Capítulo 8

 

 

La víspera del día de San Valentín, estaban en el salón Sara, Fran, Daniel y Colin viendo una película cuando entró Armando. Llevaba solo una toalla alrededor de la cintura y traía dos camisas, una en cada mano.

–Ok, chicas. Necesito una opinión femenina. ¿Cuál de estas dos camisas expresa más “solo interesado en sexo casual”? No quiero crear falsas ilusiones precisamente hoy.

–¿No sería más fácil escribirlo en un letrero y colgártelo en el cuello? –se burló Daniel.

–O tatuarte la frente –dijo Colin.

Armando no se inmutó.

–Así como lo veo, yo soy el único hombre de esta casa que hoy va a meterse en la cama de una mujer hermosa; a no ser que alguna de nuestras dos chicas tenga ganas de hacer caridad con ustedes –Fran le lanzó un cojín a la cabeza en respuesta, mientras que Sara negó con la cabeza divertida–. Pues dejando eso claro, me preocuparé de lo que me digan cuando ustedes –apuntó con el dedo a Colin y a Daniel– dejen  los votos de castidad. ¿Entonces, chicas, qué opinan? ¿Cuál de las dos camisas?

–La azul –señaló Sara–. Me encanta el azul.

Armando asintió.

–Fran, ¿tú qué dices?

–La roja.

–¿En serio? –Armando se sorprendió–. Pensé que la azul era mejor.

–Y lo es –concordó ella–. Esa camisa es tan buena que incluso te haría ver como un tipo serio y respetable. Dijiste que no querías dar la impresión equivocada, ¿verdad?

–Mensaje recibido; la roja, entonces –Armando levantó el pulgar afirmativamente–. ¿Haces algo hoy, Fran?

–Por supuesto –sonrió– Stephen me invitó a salir por la fecha. Tuve suerte de poder cambiar los turnos para ir.

–Yo no lo calificaría como suerte –comentó Armando.

Fran le lanzó un segundo cojín que él esquivó hábilmente al salir.

–No entiendo por qué para las chicas San Valentín es tan importante –Colin sacudió la cabeza– es solo una fecha inventada para vender más.

–Pues inventada o no, si no vas a ver a Shannon, te quedas sin novia –Fran le dio una mirada reprobatoria–. Te lo aseguro; si quieres te llevo a su casa, voy en esa dirección.

–Ok –suspiró resignado–. Vamos.

Cuando Fran y Colin se fueron, Daniel se quedó solo con Sara. Intrigado, la vio sacar un paquete de regalo de debajo del sillón y tendérselo con expresión tímida.

–Toma, esto es para ti –le dijo ella.

Daniel alargó la mano sorprendido.

–¿Para mí? ¿Y cuál es la ocasión?

–Ninguna en especial –bajó la mirada–. Solo quería darte las gracias por todo lo que has hecho por mí desde que llegué a la casa, por las cenas, por todas las veces que me has ayudado en mi trabajo... Vamos, ábrelo.

Daniel rompió el papel expectante y se encontró con la mejor guía de turismo de Australia, la misma que él se iba a comprar. El corazón se le agitó con fuerza dentro del pecho y miró a Sara con una mezcla de emociones encontradas.

–¿No te gusta? –preguntó ella escrutando su expresión–. Viene con ticket de cambio, por si prefieres otra cosa. Pregunté en cinco librerías diferentes y todos los vendedores me dijeron que era la mejor –comentó insegura–. Yo incluso me compré la guía de París de la misma editorial, pero si no te gusta…

–Me gusta mucho –se apresuró a aclarar, sintiendo una extraña tibieza en el pecho–. Muchas gracias.

–Me alegro –le respondió Sara antes de dedicarle una sonrisa suave e irse a su habitación.

Cuando se quedó solo, Daniel comenzó a hacer girar el libro entre sus manos, mientras trataba de descifrar qué significaba todo aquello.

Un regalo… en la víspera de San Valentín…

La voz de Armando resonó a su mente.

“A nadie le importa esa estúpida regla”.

