Capítulo 28

 

 

El bar estaba en pleno apogeo, inundado de música por los cantantes amateurs y un animado coro de borrachos. Fran se acercó al DJ para pedir una canción y después de media hora las llamaron al escenario. Ambas subieron a la tarima tambaleándose a cantar “I will survive”.

Cuando Sara empezó a cantar lo hizo como si se le fuera la vida la vida en ello, con un volumen innecesariamente fuerte. Arrastraba las palabras, pero embotada por el alcohol, creía de todo corazón que su show era digno de un Grammy. Fran por su parte, no lo hacía mucho mejor; con el otro micrófono se paseaba bailando de un lado al otro del escenario, con la misma coordinación de un elefante.

Al terminar la canción, los silbidos y aplausos se desataron. Sara hizo una brusca reverencia que la hizo perder el equilibrio y caer desde la tarima. Por fortuna, alcanzó a ser atrapada por un corpulento irlandés.

–¿Estás bien? –preguntó él dejándola en el suelo con cuidado.

Ella trató de enfocarlo y entre la nebulosa divisó a Daniel que se acercaba con cara de pocos amigos.

–¿Daniel? ¿Y tú… tú que estás haciendo acá?

–Vengo a evitar que sigan haciendo el ridículo. Ella viene conmigo –le dijo al hombre que la sostenía, quien se la pasó y luego se retiró.

Sara hizo un puchero.

–Yo vengo con Fran… ¿Dónde está?

Daniel exhaló con irritación y señaló hacia el escenario: arriba estaba Armando tratando de bajar a Fran que refunfuñando se agarraba del micrófono.

De pronto a Sara todo le empezó a dar vueltas y perdió el equilibrio. Daniel la sostuvo.

–Armando se encargará de Fran; en cuanto a ti, ya fue suficiente por esta noche –su tono no admitía réplica–. Ni siquiera te puedes sostener de pie por ti sola. Nos vamos ahora mismo.

La asió firmemente y la condujo hacia la casa. Subir las escaleras fue todo un trabajo porque Sara no coordinaba bien los pies. Frustrado, Daniel la tomó en brazos y la llevó a la habitación de ella, depositándola en la cama.

–¿Qué demonios pretendían las dos saliendo a estas horas completamente ebrias? ¿Es que siempre tengo que estar pendiente de ti?

–Nadie te lo pidió –protestó Sara arrastrando las palabras–. ¿Y tú cómo supiste que estábamos allá?

–Colin me llamó y luego yo le avisé a Armando.

Ella le dedicó una sonrisa alcoholizada.

–Ven… siéntate, Daniel –palmeó la cama justo a su lado; él la miró reacio y ella repitió el gesto–.  Vamos, qui… quiero conversar contigo.

A regañadientes, hizo lo que ella pedía.

–¿Por qué te peleaste con Ar… Armando? 

Ni loco Daniel le confesaría que había sido por ella, por lo que solo contestó con exasperación:

–Es imposible contarte nada en el estado en el que estás. ¿Por qué diablos saliste? ¿Es que no tienes la más mínima inteligencia? ¿Cómo es posible que seas…

Sara lo sorprendió tapando bruscamente su boca con la mano. Él abrió los ojos de par en par.

–Shhhhh –sus movimientos torpes le dejaron claro lo ebria que estaba–. No vamos a pelear, Daniel… Yo no voy a pelear contigo nunca más…

Él se alejó de su contacto.

–¿Qué significa eso?

–Significa que me im…importas y que no quiero hacerte daño… Yo lamento mucho la forma en que te hablé la última vez…. Te echo de menos –le confesó–. Y no me refiero a lo que pu… pudo haber pasado entre los dos… Te echo de menos a ti, al Daniel que conocí los primeros meses.

–Soy el mismo de siempre –respondió tratando de no revelar lo mucho que lo había afectado saber que ella también lo había extrañado.

Sara bufó.

–Ojalá lo fueras, pero no lo eres… Me recuerdas a la película “Practical Magic”, ya sabes, la película de las brujas con Nicole Kidman y Sandra Bullock… A una de ellas se le muere el hombre que ama y quiere resucitarlo con magia, pero las brujas más viejas se niegan, porque dicen que si volviera a la vida, él ya no sería nunca más lo que fue antes, sino que regresaría como algo oscuro y atormentado.

