Capítulo 6
Cuando Sara le contó a Fran que iba a salir con Daniel, su amiga dio por hecho que los demás de la casa también estaban invitados y junto a Stephen, todos se dirigieron a al Porterhouse en Temple Bar. Si el cambio de planes había molestado a Daniel, nunca se supo porque él no hizo ningún comentario al respecto.
Temple Bar era la zona de bares y clubes en Dublín. Turistas de todo el mundo y los propios dublineses transitaban por la avenida hiciese el tiempo que hiciese: frío, nieve, sol, lluvia torrencial... No importaba, la calle siempre estaba viva y bulliciosa. A ambos lados de los adoquines se encontraban los pubs y sus terrazas. En cada calle había música al aire libre que hacía las delicias de la gente que se congregaba alrededor y las melodías provenían también de los propios pubs, pues casi todos contaban con grupos en vivo.
El bar que escogieron estaba llenísimo. Como era imposible encontrar una mesa, el grupo se quedó conversando de pie cerca del escenario, disfrutando de la música celta.
Fran se acercó a Sara y le susurró en el oído para que solo ella escuchara.
–Habla un poco con Stephen, ¿sí? El único que a veces le dirige la palabra es Daniel y no quiero que Stephen se sienta aún más incómodo.
–¿Y por qué se siente incómodo? –Sara miró de soslayo a Stephen que, en efecto, parecía tenso.
–A él le carga acompañarme cuando salgo con los chicos. Prácticamente nunca viene. No se lleva bien con Colin y se pone terriblemente celoso de Armando.
–¿De Armando? ¿En serio?
–¡Pero claro!, ¿es que no tienes ojos? Ese hombre tiene un cuerpo del demonio.
–¿Armando? De acuerdo es alto, pero si lo comparas con Daniel, luce más bien delgado.
–Daniel es más musculoso, pero te aseguro que Armando es pura fibra. ¡Te mueres los abdominales que tiene! Si tan solo no fuera tan guarro… Mis amigas se lo comen con los ojos, y también a Daniel.
A Sara la picó la curiosidad.
–¿Daniel ha tenido algo con alguna de tus amigas?
Fran negó con la cabeza.
–Ya sabes que ese hombre solo piensa en viajar… En fin, anda a conversar con Stephen, ¿sí?
Sara accedió y después de treinta minutos de escuchar todas las cosas que funcionaban mal en la sociedad, ella no pudo sino estar de acuerdo con Armando. Realmente hablar con Stephen era arriesgarse a morir de aburrimiento, en una muerte lenta y dolorosa. Cuando Stephen se fue a buscar a Fran, Sara casi bailó de alegría en su interior. Daniel y Colin se acercaron a ella tan pronto él se alejó.
–Te ves como una mujer que se merece una cerveza –dijo Daniel bromeando con la cara de aburrimiento de ella. –¿Te traigo una Guinness?
–Sí, por favor. Todavía no la he probado.
–¿Dos semanas aquí y todavía no pruebas la Guinness? –Colin agrandó los ojos simulando estar escandalizado–. Esto hay que remediarlo.
–En eso estoy –dijo Daniel encaminándose hacia la barra. A los pocos minutos, volvió con tres pintas de Guinness. Sara recibió la suya y dio un sorbo.
–¿Y? –preguntó Colin expectante–. ¿Qué te parece?
–Pues… bien, supongo.
–¿Solo bien? –Daniel fingió estar muy enfadado– Colin, esta mujer no sabe apreciar los tesoros de Irlanda.
–Ya lo sabía. Tampoco quiso comer mi stew.
Sara y Daniel se sonrieron con complicidad aprovechando que Colin miraba en ese momento hacia el escenario.
–A ese grupo lo conozco –dijo el músico–. Ya vuelvo.
Colin se abrió paso entre la gente hasta llegar el escenario. Intercambió algunas palabras con la banda y se subió a la tarima.
–Pido un gran aplauso para estos tremendos intérpretes –señaló a los músicos y esperó a que terminara la ovación–. Personalmente quiero agradecerles a ellos que me permitan estar aquí, porque hoy quiero cantar una canción muy especial a una amiga que está en el público –señaló a Sara–. Sara, levanta la mano por favor para que todos te vean.
Muerta de vergüenza, ella hizo lo que Colin pedía.
–Vamos, Sara, no seas tímida, ponte de pie –pidió Colin y ella se paró cohibida–. Esta canción es para que aprendas a apreciar las maravillas irlandesas –miró a los músicos– y uno, dos, tres…
Animados acordes de un violín inundaron el bar y el jolgorio se desató entre los presentes que respondieron con aplausos y silbidos de aprobación.
–Se llama “Whiskey in the jar” –le explicó Daniel–. Es una canción típica irlandesa.
Sara observó fascinada como el público coreaba con las cervezas en alto.
–Todos se saben la letra.
–No es difícil. Al final de cada estrofa aplaudes y luego canta “Whack for my daddy-o. Whack for my daddy-o. There is whiskey in the jar”.
Sara asintió y siguió las indicaciones de Daniel.
