Capítulo 23
«Allí está sentada, amigo mío, solo un destello bajo el sol, allí está para recibir a un hombre cuando termina su día de trabajo...». “Cadillac Ranch” —Bruce Springsteen.
FUE bueno que Shane confiase en Mickey. Si hubiese sido de otra manera, un mes más tarde (y dos semanas después de que Mikhail hubiese conseguido su permiso de conducir, para la inmensa envidia de Benny) podría haber jodido seriamente su relación.
Prácticamente todo el mundo había perdido la cabeza, así que Shane podía estar orgulloso. Era casi una prueba de que estaban hechos para estar juntos.
Todo empezó cuando Shane llegó a casa del trabajo y vio una vieja furgoneta Chevy aparcada en la entrada, detrás de la verja. El color era difícil de adivinar porque parecía ser entre rojo y gris base. Mikhail estaba de pie detrás, mirando con cariño aquella maldita cosa mientras le daba palmaditas ausente en la cabeza de Angel Marie y el cachorro le mordisqueaba la pernera.
Tenía los guardabarros oxidados, las ventanas cegadas y (Shane habría apostado su dinero) algo vagamente parecido a un guardabarros y dos o tres cosas incomprensibles que habían sido pegadas juntas para durar tan solo el viaje desde el jardín delantero de alguien hasta su camino de entrada.
Ningún padre ha estado nunca tan orgulloso de un hijo recién graduado del instituto como Mickey cuando miraba ese monstruoso nido de óxido que hacía que bajara el valor de la propiedad de Shane solo por no desintegrarse en polvo.
Aparcó el coche y caminó hacia el amor de su vida, colocando una mano afablemente sobre su hombro.
—Um, guau.
Mikhail giró una sonrisa radiante hacia él.
—¿No es preciosa? Voy a llevarla a las ferias, y así no tendrás que preocuparte por mi cuando trabaje.
El estómago de Shane, que unos momentos antes solo había sido un órgano en funcionamiento asentado en su abdomen, de repente se convirtió en una olla a presión de cuatro kilos, llena de cristales rotos y clavos oxidados.
—Em, ¿la que hay este fin de semana? ¿En Nevada City? —Oh, Dios. Solo quedaban cuatro días y aquello estaba a noventa kilómetros.
—¡Sí! —asintió Mikhail, excitado—. Kimmy me ha llamado; ¡todo está en marcha!
Shane tragó.
—Genial, Mickey. Puede, em, que necesite alguna reparación antes de que pueda circular, ¿lo sabes, no?
Mikhail le miró con los ojos abiertos, una mirada tan confiada y cándida como la de un niño.
—No necesita tantas reparaciones. ¡Solo se ha calado tres veces de camino hacia aquí!
Oh, Señor. Ahora Shane sabía cómo era
—Por supuesto. Desde luego. Excelente. Saldré a echarle un vistazo en un minuto, ¿vale?
—¿Dónde vas? Quería enseñarte el interior... ¡tiene una cama!
Shane añadió mentalmente “lejía” y “limpiador de tapicería” a la aterradora lista de cosas que iba a necesitar para que aquello funcionase.
—Dame un segundo, Mickey; tengo que ir dentro y cambiarme, y acabo de recordar que tengo que llamar a Deacon.
Hicieron falta los cuatro días completos para conseguir que aquella cosa estuviera en condiciones de funcionar, y cuatro noches en las que todo el mundo trabajó con luces colgadas del techo y la música puesta en el garaje, con grasa bajo las uñas y hombres lanzando exclamaciones al aire del tipo “¡gradísimohijodeputachupapollascabronazo, muere, muere, muere, muere, muere, jodido, jodido, jodido, jodido cabronazo, muere!” (Eso fue Crick cuando el motor seguía funcionando incluso cuando le habían desconectado la batería. Nadie sabía cómo había pasado eso, pero teniendo en cuenta la mala suerte de Crick con las cosas mecánicas en general, todo el mundo pensó que sería mejor para él que se dedicara a quitar la porquería negra de las ventanas).
Jeff fue el único que optó por quedarse fuera de todo el asunto. En cambio, decidió quedarse con los niños en casa de Shane. Amy y Benny ayudaron a Mikhail a arrancar la tapicería de pelo color púrpura y a colocar un asiento trasero con su cinturón de seguridad que se doblaba y se convertía en una cama, dejando algo de espacio detrás para otro saco de dormir.
