Capítulo 8

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«…la casa está encantada y el viaje se endurece...». “Tunnel of Love” —Bruce Springsteen.

 

 

SE SENTARON uno al lado del otro en el suelo del pequeño apartamento, con los brazos alrededor de las rodillas, y vieron “Up”. Shane había luchado por no llorar como una niña durante los primeros diez minutos de la película, y había captado la mirada irónica que Mikhail le dirigió, completada con unos ojos en blanco.

Shane le había pegado en el brazo y lo ignoró después, y ambos se sumergieron completamente en la película para niños. La madre de Mikhail estaba tumbada en el sofá detrás de ellos, igual de cautivada.

A Shane ella le gustó mucho; lamentaba que estuviera enferma. Le habría gustado conocerla mucho antes.

La cena había ido bien; había hecho esa receta con pollo, mayonesa y queso con patatas fritas de bolsa encima, y a Ylena le había complacido el regalo, si bien no el sabor. No había razón para contarle que la obra maestra se había cocinado con un jaleo increíble, en una cocina destruida y con tres llamadas telefónicas a Benny para asegurarse de que lo estaba haciendo bien.

—Es pollo, mayonesa y queso, Shane... añade algunos pimientos y algunas almendras, no es tan difícil.

—¡No sé! —se había quejado Shane, mirando el embrollo que se había liado con los muslos de pollo congelados mientras hervían en el fuego—. Pero parece que he hecho mal todas las puñeteras cosas que se pueden hacer mal.

Abrió una de las bolsas de patatas fritas que había comprado para cocinar ese plato y empezó a comérselas con pena. Deacon le había arrastrado a Jon y a él durante un kilómetro y medio extra esa mañana y estaba muerto de hambre.

—Mira —le decía Benny—, limpia lo que tengas en el fuego, porque si el agua se evapora y hay más grasa que agua, se prenderá fuego.

—¡MIERDA! —gritó. Porque la advertencia llegaba un poco tarde, y Benny se pasó algunos minutos esperando al otro lado de la línea mientras él cogía una tapa y apagaba el fuego.

Cuando hubo terminado y ella le acompañó durante el resto del proceso, ella le preguntó:

—De acuerdo, Shane, desembucha. ¿Para quién es?

Shane se estaba bebiendo una cerveza en ese momento, algo que en realidad rara vez hacía, y comiendo más patatas fritas, pero todavía no estaba lo bastante relajado y feliz como para responder a esa pregunta.

—No te lo voy a decir —dijo, sabiendo que sonaba petulante y sin ser capaz de cambiarlo.

—Señor, Perkins, ¿cuántos años tienes, cinco?

—No es eso —murmuró, incapaz de explicarse—. Es solo que... Benny, no estoy seguro de que vaya a funcionar, ¿sabes? No quiero que... Vosotros sois tan buenos que me habéis aceptado en vuestra casa..., pero no quiero que hagáis lo mismo con desconocidos al azar que puede que no vuelvan.

Benny suspiró. Shane percibió como el aire se volvía más denso de pronto y sabía que no era porque su guiso despidiese mal olor.

—Lo que ocurre es —dijo la chica muy pensativa—, ¿quién exactamente cree que va a recogerte del suelo si no funciona? Ayudaría si conociéramos al chico, ¿sabes?

Shane sonrió y trató de relajar la conversación.

—¿Quién dice que es un chico?

Benny rió.

—La misma chica que vive con dos hombres gays, esa persona. Los chicos no cocinan para impresionar a las chicas; no a menudo, de todos modos. Pero estoy bastante segura de que Crick aprendió a cocinar solo para cuidar de Deacon.

Shane tuvo que admitir que tenía razón.

—Solo una cosa y por favor —dijo Benny, ansiosa—, por favor, cuéntanos si algo va mal. Si te rompe el corazón. Deacon estuvo a punto de matarse de pena cuando Crick se marchó; simplemente necesitamos algún aviso si vamos a tener que rascarte del suelo con una espátula, ¿vale?

Shane no supo qué responder a eso. Solo pudo pensar en aquel apartamento vacío al que volvió después de que su corazón, el físico, sufriera una parada cardíaca sobre la mesa del quirófano. Saber que tenía un grupo de gente que quería estar allí con él si alguien le rompía su otro corazón le hacía sentirse humilde.

