Capítulo 10

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«…deja que el amor dé lo que da…». “Worlds Apart” —Bruce Springsteen.

 

 

A SHANE siempre se le había notado cuando mentía; esperaba de verdad que esta vez pudiera conseguirlo. Su mano tembló un poco cuando la levantó frente a la puerta del apartamento de Mikhail para llamar, y esperó pacientemente a que se abriera. Sabía que Ylena estaría en casa, se lo había preguntado durante la última cita nocturna, y también sabía que se movía con lentitud esos días.

Miró alrededor mientras esperaba. El gris del día nublado hacía que el tono bronce suave de las paredes del edificio de apartamentos se viese un poco más brillante de lo que probablemente lo hacía bajo el sol. No era un mal sitio, pensó, pero no tenía seis acres ni una manada de perros. Cada vez que volvía a casa por la noche después de quedar con Mikhail, mayor y más profundo era su convencimiento de que volver a casa solo estaba mal.

Debería volver a casa con Mikhail. Tenía la absoluta certeza de que eso era lo que tendría que estar haciendo. Había vivido con novias antes, y había sido agradable, hasta que se cansaban de sus rarezas, o los engaños y quejas de ellas le cansaban a él; sabía lo que era compartir espacio con gente. Sabía cuándo iba a durar una semana y, como mucho, solo implicaría tener un cepillo de dientes extra, y sabía cuándo una relación le ocuparía un año y medio de su vida que jamás podría recuperar. (Vale, eso había pasado una vez; había sido la chica que le había puesto los cuernos desde el primer momento. Su única excusa era que estaba recién salido de la academia de policía y ella era capaz de succionar una pelota de golf a través de una manguera. Simplemente no había comprendido lo mucho que ella practicaba cuando él estaba fuera de la casa.) Brandon apenas había ido a su apartamento, pero Shane había pasado mucho tiempo en el de él. El de Brandon era más bonito, la cama y la televisión eran más grandes, y tenía mejor cerveza.

Shane tampoco había tenido nada especial ni personal en su casa, como estanterías, librerías o pósters de conciertos coleccionados cariñosamente desde tercer curso o, bueno, peludos cuadrúpedos y psicóticos que se creían humanos y que contaban como parte de la familia.

El pomo de la puerta giró, interrumpiendo sus pensamientos, y Ylena se asomó. Sonrió, al parecer complacida de verle, y él se relajó. Podía hacerlo. Era importante.

—¡Hola, Ylena!, perdona que te moleste a esta hora...

—En absoluto, Shane. —Retrocedió y le dejó entrar en el apartamento. Puede que el exterior pareciera un poco más brillante con la niebla, pero el interior se veía un poco más soso con la luz que entraba a través de la puerta corredera de cristal del balcón. Había cuadros enmarcados en las paredes, de pobre calidad pero escogidos con mucho encanto, y afganos tejidos en el sofá y en las sillas. La alfombra era vieja y la pintura se estaba descascarillando en las esquinas, igual que el linóleo. El vecindario no era demasiado malo pero el edificio había visto días mejores.

En cualquier caso, era una vista jodidamente mejor que la falsedad de la gente de clase alta que Shane había dejado en Los Ángeles.

—Siento que no veas a Mikhail; está en el trabajo, sabes.

—Sí..., le he llevado el almuerzo. —Era verdad..., y era parte de su plan cuidadosamente elaborado. Mikhail se había alegrado de verle (y se había avergonzado un poco) y había parecido realmente arrepentido de tener una clase llena de preescolares y no poder hacer un descanso para comer con él—. Y ya que estaba en el vecindario, ¡también te he traído un poco!

Ella sonrió un poco, pero Shane pudo ver que ninguna comida era buena en esa fase de su enfermedad. Aun así, pareció apreciar su esfuerzo.

—Bueno, haré el esfuerzo de comérmela —dijo con elegancia—. ¿Te gustaría hacerme compañía?

