Capítulo 29

 

 

Esa noche todos se fueron a un bar para hacer la despedida de Sara. Aunque Daniel y Armando habían arreglado sus diferencias, el clima del grupo seguía siendo deprimente. Las chicas estaban tristes y Daniel andaba tan cabizbajo que apenas decía nada, solo bebía de su pinta con aire nervioso. Su mano tiritaba visiblemente cada vez que acercaba el vaso hacia sí.

Armando lo observó con una expresión de curiosidad.

–¿Estás bien?

–Sí, solo estoy un poco cansado.

Los demás se quedaron callados porque era obvio que esa no era la verdadera razón de su estado. Colin decidió romper el incómodo silencio.

–Daniel, ¿me acompañas a traer más pintas?

Él asintió y ambos se fueron. Armando le habló inmediatamente a Sara.

–El que se acaba de ir es un hombre destrozado. ¿Por qué tú y Daniel no lo arreglan?

Sara se quedó en silencio sin saber qué contestar a la pregunta que ella misma se había hecho durante las últimas horas. Se había ilusionado con la mirada anhelante de Daniel, pero él no había dicho ni una palabra de que quisiera estar con ella.

Fran  le pegó un codazo mal disimulado a Armando.

–Este es un muy buen pub, ¿no? –dijo Fran a Armando, cambiando radicalmente de tema–.  Siempre animado, pero nunca repleto de gente; además las bandas que tocan son muy buenas.

–Es cierto, hay muy buenos grupos –él miró al escenario–.  ¿Oye, el que está ahí no es Colin?

Sara alzó la vista hacia la tarima.

–No sabía que se presentaba hoy, qué raro, ese no es su grupo.

Colin se dirigió al público pidiendo su atención.

–Buenas noches a todos, un aplauso por favor para mis amigos del grupo “The One” por la fantástica interpretación del día de hoy –señaló a los músicos y esperó que terminara la ovación–. Quiero agradecer a ellos la oportunidad de tocar hoy en este escenario. Para mí es un gran honor, porque esta noche es muy especial, hoy es la despedida de una gran amiga a quien todos vamos a extrañar. Sara, ponte de pie por favor… Un aplauso para ella.

Sara se paró con la garganta cerrada de la emoción y movió los labios en un silencioso “gracias”.

–Sara, quiero decirte que todos te queremos y que nos harás mucha falta… Y no soy el único que necesita expresarlo... Amigas y amigos, tengo el agrado de invitar a este escenario por primera vez a un músico con mucho talento, a un gran amigo que hoy también tiene algo importante que decir… ¡Demos un fuerte aplauso a Daniel O’Brien!

El corazón de Sara latió con fuerza al sonido de su nombre. Era imposible que Daniel se subiera a un escenario, ¡pero si les tenía pánico! Sin embargo, era cierto: ahí estaba él en la tarima, con su guitarra frente al micrófono. Por su expresión, era evidente que estaba atemorizado.

Daniel la buscó con la mirada. Si bien en sus ojos había miedo, existía también un profundo anhelo. El saber que él estaba por ella, llenó a Sara de una emoción abrumadora que amenazaba con desbordarse en cualquier instante. 

Cuando Daniel comenzó a hablar, para ella fue como si el resto del mundo se desvaneciera.

–No es fácil para mí estar aquí hoy –dijo él con voz temblorosa– pero cuando encuentras a esa persona especial, deseas ser la mejor versión de ti mismo. Deseas demostrar que estás dispuesto a cambiar y a superar todos tus miedos… –tragó con fuerza–. Quienes me conocen, saben que no soy bueno con las palabras y que me cuesta mucho expresar lo que siento, pero hoy necesito decirle a esa mujer cuán importante es para mí… –clavó su vista en ella– Sara, esta canción es tuya…

Daniel hizo una seña a los músicos e inmediatamente comenzaron a tocar “Stand by me” de John Lennon, su canción favorita. Lágrimas de emoción se agolparon de inmediato en los ojos de Sara.