–No entiendo qué tiene eso que ver conmigo.

–Tú, Daniel… tú eres ahora eso oscuro y atormentado –musitó tristemente.

El corazón de Daniel se encogió.

–Estás borracha, no sabes lo que dices.

–Sí, bebí de más ¿para qué negarlo?, pero sé lo que estoy diciendo… A todos en la casa nos importas y nos has tratado fatal... A mí, lo entiendo, porque está claro que sigues enojado conmigo, pero ¿a Armando? Él es tu mejor amigo, ¿cómo pudiste golpearlo?

–No lo defiendas, no sabes lo que dijo.

–De acuerdo, no lo sé, pero conozco a Armando y confío en él… y tú también deberías, pero tú no confías en nadie –ella balanceó torpemente la cabeza–. Tampoco confiaste en mí cuando te dije que no me había acostado con Pierre, era verdad… Eres demasiado celoso, eres  desconfiado y además no sabes controlar tu genio. Todo lo bueno que tú eres desaparece así –ella chasqueó los dedos– cuando te enojas y actúas como un animal herido… Si sigues así, nadie te va a aguantar; por eso mismo me voy para estar lejos de ti… Cada vez que me acerqué a ti, salí lastimada y rechazada… Nunca voy a volver a hacerlo, me cansé –susurró al fin con lágrimas en los ojos mientras se hacía un ovillo en la cama.

El corazón de Daniel se partió en dos al escucharla decir que no quería nada más que ver con él. Además le había reprochado lo mismo que Armando. ¿Es que los dos tenían razón? ¿Tan equivocado había estado respecto a todo? ¿Había sido de verdad tan idiota? ¿Había perdido para siempre a la única mujer que realmente le había importado?

Se acostó justo frente a Sara y le retiró un mechón de pelo del rostro.

–Sara –musitó arrepentido–. Nunca debí haberme comportado así; perdóname por favor.

Quiso que fuese suya la lágrima que se escapó de los ojos de ella; quiso aliviarle todo su dolor, ese que él mismo había provocado. La abrazó fuertemente y le hizo descansar la cabeza en su pecho.

–No llores –él acarició su cabello con ternura y ella cerró los ojos como abandonándose a su contacto–. No sabes cómo lo siento. Por favor no estés triste por mi culpa. Fui yo el que arruinó todo. Por favor, Sara, dime qué puedo hacer para demostrarte que no soy una bestia. Haré lo que quieras… ¿Sara?

Noto que se había quedado dormida. Él se levantó de la cama, la cubrió con el edredón y después se sentó a su lado contemplándola, destrozado por dentro. Armando tenía razón, era un completo imbécil. Ahora ya no había vuelta atrás, la propia Sara se lo había dicho. Tomó su mano y le dio un prolongado beso.

–Lo siento, mi Sara, perdóname.

Ella entreabrió los ojos al escuchar su nombre y liberó su mano para acariciar con suavidad la áspera mejilla de Daniel.

–Tranquilo, está bien, simplemente no tenía que ser entre nosotros…

Daniel se contuvo de derrumbarse al oír que ella le cerraba cualquier oportunidad.  

–Necesito abrazarte ya –le confesó desesperado–. Día a día tengo que controlarme cada vez que te veo para no estrecharte entre mis brazos como un loco, pero hoy ya no puedo hacerlo. Sara, por favor, déjame abrazarte. 

Ella asintió débilmente y Daniel se metió bajo la colcha estrechándola contra su pecho, murmurando palabras llenas de arrepentimiento aún mucho después de que ella se quedara dormida. Él en cambio, se negó a dormir para sentirla entre sus brazos una última vez, la única noche que pasarían juntos antes de que ella se fuera.

La culpabilidad lo invadió por cómo había actuado con los de la casa, especialmente con Sara y Armando. Se avergonzaba de lo mal que había tratado a su amigo, cuando a todas luces, lo único que había querido hacer él era ayudarlo a abrir los ojos.