—Lo prometo —le dijo con aspereza, y entonces le preguntó si Deacon querría un perro por Navidad y que, si él compraba la lana, ella podría por favor, por favor, porfa, por favor hacerle otra bufanda igual en azul.

Y hasta entonces todo había ido bien. Había ayudado que no llegase solo con el guiso, sino también con el libro que Mikhail había estado ojeando para su madre la semana anterior... a menos a ojos de Ylena.

Mikhail, en cambio, le había fulminado con la mirada mientras él sacaba el libro de la parte de atrás del coche. Shane le había llevado en coche a casa y le había dirigido una imitación de mala calidad de una sonrisa.

—¿Le dan miedo los bichos raros que traen regalos? —le preguntó sin convicción. Esa pregunta fue la que dio lugar a esa mirada del bailarín.

—Solo estaba pensando que eres muy ladino y muy cabezota —contestó Mikhail con dulzura—. Tendré que recordarlo cuando intente convencerte para que te vayas.

Había estado tenso desde que Shane había pasado a recogerle, y Shane estaba bastante seguro de que aquello era parte del baile en donde Mikhail estaba intentando desbocarse y con el que pretendía salir huyendo. Lo había estado esperando; ni siquiera estaba sorprendido de lo pronto que había llegado.

—Por supuesto que vas a intentar alejarme —suspiró Shane, levantando el guiso y el libro y cerrando la puerta con la cadera—. ¿Qué gracia tendría cortejar a alguien sin el miedo constante y aterrador al rechazo?

Se giró para subir las escaleras y Mikhail, de repente, se puso justo a su lado.

—¿Vas a dejar el coche ahí, tal cual, sin poner la alarma? ¿En este barrio?

Shane se encogió de hombros.

—No es como si fuera a quedarme toda la noche. Además, tengo las manos ocupadas. —No era totalmente cierto; no era tan manazas, pero Mikhail se puso a buscar las llaves del coche en su bolsillo, y a Shane le gustó disfrutar de esa oportunidad de tenerlo tan cerca. También fue divertido que, mientras Mikhail metía la mano en sus vaqueros y sacaba la llave del mando a distancia, no pareciera darse cuenta de lo íntimo y familiar que era ese gesto hasta que la alarma estuvo activada y tuvo que volver a meter las llaves en el bolsillo de Shane.

Se quedó congelado, con la mano derecha sobre el bolsillo de éste y su pecho rozándole el brazo. Tenía los ojos abiertos de par en par, sorprendido, y su boca mohína dibujó una sonrisa que resultaba casi cómica. Shane le sonrió con cariño y esperó con paciencia a que se recuperase y dejase la llave en el bolsillo de sus tejanos. Durante un momento el aire entre ellos quedó tan inmóvil que ambos pudieron oír el tintineo de las llaves en la mano temblorosa de Mikhail. Shane se quedó un poco decepcionado aunque no sorprendido cuando, por el contrario, Mikhail las dejó caer en el bolsillo de su chaqueta.

—Es solo un bolsillo, Mickey —dijo suavemente, y Mikhail se giró sin mirarle.

—No te tengo miedo.

—Por supuesto que no.

—Hombre estúpido e insufrible. —Mikhail abrió camino escaleras arriba y Shane le siguió mientras sus pasos retumbaban con eco en los escalones de cemento del pasillo.

—Soy el demonio.

—Me follaré a seis hombres entre hoy y el miércoles.

—Bueno, tuve a una novia en el pasado que también hacía eso. —Shane suspiró. Habría sido más divertido si no hubiese sido verdad.

Mikhail se giró hacia él, paralizado.

—¡Cómo fue capaz! ¡Cómo podría nadie! ¡No eres el tipo de hombre al que nadie engañe!

Shane simplemente le miró, sosteniendo el libro sobre Cozumel y una cantidad de guiso suficiente como para alimentar a los Bayuls durante una semana mientras Mikhail estaba de pie delante de la puerta amarilla del apartamento y defendía su honor. Hizo falta un minuto para que se diese cuenta de lo que había dicho, y las mejillas de Mikhail se pusieron rojas enseguida. Bajó la vista y sus ojos gris hielo se fijaron en los arañazos en el cuero de la chaqueta de aviador de Shane allí donde Angel Marie había plantado las patas justo antes de que Shane cerrase la verja.

