Capítulo 21
Los días volaron en la semana de pruebas en la universidad. El exceso de trabajo le vino perfecto a Sara para ocupar su mente en otras cosas que no fuera Daniel. Se lo había topado un par de veces y él había vuelto a su actitud gélida y cortante, por lo que ella no hizo el menor intento de acercársele.
A Pierre lo había encontrado varias veces en la universidad y en cada ocasión, le había parecido notar insinuaciones románticas detrás de sus palabras, por lo que cuando finalmente llegó la noche de su cita ella estaba más nerviosa de lo habitual.
Se arregló con un mínimo de maquillaje y antes de salir, pasó a despedirse de Fran. Ella estaba en el salón, en pijama acurrucada en un sofá bajo una manta. Tenía en su mano un gran pote de helado. Su imagen era el retrato vivo de un quiebre amoroso.
Fran frunció el ceño al verla arreglada.
–¿Vas a salir?
–Sí, ¿no te acuerdas? La primera cita con Pierre.
–Ya, que te diviertas –le deseó con desgana.
A Sara le dio la sensación de que su amiga en verdad no estaba bien y se sintió culpable por dejarla sola.
–Eh, Fran, sé que te sientes mal y me da no sé qué dejarte así. ¿Quieres que me quede contigo?
–No, anda tranquila, ve a tu cita –su voz de mártir le indicaba todo lo contrario.
Sara la contempló sin saber qué hacer. En ese momento apareció Armando. Lucía estupendo, recién duchado y afeitado. Claramente también iba de salida.
–¿Qué ocurre aquí? –Armando miró a Fran con expresión de asombro.
–Pues, yo voy a salir –respondió Sara– y Fran no se siente muy bien.
Fran alzó la vista hacia ambos.
–Salgan ustedes, diviértanse. No necesito que nadie se preocupe de mí. Yo me quedo en buena compañía –les mostró el pote de helado y se llevó a la boca una tremenda cucharada que apenas le cabía en la boca.
Sara suspiró.
–Fran, si realmente quieres, puedo quedarme contigo. Sólo déjame llamar a Pierre para avisarle que no voy.
–¿Vas a salir con Pierre? –preguntó Armando.
–Sí y es la primera cita. Me da una vergüenza enorme dejarlo plantado, pero ni modo –le señaló con la mano el estado lastimoso de Fran.
Armando miró a ambas con el ceño fruncido, como si estuviera debatiéndose qué hacer. Finalmente señaló:
–Fran, yo me quedo contigo… Sara, no hagas nada en tu cita que puedas lamentar.
Fran abrió los ojos como platos.
–¿Te vas a quedar aquí? ¿Un viernes en la noche? ¿Conmigo, en vez de ir a deambular por ahí como un gato en celo?
–Bueno, si ya hay una gata en la casa, tal vez no necesite deambular por ahí. Ahora, hazme un espacio para meterme contigo debajo de la manta.
–¡Ni te atrevas a pensar a que te vas a propasar conmigo! ¿Me escuchaste bien?
Armando le respondió con una sonrisa displicente.
–Mi querida Fran, las mujeres deprimidas, en pijama y que se atragantan con helado, no son precisamente mi presa favorita –la empujó a un costado del sofá y se metió bajo la manta junto a ella.
Ella lo miró indignada.
–¡No me atraganto con helado!
–Claro, claro, como digas –respondió él sin inmutarse.
Sara aprovechó la ocasión para irse. Al cerrar la puerta principal, le llegó la voz irritada de Fran.
–¡Y tampoco estoy deprimida!
–Eso es evidente –el tono sarcástico de Armando–. Y si ya has dejado de hablar, ¿qué estamos viendo?
El lugar de la cita era un chic restaurant francés que apenas el día anterior había sido inaugurado. Aunque todas las mesas estaban ocupadas, la penumbra de las velas lo hacía íntimo y discreto.
El mozo condujo a Sara donde la estaba esperando Pierre. De traje elegante, se veía aún más guapo que de costumbre. Se levantó y la besó en ambas mejillas con una deslumbrante sonrisa.
–Te ves preciosa.
–Gracias, tú también luces muy bien.
