Capítulo 10
Esa semana Sara apenas vio a Daniel. Él viajó algunos días a su pueblo y cuando volvió casi no se toparon en la casa. Ella sospechaba que él la estaba evitando y la actitud distante que él mantenía cada vez que le hablaba, no hacía sino confirmar sus sospechas.
Sara lo extrañaba enormemente. Hasta entonces, no se había dado cuenta de lo mucho que él llenaba sus días. Por suerte, el sábado pudo volver a pasar tiempo con él en una de las tocatas de Colin.
Al bar llegaron primero Daniel, Armando y ella. Después de acabar su primera pinta, el italiano estaba listo para empezar “la cacería” como él la llamaba y se puso a observar a las mujeres del pub.
–Sara, ¿qué opinas de esa? –Armando apuntó a una pintarrajeada morena.
Ella negó frunciendo la nariz.
–¿Qué tal ella? –Sara propuso en cambio, señalando a una atractiva pelirroja rodeada de amigas.
Armando entrecerró los ojos.
–Hum… no sé. Parece una buena chica y esta noche no tengo muchas ganas de charlar… si saben a lo que me refiero.
–Siempre, siempre, siempre sabemos a lo que te refieres –le contestó Sara.
–Eh, Daniel, ¿qué opinas tú de esa? –Armando indicó a una exuberante rubia.
Daniel le echó una mirada desinteresada.
–No es mi estilo.
–Según tú, ninguna mujer es tu estilo, pero yo sospecho que eso no es verdad –dijo su amigo guiñándole un ojo.
Daniel sorbió su pinta, lanzándole una mirada de advertencia.
–¿Es que de verdad no te importa ni un poquito que la chica en cuestión sea más que una cara bonita? –dijo Sara para evitar entrar en aguas peligrosas.
–Eso no es cierto. Sabes que también me importa que tenga un cuerpo perfecto –señaló Armando sonriendo.
Sara entornó los ojos.
–¿De verdad no te interesa conocer a una mujer con la que puedas compartir algo más que la cama? ¿Una mujer que además de tu amante, pueda ser tu amiga?
Armando acercó su rostro a centímetros del de Sara.
–¿Eso es una invitación? –preguntó en broma.
Sara se rio como siempre lo hacía, en cambio era obvio que a Daniel el chiste no le hizo ni la más mínima gracia. Frunció profundamente el ceño y se interpuso entre ellos con rapidez.
–Déjate de juegos, Armando –le advirtió colérico.
Armando retrocedió sorprendido levantando ambas manos en actitud inocente.
–¿Pero qué te pasa? No es necesario que te enfades así, solo era una broma.
–Una pésima broma. ¿Por qué mejor no te largas de una buena vez?
–Hombre, no tienes para qué ponerte así… Mejor me voy donde sí soy bienvenido.
Armando se fue directo a la rubia. Sara miró a Daniel atónita mientras él se bebía de golpe el resto de su cerveza.
–Solo era un chiste, Daniel.
–No deberías dejar que Armando se te acerque tanto. Sabes cómo es.
–Pero sí sabes que solo flirtea en broma… Aún si Armando estuviera coqueteando en serio conmigo, que puedo asegurarte que no lo está –recalcó– ¿no creerás que yo sería tan tonta como empezar algo con él, verdad?
Él no contestó, solo la miró directamente a los ojos, con el ceño fruncido.
–¡Vaya! –ella se quedó pasmada–. Parece que sí lo crees… Me extraña que pienses eso de mí.
–¿Por qué no? Armando es un imán para las mujeres y tú siempre estás toda sonrisitas con él… Tal vez incluso esperabas que yo me fuera para que se quedaran a solas.
Sara se quedó de piedra.
–¿De qué demonios estás hablando?
–De que tú y yo solo somos amigos, ¿verdad? –dijo con sarcasmo– tal vez deseabas seguir flirteando con Armando en vez de estar hoy conmigo.
Su acusación encendió la mecha en Sara.
–¡Pero si has sido tú el que me ha ignorado a mí durante toda la semana! –lo acusó frustrada–. ¡Debes estar loco si piensas que prefiero estar con cualquier otro hombre que no seas tú! –soltó sin pensar y se sorprendió al darse cuenta de que era verdad. No había nadie más, ni siquiera Antonio.
Daniel se quedó completamente inmóvil y clavó sus oscurecidos ojos azules en ella.
–No… no quise decir eso –Sara bajó la mirada, nerviosa por lo que acababa de revelar– es decir sí, pero no de esa forma.