Él comenzó a cantar, exponiendo su corazón en cada verso y Sara no pudo contener un sollozo, pese a que toda la atención del bar estaba puesta en ella. Sintió que la voz de Daniel expresaba a través de la canción, todo lo que no se atrevía a confesarle directamente, lo que su mirada triste también le rogaba, especialmente en el coro, que suplicaba que permaneciera a su lado, que no se fuera.

Daniel parecía tan conmovido como ella. Armando enmudeció por primera vez desde que lo conocía y Fran parpadeaba repetidamente con ojos húmedos. Sin embargo, Sara apenas se daba cuenta porque para ella todo lo llenaba Daniel. Lo contemplaba sobrecogida de una agridulce emoción, mientras las lágrimas corrían por su rostro.

Cuando terminó la canción, estallaron los aplausos y Daniel dejó la guitarra para bajarse del escenario. Sara aprovechó ese momento para arrancar del bar antes de que él llegara a su lado y se subió al primer taxi que encontró en dirección al hogar.

Se encerró en su pieza y enterró la cabeza en la almohada, sin dejar de llorar, preguntándose el motivo de ese gesto romántico justo la última noche antes de su partida.

A los pocos minutos, tocaron a su puerta.

–Sara, por favor, tengo hablar contigo –la llamó la voz angustiada de Daniel–. Necesito hablarte, voy a entrar.

Se incorporó rápidamente, limpiándose las lágrimas. Daniel entró en el cuarto, visiblemente preocupado. Se sentó junto a ella y buscó su mano, pero ella la apartó.

–Sara, ¿qué hice mal? Pensé que iba a gustarte la canción, es tu  favorita, ¿por qué lloras?

–¿Por qué, Daniel? ¿Por qué ahora? ¡Justo cuando me voy mañana! –le reprochó con los ojos anegados–. Tuviste cinco meses, ¡cinco! para hacer algo ¿y eliges este momento? ¿Por qué? ¡Sabes que me voy mañana!

–¡Por eso! ¡Porque al pensar que te vas me cuesta respirar! –exclamó con desesperación–. ¡Necesito demostrarte que puedo cambiar! ¡Necesito disculparme contigo!

–¿Y para qué? ¡Yo no te he pedido ninguna disculpa, así que deja de hacer cosas por arrepentimiento!

Daniel agrandó los ojos como si no se creyera su respuesta.

–¿Te parece que he hecho todo esto por arrepentimiento? ¿Crees de verdad que esta noche me paré aterrorizado frente a todas esas personas porque lo que siento por ti es solo arrepentimiento?

La esperanza que surgió en el interior de Sara hizo retroceder la rabia.

–No sé qué creer –murmuró débilmente–. Toda esta historia entre tú y yo… Un día me dices una cosa y al día siguiente otra. No sé qué pensar.

–Entonces no pienses y solo siente –Daniel cogió su mano y la puso sobre su pecho–. ¿Lo notas, Sara? ¿Percibes cómo mi corazón late sin control? Estoy pendiendo de un hilo al no saber si me vas a dar otra oportunidad. Fui un imbécil, un completo imbécil y ahora estoy aterrado de que sea muy tarde… Sé que no podría haber elegido peor momento. Sé que no tengo derecho a pedirte nada, pero yo necesito estar contigo el tiempo que me des.

Sara bajó la vista mientras nuevas lágrimas se escurrían por su rostro.

–Sara, mírame, ¿qué ves? –dijo Daniel acunando su rostro con ambas manos– dime, ¿qué ves?

Ella leyó en sus ojos su angustia y su dolor; leyó también algo mucho más profundo, algo que había presentido miles de veces antes, pero que nunca se había atrevido a pensar que era real. La misma emoción que vislumbró el día que fueron al lago, la noche que Daniel la fue a buscar al club y sobre todo, hoy, cuando pese al miedo, se subió al escenario para interpretar su canción favorita… Sara vio amor y todo su ser vibró con la dulzura de ese sentimiento.

Daniel la atrajo hacia sí.

–Estoy tan desesperado por besarte, por abrazarte, por sentirte… –susurró en su boca–. Te necesito tanto, Sara; por favor, no me rechaces, déjame quedarme contigo al menos esta noche.