—Bien —dijo Shane, supervisando el trabajo—. Ahora parece menos un sitio donde celebrar una fiesta de cachimba y de aceite Wesson. —Y, por supuesto, eso siempre era una mejora.
Calvin se les unió el tercer día, cuando incluso Deacon confesó que el bloque del motor iba a ser todo un reto. Amy y Benny se retiraron a la cocina y cocinaron mucho. Shane mandaba a todo el mundo a su casa y entraba en la suya, que olía a bistec, tacos y otras cosas que habían preparado para hacer una improvisada fiesta de trabajo y, quién lo iba a decir, la comida aparecía como por arte de magia sobre su encimera. El hijo de dos años de Calvin, Amos, y Parry Angel sintieron un amor/odio inmediato el uno por el otro, y al parecer se necesitó mucho tiempo para separarlos y para dejarles volver a juntarse cuando juraron que serían buenos.
Calvin mismo estaba algo inseguro al principio, pero una vez que vio que ninguno de los hombres que trabajaban en el coche tenía ningún interés en él excepto como otro par de manos listas para ayudar, se relajó y, de hecho, disfrutó de la compañía. Se sorprendió un poco cuando Shane le dijo que no tomaban cerveza, que tendría que conformarse con refresco, pero aparte de eso le gustó ayudar a Deacon a sacar el motor, a reemplazar la cabeza gastada de las juntas y a reconstruir el carburador. Sin embargo, le dijo a Shane en privado que le asustaba un poco Deacon.
—Ese tipo es tan callado... Es como si fuera de las fuerzas especiales o algo.
Shane no le dijo a Calvin que era solo porque Deacon no hablaba con desconocidos; se imaginó que si Calvin visitaba lo bastante su casa, lo averiguaría.
La última noche, mientras todo el mundo trabajaba bastante más allá del toque de queda para que Mikhail pudiese conducir la furgoneta a la feria a la mañana siguiente, Shane volvió de la tienda con café de Starbuks para todo el mundo y con una gran bolsa de caramelos y nueces para que los que dirigían el trabajo siguieran vivos. Mikhail le recibió en el húmedo crepúsculo de primavera.
—Venga, deja que coja eso. —Mikhail extendió las manos y cogió la bolsa, y Shane luchó por mantener en equilibrio los seis cafés, latte y cappuccinos de tamaño gigante que todo el mundo le había pedido.
Dejó los vasos de café sobre el coche y se giró para encontrar a Mikhail mirándole en silencio. Eran las ocho pasadas, el cielo todavía era de un curioso púrpura entre azul y negro y se había levantado una brisa del delta que hizo temblar a Shane en su jardín delantero, todavía verde. Había algo inquietante en la expresión de Mikhail.
—No me lo dijiste —dijo en voz baja.
—Tienes razón. ¿No te dije el qué? —Shane parpadeó, con fuerza, porque no se había tomado ningún día libre y necesitaba mucho ese café.
—No me dijiste que esto sería una... una carga para tanta gente. —Miró con tristeza la furgoneta, que sobresalía del garaje de Shane junto con un montón de trozos y herramientas que Shane no tenía cuatro días antes. Mientras miraban, a Crick (que estaba quitando las llantas para poder comprobar los frenos, porque estaban en esa fase) le resbaló la mano de la llave inglesa y se arañó los nudillos de la mano mala, exclamando una lluvia de maldiciones en la noche que hizo que el cielo se volviera tres tonos más oscuro. La voz de Deacon les llegó de lejos.
—Maldita sea, Carrick... deja que vea eso. Joder. Joder, joder, joder, joder. Venga, vayamos dentro; Shane tiene antiséptico y mierda de esa en la cocina...
—Deacon, es un arañazo...
—Y necesitaremos un vendaje, y vamos a frotar para sacar la grasa...
—Deacon, no estoy hecho de cristal...
—Cállate y ve dentro, maldita sea. ¡Si le ponemos un vendaje, podrás arreglar esa jodida llanta!
—¡Señor, sí señor! —saltó Crick, saludando con gesto brusco.
Andrew sacó la cabeza de debajo de la furgoneta, donde estaba haciendo algo con el chasis, y se rió.
—Cállate, teniente, entra y deja que el médico te vea. Es el segundo mejor mecánico que tenemos, y no queremos que se distraiga.