Fue todo un placer. Puso la comida del Panda Expres en un cuenco y se lo llevó a su lugar habitual en el sofá. Ella había puesto la televisión en pausa, y vio que había estado mirando una película por cable. Tuvo que sonreír.

—Una de mis favoritas —dijo. Era “Destino de Caballero”; lo era de verdad.

—Me encanta esta película —le dijo ella, sonriendo—. Mi hijo y tú tenéis buen gusto con las películas. ¿Será malo pasar tanto tiempo viviendo en otros mundos?

Shane negó con la cabeza.

—Nah... Siempre he pensado que simplemente te ayuda a determinar qué tipo de persona serás en éste, ¿sabes?

Ylena tragó un pequeño bocado y le sonrió con calidez.

—Da; creo que también es así con Mikhail. Es difícil intentar comportarte en la vida real como la versión idealizada que tienes de ti mismo, pero las películas..., te dan un manual. Qué está bien, qué es noble. Creo que mi hijo y tú os aprendéis esas lecciones de corazón.

Shane se sonrojó.

—Esa es una manera agradable de verlo. —Perdedor. Friki. Bicho raro. Esas definitivamente eran formas peores de verlo, y esa era la verdad. Vieron la película durante un rato (ya llevaba más de la mitad) y cuando AC/DC cantó a voz en cuello en los créditos, Shane intentó decirle la mayor mentira que había dicho hasta el momento.

—Ylena, ya que estoy aquí me preguntaba si podría mirar en la habitación de Mikhail para buscar algo. La hermana de mi amigo me tejió una bufanda marrón que le presté a Mikhail... Le dejaría quedársela, pero ella me pide continuamente que me la ponga, y necesito recuperarla.

Ylena le miró arqueando una ceja sin pelo que le dio a entender que no estaba siendo tan listo, ya que llevaba dos meses yendo a su casa los miércoles por la noche. Incluso había ido el miércoles anterior a Acción de Gracias con un pequeño ofrecimiento de pavo y puré de patatas (que Benny le había ayudado a hacer y que salió con mucho mejor aspecto que el guiso de pollo del primer día). Los Bayuls iban a cenar con la iglesia de Ylena al día siguiente, si no la necesidad de meter a Mikhail en el coche y hacerle cenar en casa de Deacon y Crick habría sido irresistible.

—Creo que es posible que se la haya puesto hoy, pero por supuesto que puedes mirar en su habitación —le dijo ella con una sonrisa—. Confiamos en ti, Shane.

Shane le devolvió la sonrisa, conmovido y aliviado. Confiaban en él. Maldición, eso le hacía sentirse bien. Se puso en pie, puso los platos en el fregadero para lavarlos y pasó por el pequeño pasillo hacia la habitación de Mikhail.

Estaba ordenado pero no pulcro. Había montañas de ropa en una esquina esperando ir a la lavandería, y ropa doblada sobre la cama. La cama misma tenía un edredón de cuadros azules y verdes, extendido sobre algunos cojines apilados, pero nada estaba doblado o alisado. A Shane le gustó. Una mente autosuficiente y ordenada pero no obsesionada con las pequeñas cosas como las arrugas de la almohada o los pliegues de los edredones.

«¿Dónde guardas tu dinero?»

«Donde todos los campesinos rusos guardan su dinero. En el cajón de los calcetines».

Rezaba para que Mickey no hubiera bromeado o mentido sobre eso.

Estaba de pie delante de la cómoda barnizada y a punto de abrir el cajón de arriba cuando notó la caja. Era una caja grande de cedro, de la clase en el que las mujeres guardaban las joyas, y de la clase en el que alguien podría guardar dinero si no confiase en los bancos, así que decidió comprobarla primero.