—Es una amenaza horrible —dijo en voz baja—. Y, evidentemente, completamente falsa llegados aquí. No soy un buen hombre. No mantengo mis promesas. Probablemente no pueda ser fiel a una pareja... Desde luego no lo he intentado nunca, y nunca he permitido que nadie esperase eso de mí. Pero no saldría por ahí y me follaría a gente por rencor. Por debilidad, quizás, pero no para hacerte daño. Pero te haré daño. De eso no tengo ninguna duda. Quizás ésta debería ser nuestra última cita, ¿sí?

Shane estuvo en silencio el tiempo suficiente como para que Mikhail levantase los ojos y encontrase la mirada paciente y medida de Shane.

—No.

—¿No?

—¿He tartamudeado acaso? Este guiso está caliente; ¿podemos entrar?

Así que superó la cena y la película, y a Ylena pareció gustarle. Le revolvió el pelo al final de “Up”, riendo entre dientes mientras Mikhail y él permanecían sentados durante los créditos, que contenían otra historia extra.

—Entonces —dijo Mikhail cuando incluso la banda sonora hubo terminado—, ¿qué crees? ¿Reemplaza a “WALL·E” o es un empate?

Shane le sonrió de oreja a oreja.

—No lo sé; creo que tendré que verla algunas veces más para averiguar cuál me gusta más.

—Eres bienvenido a venir a verla de nuevo —dijo Ylena con buen humor—, pero la próxima vez creo que Mikhail debería cocinar.

Había notado algo... raro... en el sabor del guiso de pollo. Era comestible, pero al parecer en este caso, no era cierto eso de que a la tercera va  la vencida.

—¿Sí? ¿De verdad?... ¿Qué puedes cocinar, Mikhail?

Éste se sonrojó.

—Nada ruso —murmuró—. Nada de borscht ni coliflor empanada ni sopa de pescado. Mutti cocinaba hasta que vinimos aquí pero, entonces, yo únicamente quería comida americana: hamburguesa con queso, macarrones, chili... No quería volver a ver comida rusa y Mutti estaba de acuerdo conmigo.

—Sí, es cierto —dijo Ylena con suavidad—, y todavía lo pienso. Estoy segura de que tu amigo no le pondrá pegas a lo que cocines, ¿sí?

—¿Yo? —Shane sonrió, cogiéndole el plato a Ylena mientras se ponía en pie y se estiraba—. Nunca rechazo comida gratis. —Se palmeó el estómago de manera afable, y Mikhail le dio un fuerte codazo en las costillas.

—No estás gordo.

Shane puso los ojos en blanco.

—Tampoco estoy desnutrido.

—Entonces, Shane —interrumpió Ylena antes de que su discusión empeorase—, ¿cuánto hace que vives en esta zona?

Shane se encogió de hombros.

—Ocho meses. —Había intentado trasladarse a otra comisaría de Los Ángeles una vez recibió el alta. Recordó con ironía cómo tenía que ducharse durante una hora para quitarse la capa de hielo que se le formaba en la espalda después de aguantar todo el día aquellas miradas heladas.

—¿Eres detective? —Ah, sí, ahí estaba... la inevitable interrogación de los padres. Tanto si lo querían admitir como si no, las madres llevan sometiendo a interrogatorio a los pretendientes de sus pequeños desde el inicio de los tiempos.

—Iba a serlo —admitió—, pero entonces me hirieron, y, después,  decidí que era hora de hacer mi trabajo en otro sitio.

—¿Te hirieron? —Ylena estuvo inmediatamente preocupada, y Mikhail emitió un pequeño gemido. Cuando Shane se giró para cogerle los platos de las manos, sus ojos gris hielo le miraron ávidos en busca de detalles.

—Me llamaron para una situación algo peliaguda y los refuerzos no llegaron durante bastante rato —dijo diplomáticamente.