—¿Segundo? —preguntó Deacon, algo ofendido.
—Shane es el primero —dijo Calvin, poniéndose de pie en su sitio junto a la parte delantera del motor—. Quiero decir, sé que restauró su coche pero, joder; no sabía que fuera un maldito genio con esas cosas.
—Mierda. —Shane se sonrojó y comprendió que no había respondido a la pregunta que Mikhail aún no le había formulado—. Estabas tan orgulloso, Mickey. No quería quitarte la ilusión... y mira. Estará lista para mañana, ¿verdad? Jon y Amy dijeron que te seguirían y se asegurarían de que funcionara bien. Están deseando ir a la feria.
Mikhail se puso de puntillas y apretó los labios contra los de Shane, y a éste le cogió tan de sorpresa que no pudo abrir la boca y responder al beso. Shane gruñó porque no habían tenido mucho tiempo para los dos la última semana y porque se sentía muy bien sosteniéndole.
—No le quites importancia —susurró Mikhail contra él, dejando caer las bolsas de comida en el suelo y acercándose más—. No hagas como si no fuera nada. Lo haces todo el tiempo... Haces milagros, haces cosas maravillosas y después actúas como si todo el mundo hiciera lo mismo. Nadie haría por mí las cosas que tú has hecho. Es enorme. Es más grande que el mundo. Tú y tu familia habéis hecho lo imposible por mí. ¿Cómo podría no amarte?
Shane se apoyó contra el coche, sorprendido.
—¿De verdad? ¿Me quieres?
Mikhail dio un paso atrás y sacudió la cabeza con irritación.
—¿Cómo es posible que no te lo haya dicho hasta ahora? Haces milagros por mí, y yo ni siquiera puedo decir dos simples palabras. No hay duda de por qué nadie ha hecho nada especial por mí antes; no me los mere...
Pero Shane le hizo callar rápido. Al final, tuvieron que dejar de besarse, porque el café se estaba enfriando, pero Shane guardó aquellas palabras en su corazón durante el resto de la noche. El resto del fin de semana, en realidad, porque trabajaba y no podía ir a ver a Mikhail y a Kimmy a la feria.
Fue difícil para él verle alejarse conduciendo en la ahora furgoneta púrpura. Mickey iba a pintarla de rosa y a llamarla “La Reinoneta”, pero Calvin dijo:
—Oh, sí... y nuestro propio departamento de policía te tirará huevos a la casa y montará tipis en tu jardín.
Mikhail había estado bastante alterado, y Shane le dirigió a Calvin una mirada para hacerle callar, diciendo:
—No dejes que mi trabajo maneje tu vida, Mickey. Pinta la jodida cosa del color que quieras.
Mikhail había hecho un mohín.
—Sí, tu jodido trabajo..., nunca podrán consentir tener un ladrillo púrpura, ¿no? —Y entonces alzó la vista con un brillo bastante extraño en los ojos.
—No —dijo Shane llanamente.
—Oh, sí.
—Mickey...
—Has dicho que debería pintarla del color que quiera. Así que le pondré el nombre por ti.
Diez latas de pintura base púrpura más tarde (y una negra) la convirtieron en una gran furgoneta púrpura con el letrero “El Ladrillo Púrpura” escrito a mano en el costado. Crick lo escribió y Deacon le dijo que quedaba muchísimo mejor que la de la torre de agua. Crick se puso rojo, dijo: «Que te den, Deacon», y Deacon había sonreído de lado y, bueno, eran las tres de la mañana y prácticamente todo el mundo se había caído de culo de la risa.
Seis horas más tarde, Mikhail se fue. Llamó dos horas después para decirle a Shane que había llegado a tiempo, y Jon había llamado poco después para decirle que Mickey no era un mal conductor y que podían dejar de preocuparse. Puesto que al final Jon y Shane se habían ocupado de enseñar a Benny a conducir, Shane pensó que podía confiar en el juicio de Jon y relajarse un poquito.