–Ordené una botella de vino, pero tal vez prefieres beber otra cosa.
–Vino estará bien.
Sara contempló maravillada el lugar. La cristalería resplandecía y una romántica canción francesa inundaba el ambiente.
–Me suena mucho esa canción –ella puso atención a la melodía–. Sé que es conocida, pero no sé de quién es.
–De Charles Aznavour; se llama “Que c’est triste Venice”.
–¡Sí, claro! –ella la tarareó–. Me encanta cómo suena el francés. Estoy segura de que hasta los insultos se oyen bien.
–¿Te sabes alguna canción en francés?
–¡Qué más quisiera! Solo me sé el coro de la película “Molin Rouge”. Voulez-vous coucher avec moi ce soir?
Pierre rio con ganas y ella lo miró confundida.
–¿Por qué te ríes? ¿Qué hice?
–Me acabas de preguntar si quiero acostarme contigo esta noche.
Sara al principio se puso como tomate; pero de a poco, la risa de Pierre la fue contagiando también a ella.
–Acabamos de tener nuestro primer malentendido cultural –dijo ella.
–¿Viste que siempre lo pasamos bien?
Sara le sonrió y poco después ordenaron. Por sugerencia de Pierre, pidió lo mismo que él: quiche y una carne al vino llamada boef bourguignon. La mezcla de la buena comida, el vino y la fantástica compañía, consiguió que ella se fuera sintiendo cada vez más relajada, disfrutando de la cita.
Pierre dio un sorbo a su copa de vino.
–¿Te das cuenta de que queda menos de tres semanas para que se termine el semestre?
–¿En serio? –la fecha la impactó–. La verdad no, no me había dado cuenta.
–Sí, así es. Ahora estoy evaluando qué hacer a continuación.
–¿No te vas a quedar aquí?
Pierre movió dubitativamente la cabeza.
–Aún no le he decidido del todo. Me gusta estar en Dublín, pero extraño a mi familia. Además me ofrecieron trabajar en mi universidad de París.
–Yo aceptaría de inmediato. Vivir en París debe ser como un sueño hecho realidad.
–¿Lo dices en serio? –preguntó con interés.
–¡Claro! ¿A quién no le gustaría tener la experiencia de vivir en París al menos una vez en la vida? ¿Por qué lo preguntas?
–Se abrió una vacante en el Departamento de Español para dar clases durante la temporada de verano que son cuatro semanas. Me preguntaron si conocía a alguien que podía llenar el puesto y les dije que me iba a encargar de buscar a un docente. Si te interesa, les puedo enviar tu currículum. No te lo había comentado porque no sabía si ibas a regresar a tu país, ¿es que ya no lo harás?
–Sí, bueno… aún no lo había pensado. No me había dado cuenta de que me quedaba tan poco tiempo aquí –dijo con una punzada de dolor en el pecho.
Pierre se inclinó hacia ella.
–Pues bien, piénsalo ahora. ¿Qué quieres hacer? ¿Quieres volver a Chile?
Sara se sorprendió al darse cuenta de que la respuesta que surgía desde su interior era un rotundo no.
–No, la verdad es que no quiero volver aún. Cuando recién llegué a Dublín, no tenía claro que es lo que quería hacer con mi vida, pero ahora lo sé. Me gusta estar en el extranjero; me encanta conocer lugares nuevos, personas, culturas y quisiera hacerlo tanto como pueda, aunque extrañe horrores a mi familia. Al principio, pensé que iba a regresar de inmediato apenas terminara el semestre porque estaba mi ex novio; pero ahora que no estamos juntos, la verdad no veo razón para volver.
–Entonces no quieres irte aún, ¿quieres quedarte en Irlanda?
Ella meditó su respuesta. Había sido muy feliz en Dublín, había conocido gente maravillosa y, al mismo tiempo, había sufrido enormemente por Daniel. No tenía ganas de seguir haciéndolo. Vivir con él y no estar a su lado, era una especie de tortura diaria y lenta.
–Aunque quisiera hacerlo, estoy en la universidad solo por un reemplazo. Apenas termine el semestre me quedo sin trabajo. No creo que me pueda quedar.