Distinguió un hilo de lana de cinco centímetros primero (uno de los hilos que Benny no había tejido en la bufanda) cuidadosamente cortado y colocado en el pequeño cubículo de la parte de arriba de la caja. Y entonces lo vio todo: la factura donde había escrito su teléfono, el pequeño vial, ahora medio vacío, de aceite aromático. Había un punto de libro gratis de la primera vez que habían visitado una librería y un juguete de plástico barato que se había quedado en el coche de una vez que Shane había llevado a Benny y a Parry Angel a las lecciones de danza en lugar de Deacon. Había estado rodando por el suelo de su coche, y él se había preguntado a dónde habría ido a parar. Ahora lo sabía.

En la parte de abajo de la caja, en el compartimiento más grande, había fotografías. Una Ylena desgarradoramente joven, sosteniendo un recién nacido. Un niño de tres años con una expresión en blanco, llevando zapatos de ballet. Un folleto de una actuación, y otro, y otro. Un par de zapatos de ballet tan pequeños que ni siquiera Parry Angel podría habérselos puesto. Dos entradas de un concierto, probablemente, pero escritas en cirílico, de manera que Shane no podía decir quién tocaba.

Cerró la tapa de la caja con cuidado con una mano temblorosa. Una caja de tesoros. Recuerdos cuidadosamente acumulados de un hombre que clamaba no guardar tales cosas. Y los momentos más pequeños pasados con Shane tenían un lugar de honor.

Inspiró de manera temblorosa y enderezó la columna con determinación, abriendo a continuación el cajón superior de la cómoda.

—¿La has encontrado ya? —dijo Ylena desde el salón.

—No; miraré en la cómoda si te parece bien. —Hubo un silencio y, a continuación, ella debió pensar que no le estaría preguntando si hubiese tenido intención de robar algo.

—Sí, está bien. —Y él continuó. Por supuesto, había visto la bufanda colgando del gancho en el estudio de baile, o todo aquello no habría tenido sentido.

Y allí estaba. Una mina de oro. Un pulcro montón de billetes, completamente desordenado, rodó en la esquina del cajón. Excelente. Mierda. Estaban desordenados. Mierda mierda mierda mierda...

Shane metió la mano en el bolsillo y sacó un rollo de billetes de cinco, diez y veinte casi tan grande como el que había en el cajón. Sacó los billetes con dedos torpes y los mezcló con el montón de Mikhail, intentando que no resaltaran demasiado. Los había lavado y secado seis veces junto con unos tejanos sin estrenar y unas zapatillas de tenis (y la factura de reparación de su lavadora y secadora daba fe que así lo había hecho), pero todavía estaban un poco crujientes. No estaba seguro de que fueran a engañar a Mikhail pero, llegados a ese punto, no tenía elección. La fecha límite para conseguir el dinero era el viernes y el barco se marchaba el lunes. Mikhail le había dicho que contaría el dinero mañana.

«Así, si no tengo suficiente dinero, puedo ponerme histérico contigo cuando llegues. Cómo de desesperado es eso... ¿soy un folla-amigo suficientemente bueno ahora?». Había sido algo cruel decir eso, y si Shane no hubiese sido capaz de leer el absoluto terror en su voz, se habría sentido herido más de lo que se podría expresar con palabras. Pero había percibido el terror y había estado presente cuando Mikhail le habló a corazón abierto de su pasado. En lugar de enfadarse, simplemente había extendido la mano en el coche y le había acariciado la mejilla hasta que la tensión abandonó al otro hombre y le invadió la vergüenza. «Deberías al menos conseguir algo de sexo de otra persona antes de que diga porquerías sobre ti, ¿no?».

«No me quejaría». La respuesta de Shane había sido afable, pero la verdad era que el sexo había sido lo último en lo que pensaba. Había estado planeando ese plan descabellado, y ahora podía arruinarlo todo. Tenía una oreja puesta en Ylena, esperando que llegara el momento en el que ella decidiese que él era un bicho demasiado raro como para dejarle mirar en la habitación de su hijo. Puso el resto de su atención en seguir metiendo billetes en el fajo tratando de apaciguar los latidos de su corazón con sus argumentos. Se sentía algo así como comprometido con aquello, y ¿qué iba a hacer Mickey? ¿Acusarle de meterle dinero en el cajón de los calcetines? ¿Qué tipo de bicho raro perdedor hacía algo así?