Por supuesto, se relajó incluso más cuando Mickey entró en el camino de entrada de la casa de Deacon a tiempo para la cena del domingo. Mikhail pasó la noche comiendo el asado de Benny, contando historias sobre la Cruz Celta de Nevada City y sobre lo preciosa que había estado la hermana de Shane mientras bailaban. Shane se alegraba de oír que Kimmy aún podía bailar, pero captó el trasfondo de la historia. Mikhail cruzó la mirada con él y se encogió de hombros; ella todavía seguía teniendo problemas y seguía sin pedir ayuda, y eso era horrible. Pero Mickey estaba en casa y eso era genial, y estaba exuberante y encantado de ser independiente y de hacer algo que amaba, que amaba de verdad, y el pecho de Shane se hinchó y le dolió la garganta de ver a su novio tan feliz. Su pene también dolió, así que cuando fueron a casa Shane le desnudó y le tomó con fuerza y rápido, inclinado sobre la cama.
Mikhail se corrió tan fuerte que no pudo hablar durante diez minutos, y cuando recuperó la coherencia, Shane le llevó y le metió en la cama, lo besó con urgencia y dijo «¡Eso es lo mucho que te he echado de menos!», y Mickey sonrió de oreja a oreja, se encogió de hombros y dijo «¿No mucho entonces?».
Shane se lo hizo de nuevo y se quedó satisfecho.
Y a Mikhail le dijo «Te amo», cada noche, y fue entonces cuando realmente empezó a creérselo.
Por esa razón, cuando tres días más tarde le rompieron las costillas por meter al Padrastro Bob y a sus amigos en el calabozo por intoxicación y desobediencia, se sorprendió cuando Deacon entró en su habitación del hospital sin Mickey.
—¿Tienes Vicodin? —preguntó Shane, porque Deacon iba a pararse en la farmacia y a conseguirle medicamentos para el dolor, y maldita sea, el costado estaba empezando a dolerle de verdad. Deacon asintió y rompió el sello de la botella de agua, le tendió una píldora y dejó que se la tragase.
—¿Dónde está Mickey? —Tenía ganas de verle de verdad... Mikhail le había malcriado.
—Es curioso que lo menciones —dijo Deacon cuando estuvo seguro de que se había tragado el Vicodin—, porque yo le he preguntado lo mismo a Benny cuando nos han llamado de comisaría.
Shane tomó nota mental de poner a Mikhail en su lista de contactos de emergencia; se sentiría herido si no lo hacía.
—¿Y qué ha dicho Benny?
—Ha dicho que estaba de camino a Monterey con Crick.
Shane trató de ponerse de pie de un salto pero las costillas le cortaron la respiración cuando notó un destello cegador de dolor, así que volvió a caer.
—¿Monterey? ¿Qué demonios...?
—Parece que tu hermana llamó mientras yo estaba comprando. Algo sobre que necesitaba mudarse ahora mismo. De todos modos, me encontré tu casa vacía justo cuando recibí la llamada de la comisaría avisándome de que te habían dado una paliza.
—Uno de ellos tenía una tubería —gruñó Shane mientras su cerebro intentaba procesar ese desastre en particular.
Deacon también gruñó y tanteó la leve cicatriz que tenía en la base del pelo.
—Conozco esa tubería —murmuró.
Oh, Señor. Si Kimmy había llamado, las cosas debían de haberse vuelto graves con Kurt.
—Oh, mierda..., mi excéntrica hermana acaba de dejar al gilipollas de su novio cocainómano. —Esta vez se puso de pie y caminó de manera inestable hacia la puerta, esperando recuperar la visión cuando el Vicodin hiciese efecto—. ¿Y Mickey y Crick han ido a ayudarla? Oh, Señor. Con el temperamento que tienen esos dos, la cosa va a ponerse peor.
Se detuvo y se agarró al marco de la puerta, y de repente, Deacon estaba a su lado, con una mano en su codo malo para ayudarle a mantenerse en pie.
—Jeff estaba en casa cuando Mickey llamó. Fue con ellos.
—Oh, joder... —Intentó cojear más rápido.
—¿No tienes que rellenar algo de papeleo para irte? —preguntó Deacon, pero no se detuvo cuando Shane le contestó: «¡A quién coño le importa!».
Necesitaron una hora para ponerse en camino; primero tuvieron que ir a por el coche de Shane a la comisaría porque la camioneta de Deacon no podía ir a más de setenta y cinco kilómetros por hora por autopista. Shane respiraba con dificultad y tenía la piel húmeda mientras Deacon le abrochaba el cinturón. Deacon le dio dos analgésicos diferentes con una botella grande de agua antes de cogerle las llaves y sentarse para conducir.