Daniel se aferró a Sara y enterró la nariz en su cabello, ansioso por sentirla. Era terriblemente duro darse cuenta de que aún teniéndola tan cerca físicamente, ella se encontraba en realidad más lejos que nunca, porque había tomado la decisión de no tener nada que ver con él e irse a París. Él la había alejado, la había lastimado y nunca se arrepentiría lo suficiente de haberlo hecho. La angustia le cerró la garganta y se desesperó al no encontrar solución. Después de varias sombrías horas, recordó algo que su padre siempre decía: “los gestos hablan más que las palabras”. Cuánta razón tenía el viejo. Era lo único que quedaba por hacer. 

La mañana trajo los primeros rayos del sol y Daniel salió con sigilo para no despertar a Sara. Antes de irse, la besó con ternura en la frente.

–Lo siento, mi Sara…  Sé que nada de lo que diga sirve ahora, pero te prometo que te voy a demostrar de mil maneras lo arrepentido que estoy.

 

Sara se despertó al día siguiente con una sed espantosa y el estómago revuelto. Todo a su alrededor apestaba a whisky. Al tratar de recordar qué había ocurrido la noche anterior, la cabeza le dolió como si se la estuvieran apretando.

Las imágenes empezaron a llegar en forma de flashes. Ella y Fran en la cocina bebiendo un corto tras otro, cantando karaoke… Daniel llevándola a casa… Daniel abrazándola, acostado a su lado. Buscó a su alrededor alguna señal de que él se había quedado a dormir con ella, pero no había nada, así que pensó que se lo había imaginado todo. No sería la primera vez que se soñaba envuelta en los cálidos brazos de Daniel.

Se levantó de la cama con náuseas. Se sentía intoxicada, como si en sus venas corriera whisky en vez de sangre. Lo primero era beber agua. Mucha agua; luego una ducha.

Después de permanecer veinte minutos bajo el agua y vestirse con ropa limpia, se sentía un poco más humana, pero aún así la sensación de asco no se iba. Bajó a la cocina para prepararse un té y se encontró con Armando.

–¿Cómo está la cantante? –la saludó él con una sonrisa burlona–. Gloria Gaynor es una aficionada al lado tuyo. Nunca había visto a nadie interpretar “I will survive” con tanto entusiasmo y tan poco respeto a los oídos ajenos como tú.

«I will survive, sí, esa era la canción», pensó Sara. Entrecerró los ojos y se llevó una mano a la sien.

–¡Dios mío! ¿Es que tienes que hablar tan fuerte?

–Ja, ja, ja, alguien tiene resaca. Eso les pasa por tomar sin control. Deberías haber visto cómo quedó Fran.

–¿Dónde está ella ahora?

–Durmiendo y no me extrañaría que lo hiciera todo el día. Nosotros nos quedamos mucho más rato en el bar, ni te imaginas cómo me costó sacarla de ahí,  por suerte Daniel estaba conmigo. Ustedes dos borrachas son cosa seria.

–¿Se reconciliaron entonces con Daniel?

La mirada de él perdió el humor.

–No, pero tuvimos que trabajar en equipo por la emergencia.

Ella puso el hervidor para prepararse el té. Poco después entró Daniel.

–¿Cómo te sientes, Sara? –le preguntó con una mirada cargada de ternura. 

–Pésimo, juro que nunca más voy a volver a tomar una gota de whisky en mi vida –el estómago se le revolvió a la simple mención de la palabra.

–Siento escucharlo –le respondió, luego se giró hacia el italiano–. ¿Tienes tiempo más tarde, Armando? Me gustaría hablar contigo.

Armando afirmó fríamente con la cabeza antes de irse y dejarlos solos.

–Me alegro que hayas decidido conversar otra vez con él –comentó Sara.

–Sí, tal como tú dijiste anoche, no debí haberlo tratado así.

–¿Anoche? ¿Eso dije anoche? –ladeó la cabeza tratando de recordar–. No me acuerdo.

Daniel frunció el ceño.

–¿No te acuerdas?

–No, la verdad tengo un poco borrado todo. Me acabo de enterar que hice una interpretación indigna de “I wil survive” y después recuerdo que me fuiste a buscar. Hablamos en mi pieza… algo de una película, ¿cierto? Ahora por lo que tú me cuentas, me entero que te dije que te reconciliaras con Armando. Después me imagino que me dormí porque no recuerdo nada más. ¿Paso algo que debiera saber?