Volvió a colocar con un jadeo la goma elástico alrededor del montón y lo metió en el cajón. Le sudaban las manos, y no se había sentido tan culpable en su vida, pero consiguió hacer algo de teatro y empezó a hablar con Ylena de camino a la puerta.

—No la encuentro —dijo con un suspiro cariñoso.

—Puede que se la haya puesto —le dijo ella. No se había movido del sofá en los cien años o así que había tardado en revolver el cajón de Mikhail, y Shane solo pudo sentirse agradecido—. Lamentará mucho perderla.

Perfecto. Excelente. Era como si le hubiera leído la mente para la siguiente frase.

—Sabes, en ese caso, no le digas que la he estado buscando. Benny lo entenderá... De hecho, creo que estará encantada de que a alguien le guste tanto su trabajo. Eso le dará una excusa extra para tejer otra para mí, ¿verdad?

Ylena le miró con expresión neutra, como si supiera exactamente lo que estaba haciendo, y asintió con una completa serenidad.

—Sí. Creo que eso será lo mejor. —Hizo el gesto de levantarse del sofá para decirle adiós, y Shane la disuadió sacudiendo la mano y acercándose al sofá para besarla en la mejilla. La primera vez que ella había ladeado la cara al despedirse se había sentido sorprendido, pero ahora no se le ocurriría marcharse sin ofrecerle a la madre de Mikhail un adiós como si fuera la suya.

—Cuídate, Ylena; Mikhail cuenta con ir a ese crucero, sabes. —Ella evitó que se apartase cogiéndole las manos y mirándole atentamente a la cara desde su posición en el sofá.

—Estoy viviendo por él, para que pueda darme eso. Hará que mi marcha sea mucho más fácil.

Shane asintió con la garganta seca. Nunca había hablado de morir con él, pero al parecer ninguno de los dos era bueno mintiendo.

—Tu hijo va a echarte de menos —dijo toscamente, y ella asintió.

—Yo esperaba, ya sabes, que encontrase una chica, porque las chicas cuidan de los chicos como no lo hacen los hombres, ¿sabes?

Shane se sonrojó.

—Sí. Las chicas saben cocinar.

Y de todo lo que habían hablado, eso la hizo sonreír, y la sonrisa le hizo comprender lo joven que era en esa fotografía en la que sostenía a Mikhail de bebé... lo joven que era en realidad ahora.

—No me importa si cocinas o no, agente Perkins. Lo que me importa es que pareces ver dentro del corazón de mi hijo y encontrar el bien. Puede que sea más fácil marcharme, sabiendo que alguien como tú cuidará de él.

Y ahora el sonrojo le cubría por todas partes. Oh, Dios... Él no había sido parte del juego al que Ylena y Mikhail habían jugado, aquella cuidadosa danza entre decir la verdad y hacer añicos sus esperanzas de que su hijo encontrase el hogar que ella soñaba para él.

—Ylena, ¿qué significa “loobiimii”? —preguntó, sintiéndose incómodo. Pero ella respondió sin dudar.

—Significa “querido”.

Shane asintió. Sabía que Mickey le había mentido pero no había sabido hasta que punto.

—Así que, ¿significa “compañero” o “amigo”? —repitió para estar seguro.

Ylena negó con la cabeza, sonriendo ligeramente.

—No; significa “amor” como, digamos de una madre a un hijo o, quizás, de un amante a otro. ¿Dónde has oído esa palabra?

—Mikhail la usó.

Su sonrisa se ensanchó entonces casi con timidez.

—¿Y te dijo que significaba “amigo mío”?

—Sí... No me lo creí.