“Si tú no haces nada, alguien más lo hará”.

“Podrías estar perdiéndote algo importante”.

Al demonio con todo, decidió. Se paró de un salto, subió los escalones hacia el dormitorio de Sara y tocó a la puerta con el corazón latiéndole a mil.

Ella abrió con expresión intrigada.

–¿Pasa algo?

–¿Tienes planes para mañana domingo?

–No, ninguno, ¿por qué?

–Me gustaría salir a un lugar diferente contigo –inspiró hondo para darse valor–. ¿Te gustaría ir?

–Claro, suena bien. ¿Adónde quieres ir?

Ok, no la veía saltando de alegría, pero aún así había accedido a una cita con él en San Valentín.

–Es una sorpresa, espérame lista a las ocho de la mañana.

–¡Las ocho de la mañana! –Sara abrió los ojos como platos–. Vamos, dime, ¿adónde iremos?

Él no pudo resistirse a tocar con suavidad la punta de la nariz de Sara.

–No seas curiosa –la regañó con ternura–. Mañana lo sabrás.

Se despidió y bajó la escalera con una enorme sonrisa que ella no alcanzó a ver.

A las ocho y cuarto del día siguiente, Sara bajó a reunirse con Daniel; Armando entraba en ese momento por la puerta principal, claramente achispado por el alcohol.

–¡Eh! ¡Daniel, Sara! –saludó ruidosamente.

–Estás borracho –dijo Daniel señalando lo evidente.

–¡Puf! Un par de copitas nada más –dijo tambaleándose.

Sara se rió por lo bajo.

–Yo diría que más que un par de copitas.

–¡Sara! –Armando le tendió los brazos–. Tan bonita Sara; ven aquí para darte un abrazo.

La mandíbula de Daniel se tensó.

–Oye, déjala tranquila.

Armando lo miró burlón y le pasó a Sara un brazo por los hombros.

–¡Mah si no la estoy molestando! ¿Verdad que no, Sarita?

Sara negó divertida y Armando continuó balbuceando las palabras.

–Nosotros somos amigos, ¿cierto que sí, cara?

–Claro que somos amigos –asintió.

Armando le sonrió triunfante a Daniel y él lo fulminó con la mirada.

–Daniel, no te enojes, ven aquí tú también – Armando le pasó el otro brazo a él–. Tú también eres mi amico, ¿verdad? –como Daniel no respondió, él siguió–. Sí somos amigos. Él es mi mejor amigo.

–Ya, hombre. Déjate de sentimentalismos –dijo Daniel soltándose de su abrazo.

–¡Uf! Tan fríos los irlandeses y sobre todo este –se acercó a la oreja de Sara y le habló bajito– él está así porque hace rato que no se pega un buen polvo.

Sara reprimió la risa a duras penas.

–Déjate de hablar estupideces –Daniel por primera vez se veía realmente amenazante–. Y suelta a Sara. Ahora.

Mah, tú eres mi amigo, no voy a hacer nada.

La mandíbula de Daniel se apretó más aún y tomó a Sara por el codo, apartándola de Armando y guiándola hacia la salida.

–¡Que pasen un buen San Valentín! –les gritó Armando guiñándoles un ojo, antes de que Daniel cerrara la puerta de golpe.

Sara se subió al auto, aún riéndose.

–No me acordaba de que hoy era San Valentín –dijo.

Daniel desvió la vista del volante para clavarla en ella.

–¿Ah, no?

–No, para nada. En mi país esta fecha no es realmente importante. Nunca he hecho nada especial para un día de los enamorados.

–Hasta ahora –comentó Daniel.

–Ya, pero no se puede decir que esto sea una celebración. Es decir, claramente esto no es una cita –soltó ella sin pensar.

El semblante de Daniel se endureció.

–¿Claramente? ¿Por qué claramente?

–Pues porque nosotros no tenemos esa clase de relación, solo vivimos juntos. Además tú siempre has dejado claro que no te interesa iniciar nada con nadie –contestó con sencillez y se sorprendió con el rostro tenso de él–. Ah no ser que… bueno… –se detuvo insegura– que tú… porque esto no es una cita, ¿verdad?