—¿Cuánto rato? —preguntó Mikhail—. ¿Cuánto tiempo pasó antes de que esos cobardes apestosos aparecieran para recogerte?

—Veinticinco minutos —murmuró Shane—. ¿Tenemos que hablar de esto otra vez? —Le dirigió a Ylena una mirada furtiva y Mikhail tragó saliva y compuso una expresión amarga antes de asentir.

—¿Qué te hizo dejar tu casa? —le pinchó Ylena, asimilando el juego escénico secundario que tenían los dos. Shane se sonrojó incluso mientras dejaba correr el agua sobre los platos, pero respondió con su sinceridad característica.

—Bueno, volví a casa del hospital y mi apartamento llevaba vacío un mes, ¿sabes? Y me di cuenta de que no había nada allí, ni en todo el planeta, que me hubiese echado de menos si no hubiese vuelto. Así que cuando comprendí que no tenía nada que mereciera la pena en Los Ángeles, decidí empezar de nuevo, en algún lugar donde tuviese gente que me echara de menos.

—O seis perros y seis gatos —dijo Mikhail, como si al fin hiciera la conexión.

—Cinco gatos —apuntó Shane con delicadeza, y en la cocina, a plena vista de su madre, Mikhail le tocó la muñeca por encima de la espuma de los platos. Fue un toque suave; confortante y familiar. Shane deseó tanto besarlo justo en ese momento que el pecho le dolió de verdad, pero Mikhail apartó los dedos y empezó a secar los platos que Shane había ido poniendo en la rejilla.

El interrogatorio continuó, aunque de manera distendida, y cuando Ylena bostezó y se excuso del sofá para irse a descansar, Shane ya le había hablado de su trabajo en la pequeña comisaría de policía de Levee Oaks, de su casa, de su relación con la familia de Deacon y de sus ideas para el futuro. Había respondido a todas las preguntas con sinceridad, excepto a la última, principalmente porque no sabía la respuesta pero también porque no quería decirle a la madre de su cita que era algo raro para ser policía. Sonaba algo aterrador, y había prometido a Mikhail que no la asustaría esa noche.

—Bueno, espero que vuelvas —dijo Ylena antes de retirarse—. No he visto a Mikhail ponerse su ropa para ir a clubs en algún tiempo, y soy más feliz cuando se la veo puesta y no va a ningún club.

—Mutti... —murmuró Mikhail, mortificado, y Shane miró la brillante camisa verde azulada y los pantalones negros ajustados que Mikhail llevaba cuando había pasado a recogerle. Se dio cuenta que también iba bastante bien vestido la semana anterior, y no pudo dejar de sonreír de oreja a oreja mientras cogía su chaqueta y le pedía a Mikhail que le acompañara fuera.

—Borra esa insufrible expresión de tu cara —saltó Mikhail—. Ya te lo he dicho, tengo planes para salir esta noche cuando te hayas ido.

—¿Tienes planes? —preguntó, mirando a Mikhail mientras éste cerraba la puerta tras de sí. Ninguno de ellos hizo gesto de bajar las escaleras. En su lugar, se limitaron a apoyarse en las paredes del pasillo, uno enfrente del otro, como si se prepararan para una conversación informal.

Mikhail negó con la cabeza y alzó la vista, esperanzado.

—Puedes venir conmigo, por supuesto. —Sus ojos se abrieron de manera hermosa, y Shane se sintió como un idiota cuando negó con la cabeza.

—No bailo, Mickey; para ti sería como si tuvieras que llevar un peso de dos toneladas colgado del cuello, ¿dónde está la diversión en eso?

—¿No bailas? —dijo Mikhail, como si hubiera dicho «¿No respiras?», solo que con más horror.

Shane se encogió de hombros, sintiéndose incómodo.

—Lo siento... Soy un idiota torpe. ¿Hace eso que rompamos el trato?

—No —murmuró Mikhail, seguido de—: Quiero decir, no eres un idiota torpe, y no vamos a romper el trato por eso. —Entonces el puchero dejó su boca mohína y entrecerró los ojos, mirando a Shane—. ¿Cuál era su excusa? —preguntó. La pregunta le habría parecido incoherente a cualquier otra persona pero Shane sabía exactamente de qué estaba hablando.