Ella escuchó su ronco ruego y todo lo demás perdió importancia. Lo amaba y ahí estaba él frente a ella, pidiéndole una noche juntos.  Tal vez eso sería todo lo que tendrían, así que lo demás sencillamente ya no importaba.

–Sí, quédate –le respondió con el corazón descontrolado.

Daniel gimió y atrapó sus labios en un beso urgente, nacido del más profundo amor. De ese amor desesperanzado que se aferra como loco a la última esperanza. Saber que al fin tenía a Sara entre sus brazos y que ella se iba a la mañana siguiente, era para él como si su corazón recibiera el más dulce de los cuidados, antes de que se lo arrancaran del pecho. Por eso quería amarla con todo su ser, hacer que esa noche fuera única para ella, así como ella era única para él. 

–Mi Sara, si supieras cuántas veces he soñado con este instante –le confesó roncamente al oído.

–Yo también –murmuró correspondiendo sus besos con la misma urgencia.

Daniel la recostó sobre la cama y le quitó los zapatos suavemente, acariciando la piel de los talones, venerándola, tratando de expresarle con sus caricias lo importante que era ese momento para él. Se recostó a su lado y reclamó posesivamente sus labios. Recorrió su cuerpo, palpándola, encendiéndola y llevándola cerca del límite, hasta que ella se convulsionó desesperada por la necesidad de más.

–Quiero todo de ti…  –dijo Daniel con su mano sobre el cierre de sus jeans–. No sé si alguna vez te tendré de nuevo entre mis brazos –su voz se quebró y hubo una larga pausa hasta que pudo volver a hablar–. Necesito el recuerdo de esta noche cuando ya no estés.

Sara enterró las manos en su espeso cabello, acercándolo a ella.

–Shh, no pienses en el futuro. Ahora solo estamos tú y yo –finalizó sus palabras con un profundo beso que lo hizo estremecer.

–Sara… –susurró.

Ella tembló por la adoración que percibió en él y sus manos se despertaron ansiosas por tocarlo. Las metió bajo su camisa y acarició su sólido pecho.

–Daniel, te necesito…

La respiración de Daniel se aceleró y descendió hasta su cintura para lamer la piel del borde del pantalón. Sara perdida en él, arqueó las caderas. Él desabrochó el botón para luego bajarle pausadamente el cierre, con sus ojos fijos en ella mientras lo hacía. Sara se mordió el labio para contener un gemido mientras Daniel deslizaba los jeans por sus piernas.

–Daniel… quiero sentirte… ahora –dijo con voz necesitada.

Sin querer refrenarse, ella exploró los abdominales y el cuerpo duro de Daniel por debajo de la ropa. Él echó la cabeza y soltó un ronco gruñido.

–Sara… –la besó febrilmente una y otra vez–. Necesito controlarme… Quiero ir despacio por ti.

–No necesito ir despacio… lo único que quiero, eres tú.

Un gemido de pasión brotó de las profundidades de Daniel. Se quitó aprisa casi toda su ropa, quedando solo en bóxers y camisa. Sara lo liberó también de esa barrera desabrochando los botones con dedos temblorosos. Al dejar su torso descubierto, acarició sus brazos fuertes, suspirando de placer al poder al fin tenerlo así para ella.

Daniel la dejó solo en lencería; llevó su mano con lentitud hacia el lugar donde se asomaban sus senos en el corpiño y dibujó lujuriosamente su contorno con las yemas de sus dedos, repitiendo después el mismo camino con la lengua. La urgencia se desató en Sara; el fuego y la humedad se esparcieron por su interior cuando las manos de Daniel le desataron el sostén y liberaron sus pechos.

Daniel recorrió con ojos extasiados su cuerpo.

–Mi Sara, eres tan hermosa –el tono profundo de Daniel la hizo sentirse más bella que nunca–. Me muero por hacer que pierdas el control, por escuchar tus gemidos de placer, sabiendo que soy yo quien te hace sentir así.

Los pulgares de Daniel comenzaron a moverse en círculos rozando el punto más sensible de sus senos y ella gimió extasiada. Exploró impaciente a Daniel y lo sintió temblar palpitante y duro a su contacto. Él introdujo su mano dentro de la bragas de Sara y dejó vagar sus dedos en ella, estremeciéndose por completo al sentirla lista para él. Deslizó el encaje hasta dejarla desnuda y él se deshizo también de su última prenda. Mientras él se hacía cargo de la protección, Sara lo contempló maravillada: Daniel era hermoso y fuerte, como siempre soñó que un hombre debía ser.