–Pues yo diría entonces que mi oferta suena muy bien. Si aceptas las clases y vives en París, eso te daría al menos un mes más para decidir qué quieres hacer; además ganarías dinero y podrías ahorrar para seguir recorriendo el resto de Europa. Y si tu trabajo les gusta, tal vez te ofrezcan quedarte para el semestre siguiente.
Sara reconoció que en realidad la propuesta sonaba como una oportunidad única.
–¿Lo dices en serio? ¿No crees que habría problemas por no dominar el idioma o no ser de la comunidad europea? Lo digo por el tema de la visa.
–No va haber ningún problema. El francés no lo necesitas dentro del aula, al igual que aquí. En cuanto a la visa, tendrías que hacer exactamente lo mismo que hiciste en la UCD, o sea, tomar clases en la universidad para poder aplicar a la visa de trabajo de estudiante. No sería ningún problema, incluso podrías aprovechar para aprender francés.
Sara lo miraba callada, totalmente estupefacta.
–Vamos, anímate –él le sonrió con calidez–. Es todo muy simple en realidad; solo hace falta que digas que sí. A mí me encargó el decano que buscara a alguien. Si vas recomendada por mí, ya estás dentro, ¿qué dices?
Ella respiró hondo.
–La verdad estoy completamente emocionada y aturdida. También muy agradecida, de verdad, Pierre, mil gracias. Suena como una oferta increíble, es solo que me pilla de sorpresa. Me gustaría tener unos días más para pensarlo.
–Es comprensible, pero no puedes demorar mucho tu respuesta porque tengo plazo hasta la próxima semana para llevarle un candidato.
–Sí, muchas gracias; prometo que lo pensaré durante el fin de semana y apenas decida qué hacer, te aviso.
–Bueno, creo que hemos hablado suficiente de trabajo por esta noche; dejemos eso atrás que ahora te voy a invitar a probar el cielo conmigo.
Ella se cortó y lo observó sin parpadear.
–¿Pe… perdón?
–Dije que vamos a probar el cielo juntos –sonrió.
Todos los colores subieron al rostro de Sara que se quedó muda y pasmada. Al ver su expresión, de inmediato Pierre se echó a reír.
–Crème brûlée. Es un postre muy bueno –le guiñó un ojo coquetamente–. Te va a encantar.
Sara sonrió y Pierre ordenó un postre para cada uno. La crème brûlée era aún mejor de lo que él había dicho; cremoso y dulce al describirlo como cielo, se había quedado corto.
Se quedaron conversando hasta bien entrada la noche en el restaurant y después caminaron a paso lento en dirección a la casa de Sara. Había dejado recién de llover y la noche estaba fresca y húmeda.
–¿Le gustó Dublín a tu familia, Pierre?
–Sí, pero solo para estar durante un par de días. Están sinceramente convencidos que Francia es el mejor lugar del mundo para vivir.
–He escuchado decir lo mismo a varios franceses –lo molestó–. Debe ser algo cultural.
Pierre se rio.
–Sí, sin duda hay un poco de eso, sin embargo, es cierto que tenemos muchas ventajas en Francia, empezando por la educación. El sistema es muy bueno. Cuando tenga hijos, me gustaría educarlos allá.
–¿Ya piensas en tener hijos? –preguntó sorprendida.
–Sí. Me gustaría ser padre apenas pueda. Me encantan los niños; tengo dos primos de 6 y 9 años y siempre que puedo los llevo a pasear, pero no es lo mismo.
Iban llegando a la esquina de Sara y él se detuvo de pronto, situándose frente a ella.
–Sara, ¿puedo hacerte una pregunta personal?
Ella comenzó a tensarse y asintió.
–¿Cómo estás con lo de tu ex novio? –dijo escudriñando su rostro.
–Bien, ya dejé completamente atrás ese tema.
–¿Y cómo lo superaste?
Sara soltó el aire con pesar.
–Para ser sincera, creo que hace mucho tiempo que ya no estaba enamorada de él –se quedó en silencio unos instantes–. ¿Puedo hacerte también yo a ti una pregunta personal?
–Por supuesto, pregunta lo que quieras.