–Al parecer no –masculló Daniel echando a andar el vehículo.

Entre ambos nació un incómodo silencio que se prolongó por varios minutos.

–¿Te molesta que ponga música? –preguntó Sara que ya no aguantaba más la tensión.

–Adelante –fue la breve respuesta.

Sara conectó su Ipod al coche y puso “Everybody” de los Backstreet Boys. Sin darse cuenta, comenzó a tararearla. Daniel la observó de reojo.

–¿Esa canción no es de hace mil años? –dijo ya en el mismo tono amistoso de siempre.

–Los clásicos nunca mueren.

Él soltó una risotada.

–¿Clásicos? ¿Los Backstreet Boys para ti son clásicos?

–Por supuesto. Ni te imaginas lo fanática que era de ellos cuando era niña. Estaba e-na-mo-ra-da de Kevin, ¿sabes cuál es?

–Sara, no sería un hombre heterosexual si supiera cuál es Kevin.

Mientras la canción sonaba, ella se concentró en el paisaje. La primavera estaba llegando, por lo que, aunque aún estaba fresco, la temperatura era agradable y los rayos del sol se asomaban cada vez con más fuerza entre las nubes.

–Ojalá el día siga así de bonito.

–Cruza los dedos que aquí en Irlanda podemos tener las cuatro estaciones en un mismo día. Nubes, sol, lluvia, frío, calor… nunca sabes qué vendrá.

La canción terminó y empezó a sonar “Back for good” de Take That.

–Así que te va el rollo de las boy band –dijo Daniel sonriéndole burlonamente.

–¿Boy Band?

–Ya sabes, bandas de hombres que cantan bajo la lluvia con cara de sufrimiento.

Sara soltó la risa por la descripción.

–Las canciones son bonitas y románticas.

–No son románticas, son cheesy.

–¿Cheesy? –ella frunció el ceño, porque todavía no sabía algunos significados–. No conozco esa palabra. 

–Ya sabes, muy empalagoso, excesivamente romántico, tanto que es incluso de mal gusto; como por ejemplo, “Titanic” o canciones como “You´re beautiful” de James Blunt.

–De acuerdo, entonces cambiemos… Veamos si esta sí te agrada –puso “One” de U2.

–Es mi grupo favorito –dijo impresionado–. Me gustaban mucho antes de que se volvieran famosos.

–Yo tengo muchos grupos que me encantan, la mayoría cantan en español, así que de seguro que no los conoces; sin embargo, mi grupo favorito de todos los tiempos es The Beatles.

–¿Con que The Beatles, eh? Sí, están bien –enfatizó la palabra en tono de duda para provocarla.

Sara lo miró como si él hubiera dicho una herejía.

–¿Solo bien? Vamos, Daniel, reconoce que son lo máximo. Hay tantas, pero tantas canciones que son maravillosas.

–¿Cuál es tu canción favorita?

–Hum, hay varias… Me gustan especialmente las lentas que compusieron Paul y John, sin embargo, mi favorita de todos los tiempos es “Stand by me”, que de hecho, no es de John Lennon.

–¿Ah no? Creí que lo era.

–No la escribió Lennon, pero su versión popularizó la canción. ¡Me encanta! Cada vez que la escucho me pregunto cómo puede existir algo tan hermoso en este planeta.

Daniel la miró de reojo.

–Yo también me lo pregunto, pero con otras cosas –su voz ronca inundó el auto.

–¿Qué cosas?

–No sé, otras cosas…–respondió evasivo y se quedó en silencio.

Sara se concentró en el camino, una angosta carretera rural llena de curvas. A su alrededor, se extendían tranquilas planicies donde el verde reinaba desplegándose como un manto. Un viento suave hacía ondear las ramas de los árboles y el humo de chimeneas  de casas aisladas. Con frecuencia se divisaban grupos de ovejas pastando apaciblemente. Ella trataba de absorber cada detalle, cada vez más cautivada por la tranquilidad alrededor.