—No deberías haberlo hecho. Mi hijo mintió. ¿Por qué crees que lo haría? —La sonrisa se alzó en las comisuras y, al igual que su hijo, Shane lamentó su belleza perdida. Oh, esa mujer tuvo que haber sido despampanante.

—Creo que él sabía que era importante —dijo Shane con suavidad—. Estaba un poco asustado de lo mucho que lo era.

—Creo que tienes razón, lubime —le dijo ella, y su sonrisa se desvaneció pero no de un mal modo—. Creo que si sigues recordándole lo importante que eres, un día no será capaz de mentirte sobre eso. Y me alegraré cuando ese día llegue; significará que mi trabajo aquí está hecho y que alguien más cuidará de él. Podré dormir sin pesadillas.

—Nada de pesadillas, Ylena —murmuró Shane, y se inclinó para volver a besarla en la mejilla—. Te veo mañana por la noche.

—Lo esperaré con ganas —dijo ella con entusiasmo, pero antes de que Shane saliera por la puerta ya había colocado la cabeza sobre el brazo del sofá para descansar.

 

 

SHANE estaba patrullando con el coche al día siguiente cuando recibió una llamada de teléfono. Le dio al botón en el auricular para oír la voz de Mikhail como una metralleta, hablando tan rápido que bien podría haber estado hablando en ruso.

Aparcó en el aparcamiento de la tienda de licores para poder paladear la conversación.

—Mickey, frena... ¡no entiendo nada de lo que dices! —Era la primera vez que Mikhail le había llamado desde aquella única llamada milagrosa la noche después de haberse conocido.

—¡Dinero, Shane! ¡Tenemos dinero! Lo conté, y tenemos suficiente para el crucero, y para el mejor camarote. Incluso hay suficiente para un vestido nuevo para Mutti... — Hubo una inspiración profunda mientras intentaba controlarse—. Podemos hacerlo, Shane. Nos vamos el próximo lunes. Volveremos el seis de enero. ¡Vamos a ir!

Shane sonrió de oreja a oreja.

—Eso es genial, Mickey. Realmente fantástico. Te echaré de menos en Navidad; quería que conocieras a mi familia, pero está bien. Podemos hacerlo cuando vuelvas.

Hubo un silencio súbito, como si se le acabara de ocurrir que no estarían juntos durante las fiestas.

—Yo... también te echaré de menos —dijo Mikhail, y Shane se alegró de haber aparcado porque podía imaginarse la expresión de revelación repentina que Mikhail ponía cuando algo en lo que jamás había pensado entraba y le mordía en el culo. La había visto a menudo: cuando Shane había aparecido con la comida del almuerzo, la primera vez que había llegado a tiempo para salir juntos, cuando había besado la mejilla de Ylena por primera vez. La había visto más recientemente cuando la cabeza Mikhail había estado echada hacia atrás con los ojos cerrados mientras la boca de Shane estaba en su pene.

Le había pedido a Mikhail que le mirase porque esa expresión sola había estado a punto de hacer que se corriese.

—Tendrás que hacer fotografías para que las vea —dijo, y a continuación oyó un silencio sorprendido.

—Ni siquiera había pensando en eso. Mierda. Tendré que comprarme una cámara...

—No te preocupes; puedes comprar una de esas de usar y tirar y que te las revelen en el supermercado.

Oyó una risa feliz.

—Oh, Dios, sí. Eso es. ¿Ves? Eres indispensable. Tú... ¿Vendrás a despedirnos? Yo... La gente de la iglesia de mi madre nos llevará a San Francisco si no puedes, pero yo... Si puedes coger el día libre, estaría...

Shane no estaba seguro de la imagen que daba con esa sonrisa bobalicona que tenía en la cara en ese momento, pero el mundo tendría que vivir con sus rarezas. Él no podría ser de otra manera.

—Me encantaría ir a despedirte, Mickey..., aunque quizás debería coger prestado otro coche. El deportivo no es tan cómodo y es un viaje largo para tu madre.

Hubo un silencio en el que parecía que Mikhail estuviera digiriendo aquello con dificultad.