—Tómatelas —gruñó mientras Shane miraba las pastillas medio atontado.
—Pero...
—Confía en mí; van bien con el Vicodin. No conduciría contigo si estuvieses mal y va a ser un viaje jodidamente largo.
Shane hizo lo que le pidió y cerró los ojos casi inmediatamente del alivio que sintió. Deacon rara vez se equivocaba.
—Dios... no hay manera de que los atrapemos, ¿no?
Deacon se encogió de hombros y encendió el motor. Algo como un aire de juventud y de felicidad le cruzó su atractivo rostro, tan reservado normalmente, mientras pisaba el acelerador.
—No iremos muy por detrás. He visto conducir a tu novio; llega como mucho a noventa y se queda así un rato. —Con una mano en el volante y un poco de garbo, Deacon sacó el coche del aparcamiento y entró en la carretera más cercana a la autopista—. Solo he llevado este coche por ciudad. ¿Cuánto corre?
Shane gruñó, deseando poder reírse.
—Le metí gas entre Los Ángeles y Las Vegas. Mantuve la velocidad, pero no sé cuánto de rápido fue después de eso.
El sonido que hizo Deacon con la garganta fue depredador y lleno de alegría, y si Shane no hubiese estado colocado a base de analgésicos habría estado maravillado con toda seguridad de que Deacon pudiese sonar tan deliciosamente malvado.
—No creo que tengamos oportunidad de ir a más de de doscientos diez —dijo pensativo, mientras adelantaba a dos coches según las normas y sonreía un poco—. Pero ojalá que sí.
Shane cayó dormido cinco minutos después, pero puesto que llegaron a Monterey en dos horas y media, pensó que fue una suerte. Solo Dios sabía lo que le podría haber entrado si hubiese visto a Deacon volar con su coche a través del tráfico para conseguir ese tiempo.
Shane no sabía cómo llegar a casa de Kimmy, pero al parecer Deacon también se había encargado de eso. Cuando se despertó, atontado por los analgésicos y todavía con dolor (¡oh, qué maldita injusticia!), Deacon estaba hablando con Benny por el manos libres. Al parecer, ella le estaba buscando la dirección por ordenador y consiguiendo las indicaciones para llegar, y Deacon las iba siguiendo. Condujeron a través de un barrio de bonitas casas de dos pisos, construidas unas pegadas a otras, y allí estaba “El Ladrillo Púrpura”, aparcado de manera estrafalaria delante de aquel bonito vecindario bohemio, y allí mismo estaba su gente, en el jardín de lo que parecía un mercadillo. Y mientras se acercaban y asimilaban la escena, allí estaba Kurt, lanzando un puñetazo directo al lado malo de Crick, conectando sólidamente con su mandíbula.
—¡Oh, joder no! —El coche frenó con un chirrido, y Shane salió lanzado hacia adelante pero el cinturón le sujetó con tal fuerza que se le saltaron las lágrimas. Antes incluso de que se las limpiara, Deacon ya estaba fuera del coche saltando por encima de la cerca.
Shane, en una postura algo incómoda, tanteó para localizar el cierre del cinturón y salir del coche tan rápido como su cuerpo se lo permitiese. Mikhail estaba arrodillado junto a Kimmy, y Jeff estaba al otro lado, limpiándole la cara con una toalla húmeda.
—De acuerdo, cariño, ¿cómo te encuentras ahora?
—Colocada —dijo Kimmy arrastrando las letras—. El jodido cabrón... Juro que no lo hice a propósito. Lo juro. Mikhail, lo juro. Tomé un poco en Navidad porque me sentía tan sola, pero estoy limpia desde entonces. De verdad. Lo juro...
—Te escuchamos, mujer vaca —dijo Mikhail con brusquedad. Pero su mano sobre el cabello de Kimmy era todo ternura, y Shane comprendió con un nudo en la garganta que Mickey también quería a su hermana—. Ahora cállate y deja que el hombre guapo te haga preguntas. Es como un médico sin las cosas afiladas, y quiere asegurarse de que no te va a explotar el corazón, porque eso serían malos modales.
—Desde luego —gruñó Shane acercándose a ellos—. Hemos conducido hasta aquí, ¿y no estás lista para dejarle?
Kimmy le miró con los ojos inundados de lágrimas, y Shane comprendió que su rostro estaba cubierto de cocaína y de que le sangraba la nariz... mucho.