–Es que… acabas de decir que te encantan los niños y que quieres ser padre pronto. ¿Por qué entonces no estás con alguien? –se ruborizó completamente al pensar que él podía interpretar sus palabras como una invitación, así que se apresuró a explicarse–. Lo que quiero decir es que es imposible que no te des cuenta del efecto que causas en las mujeres. ¿O acaso no notas como te persiguen nuestras colegas?
–Sí, lo he notado –dijo tranquilamente como reconociendo lo obvio.
–¿Y entonces por qué no te has liado con ninguna de ellas?... ¿O sí lo has hecho?
–No –él negó–. No lo he hecho… No lo sé, supongo que todo depende de qué quieres de la vida.
–¿A qué te refieres?
–Sé que me veo bien y oportunidades de enredarme con mujeres jamás me han faltado; pero nunca me han interesado las relaciones netamente superficiales; el sexo solo por el sexo. Para mí, tiene necesariamente que haber algo más.
Sara lo miraba con los ojos muy abiertos de la impresión. Pierre era casi perfecto.
–Me asombra lo que dices porque es poco común que los hombres piensen así.
Él le dio una sonrisa de medio lado.
–¿Qué te puedo decir? Vengo de una familia fantástica; mis padres han estado felizmente casados por más de treinta años. Trabajan juntos, son amigos y construyeron algo importante. Eso es lo mismo que yo deseo para mí. Encontrar a alguien con quien pueda compartir todo eso.
–¿Y en todos estos años, tan difícil ha sido eso de encontrar?
–Aunque no lo creas, hoy en día es muy difícil hallar una buena mujer; en cambio, es muy fácil toparte con una mala, así que me voy con cuidado. En todo caso –murmuró aproximándose lentamente hacia ella– hay algo que has pasado por alto.
–¿Qué? –susurró nerviosa al sentirlo tan cerca.
–Que te invité a salir a ti –respondió en tono bajo y suave.
Ambos se miraron a los ojos y Pierre comenzó a inclinarse con lentitud hacia la boca de Sara. Ella permitió que lo hiciera. Quería saber si su beso podía exorcizar el fantasma de Daniel. Pierre rozó sus labios con los suyos y la estrechó contra sí. Sara le dio la bienvenida a sus labios firmes en un beso pausado y dulce… un beso que no la sacudió de la manera en que ella tenía la esperanza de que lo hiciera.
Pierre se separó con lentitud de ella.
–Quería hacer eso desde hace un tiempo –le confesó.
Sara bajó la mirada.
–Yo… creo que ya es tarde y es mejor que entre a casa.
–Te acompaño hasta tu puerta.
–¡No! –exclamó al pensar en Daniel–. No, de verdad que no es necesario… Estoy aquí mismo. ¿Ves? Esa luz que está ahí es mi casa.
–Como prefieras, pero me quedaré mirando hasta que entres.
Él la acercó nuevamente hacia sí y la volvió a besar esta vez durante más tiempo.
–Buenas noches, ma chérie.
Sara se fue a su casa y subió directamente a su pieza con el ánimo por los suelos. Pierre la había besado y lo único que ella había hecho era pensar en Daniel. ¿Pero por qué? Pierre era maravilloso, era atento, divertido y sexy como el infierno, pero no sentía por él nada más que lo que sentiría por un amigo. Enterró frustrada su cara en la almohada. ¿Por qué? ¿Por qué?
Ya no podía negarlo más tiempo: estaba totalmente enamorada de Daniel.
Ojalá no lo estuviera, pero a la vez, cómo no estarlo. Era verdad que Daniel se había comportado frío y distante el último tiempo, pero ella también recordaba al Daniel atento que la ayudaba, que la protegía, que la había hecho reír y que al besarla, desbordó su corazón como nunca nadie lo había hecho.
¿Valdría la pena decirle que lo amaba? ¿Hacer un último intento? Si igual ella se iba a ir de Dublín, tal vez lo mejor sería arriesgarse una última vez y ver qué pasaba… Sí, decidió. Se acercaría una última vez a Daniel. Mañana en la noche, durante la tocata de Colin tendría la ocasión perfecta. Se jugaría al fin el todo o nada.