—Eres un hombre bueno de verdad, ¿lo sabes? Mutti..., ha hablado de ti durante semanas. Después de que le trajeras ayer la comida, cree que has puesto la luna en el cielo.

—Sí, simplemente no le digas nada sobre los planes que tengo con el cuerpo de su hijo... Eso bajará el concepto que tiene de mí unos cuantos puntos.

Hubo otro silencio, y después preguntó con timidez:

—¿Entonces quizás debería callarme los planes que yo tengo para tu cuerpo?

Shane se sonrojó.

—Esperaba que tuvieras unos cuantos —susurró. Quería que Mikhail supiese lo bueno que podía hacer que fuese a pesar de no ser un chico de calendario—. Quizás podrías, ya sabes, compartirlos conmigo cuando vuelvas, ¿verdad?

—Lo esperaré ansioso —dijo Mikhail con una sinceridad absoluta.

Shane abrió la boca para decir algo cuando su radio chasqueó.

—Mierda, Mickey, espera un minuto. —Le dio al botón de silencio de su teléfono y escuchó. Levee Oaks y calle L. Mierda. Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda. Disputa doméstica; a saber quién estaba colocado y con qué. No importaba; tanto un Rivas como la otra, los dos se volvían completamente locos.

Cogió la radio.

—Agente Perkins respondiendo. Estaré en la escena en menos de cinco minutos. —Arrancó el coche y le dio de nuevo al botón de hablar de su teléfono—. Mickey, tengo que irme... te veré esta noche, ¿vale?

—Por supuesto —dijo Mikhail—. Ten cuidado.

—Claro que sí. —Shane colgó y su radio volvió a crepitar—. Perkins.

—Perkins, aquí Calvin. Tío, esa llamada al nueve-uno-uno ha sido bastante intensa. Hazme un favor, amigo, y espérame, ¿vale?

—¿A qué distancia estás? —preguntó Shane. El único problema para esperar refuerzos era que Donny y Rachel Rivas tenían tres niños. Si los niños se encontraban en la casa de acogida, no había problema; que se hicieran entre ellos lo que quisieran, y que se les pasaba el efecto de la metadona mientras él esperaba los refuerzos. Pero si uno de los niños estaba involucrado, bueno, esa era otra historia.

—Estoy fuera de Elkhorn, justo en la gasolinera.

—Bueno, yo estoy aquí. Investigaré un poco; nada de llamar a la puerta hasta que vengas, te lo prometo. —Shane cortó y aparcó el coche patrulla delante del jardín descuidado. No había habido suficiente lluvia para reverdecer el valle ese invierno y las hierbas altas y en gran parte marrones parecían acentuar el mal estado en que se encontraba el resto de la casa de los Rivas.

Shane salió del coche, cerró la puerta y oyó a un niño gritar al otro lado de la casa. Bueno, mierda.

Más tarde se otorgó algo de crédito. No entró corriendo sin más en la casa, sin pensárselo dos veces y listo para disparar. Se acercó sigilosamente a un lado de la casa, miró en la esquina y presenció una de esas escenas que despiertan a los policías en mitad de la noche.

Allí estaba Donny Rivas, aferrando con el brazo a su hija mayor, de unos siete años, y sosteniendo un cuchillo de caza en la otra mano. Con el cuchillo le hacía incisiones lentamente en la parte superior del muslo de la niña.

—Ahora ¿dónde está el alijo, mierdecilla? Estaba en la puta casa, y ahora ha desaparecido; siempre estás husmeando... ¡dónde lo has puesto joder!

El corazón de Shane se desplomó. Bueno, mierda, verdaderamente, aquella no era una situación de espera-a-los-refuerzos. Violaba todas las normas del manual del policía, pero iba a tener que dar un paso adelante y hacer algo.

—¡No he sido yo, no he sido yo, no he sido yo! —El aullido de la pequeña sonaba aterrorizado, y lo que dijo a continuación fue peor—. ¡La bebé se lo comió, no pude hacer nada, y ahora está enferma!

