retirada del mar. Pero tiene un paisaje único. Mis padres  se encargan de domar caballos y mi hermano todavía estudia en el instituto.  Mi madre, Laurent, es la única que no lleva nombre griego, nació en Washington, se doctoró en Veterinaria y en un congreso conoció a mi padre. Desde entonces está feliz de encontrarse en las montañas Apalaches. Aristo se llama mi padre y mi hermano, significa “lo mejor posible”. Y a mí me pusieron Adara, como “belleza o virginal”. Han seguido la tradición y todos los herederos del tatarabuelo seguimos llamándonos igual.

Hay unos cuantos libros muy antiguos que me interesan; encenderé la chimenea, aunque todavía estamos en verano, aquí en la montaña las tardes empiezan a refrescar. Sus agrestes picos suelen estar nevados y seguiré contemplándolos cuando regrese a Georgia. Me impresiona su belleza e inmensidad como si fueran a llegar sus cumbres hasta el cielo y en primavera en la base de las montañas unas bellas flores de colores las adornan. Me inspiran respeto por su majestuosidad.

Bajé de la escalerilla con varios ejemplares de la época Helena. Arrimé un sillón cerca del fuego y añadí más leña. Suspiré de emoción y me dispuse a abrir la primera página. Me llevé una sorpresa estaba escrito en la lengua griega de su época. Algo había aprendido, pero algunas palabras se me escapaban.

Volví a levantarme a por el diccionario clásico de griego. Estaría por la tercera estantería, no hacía mucho que lo había utilizado. Creo que era la única que lo consultaba. Mi hermano prefería, al igual que  mis padres el cuidado de los animales. Les extrañaba tanto afán por mis orígenes y su particular historia. La verdad que yo a veces tampoco me comprendía. No tenía amigos con los que me relacionara por un tema en común como este. Los únicos eran compañeros del departamento de historia. Y casi todos eran profesores bastante más mayores que yo. Acababa de cumplir los veintidós años, y mi pasión por los estudios me habían posicionado como la mejor alumna. Mi doctorado ya lo había terminado y únicamente me quedaba impartir clases y por supuesto seguir estudiando y escribiendo en la revista del claustro.

Cogí el diccionario y con cuidado lo apoyé en mi regazo. Según iba leyendo y traduciendo las palabras, el relato se ponía más interesante, trataba de un hombre bendecido por los dioses, ofreciéndole su inmortalidad, a cambio de su dedicación a proteger a su pueblo heleno.

Qué curioso que su nombre fuera Athan, busqué su significado y coincidía con su condición de vivir eternamente. Sonreí, claro no podía llamarse de otra manera: Athan el inmortal.

Pasé las páginas en busca de alguna imagen suya. No encontré ningún dibujo, únicamente su descripción: era un hombre joven de fuerte complexión física, alto, de pelo castaño, ojos azules oscuros y piel blanca.

No explicaba nada de su perfil griego ni de su boca. Se daría por sentado que todos eran parecidos en aquellos tiempos.

Era un gran luchador y defendía a los más débiles y a los que estaban en peligro.

Vaya, empezaba a gustarme un varón de esas características, ya no encontrabas hombres así, tan dedicados a hacer el bien.

Sería como la policía de hoy en día, luchando contra el crimen y protegiendo a los ciudadanos.

Imagino que estaría inmerso en plena guerra de Troya. ¡Cuánto desearía conocer todos los destalles de primera mano o que pudiera viajar en el tiempo y vivir una experiencia semejante!

Suspiré por mis fantasías. Quién sabe si realmente ocurrieron todos los hechos como nos lo cuenta Homero. A veces soy tan inocente, que sí creo en sus relatos de la Ilíada y la Odisea con la batalla entre griegos y troyanos o por lo menos lo deseo. Sería muy triste no poder soñar con historias como la construcción del caballo de Troya, un ingenioso regalo para los troyanos, que aceptaron sin saber que contenía una sorpresa. Dentro se encontraban soldados griegos, bien preparados para abrir las puertas de su ciudad y atacarlos.

Me sobresalté al escuchar el timbre de la puerta.

¿Quién sería a estas horas de la noche? Nadie vivía cerca de nuestra casa y si mis amistades y colegas, necesitaban comunicarse conmigo, me llamaban por teléfono.

Esperaba que no fuera ningún maleante, no abriría la puerta y llamaría a la policía.

Me asomé por la ventana de la biblioteca que daba a la entrada de la calle. Y vi a un hombre con una maleta.

-Señor, ¿se ha perdido o busca a alguien en particular?

Miró para arriba sonriendo.-Soy yo Athan. Abre que me estoy helando.

Fruncí el ceño o me estaba volviendo loca o el personaje de mi libro había salido de entre las hojas.

Relatos románticos y fantásticos. Sabor violeta
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