Daniel se acercó a ella sin dejar de mirarla.
–Sara –susurró su nombre con voz profunda–. ¿Qué quisiste decir?
Ella levantó la vista nuevamente y ambos se contemplaron en silencio, absortos. El corazón de Sara se desbocó cuando Daniel se aproximó aún más, tan cerca que sintió el calor que emanaba de su cuerpo. Durante ese instante fue como si todo el ruido del bar no existiera y solo se encontraran allí, los dos solos, transmitiéndose con miradas anhelantes eso que ninguno había dicho aún en voz alta.
–¡Sara, Daniel! –la voz de Fran los sacó de ese ensimismamiento–. ¡Aquí están! ¡Los buscamos por todas partes!
Sara retrocedió con rapidez y saludó a Stephen y a Fran, disimulando su confusión. Transcurrieron al menos dos minutos antes de que se atreviera a mirar a Daniel; él la observaba ávidamente sin darle posibilidad de que se escondiera.
–Fran, ¿me acompañas a buscar otra cerveza? –dijo Sara para escapar un momento de su turbador escrutinio.
–Yo iré contigo –dijo él de inmediato.
–¡No! –exclamó nerviosa ante la perspectiva de volver a quedarse sola con él–. Es… es que me gustaría ir con Fran.
–Déjalas –intervino Stephen–. Tal vez necesitan ponerse a comentar la ropa de los demás. Ya sabes, cosas de mujeres.
Fran se cruzó los brazos.
–Por como lo dices, parece que crees que es lo único que hacemos las mujeres.
Stephen se encogió de hombros sin desmentirlo ni negarlo.
–Fran, ¿vamos? –Sara la apuró. En otra ocasión habría respondido al comentario, pero por el momento, lo único que quería era arrancar.
–Sí, vamos.
Fran le lanzó una mirada airada a su novio y echó a andar hacia la barra.
Sara se dispuso a seguirla, pero la mano firme de Daniel en su cintura la detuvo. El calor traspasó su ropa y la hizo temblar. Él acercó sus labios a su oreja, haciéndola estremecer.
–Eres más ingenua de lo que pensaba si crees que puedes escapar de lo que está pasando entre nosotros –susurró con voz enronquecida–. Antes de que termine la noche, tú y yo vamos a hablar.
Sara retrocedió turbada y lo miró. El rostro de Daniel reflejaba determinación y al mismo tiempo, anhelo. Ella tragó con fuerza y se escabulló tras Fran.
Se mantuvo cerca de su amiga durante toda la noche, aprovechando que ella aún seguía enfadada con Stephen. Cada vez que le echaba un vistazo disimulado a Daniel, lo encontraba observándola con una emoción tan poderosa que solo hacía crecer su inquietud más y más.
¿Qué podría decirle a Daniel? No quería ni imaginar su reacción si le revelaba la existencia de Antonio. La odiaría por haberle mentido y por no habérselo dicho antes. Ella había querido hablarle de su novio, pero en el transcurso de los días, Daniel se había convertido en alguien muy importante y Sara no había querido darle una mala impresión confesándole que le había mentido una segunda vez. Y ahora que había sentimientos confusos entre ambos, era el peor momento para sacar la verdad a la luz.
Cuando volvieron a casa los tres, Fran subió inmediatamente a su habitación. Al quedarse sola con Daniel, el nerviosismo de Sara se disparó al máximo.
–Bueno, yo también estoy cansada –dijo ella, fingiendo un exagerado bostezo que no se creyó ni ella misma–. Será mejor que también suba a dormir.
La mirada de advertencia de Daniel le dejó claro que no estaba para juegos.
–Tú y yo tenemos algo pendiente. ¿Salón o cocina?
Su estómago se apretó sabiendo que había llegado el temido momento.
–Salón –contestó Sara rindiéndose ante lo inevitable.
Ella entró primero. Su corazón comenzó a palpitar frenéticamente al escuchar el click de la puerta al cerrarse y esperó a que Daniel se sentara en uno de los sillones para acomodarse en la esquina opuesta. Él frunció el ceño, sin apartar su vista de ella. Los instantes pasaban y ninguno de los dos decía nada, mientras la mirada penetrante de Daniel la escudriñaba como si quisiera mirar en el fondo de su alma.
–Sí que hacía frío hoy, ¿no? –soltó Sara para romper ese silencio aplastante–. ¿No encuentras que estuvo más helado de lo habitual? Es increíble como aquí en Irlanda el clima cambia tan…
–Sara –la interrumpió– sabes que no hemos venido a hablar del clima.