Daniel se posicionó entre sus piernas, rozándola apenas, haciéndola palpitar de anticipación.

–Mírame, Sara –pidió con voz ronca y suplicante.

Ella obedeció con ojos llenos de pasión y Daniel capturó su boca en un húmedo beso, acercando su cadera más a la de ella, de forma que ella ya lo sintiera un poco más en su interior. Ella no quiso esperar y alzó sus caderas buscándolo con avidez, pero Daniel la sujetó, haciéndola agonizar de anticipación un poco más.

–Voy hacerte el amor ahora… Me sumergiré en ti una y otra vez –susurró con voz entrecortada– y quiero mirarte, para recordarte así, ansiosa por mí con tus cabellos esparcidos en la almohada. Quiero grabarte tal como estás para siempre en mi memoria para recordarte y fantasear con que eres mía, que solo yo el que te hace estremecer, porque para mí eres solo tú…

–Solo tú… siempre has sido tú –Sara gimió y abarcó el rostro de Daniel con sus manos, reclamando sus labios en un fiero beso al cual imprimió toda su necesidad. Daniel soltó un gemido y se abandonó a ella, abriéndose paso lentamente.

El incendio explotó en Sara al sentirlo dentro de sí, lo abrazó con sus piernas y cerró los ojos sumida en el delicioso placer. Daniel tembló en su interior y comenzó a mecerse con ella en un vaivén que los elevaba cada vez más. 

–Sara… –su voz entrecortada era un apasionado ruego--. Mírame… no me dejes…

Las profundidades de sus ojos azules reflejaban pasión y dolor a partes iguales y Sara lo besó con todo el amor que fue capaz de transmitir para aliviarlo.

–Aquí estoy, Daniel, contigo.

Él gimió y la besó desesperado. Sara se aferró a sus caderas con más fuerza y Daniel aumentó el ritmo, impulsándolos a ambos en una ascendente espiral que reveló a Sara un mundo de éxtasis que no sabía que existía y que la llevó a deshacerse en los brazos de Daniel.  Él bebió de su boca cada uno de sus suaves quejidos  y luego él también se derrumbó sobre ella murmurando su nombre.

Daniel permaneció largo tiempo en su interior abrazado a ella, descansando su cabeza en su cuello y luego comenzó a retirarse. Sara echó de menos de inmediato el calor de su cuerpo y soltó un gemido de protesta.

–No te vayas –musitó lánguidamente.

–Nada en el mundo me haría irme de tu lado hoy –susurró Daniel más enamorado que nunca– es solo que soy muy grande para ti, no quiero aplastarte con mi cuerpo.

Sara le sonrió.

–¿Me ves quejándome?

El rostro de Daniel se iluminó en una sonrisa; se situó otra vez entre sus piernas, pero un poco más abajo para no cargarla demasiado, y recostó su cabeza a la altura de su cintura. Sara suspiró y enredó los dedos en su cabello, acariciándolo con languidez.

Daniel apoyó el mentón en el vientre de Sara y la contempló cautivado: su cabello castaño esparcido en la almohada, sus mejillas sonrosadas, sus labios hinchados de tanto besar, el brillo de su rostro…

–Eres lo más bello que he visto –dijo con ojos brillantes–. No puedo creer que tengo entre mis brazos a la mujer más hermosa del mundo.

–En realidad no me tienes entre tus brazos, yo te tengo a ti entre mis piernas –le sonrió.

–Pues es el mejor lugar del mundo –musitó con ardor y depositó un prolongado beso en su cintura–. Quisiera quedarme siempre así contigo –volvió a besarla–. ¿Te he dicho ya lo hermosa que eres?

–Creo que lo acabas de hacer –dijo atrayéndolo hacia ella otra vez. Daniel se resistió indeciso.

–No, mi Sara, no te quiero aplastar.