—¿Para no venir a apoyarme? —preguntó, y Mikhail asintió—. Que no recibieron el mensaje.

—¿Y fue así?

—Bueno, puesto que dejé un mensaje en asuntos internos antes de salir del coche pudimos demostrar que estaban mintiendo. —Shane no quería recordar esa noche, pero al menos Mikhail no le estaba amenazando con follarse a alguien y huir.

Pero en ese momento Mikhail estaba boqueando como un pez, lo cual tampoco mejoraba la situación.

—¿Lo sabías? —preguntó, furioso—. ¿Sabías que te estaban tendiendo una emboscada y fuiste de todos modos? ¿Por qué harías algo así? ¿Por qué no te detuvo nadie? ¿No tenías un compañero?

Shane se encogió de hombros.

—No he dicho que fuera lo más inteligente que he hecho...

—¡Respóndeme! —gritó Mikhail, y Shane le mandó callar frenéticamente, mirando por encima del hombro como si esperase que Ylena abriese la puerta de repente y le acusara de acosar a su hijo.

—Está dormida —dijo Mikhail con brusquedad—, nuestro vecino trabaja por las noches y la gente de abajo es mayor y no oye una mierda, así que puedes responderme. ¿Por qué entraste en esa situación sin refuerzos y sin ni siquiera un compañero? Me prometes... Dios, ni siquiera tienes idea de lo que me estás prometiendo, y después no muestras respeto por tu propia vida, ¿y quién crees que va a mantener tu promesa si estás muerto?

Shane alzó ambas manos en señal de derrota.

—Vale. Vale. ¿Quieres saber la verdad sobre lo que ocurrió esa noche? De acuerdo. Te diré la verdad. —Oh, joder. Aquello era tan jodidamente vergonzoso—. La verdad es que mi primer novio intentó meterme mano en los vestuarios de la brigada y nos pillaron. Y en lugar de decir algo inteligente y escaquearme igual que él, me sonrojé y dije algo tan absurdo que pareció que era un inadaptado social. Todo el departamento se hizo eco pero Brandon, ojalá le jodan su negro corazón, salió sin un rasguño y con su reputación tan inmaculada como siempre. Así que supe lo que iba a pasar. Toda mi carrera, lo que más había deseado en el mundo, era un jodido caos, mi vida amorosa acababa de derrumbarse y el tipo que se suponía que era mi compañero en todos los sentidos de la palabra, que lo sepas, acababa de sacrificarme para salvar su propio pellejo de cara al departamento. Me metí en esa emboscada porque parecía la batalla final que tiene lugar en las películas de vaqueros clásicas o en los libros de caballería. Por una vez iba a hacer el papel de héroe y no de payaso, y esa noche me pareció que valía la pena morir por ello... ¿es eso tan jodidamente difícil de entender?

A diferencia de la primera vez que Mikhail le dio una bofetada, no esperaba el chasquido del golpe que le cruzó la mejilla. Maldición, ese chico se movía terriblemente rápido, pero no tan rápido como para que Shane no pudiera cogerle la muñeca antes de que su palma volviera a golpearle la mejilla.

—¿A qué ha venido eso? —gruñó, empujando a Mikhail de vuelta contra la pared opuesta.

—Sí, es difícil de entender —gruñó Mikhail en respuesta—. Tienes ese... ese magnífico corazón, y vas y..., intentas deshacerte de él. ¿Cómo pudiste hacerlo?

—No lo sé, Mikhail —murmuró sin querer que se sintiera mal... No por él. No cuando la vida de Shane era tan buena en ese preciso instante. No cuando estaba tan cerca de ser feliz—. Has intentando deshacerte de mí desde que nos conocimos. —Suspiró, y a los dos se les acabaron las ganas de discutir—. Al menos ahora sabes que hay cosas peores que que te pongan los cuernos, ¿verdad?

—Te mereces algo mejor —susurró Mikhail, y de repente no se estaban enfrentando en absoluto. Estaban en su propio mundo. Todo el calor corporal de Shane formaba un pequeño capullo en el frío pasillo de estuco, y Mikhail debía de tener frío, porque se acercó temblando a los hombros de Shane sin darse cuenta siquiera.