Daniel bajó la vista hacia el suelo.

–No, nada –dijo en tono apagado–. Te hice comida, ¿quieres?

Sara se sorprendió con la pregunta, la última vez que Daniel se había mostrado amable con ella, había sido hace mucho tiempo.

–No, no es necesario. De verdad que tengo demasiado asco, no creo que pueda tragar nada.

–Vamos, si no comes te sentirás aún peor durante el resto del día. Ponte cómoda y te sirvo;  mientras tanto, acá tienes un par de analgésicos, los fui a comprar para ti esta mañana.

Sara recibió las pastillas asombrada.

–Pareces diferente, Daniel –vaciló sin saber cómo continuar–. Hoy le hablaste a Armando, me fuiste a comprar medicinas y ahora quieres cocinar para mí. Es… inesperado.

Daniel la tomó de la mano y la llevó a sentarse junto a él.

–¿Alguna vez hiciste algo estúpido? –dijo con ojos arrepentidos.

–Sí, claro, anoche es un buen ejemplo, ¿por qué lo dices?

–Porque yo he hecho estupideces todos los días estos últimos meses –Daniel le dio una mirada tan dolida que conmovió su corazón–. Ya no quiero hacerlo. Quiero hacer las cosas bien… Sé que estás mal porque ayer te pegaste una borrachera de antología y yo simplemente deseo que te mejores;  así que solo déjame cuidarte, ¿quieres? –le acarició la mano–. Para mí es importante poder atenderte hoy, ¿me permites hacerlo?

A Sara se le formó un nudo en la garganta y solo movió afirmativamente la cabeza.

–Bien –él curvó sus labios en una leve sonrisa y después puso frente a ella un plato de comida– espero que te guste el arroz con pollo. Sé que no es muy elaborado, pero es lo que mejor para la resaca.

–No, está perfecto, muchas gracias, de verdad que no tenías que hacerlo... De hecho, quería agradecerte también por anoche, por haber ido al bar y traerme a casa –bajó la vista avergonzada–.  Parece que siempre terminas cuidándome.

–Ojalá hubiera sido así –respondió él en tono triste–. No te he cuidado como debería, pero quiero remediar eso de ahora en adelante… Si me das la oportunidad, quisiera cuidarte siempre.

A Sara se le desbocó el corazón. Miró directamente los ojos apenados de Daniel en un silencio cargado de significado que se prolongó hasta que Fran apareció.

–¡Por favor díganme que alguno de los dos tiene una aspirina!

Daniel llenó un vaso con agua para ella y le tendió dos pastillas que Fran se tragó de inmediato.

–¿Cómo te sientes? –preguntó Sara.

–Mejor que tú al parecer, tienes cara de muerta.

–Gracias, Fran, qué sería de mi sin tu honestidad. Pues sí, la verdad me siento pésimo.

Daniel sirvió otros dos platos más de comida, para Fran y para él mismo. Almorzaron los tres hablando apenas. Casi al terminar de comer, él comentó:

–Una actuación “interesante” la de anoche, ¿por qué bebieron tanto, en todo caso?

Apareció en el rostro de Sara una expresión triste, por lo que Fran respondió rápidamente:

–Nos enteramos anoche de que el desgraciado de Stephen me fue infiel y se nos pasó la mano tomando.

–Créeme que Stephen lo va a lamentar –le contestó Daniel a Fran, pero mirando a Sara–. A veces los hombres nos comportamos como unos imbéciles y no nos damos cuenta hasta que es demasiado tarde.

–¿Quién es el imbécil? –preguntó Colin que venía entrando.

–Stephen –contestó Sara.

–Ah, sí, siempre lo fue –dijo Colin como quien reconoce lo obvio–. ¿Y cómo van los preparativos del viaje? ¿Ya tienes tu maleta lista, Sara?

Daniel dejó de comer y la miró intensamente. Ella bajó la vista.

–No, aún no. Voy a empacar apenas termine de comer porque mi vuelo sale temprano mañana domingo.

–¿Estás contenta de ir a París? –preguntó Daniel en tono acongojado.

