Capítulo 26

 

 

Daniel apenas apareció por la casa los días siguientes. Cada vez que alguno de sus compañeros se lo topaba, lo encontraba hundido y huraño. Un día, Armando no pudo soportar más verlo así y le soltó:

–¿No te parece que ya va siendo hora que arregles las cosas con Sara?

–No tengo nada que arreglar con ella –contestó Daniel.

Armando entornó los ojos.

–Escucha, hay algo importante que tienes que saber. 

–Si tiene que ver con Sara, entonces no me interesa –fue su brusca respuesta.

–Te lo voy a decir de todos modos. Sara se va de la casa la próxima semana.

Daniel se quedó inmóvil por largos instantes.

–No es cierto –dijo al fin como si no pudiera soportar la idea.

–Sí, sí lo es. Me lo contó Fran. Le ofrecieron un trabajo en París y se va para allá apenas termine el semestre.

Daniel bajó la mirada hacia su plato. Armando lo observó con preocupación.

–¿Qué vas a hacer con respecto a eso?

–¿Por qué debería hacer algo? –él alzó la cabeza otra vez con la misma expresión gélida de al principio–. Lo que haga Sara no es asunto mío.

–¿Entonces no vas a hacer nada? –Armando no podía creérselo–.  Primera mujer que te importa de verdad ¿y tú no vas a hacer nada? ¿Es que acaso eres un completo imbécil?

–No todos somos como tú, que para lo único que sirves es para perseguir mujeres.

Armando inspiró con fuerza; ya estaba harto de su mala actitud.

–No la tomes conmigo. Yo solo me preocupo por ti porque veo que cada día estás peor. Soy tu mejor amigo y no me puedo quedar callado viendo cómo haces la mayor estupidez de tu vida.

Daniel clavó su mirada desafiante en él.

–El que seamos amigos no te da derecho a meterte donde nadie te ha llamado. Mantén tus narices lejos de mis asuntos.

–¡En mi vida he conocido a alguien más testarudo que tú! –exclamó indignado–. ¿Es que ni siquiera frente a mí vas a reconocer que sientes algo por Sara? ¿Por qué sigues ocultándolo? ¿No confías nada en mí?

–No estoy ocultando nada –un brillo colérico apareció en los ojos de Daniel–. Y me parece haberte dicho que no te metas en lo que no te incumbe.

–Tal vez sí me incumbe. Desde que empezaste a contestarles como una bestia a todos en esta casa, también lo hiciste de mi incumbencia. ¿O es que crees que tenemos que aguantar tu insoportable genio solo porque estás enamorado de ella y no sabes qué hacer con eso?

–¡No estoy enamorado de ella y te prohíbo que vuelvas a decir eso! ¿Me oyes? –exclamó.

–¡Claro, cómo no! Sigue diciéndote eso a ti mismo a ver si así acabas por creértelo.

Ambos se observaron en el silencio que precede a la tormenta. Armando comprendió que Daniel no reconocería jamás que tenía razón sobre sus sentimientos hacia Sara; por eso, decidió cambiar su estrategia y dijo en tono desafiante:

–Si no te importa Sara nada, como tú dices, no te molestará que yo tenga algo con ella, ¿verdad?

Vio que Daniel recibía el impacto de sus palabras con la misma expresión de alguien que acaba de ser noqueado, pero de inmediato se recompuso y se le plantó intimidatoriamente al frente. 

–No te atrevas a acercarte a Sara, ¿me oyes? Si sabes lo que te conviene, ni siquiera lo pienses –masculló Daniel con voz rabiosa.

Armando supo que su reto había dado justo en el clavo y decidió a llevarlo peligrosamente cerca del límite.

–¿Por qué no me conviene salir con ella? –dijo–. Tú acabas de decir que no te importa y ella se va a ir de todos modos de la casa.

Al ver que Daniel no respondía, Armando creyó que la conversación había terminado y se paró de la mesa para irse. Estaba de espaldas cuando le llegó  el amenazador ultimátum de Daniel.

–Armando, te lo vuelvo a advertir. Si te acercas aunque sea un poco a Sara… –dijo aproximándose a él como un león a punto de despedazar a su presa– si le llegas a hacer daño como a las otras, te juro que te arrepentirás, ¿entendiste? –apretó su puño con fuerza como para demostrar que hablaba en serio.

Armando ya había tenido suficiente de sus amenazas. Se cruzó de brazos y alzó la barbilla desafiante.

–No necesito tu permiso para ir tras una mujer. Puedo hacer lo que se me dé la gana.

–¡Sobre mi cadáver! ¡Con Sara es distinto! ¡Por nada del mundo dejaré que te entrometas vez!

–¿Esta vez? ¿Pero de qué demonios hablas? ¿Cuándo en el pasado me entrometí entre una mujer y tú?

–¡Inga, imbécil! ¡Hablo de Inga! Estábamos juntos y luego todo se fue a la mierda cuando tú te acostaste con ella.

La revelación lo golpeó con fuerza. No tenía ni la menor idea que algo había ocurrido entre Daniel y su antigua compañera de casa.

–¿Qué? ¿Estás hablando en serio, Daniel? ¿Ustedes dos estaban juntos?