—Por eso intento estar a tu altura —susurró Shane, rozándole la sien con la nariz alrededor de los apretados rizos rubios.

—Quiero decir que te mereces algo mejor que...

Shane le besó. Le había funcionado en el pasado y no le falló en ese momento. Mikhail abrió la boca completamente por primera vez, y Shane cayó en esa boca mohína como un pájaro cae al cielo.

Su boca era cálida, húmeda y acogedora, y cuando Shane se apartó para cambiar el ángulo del beso, Mikhail se ajustó a él, ladeó la cabeza perfectamente, y Shane volvió a hundirse en el beso una vez, y otra, hasta que Mikhail se separó para jadear con desesperación en el hueco de sus hombros. Shane no le dejó sin más. Movió los labios hasta su oído y alrededor de la oreja y del cuello, y le gustó el pequeño quejido y gemido que emitió Mikhail cuando rozó con los dientes la piel tierna sobre la carótida. Mikhail se quedó allí de pie, temblando, mientras Shane le abría el botón de la camisa con un roce y se inclinaba con los labios contra su piel. Le plantó pequeños besos a lo largo de la clavícula hasta terminar donde se unían el cuello y el hombro apretando los dientes con mucha suavidad sobre su pulso. El sonido de la respiración de Mikhail atascándose en su garganta fue uno de los sonidos más eróticos que Shane había oído jamás, y cuando el otro hombre alzó las manos hasta sus hombros, éstas estaban temblando.

Pero, de repente, muy de repente, las manos de Mikhail fueron hasta la hebilla del cinturón de Shane mientras trataba de ponerse de rodillas justo allí, en mitad del pasillo.

Shane tiró de él hacia arriba cogiéndole de los antebrazos y volvió a besarle, manteniéndole inmóvil con su enorme mano extendida sobre su pecho, cerca de la garganta. Cuando el beso terminó, Mikhail volvió a intentar soltarse, y Shane le susurró.

—No vas a hacer eso aquí.

—¿Por qué no? —preguntó Mikhail con cabezonería, resistiéndose. Shane se cansó de luchar contra él (era más grande y más fuerte, pero eso no significaba que no le costara ningún esfuerzo) y lo giró a pulso hasta que Mikhail estuvo de cara a la esquina del pasillo, con una mano a cada lado, jadeando mientras Shane enlazaba las suyas contra el pecho de Mikhail y aplastaba su cuerpo, furiosa erección incluida, contra su espalda. Mikhail empujó hacia atrás, frotando el culo contra su entrepierna, y Shane gruñó en su cuello y mordió con tal fuerza que parecía una advertencia.

—¡Para!

—¿Por qué? —dijo Mikhail con los dientes apretados, volviéndolo a hacer, y Shane, lleno de frustración, le subió la camiseta y extendió la mano sobre la piel tierna de un estómago marcado por los músculos. Mikhail lloriqueó de nuevo, un sonido jodidamente sexy, y Shane le bajó la cremallera de los vaqueros negros para meter la mano dentro. El pene de Mikhail era largo y no demasiado grueso, con la suave piel sintiéndose tan correcta en la palma de Shane. Mikhail dejó de frotarse hacia atrás y empezó a arquearse contra su mano y bajó la cabeza contra su brazo para poder gemir en voz alta y con pasión contra su propio hombro.

Shane movió la otra mano, la que no estaba empezando a dar caricias a ciegas sobre la barra de hierro que había en los pantalones de Mickey, cogió la garganta de Mikhail con los dedos extendidos y éste gimió de nuevo. Parecía gustarle. Le gustaba ser manejado y superado. Se arqueó de nuevo contra la mano de Shane, y éste sintió cuánto.

—Es bueno —jadeó Mikhail—. Pero ¿por qué no te estoy chupando?

—Porque no. —Shane soltó su miembro y bajó la mano dentro de los calzoncillos de Mikhail; solo quería tocar, eso era todo. Sostuvo sus pesados testículos solo por un momento, porque eran frágiles y la posición incómoda, pero quería sentir todo lo que pudiese de su cuerpo.