Ella asintió avergonzada y clavó la vista en la alfombra.
–Claro, por supuesto. Es que yo… no sé qué decir; pareces tan… enojado.
Daniel se paró de un salto y se pasó la mano por el pelo en un gesto de frustración.
–¿Sabes lo que me has hecho pasar estos días? –tensó la mandíbula–. ¿Cómo quieres que no esté enojado? Me mentiste.
Ella abrió los ojos atemorizada, creyendo que él se refería a Antonio.
–Lo siento mucho –dijo realmente arrepentida–. No te lo dije antes porque no pensé que importara; luego cuando quise decirte, no sabía cómo hacerlo y tenía un lío en la cabe…
El rostro de Daniel adoptó una expresión interrogante.
–¿De qué estás hablando?
Sara se calló de golpe.
–¿De qué estás hablando tú?
Él soltó el aire antes de sentarse en el mismo sofá que ella.
–El día del restaurant me dijiste que yo solo era un amigo para ti, pero eso no es cierto, ¿verdad? –preguntó él con voz ronca.
Sara enrojeció y no tuvo fuerzas para decir nada, por lo que intentó ocultarse, enterrando nuevamente su mirada en el tapiz. Daniel se aproximó aún más y a ella le dio un vuelco en el corazón.
–Sara, hoy me dijiste que yo era el único hombre con el que querías estar. ¿Es eso cierto?
Ella se miró las manos y comenzó a juguetear con las puntas de sus dedos.
–Yo… yo no sé qué decir.
Daniel le puso un dedo bajo la barbilla y le levantó la cabeza con suavidad para verla directo a los ojos. Sara le sostuvo la mirada con el corazón saliéndosele del pecho.
–¿No lo niegas? –él escudriñó su rostro con intensidad– pero tampoco lo confirmas.
Daniel aprisionó una de las manos de Sara entre las suyas y ella tembló al sentir su calor.
–¿Sabes qué creo? –él hizo la pregunta en tono bajo y sensual–. Creo que yo para ti soy más que un simple amigo. Creo que no lo has reconocido por esa estúpida prohibición que ya a nadie le importa… Creo que si hago esto –le giró la mano dejándole expuesta la palma y le recorrió lentamente la piel con su índice– te estremecerás.
Una corriente de dulce excitación recorrió a Sara desde su mano hasta incendiar el centro mismo de su cuerpo.
Su voz interna le alertó de que no era correcto, de que ella todavía tenía novio, pero se sentía demasiado débil para luchar contra el embrujo de Daniel. Cautivada, siguió el camino que dibujaba su dedo mientras sus labios se entreabrían en un silencioso gemido. Su sutil señal de rendición, hizo que él continuara:
–Creo que puedo hacer que sientas mucho más, Sara –susurró su nombre como una caricia– pero no es más que una teoría… una teoría que necesito demostrar.
Daniel tomó la palma de ella y la llevó hasta unos milímetros de sus labios.
–¿Qué sientes, “amiga,” cuando hago esto? –sopló suavemente sobre su piel y ella se derritió–. ¿Y esto? –depositó un beso suave y prolongado justo en el centro de su palma y su corazón apenas pudo contener la sublime sensación que la invadía.
–Daniel –ella musitó mitad protesta, mitad aceptación.
Daniel se estremeció al sonido anhelante de su nombre y pegó su frente contra la de ella, mezclando sus alientos.
–Reconoce que no soy solo un amigo para ti –suplicó con voz ronca–. Sé honesta conmigo y reconoce que te mueres porque te bese… Te mueres tanto por un beso como me estoy muriendo yo –susurró y sus palabras se desvanecieron en un suave jadeo.
–Daniel… –gimió su nombre sin poder disimular el deseo que la embargaba.
–Si estoy equivocado, dime que pare y lo haré –él rozó apenas sus labios con los suyos, dándole la oportunidad de que se apartara–. Si no sientes lo mismo que yo, dímelo ahora y me detendré –susurró con la respiración agitada.
Sara se humedeció los labios.
–Daniel… yo…–titubeó.
Ella tenía tantas ganas de decir que sí a ese añorado beso. Quería sentir los labios de Daniel sobre los suyos y explorar ese no tan nuevo sentimiento que crecía cada día más en su interior. Pero se acordó de Antonio y de inmediato esa mágica sensación fue reemplazada por una oleada de culpabilidad. No era justo traicionarlo así. Había estado junto a ella por cuatro años y nunca la había engañado. Aunque no pudiera darle su amor, sí se merecía su respeto. Se apartó dolorosamente de Daniel.