–Claro que es cierto, idiota. No había todavía nada serio entre nosotros, pero aún así Inga estaba saliendo conmigo. Hasta que tú te entrometiste y lo arruinaste todo.

Armando se quedó de piedra.

–No tenía idea de que estaban saliendo –respondió totalmente impactado–. En serio, Daniel, te juro que si lo hubiera sabido jamás habría hecho nada.

Daniel soltó una carcajada mordaz.

–Nadie lo sabía, ella me pidió mantenerlo en secreto. Pero me hiciste un favor, si quieres la verdad… Inga ni siquiera alcanzó a importarme; no era más que una mentirosa y gracias a ti, me di cuenta a tiempo; pero con Sara es diferente –su mirada volvió a cargarse de amenaza– a ella la dejas en paz, ¿oíste? Tú eres una escoria en comparación a ella.

La acusación del que creía su mejor amigo le dolió a Armando mucho más de lo que demostró.

–¿Eso es lo que piensas de mí?

–Por supuesto. Después de que Ana te dejó te convertiste en un desgraciado que solo utiliza a las mujeres. Por nada del mundo voy a dejar que te acerques a Sara; ella se merece mucho más que un patán desalmado como tú…

Que le sacara en cara el abandono de su ex novia era un golpe de lo más bajo. Daniel sobre todo debía saberlo, ya que él estuvo a su lado en ese horrible periodo. El más que nadie debía comprender cuánto eso le dolía.

–Ten cuidado con lo que dices... –le advirtió empezando a perder los estribos también.

–¿Qué acaso no es cierto lo que digo? ¿Se te olvidó el desfile de mujeres llorando en esta casa gracias a ti? ¿Con cuántas te acostaste y después desechaste como un trapo?... Realmente debes estar demente si piensas que voy a dejar que lo mismo le pase a Sara –clavó sus ojos retadores fijamente en los de Armando–. Aléjate de ella, ¿me oíste? Última vez que te lo advierto.

Una rabia nacida del más profundo dolor se apoderó de Armando y se lanzó de lleno a desquitarse.

–¿Y si no quiero qué? ¿Acaso tú me lo vas a impedir?... Si tú no quieres nada con Sara, no es asunto tuyo lo que yo haga con ella… –lo miró lleno de desprecio–. Tú te crees mejor que yo, pero no lo eres. Incluso con un patán como afirmas que soy yo, Sara estaría mejor; al menos yo no soy un maldito cobarde aterrado de enamorarse.

Apenas terminó de hablar, Daniel se abalanzó sobre él y lo agarró de la camisa con tanta rapidez que el ataque tomó a Armando completamente por sorpresa. Lo estampó con fuerza contra el refrigerador y luego lo arrojó al piso.

–¡Si le haces daño, te arrepentirás de haber nacido, desgraciado! –rugió–. ¿Te queda claro?

En ese instante, Fran entró corriendo alertada por el ruido. Vio a Daniel completamente fuera de sí y a Armando tirado en el piso, resoplando con furia. Daba impresión de que en cualquier momento iba a levantarse y atacarlo.

–¡Paren! –se interpuso entre ambos y se agachó al lado de Armando–. ¡Cálmense los dos! ¡Ahora mismo!... Armando, ¿estás bien? –lo evaluó y luego miró con expresión horrorizada a Daniel–. ¿Pero qué diablos ocurre contigo?

–Pregúntaselo a Armando –le lanzó a él una mirada llena de odio–. Ya estás advertido.

Armando se incorporó de un salto para seguir la pelea. Fran intervino cortándole el paso y lo retuvo poniendo ambas manos sobre sus hombros.

–¡Armando, detente! ¡Por Dios, mírame! ¡Ya es suficiente!

Él no siguió avanzando; sin embargo, descargó toda ira a través de sus palabras.

–¿Sabes cuál es tu maldito problema? –le gritó a Daniel–. Que no confías en nadie… ¡Sigue así, comportándote como un maldito animal! ¡Te vas a quedar solo! ¿Escuchaste? ¡Jodidamente solo!

Al escuchar a Armando, la expresión de furia en Daniel se desvaneció y dejó en su lugar una enorme tristeza, como si toda la energía hubiera abandonado su cuerpo.

–¡Basta Armando! –lo retó Fran– ¡Ya fue suficiente! ¡Daniel, ándate ahora mismo!

Tan pronto, Daniel salió. Fran encaró furiosa a Armando:

–¿Me puedes explicar qué hacían peleándose como un par de brutos? ¿Cómo se te ocurre seguirle la pelea a Daniel con lo insoportable que sabes que está? ¿Es que no tienes cerebro?

–¡Para! –le gritó a Fran, luego inspiró profundamente y volvió a hablar en tono derrotado–. Lo siento, Fran, solo… por favor no sigas.

Fran se fijó en los hombros caídos de Armando y su mirada dolorosa clavada en el piso. Parecía como si algo se hubiera roto dentro de él. Nunca lo había visto así. Lo tomó de la mano para guiarlo hacia una silla y luego sacó una bolsa congelada que le puso con suavidad en la parte del rostro que se había golpeado contra el piso.

Lo que amo de Dublín
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