—Ahhh... ¿por qué ser... ser... —Shane había empezado a acariciarle de nuevo y, por su forma de hablar, parecía como si su cerebro hubiese tenido un cortocircuito momentáneo—. ¡Maldita sea! Voy... voy a correrme y...

Shane siguió acariciándole, hundiendo la nariz en su cuello, acariciando la piel suave de su garganta y memorizando cada borde, cada vena de su pene mientras éste crecía en su mano y se iba humedeciendo de líquido preseminal.

—Córrete entonces —le susurró al oído, y Mikhail volvió a gimotear. Giró la cabeza, atrapó el pulgar de Shane con la boca y succionó con fuerza mientras empujaba su miembro contra la mano de Shane. Shane oyó el gruñido, sintió cómo salía de la entrepierna de Mikhail, cómo subía hasta su pecho, llegaba hasta la otra palma de Shane y culminaba en un orgasmo rápido y sucio, justo allí, en medio del pasillo.

Mikhail se vació dentro de su puño, salpicando la parte delantera de sus vaqueros y el interior de la camisa. Shane le acarició con más fuerza, aprovechando la lubricación y gruñendo con satisfacción cuando Mikhail vertió otro y otro y otro chorro.

Finalmente terminó y Shane le subió la cremallera con los dedos temblorosos. Se quedó allí de pie, con los brazos rodeando el pecho de Mikhail, frotando la mejilla contra ese cabello pálido y lleno de tirabuzones. Era sorprendentemente suave a pesar de tener todos esos rizos mullidos.

—Eso ha sido... —Mikhail todavía jadeaba—. Ha sido muy agradable. ¿Pero por qué no me has dejado...?

—¿Ponerte de rodillas en público? —preguntó Shane, también jadeando. Sentía la presión en sus testículos y no estaba muy seguro de poder caminar. Mikhail apoyó la cabeza contra su hombro y Shane cerró los ojos. Era un gesto de confianza... Y valía tanto, tanto la pena.

—Sí.

—Porque habría sido solo eso —murmuró Shane, más seguro de aquello que de cualquier otra cosa. Mikhail apartó una de las manos de la pared y la usó para subir la mano húmeda de Shane hasta su boca. Le fue chupando un dedo tras otro mientras hablaban hasta que los dejó limpios, y Shane se preguntó si tendría que devolver su carnet de hombre si se corría en los pantalones en ese mismo instante.

—¿Habría sido el qué? —preguntó Mikhail tras sacar el dedo índice de Shane de su boca y lamer la piel que lo unía con el pulgar.

—Eso habría sido el final. A la semana siguiente habrías encontrado una excusa para escaquearte de mí y habrías parado de devolverme las llamadas. Yo ya estaría en la categoría de “lo hemos hecho” y podrías decirte a ti mismo que lo habías hecho, que no había funcionado y que se había acabado.

Mikhail suspiró contra su palma, la cual había lamido a conciencia hasta dejarla completamente limpia y, a continuación, depositó un beso suave y delicado en ella. Dejó caer su cabeza hacia delante y se giró en el abrazo de Shane, apoyando la mejilla contra su pecho y frotándola contra su camisa en el espacio que dejaba la chaqueta abierta.

—¿Cómo lo sabes? Ni siquiera lo he puesto en palabras.

Shane le besó la cabeza, riéndose un poco, a pesar de que no era en absoluto divertido.

—Mickey, tienes sentido del honor. Crees que me molestas y que me has pagado del todo por cualquier atención que haya tenido contigo. No es difícil averiguarlo.

Mikhail guardaba silencio. Sus brazos rodearon la cintura de Shane, y se metió entre sus brazos como si fuera un gatito acurrucándose en una cesta de calcetines.

—¿Entonces cómo te devuelvo el favor por esto? —preguntó finalmente, y Shane no le quedó más que sonreír. Se sentía como si hubiese ganado algún trofeo.

—Sal conmigo hasta que ya no puedas soportar mi compañía. Con el tiempo te pondré de los nervios... entonces podrás abandonarme.

El ruido que hizo Mikhail sonó como una risa aunque no lo era.

—Me pones muy difícil abandonarte cuando haces que me sea necesario defenderte de ti mismo.

—Lo mismo te digo, Mickey. Lo mismo te digo.