En la radio, empezó a sonar “One”; Sara comenzó a tararearla bajito y de a poco fue subiendo el volumen de la voz sin darse cuenta hasta que en el coro, ya cantaba a todo dar. Daniel la observaba de reojo, sumamente divertido. Ella lo pilló mirándola y se calló de golpe.

–No te calles, se nota que estás inspirada y además cantas bien– le dijo Daniel.

–En realidad, lo hago solo de forma aceptable, pero me gusta mucho. A veces salgo a karaokes con mis amigos y siempre subo al escenario.

–Yo jamás haría una cosa así.

–Claro, porque para ti cantar es algo íntimo, no es algo para hacer frente a cualquiera –una idea surgió en su mente–. ¿Cuál es tu canción favorita de U2?

–“Vertigo”, ¿por qué?

Sara pulsó las teclas de su Ipod hasta encontrarla.

–Vamos, Daniel. Si no cantas conmigo ahora, me voy a ofender –él la miró con cara de duda, así que ella se explicó–. Dijiste que no cantabas frente a cualquier persona, bueno yo no soy cualquier persona para ti, ¿verdad?.

–No… no lo eres –respondió y a ella le pareció percibir un leve matiz de ternura.

–Canta conmigo entonces… Vamos, hombre, que no te estoy pidiendo que te tires de un puente.

–De acuerdo, pero solo porque eres tú. 

–Vamos entonces… “Uno, dos, tres, catorce”… –ella comenzó a cantar en voz alta y miró de soslayo a Daniel. Como sintió que él estaba aún algo cohibido, exageró para alentarlo. Subió el volumen de la voz e hizo como que tocaba la guitarra al mismo tiempo. Daniel se fue animando y poco después se soltó con toda confianza. Era muy afinado y a mitad de la canción ambos cantaban a todo pulmón.

Cuando terminaron, Sara aplaudió entusiasmada.

–¡Maravilloso! ¡Tienes una voz increíble! Vamos ahora por las siguientes.

Cantaron todo el camino hasta que sin darse cuenta, ya habían llegado a su destino.  Entraron a un parque nacional y Daniel estacionó el coche a la orilla de un lago flanqueado por verdes colinas.

Descendieron del auto y Sara se estremeció al contacto de la brisa fresca en su rostro. Paseó la vista a su alrededor y miró a Daniel muda de la emoción, sin poder creer donde estaban. Era el mismo sitio de la película “Tenías que ser tú”. Ella había visto tantas veces el film que lo reconoció de inmediato.

Contempló maravillada el paisaje a su alrededor, el lago era tan tranquilo que solo se podía observar su movimiento en la orilla, donde pequeñísimas olas llegaban a la costa llevando el murmullo leve del agua. El silencio solemne solo era interrumpido de vez en cuando por el aleteo suave de un ave o la melodía de algún grillo.

Daniel, al igual que ella, observaba en silencio el paisaje. Cuando ambos se miraron, los ojos de Sara brillaban con arrobo. Él asintió con la cabeza como si comprendiera su profunda emoción.

–Lo sé… yo me sentí igual la primera vez que vine.

–No sé qué decir –murmuró Sara conmovida–. Un simple “gracias” no alcanza a expresar todo lo que siento.

–Espera que hay más. Sígueme.

Se encaminaron hacia la caseta de vigilancia del parque, donde Daniel le presentó a Sean el guardabosques. Luego, entre los dos hombres, acarrearon un bote de madera hasta la orilla del lago. Sean se despidió de ellos, pidiéndoles que no tardaran más de una hora.

–¿Por qué no podemos tardar más una hora? –preguntó Sara.

–Porque este lugar es una reserva natural protegida. No está permitido ningún bote excepto los de los propios guardabosques.

–Hace mucho tiempo que no remo.

–Es fácil, déjame mostrarte.