—Shaney... —Empezó a llorar—. Señor, Shaney. Le estaba abandonando. Juro que es verdad. Me dijiste que tú me darías un hogar, y yo me iba a ir allí. Pero estábamos aquí fuera, y ese cabrón me metió la cara en un cuenco lleno de coca... dijo que era la única manera de que me quedase aquí...
—Señor… —El corazón de Shane empezó a palpitarle en la garganta (y en las costillas rotas), y miró a Jeff, que había terminado de quitarle casi toda la droga del pelo y le estaba tomando el pulso.
—Va muy rápido —dijo con serenidad—. Pero todavía habla, y no se ha desmayado.
—¿Quieres meterla en el coche y llevarla a que la vea a un médico? —preguntó Shane, y Jeff sacudió la cabeza.
—Si le va a explotar una vena del cerebro, pasará camino del hospital, donde sea que estemos. Normalmente con la cocaína algo así ocurre inmediatamente. Se la hemos quitado del cuerpo; si podemos mantenerla tranquila, debería bajarle la tensión bastante pronto. No queremos que se le altere la tensión sanguínea, ¿verdad, hermana de Shane?
—Eres realmente agradable —murmuró Kimmy—. Y tan guapo.
—Sabes cómo termina esa historia, corazón —le dijo Jeff con amabilidad, y ella gruñó y apoyó la cabeza en el hombro de Mikhail.
—Eres más gay que un desfile de Pascua —dijo entre risitas, y Jeff le alisó el pelo y sonrió.
—Sí. Lo siento, pequeña; estás en medio de una escena con cinco maricones.
Se oyó un aullido, y todos alzaron la vista a tiempo de ver a Deacon, que había estado peleando con valentía todo el tiempo, darle una patada en la espinilla a Kurt y después tirarle al suelo de un golpe en la mandíbula.
—Señor —gruñó Crick, pasando el brazo bueno alrededor de la cintura de Deacon y tirando de él con un esfuerzo evidente—. ¡Que alguien venga aquí y me ayude con él, maldita sea!
Deacon estaba intentando ir a matar, y Shane se puso en pie con dificultad y trotó tan rápido como pudo hasta ponerse al lado de Deacon. Era el más grande y el más fuerte de todos ellos, y el que podía ayudar mejor a Crick.
—Vamos, tío —murmuró sin mucha convicción—, no querrás que aparezca la policía. Son idiotas, ya lo sabes.
Deacon no le oyó; estaba maldiciendo continuamente, y de tanto en tanto forcejeaba para escaparse del brazo de Crick para darle a Kurt una buena patada. Cuando consiguió dar en el blanco oyeron gruñir a Kurt. Deacon se soltó de un brazo pero le dio con el codo a Shane en las costillas. Shane siseó, anticipando algo de dolor, y Deacon se quedó laxo en los brazos de Crick.
—¡Dios! ¿Te he dado?
Shane dio un paso hacia atrás y negó con la cabeza, apretando más contra sí el brazo que le cubría el costado.
—No. Pero si hubiera sabido que era tan fácil llamar tu atención, lo habría fingido desde el otro lado del jardín.
Todos tomaron una bocanada de aire y miraron a Kurt, que estaba luchando por ponerse en pie.
—Cabrones —resolló; la nariz parecía bastante rota—. Cabrones maricones. Os voy a joder a todos, maldita sea. ¡Sois todos unas nenazas, todos vosotros!
Crick gruñó y soltó a Deacon, y después se acuclilló y puso la mano buena contra el pecho de Kurt.
—Ambos sabemos que estaba ganando antes de que Deacon llegase —dijo como si estuviera conversando con él, y la mueca de dolor de Kurt le confirmó lo que decía—. Y ahora que Deacon está aquí, te vendría bien que te limitaras a quedarte aquí tumbado y te recuperases. A ninguno de los que estamos en este jardín le importa un pimiento que dejes de respirar. Y no querrás meternos prisa en ese aspecto, ¿no?
—¡Que te den! —escupió Kurt, Crick lo esquivó y Deacon le golpeó. Cayó hacia atrás lloriqueando y los tres se giraron y volvieron a donde estaba Kimmy para asegurarse de que estaba bien.