–Me gusta que me aplastes –le dedicó una sonrisa perezosa–. Además, si vienes, te confesaré un secreto.

Daniel comenzó a ascender lentamente, llenando de besos su piel desnuda, hasta alcanzar su boca.

–¿Qué secreto? –susurró con la respiración entrecortada.

–Tu canción en el bar esta noche ha sido lo más hermoso que alguien ha hecho por mí… Eres maravilloso.

Daniel se estremeció y la besó profundamente.

–No, Sara, soy un imbécil –murmuró con pesar–. Tanto tiempo perdido… Ahora tú te vas y yo no sé qué hacer –la angustia volvió otra vez a él.

Sara acunó su rostro entre las manos para mirarlo directo a los ojos.

–¿Y si lo resolvemos?

–¿Cómo?

–No lo sé, tal vez podemos encontrar una solución.

Daniel apoyó su frente en la de ella, sabiendo que él haría cualquier cosa que ella le pidiera, incluso cancelar su viaje a Australia.

–Quédate –él suplicó entregándole su corazón en bandeja–. No te vayas mañana a París. Quédate conmigo.

Ella no respondió de inmediato y Daniel sintió que la desilusión le perforaba el alma.

–Entiendo… –dijo él con voz rota–. Yo pensé que después de esta noche… Creí que tú querrías… Supongo que me equivoqué.

Daniel abandonó su cuerpo y se apartó a un extremo de la cama, dándole la espalda. Sara le acarició suavemente el hombro.

–Daniel, aún no te he dado una respuesta. No te aísles otra vez, por favor háblame –le habló con dulzura--. Por favor, Daniel, no lo hagas más difícil de lo que ya es, ¿en serio quieres terminar así nuestra última noche juntos?

Él se dio rápidamente la vuelta y se puso arriba de ella. Comenzó a besarla sin control, muriendo de agonía mientras deslizaba sus manos posesivamente, como si nunca pudiera tener suficiente. Sara le respondió con el mismo ardor y su cuerpo se encendió otra vez con sus caricias.

–Sara, necesito hacerte el amor otra vez… Necesito sentirte conmigo…

–Daniel, todo va a estar bien, podemos encontrar juntos una solución.

Daniel siguió besándola sin tregua y su semblante atormentado reflejaba que o no la había escuchado o no le creía. Sara abarcó sus mejillas, lo hizo detenerse y mirarla.

–Daniel, mírame. Te prometo que vamos a encontrar la manera de estar juntos. Yo también quiero estar contigo.

Daniel se sintió renacer.

–¿Lo dices en serio?

Sara asintió.

–No sé cómo, pero lo haremos, ¿me crees?

–Te creo –musitó esperanzado–. Tengo que hacerlo, porque me mataría pensar que esta será la última noche que estés conmigo.

–No lo será –ella reclamó sus labios una y otra vez–. No lo será, te lo prometo; encontraremos una solución.

Daniel se desesperó por unirse a ella nuevamente. Besó cada centímetro de su cuerpo como un animal hambriento, bajando frenéticamente por sus pechos y por sus caderas hasta detenerse con un gemido de placer en el centro de sus muslos. Sara se aferró a sus hombros, desfalleciendo de éxtasis con su exquisita tortura.

–Daniel, por favor, ven… –le suplicó en medio de gemidos.

Él la agarró firmemente por las caderas, para sumergirse en su interior en una sola deliciosa embestida. Sara estalló con sus impulsos frenéticos e igualó su ímpetu hasta alcanzar otra vez la exquisita cumbre.

Después de un largo rato, Daniel salió de su cuerpo y la abrazó con fuerza.

–Me dejé llevar por completo, ¿fue muy fuerte para ti? ¿Estás bien? –dijo con una nota de inquietud.

–Mejor que nunca.

Sara se acurrucó en sus brazos y descansó la cabeza en su pecho. Daniel esperó a que ella se quedara dormida.

–Sara… –la llamó suavemente para asegurarse de que dormía; cuando ella no respondió le dijo en un quedo susurro–. Sara, te amo.

Enterró la nariz en su cabello, disfrutando de su aroma y poco después el también se durmió sosteniéndola en sus brazos.

Lo que amo de Dublín
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