Oh, joder. Oh, joder, oh, joder, oh, joder. Shane se sacó la radio del cinturón y llamó a Calvin.

—Calvin, envía una ambulancia; hay una niña con sobredosis en el lugar.

—Joder... ¿dónde estás?

—En el lado de la... ¡Joder!

Rachel Rivas corría hacia él con un cuchillo de cocina, gritando. Dejó caer la radio y esquivó la torpe cuchillada, mientras veía perfectamente su grasiento pelo marrón y sus dientes podridos cuando se lanzó sobre él. Volvió a blandir el cuchillo, y éste rebotó en el Kevlar que llevaba bajo el uniforme. Dio un paso atrás y movió la mano para coger la porra extensible que llevaba en la cintura pero su codo chocó contra un cuerpo sólido.

Donny Rivas gruñó y cayó hacia atrás justo cuando Shane sacaba la porra y le quitaba de un golpe a Rachel el cuchillo de la mano. Ésta gritó y cayó, farfullando, y Shane intentó darse la vuelta para quedar de espaldas a la casa, pero Donny le tenía sujeto por los hombros con un brazo y con el otro bajaba el cuchillo.

 El cuchillo encontró el agujero entre el Kevlar y las costillas de Shane, se abrió paso a través de la carne y arañó el hueso. Shane aulló y lanzó su gran cuerpo hacia atrás, contra la casa, y oyó gruñir a Donny cuando su fibroso cuerpo de yonqui se aplastó contra la pared. La mano que sujetaba el cuchillo se hundió más antes de que Shane volviese a lanzarse hacia atrás y Donny se viese obligado a soltarse. Shane consiguió alejarse un par de pasos de ambos mientras éstos jadeaban y lloriqueaban ya que la abstinencia les aumentaba el dolor. Sacó la pistola de la funda y la sostuvo con manos temblorosas.

—Vosotros dos —ladró—, calmaos de una puta vez. Soy un jodido policía, ambos estáis bajo arresto, y hay una ambulancia en camino para vuestra hija por si aún os importa algo. —Tuvo que gritar la última parte para que se oyera por encima del sonido de las sirenas que se acercaban. Consiguió mantener en alto la pistola mientras la sangre le corría por el costado y la visión se le oscurecía, hasta que oyó la voz de Calvin desde el jardín delantero.

—¡Perkins! ¡Perkins! ¿Dónde cojones estás, tío?

—¡Justo aquí! —gritó. De repente le costaba respirar, y recordó la sensación de un pulmón perforado de la última vez que había terminado en un hospital. Oyó el sonido de Calvin acercándose y trató de aguantar con todas sus fuerzas.

—¿Calvin? —jadeó, inspirando una bocanada torturada—, ¿cuántas ambulancias tienes ahí?

—Tres —dijo Calvin, apareciendo por la esquina de la casa—. Oh, Dios mío... Shane, estás cubierto de... —Donny escogió ese momento para lloriquear, y Calvin movió la pistola para concentrarse en los dos yonquis que se retorcían en el suelo. El cuchillo a los pies de Donny estaba cubierto de la sangre de Shane, y los brazos de éste temblaban mientras se esforzaba en pensar.

—Coge sus armas —dijo, luchando por conseguir algo más de aire—. Ahora, Calvin. No tengo mucho tiempo.

Calvin saltó, alejando de una patada los cuchillos de las manos de Donny y Rachel. Shane oyó los sonidos de los policías, de los agentes de rescate y de los niños asustados dentro de la casa. Oyó como si estuvieran lejos como los refuerzos llegaban junto a él, pero estaba concentrado en Calvin.

—¿Lo tienes controlado? —preguntó, y su voz sonó de repente aguda, casi casual, y Calvin asintió aturdido—. Bien —dijo Shane, sintiéndose calmado. Y fue entonces cuando se desmayó.