—Estábamos metiendo sus cosas en la furgoneta —explicó Crick mientras estaban allí de pie, esperando a ver qué decía Jeff—. Kimmy estaba cerca de la puerta, y Kurt volvió de donde fuera que estuviera... empezó a gritarle, diciéndole que era igual de... —Miró a Kimmy y se sonrojó, y Shane pudo ver como Crick, el ser humano con menos tacto del mundo, iba midiendo las palabras mientras contaba lo que había pasado para respetar los sentimientos de Kimmy. Tragó y continuó—, igual de mala que él. Entonces él... maldición; tenía como tres bolsitas en una más grande, y simplemente la agarró de la garganta y empezó a estrujárselas contra la cara. Habéis llegado justo después de que ocurriera eso. Lo siento, Deacon; lo juro, el chico se lo había ganado...
Deacon oyó la historia y sus ojos se abrieron de par en par, y de repente se giró y Crick tuvo que volver a agarrarle de la cintura.
—Voy a matarle —gruñó—. Voy a matarle, joder. Voy a arrancarle los pulmones a través del culo y después le meteré un jodido cañón y le saltaré los sesos...
—¡Deacon! ¡Deacon! ¡Cálmate!
Crick decidió que era mejor bloquearle todo el cuerpo. Shane les miró fijamente, consciente de que había algo más.
—Alguien le hizo algo parecido a Deacon —dijo Jeff en voz baja, captando su atención—. Creo que será mejor que les dejemos solucionar eso entre ellos. No parece que la vida de este capullo esté en peligro por ahora, y me gustaría salir de aquí pitando antes de que tu gente aparezca.
Shane parpadeó.
—¿Mi gente? —Deacon estaba mirando a Kurt con desprecio, y Crick le sujetaba las dos manos a Deacon contra su amplio pecho y le hablaba con ansiedad. Como parecía que ya lo tenía controlado, Shane se recompuso con una mueca de dolor e intentó encontrar algo que pudiese llevar por el jardín sin mucho esfuerzo.
—Policías, grandullón. No queremos a la policía aquí. Esto estaba tranquilo hasta dos minutos antes de que aparecieseis. Me imagino que tenemos otros quince para sacar del jardín los vehículos que sean sospechosos y salir pitando, ¿verdad?
—Por favor —suplicó Kimmy, llorando agarrada a las rodillas de sus tejanos—. Por favor, Shaney, ¿podemos irnos? Me prometiste que podía ir a tu casa. Quiero ir a casa.
Shane gruñó y volvió a ponerse en cuclillas, cerrando los ojos contra las estrellas en su visión. Extendió una mano y acarició su cabello largo y bonito, recordando lo hermosa que era cuando bailaba libre bajo el sol.
—Sí, pequeña. Mickey y yo vamos a llevarte a casa. Te gustará. Mickey ya está comprando manteles individuales, toallas a juego y esas cosas.
La mano de Mikhail se movió, descansando sobre la de Shane, y Shane le cogió los dedos y apretó.
—Incluso tenemos una cama extra para ti, ¿sabes? Pero primero vamos a meterte en el coche; tendrás que sentarte detrás, ¿vale, corazón? Ahí hay algunas mantas, podemos ponerte cómoda.
Mikhail se levantó, y Jeff ayudó a Kimmy a ponerse de pie. Shane a su vez se preparó para levantarse. La mano de Mikhail apareció delante de él y se la cogió agradecido. Cuando le pusieron de pie, miró a su novio, que le devolvió una mirada de preocupación.
—¿No estás enfadado? —preguntó Mikhail, y Shane sacudió la cabeza.
—Me habría gustado que me hubieras llamado, Mickey, pero no. No estoy enfadado. Llamaste a la familia, y eso es lo que cuenta, ¿sabes?
—No quería molestarte —susurró. Estiró la mano y subió la camiseta de Shane para ver el vendaje de debajo—. No quería molestarte porque tu jodido trabajo te ha estado arrancando la vida, y quería que esto no fuera un problema más. Pero has tenido que venir a por nosotros de todos modos, y mírate. Estás herido. Hombre miserable, ¿qué te cuesta estar un año sin que te apuñalen, disparen o..., qué ha sido esta vez?
Shane gruñó una risa.
—Apaleado con una cañería.
—No es divertido —gruñó Mikhail con amargura—. No es divertido, y no me estoy riendo. Tú..., ve a sentarte en la parte de delante del coche. Por esto conducía Deacon, ¿no?