–Yo… no… no puedo, Daniel… lo siento –musitó débilmente esquivando sus labios.
Los ojos de Daniel se apagaron por completo.
–No, Sara… Soy yo el que de verdad lo siente –su voz se tiñó de desilusión y abandonó el salón con la mirada fija en el suelo.
Más tarde esa noche, Sara pasó frente a la puerta cerrada del dormitorio de Daniel. Durante un instante pensó en golpear, pero luego se arrepintió y se encerró en su pieza. ¿Qué podría haberle dicho? ¿Que no tenía claridad sobre sus propios sentimientos; que tenía a otro?
Se tiró sobre la cama con la mirada perdida en el techo. Después de lo que acababa de pasar, no podía negar que sentía algo muy fuerte por Daniel. Le encantaba estar a su lado y ahora además se moría de ganas de besarlo. Junto a él se sentía… se sentía… viva. Sí, esa era palabra, se sentía viva, como si todos sus sentidos se despertasen en su presencia. No recordaba haberse sentido así antes. Ni siquiera con Antonio.
Sara exhaló con profundo pesar. Ahora era evidente que no podía seguir con él. Le iba a hacer daño, pero no tenía alternativa. Lo llamó al día siguiente. Sin saber cómo suavizar lo inevitable, fue directa al grano.
–Antonio, hay algo que necesito decirte.
–Te escucho –dijo él con voz que le sonó extremadamente seria.
–No podemos seguir juntos –se le llenaron los ojos de lágrimas apenas las palabras salieron de su boca–. Esto no está funcionando para ninguno de los dos.
Esperaba que el infierno se desatara de un momento a otro, pero él no dijo nada.
–¿Antonio? –repitió su nombre con miedo por el prolongado silencio.
–Te escuché –dijo molesto– pero no sé qué contestar frente a algo tan absurdo.
–¿Absurdo?
–Sí, Sara, absurdo. ¿Es que de verdad me estás diciendo que vas a tirar cuatro años a la basura como si nada? ¿Así? ¿De un día para otro?
–No es precisamente de un día para otro. Hace ya bastante tiempo que venimos mal.
–¿Y de quién es la culpa? ¿Quién fue la que se largó al otro extremo del planeta?
Sara respiró profundo.
–Escúchame. Sé que esto es doloroso para ti, pero no es justo que me responsabilices de todo. Tú has sido el que no has querido saber prácticamente nada de mí durante estos dos meses en Irlanda.
–¿Así que de esto se trata esta conversación en realidad? ¿Estás tratando de castigarme por no haber querido hablar contigo?
–¡No! Claro que no. Jamás jugaría con una cosa así… Es solo que de verdad creo que nuestra relación no da para más… Está desgastada, peleamos todo el tiempo… Yo ya no siento lo mismo por ti.
–Sara, no te equivoques –había un fuerte reproche en la voz de Antonio–. Es normal que estés confundida ahora. No nos hemos visto hace dos meses y apenas hemos hablado. A veces las cosas se enfrían un poco, es común en muchas relaciones. No necesitas llegar al extremo de amenazarme con terminar conmigo, ya entendí el mensaje y de ahora en adelante estaré más pendiente de ti.
–Es que no se trata de eso. ¿No te das cuenta de que queremos cosas completamente distintas de la vida?
–¡Tú eres la que no se da cuenta de nada! –contraatacó con rabia–. ¡La que no entiende que no puedes mandar todo a la mierda así como así, de un día para otro! ¡Y por teléfono más encima! ¿Es que estos cuatro años juntos para ti no han significado nada?
A Sara la aplastó la culpa y enmudeció sin saber qué contestar.
–Lo arreglaremos, Sara –murmuró Antonio con toda la persuasión que fue capaz de imprimir a sus palabras.
–Antonio, en serio que no…
–Todo se va arreglar –la interrumpió–. Te lo prometo. Tengo que irme ahora, pero te prometo que todo va a estar bien –dijo y colgó.
Sara lo llamó varias veces después de eso, sin poderse comunicar con él ni una sola oportunidad. Finalmente se dio por vencida y miró la computadora con tristeza. Parte de sí sentía la nostalgia del adiós, pero otra parte mucho mayor, se sentía aliviada y libre para ir tras ese beso que a sus labios le había dolido no dar. Era Daniel quien ocupaba sus pensamientos ahora y ya no iba negarlo más ni a ella misma, ni a él. Le confesaría sus sentimientos en cuanto encontrara la ocasión.