Él se situó a la espalda de Sara y la envolvió en sus brazos, ubicando sus manos en el remo, justo encima de las de ella. Sara nunca había estado así de cerca de él, tan próxima que podía sentir su calor y se sintió muy pequeña en sus brazos, frágil en comparación al cuerpo grande y sólido de Daniel. Aún después de subirse al bote junto a él podía sentir su calor.

–¿Cómo me dijiste que se llamaba este lugar? –preguntó Sara rompiendo el silencio apacible en que remaban.

–Glendalough; su nombre viene del gaélico Gleann Dá Loch que significa “Valle de los dos lagos”.

–Es un lugar impresionante… ¿Qué es esa construcción que se ve allá? – ella señaló una estructura de piedra a unos cientos de metros.

–Son las ruinas de un monasterio del siglo VI, una de las atracciones turísticas de la zona. Lo que sobresale ahí –indicó con el dedo– es la torre del monasterio. Al lado de ella, se encuentra un cementerio que todavía se usa y el portal de entrada. Un poco más allá está la Catedral de San Pedro y San Pablo. Si quieres, después podemos ir a conocer el lugar.

Sara asintió con entusiasmo y volvieron a remar en silencio, disfrutando del entorno. El sol brillaba en todo su esplendor y el cielo se encontraba limpio y despejado. Las aguas calmas de la laguna reflejaban el cielo como un pulido espejo y la suave brisa traía el aroma de la vegetación.

Remaron poco menos de una hora y devolvieron el bote a Sean antes de ir a visitar  los restos del monasterio de piedra. Luego se internaron en el bosque y ascendieron a la cima para  contemplar la panorámica. Daba la impresión de que el monasterio estaba enterrado en el corazón del valle, a su alrededor solo se extendían verdes montes y planicies.

Sara levantó su cara hacia el sol y tomó aire en profundidad.

–¿Vienes con frecuencia aquí?

–No tanto como me gustaría. En invierno y otoño puede hacer bastante frío, así que solo vengo en primavera o verano; hace mucho tiempo que no venía.

–El paisaje es maravilloso… Apuesto que has traído aquí a muchas chicas.

–No –dijo mirándola con repentina intensidad–. Tú eres la primera.

Por razones que ni ella misma entendía del todo, Sara no pudo sostenerle la mirada, en cambio, tomó una ramita y empezó a juguetear con ella.

–Ah… bueno, te agradezco entonces que me hayas traído y me hayas evitado estar deprimida en la casa en San Valentín.

–La gente le da demasiada importancia a la fecha. Muchas personas piensan que el amor es regalar flores, chocolates o dar paseos a la luz de la luna, pero para mí eso es solo decoración. El amor es mucho más profundo y verdadero que eso, es poder cuidar realmente a la otra persona, velar por ella… –se detuvo unos instantes para recordar con un matiz de emoción en la voz–. No recuerdo a mi padre llevándole rosas rojas a mi madre, pero sí lo recuerdo cuidándola cuando estaba enferma, yéndola a buscar a la parada del bus en plena noche para asegurarse de que llegaba bien o esperándola hasta tarde para poder pasar tiempo con ella… Ese tipo de gestos constituyen el verdadero amor para mí.

–Parecen haber sido un hermoso matrimonio.

–Lo fueron… algún día espero encontrar lo mismo, aunque hasta ahora no he tenido mucha suerte.

–¿Qué pasó?

–Créeme, no quieres saberlo.

–¿Tan malo fue?

–Sí… –él se quedó en silencio unos instantes antes de mirarla más intensamente que nunca–… pero mi suerte está empezando a mejorar –agregó en un tono que insinuaba todo. 

Sara se ruborizó violentamente; le pareció a Daniel que lucía turbada y deseosa a la vez. La certeza de que él también le afectaba, le hinchó el pecho de felicidad. No podía estar tan equivocado. Iba a seguir su corazón y lanzarse. Después se preocuparía del resto, de su viaje a Australia, de la vuelta de Sara a Chile; si él le importaba como creía, tal vez ella no quisiera irse… Sí, vería después cómo resolvería los obstáculos, pero el día no terminaría sin que la hubiera besado.

Lo que amo de Dublín
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