Shane asintió, y Mikhail sorbió.
—Bueno, bien por él. La furgoneta no es tan cómoda para ti… cualquier idiota puede verlo. Yo...
—Crick puede llevar la furgoneta —dijo Jeff detrás de él. Había puesto a Kimmy en la parte de atrás del coche y había salido a coger la ropa que había junto a la maleta que se había roto en la disputa—. Kimmy está muy desorientada; necesita cerca a alguien que conozca. Como Shane tiene que ir sentado delante, Mikhail, estás nominado.
Shane asintió, y Mikhail le ayudó a sentarse, murmurando para sí en ruso mientras caminaban. Sus manos fueron tiernas mientras le ayudarle a sentarse, y Shane tuvo que admitir que las costillas rotas le dolían como si fueran un destrozo, enorme e inflamado, de carne y hueso. Se preguntó cuándo se tomaría su siguiente analgésico y entonces se sintió como una nenaza. No era como si no hubiera pasado por algo así antes.
Mikhail se inclinó entonces y le besó en la sien.
—Te amo, hombretón. Te amo tanto que no puedo creer que el mundo girase antes de que nos conociéramos. Pero tú y yo vamos a tener una pelea de osos rusos, una pelea enorme, desagradable, escandalosa y de tomo y lomo sobre tu jodido trabajo y sobre lo mucho que quiero que lo dejes. Ve preparándote. No romperemos, no estableceré una línea en la arena, y no voy a alejarte, pero me vas a escuchar, ¿me entiendes?
—¿Puede ser mañana? —suplicó Shane de manera patética, y a Mikhail le dio pena y le volvió a besar. Esta vez en los labios.
—El día después, como mínimo.
—Bien —murmuró Kimmy desde atrás—. Porque lo que me hizo decidirme fue que Kurt le dio tu dirección hoy a Brandon por teléfono. Shaney, creo que va a venir a verte mañana a pedirte algo de dinero.
Shane cerró los ojos y apoyó la cabeza contra el reposacabezas.
—Joder —murmuró.
—No hasta que te hayas curado —dijo Mikhail bruscamente, y después trotó para terminar de recoger el jardín.
Kimmy rió a duras penas.
—Me gusta incluso más como cuñado —dijo—. Y si no estuviera tan hasta arriba de cocaína, probablemente te tocaría las narices con eso.
—¿Estás bien? —preguntó Shane, preocupado. Demasiada gente, pensó mareado. Demasiada gente de la que preocuparse. Y ahora tenía una pelea de osos rusos pendiente de la que preocuparse. Dios, ¿cuándo decían que iban a darle sus analgésicos?
—¿Me vas a llevar a casa, Shaney?
—Sí, pequeña. Como te dije, te encantará.
—Entonces estoy bien. Créeme. Estoy bien. —Se quedaron allí sentados, viendo como la familia de Shane trasladaba sus cosas del jardín a la furgoneta, y Shane se dio cuenta de que podía oír y oler el mar.
—Este sitio es bonito —dijo, algo sorprendido. Tenía los ojos cerrados, pero le llamaba la atención que ella quisiera mudarse cuando el aire olía a océano y aquilea.
—Nada es bonito cuando no estás a salvo —dijo Kimmy, y no hablaron mucho después de eso.
El viaje a casa fue algo divertido en realidad; siguieron llenando a Shane de drogas mientras se aseguraban de que Kimmy se fuera vaciando de ellas. Pero al final llegaron a casa, y Deacon y Mikhail ayudaron a Shane a tumbarse sobre las sábanas con el torso levantado con cojines. Deacon echó otro vistazo a sus costillas para asegurarse de que el vendaje aguantaba, y le revolvió el cabello mientras él echaba la cabeza hacia atrás, encantado de estar en una posición medio cómoda.
—Perdona por meterte en todo esto —murmuró Shane, y Deacon se rió entre dientes en respuesta. Sus nudillos todavía estaban ensangrentados, y parecía un hombre muy peligroso.
—Eres de nuestra familia, Perkins. Estoy orgulloso de que Mikhail y tú nos llamarais, nada más. Dile a tu hermana que venga a visitarnos cuando se encuentre mejor, ¿vale?
Ahí se acababa el peligro, pensó Shane. Y entonces Mikhail entró con el último analgésico de la noche y se sentó con él hasta que se quedó dormido.