–Ya lo tienes –le sonrió Daniel complacido.
La voz de Sara se unió al coro de la multitud y cuando terminó la canción, el público estalló en aplausos y silbidos.
–Ahora entiendo por qué dicen que los bares irlandeses son los más animados del mundo –comentó ella con las mejillas arreboladas.
–Por decir eso, te perdono que no te gustara la Guinness
–Sí me gustó, lo que pasa es que no entiendo tanto alboroto. Es solo cerveza.
Daniel lanzó una risotada.
–Yo dije lo mismo del vino francés cuando viví en París.
–¿Por qué te fuiste de intercambio a Francia?
–Pues, hubo básicamente dos razones; la primera fue que tenía ganas de hablar otro idioma, pero realmente, ¿sabes? No cuatro palabras que aprendes para ordenar en un restaurant y pedir direcciones. Quería poder comunicarme de verdad, entender otra cultura.
–Aprender una lengua es descubrir toda una nueva visión de mundo –concordó Sara–. ¿Y la segunda razón?
–La segunda fue que realmente quería saber qué había más allá de mi pueblo y de Irlanda. Asomarme al mundo, conocer y viajar… Con la variedad de ciudades impresionantes que hay en el planeta, la verdad me sorprende que la gente elija vivir siempre en el mismo sitio, ¿no crees?
Sara lo miró asombrada.
–¿Sabes? Yo sentí lo mismo que tú una vez que tuve una revelación. Fue hace algunos años. Iba en bus a una parcela cerca de mi ciudad. A medio camino, el bus se detuvo a tomar pasajeros en la plaza de un pequeño pueblo. Era la tarde de un viernes de verano: había grupos de adolescentes riéndose, abuelitos dando de comer a las palomas, niños jugando… Era una escena bonita y tranquila, sin embargo, yo me entristecí.
–¿Por qué?
–Pensé que muchas de esas personas no sabían lo que era la vida fuera de ese pueblo. Algunos de ellos, nacían, crecían y se morían en el mismo lugar.
–Muchas personas son felices de esa manera. No necesitan ver el mundo porque están satisfechas donde están.
–Lo sé y me parece genial, pero yo no soy así –dijo Sara–. Yo necesitaba recorrer el mundo, saber qué había más allá, como dijiste tú. Ese día me entristecí porque me di cuenta de que yo estaba en la misma situación que ellos. La única diferencia era que yo vivía en una ciudad más grande, pero aún así no conocía la vida fuera de ella, ¿entiendes?
–Por supuesto –él asintió–. Es duro salir de la comodidad y dejar a tu familia por tanto tiempo para viajar, pero para personas como nosotros, es aún más duro no hacerlo. Y al final, aprendes a disfrutar de los nuevos lugares… Yo todavía extraño el olor a pan recién horneado de París.
–¡Ya me gustaría a mí vivir en París! Es otro de los sueños que tengo, ir a París acompa…–se interrumpió cuando se dio cuenta de lo que estuvo a punto de revelar.
–¿Qué ibas a decir?
Ella enrojeció.
–Es que, tal vez te suene muy tonto y muy cliché, pero otro de mis sueños es ir a París con alguien… especial.
–¡Ah! Te refieres a un petit ami. Es la expresión francesa para novio.
–Sí, bueno, es que París parece una ciudad tan romántica –un destello de ensoñación fulguró en su mirada–. Me gustaría conocerla con alguien de verdad importante… Honestamente no entiendo cómo puedes preferir viajar siempre solo.
–Me gusta viajar solo. Puedo crear mi propio itinerario e ir donde a mí se me antoje, sin necesidad de dar explicaciones ni negociar nada. Cualquier relación sería un tremendo obstáculo, pero estoy abierto a estar con alguien en el momento adecuado.
Sara hizo una mueca para expresar su desacuerdo.
–Hablas como si uno pudiera elegir el momento en que se enamora, pero yo creo que al corazón no le importa si el momento es conveniente o no.
Daniel se aproximó con lentitud hacia su rostro y a Sara le dio la sensación de que todo el ruido del bar quedaba como un fondo lejano.
–¿No piensas que sea posible evitar enamorarse? –musitó clavando su mirada intensa en ella.
El atisbo de algo ávido y vulnerable en ojos de Daniel encendió una confusa sensación en su interior y nerviosa, bajó la vista hacia sus manos.
–No –su respuesta aunque tímida, expresaba su total convencimiento–. No creo que sea posible elegir, de quién, cuándo y cómo enamorarse. Si así fuera, todo sería mucho más sencillo.
Daniel se acercó un poco más y le puso un dedo bajo la barbilla, levantándole el mentón para verla directamente. Sara sintió que él le miraba los labios como si se los acariciara con la mirada.
–Entonces por mi bien –dijo Daniel en tono bajo y ronco –espero que estés equivocada.
Sus ojos cargados de algo serio e intenso buscaron los suyos durante algunos instantes antes de que él se alejara hacia la barra, dejándola temblorosa mientras se preguntaba qué demonios acababa de ocurrir.