Ella no levantó la vista y solo asintió débilmente.

–Tú también estarás contento, supongo por lo de tu viaje a Australia –continuó ella tratando de no sonar tan triste como se sentía– supe que lo adelantaste; me imagino que estás feliz.

–¿Debería, no?

Las palabras de Daniel sonaron lentas y dolidas y todos en la mesa se quedaron callados. Fran rescató a Sara de ese silencio, urgiéndola a que se fueran a empacar.

Apenas las chicas abandonaron la cocina, Daniel soltó una derrotada exhalación.

–¿No vas a comer más? –preguntó Colin fijándose en sus ojeras y su rostro demacrado.

–No, no tengo hambre.

Colin sintió lástima por él y decidió hablarle directamente.

–¿Estás así porque Sara se va?

Daniel parpadeó asintiendo.

–Entiendo… –dijo Colin–. ¿Sabes? Yo nunca me meto en los asuntos de nadie, solo observo lo que ocurre, pero como no opino, todos piensan que no me entero de lo que pasa.

–¿Por qué me dices eso?

–Porque cuando Fran estaba con Stephen, nunca opiné, a pesar de que era más que evidente que él no era para ella. Cuando tú estuviste de malas, también me callé, pero hoy creo que es necesario decirte algo –lo miró directo a los ojos–. Deberías decirle a Sara que estás enamorado de ella… porque la amas, ¿verdad?

Daniel bajó la vista hacia su plato con la mirada perdida. Al ver que no decía nada, Colin decidió alentarlo un poco más.

–Y yo creo que ella también te ama, Daniel; es evidente que le importas.

–Si todavía le importara, no se iría. Si de verdad le importara, como tú dices, todavía querría estar conmigo.

–¿Entonces vas a dejar que se marche? Eso sería un tremendo error, deberías hacer algo.

–¿Y qué puedo hacer? –Daniel se pasó una mano por el pelo–. Sara ya no quiere nada conmigo… Traté hoy de hacerle ver que estoy dispuesto a mejorar por ella, pero eso no cambió en nada las cosas, ahí la tienes arriba haciendo su maleta.

–Tal vez necesitas ser más claro y decirle directamente lo que sientes.

–¿Y de qué serviría? –Daniel apoyó los codos en la mesa y se tomó la cabeza con las manos–.  Lo único que conseguiría sería que ella me rechazara y que yo terminara aún peor. Anoche mismo me dijo que no quería nada más conmigo… No hay nada más posible por hacer.

–Daniel, yo soy músico. Nadie entiende mejor que yo lo que es esforzarse por algo que amas, por eso mismo sé que a veces no basta hacer lo posible. Es entonces cuando solo queda una cosa más por hacer.

Daniel levantó la cabeza.  

–¿Qué cosa?

–Lo imposible –dijo muy serio.

La desesperanza aún permanecía en la mirada de Daniel.

–No sé qué significa eso.

–Haz algo inesperado –se explicó Colin– algo que le demuestre sin lugar a dudas que estás dispuesto a todo por ella.

–No tengo la menor idea de qué podría hacer y, suponiendo que la tuviera, eso no significaría que ella vaya a cambiar de opinión.

–¿Y qué más tienes que perder? El no ya lo tienes. Si no haces nada, es seguro que ella se irá mañana y tú te arrepentirás de no haber aclarado las cosas.

Daniel se quedó en silencio largo rato, luego alzó la vista con expresión preocupada.

–Va a ser muy difícil –dijo temeroso como si se le acabara de ocurrir una idea– pero tienes razón, Colin, al menos tengo que intentarlo; sin embargo, voy a necesitar ayuda.

Colin sonrió.

–¿Y para qué están los amigos?

 

 

Lo que amo de Dublín
titlepage.xhtml
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_000.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_001.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_002.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_003.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_004.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_005.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_006.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_007.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_008.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_009.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_010.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_011.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_012.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_013.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_014.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_015.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_016.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_017.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_018.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_019.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_020.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_021.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_022.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_023.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_024.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_025.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_026.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_027.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_028.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_029.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_030.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_031.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_032.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_033.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_034.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_035.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_036.html
CR!P0J10Y8KVX647FEA62AW7ST14KER_split_037.html