Capítulo 20

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«Y me he rendido para siempre a tocarte». “Iris” —Goo Goo Dolls.

 

 

SHANE llegó a casa después de su turno alrededor de las seis de la mañana sintiéndose como si le hubiese atropellado un tractor. Habían hablado un poco en el viaje de Citrus Heights a Levee Oaks; Mikhail le había fastidiado sobre estar demasiado delgado y demasiado cansado, y Shane había contestado que pensaba que estaba gordo y, por un momento, se hizo un silencio eléctrico en el coche.

—Tienes que olvidarte de eso, por favor. —La voz de Mikhail sonaba tensa y herida pero Shane solo había estado bromeando, así que se sorprendió.

—Solo estaba intentando aligerar el ambiente...

—Para —sorbió Mikhail, y Shane maldijo la falta de tiempo porque, maldita sea, quería hablarlo, arreglarlo y dejarlo atrás.

—De acuerdo, lo haré...

—¡Lo digo en serio! —saltó Mikhail. Shane le miró de reojo y vio como tragaba mientras las luces de la calle pasaban sobre su cara en la oscuridad—. Dije cosas horribles. Tendré que vivir con eso. Pero no debes creerlas. No puedes. Si las crees o pretendes siquiera que las recuerdas, no hagas esto. Te llamé gordo porque sabía que otros amantes lo habían hecho, y era algo fácil para apartarte de mí. No lo creía. Nunca lo he creído. Ni siquiera he pensado nunca en ello. Todo lo demás que te dije era para alejarte. Sé que lo sabes..., pero tienes que creerlo. No puedo mirarte a la cara si crees que te miro y veo a alguien menos hombre de lo que eres. No me estoy conformando contigo. Estoy intentando alcanzarte, esa es la diferencia, y tú eres ese hombre.

Shane había asentido y después intentó algo de sinceridad por su parte.

—No soy tan fuerte —se disculpó—. Yo... solo puedo hacer esto una vez. Las cosas que me dijiste... Aunque sabía que las sacarías a relucir, aun así dolieron. Yo..., tienes que ser sincero conmigo, Mickey. Puedes decirme que te deje solo o que tienes que dormir en tu casa durante un tiempo cuando sientas que se acerca un ataque de cosas desagradables y que tengo que desaparecer. Pero no puedo volver a oír eso, no puedo hacerlo otra vez, ¿vale? Si quieres que olvide, que olvide de verdad, yo...

Tragó, porque sabía que aquella era la parte donde podría tener que dar la vuelta al coche y volver a llevar a Mikhail de regreso.

—Necesito una promesa, supongo. —Mikhail levantó la cabeza bruscamente, y Shane suspiró y continuó—. Solo necesito saber que no romperás conmigo de esa manera. No otra vez. La otra manera está bien... ya sabes. «Esto no funciona, ya no te quiero, la verdad es que eres demasiado raro como para ponerlo en palabras, tu falta de ambición me está matando...». Ya sabes, lo que sea. Pero... No de esa manera.

Mikhail emitió entonces un sonido, como una  risa horrorizada.

—Dios mío, tus elecciones amorosas son terribles. Sí. Sí, te prometo que nunca volveré a hacer eso, aunque solo sea para que no termines con otra persona espantosa que sea incluso peor que yo.

Shane había cogido una bocanada de aire profunda y temblorosa.

—¿Oye, Mickey? —Vio como Mikhail se giraba hacia él, y se preguntó si el otro hombre podía ver como el pulso le latía en la garganta por los nervios y la excitación y simple y llanamente por la felicidad pegajosa de tenerle de vuelta en el coche de camino a casa.

—¿Da?

—Solo recuerda que yo también te estoy alcanzando.

—Que puedas decir eso ahora...

—Solo confirma que mi gusto está mejorando.

 

 

PERO eso había sido hacía horas. Instaló a Mikhail en su casa, le besó apasionadamente (y Dios sabía que la sangre de Shane aún hervía por su sabor, por el desesperado cosquilleo de sus dedos cuando se hundieron en su brazos, por la terrible intoxicación de tenerle cerca, cálido y fuerte en sus brazos) y después se fue, cantando en el camino de regreso y avisando a Calvin de que había terminado su descanso y que estaba saliendo a la carretera.

Había sido una noche interesante. Una pelea en un bar, un par de incidentes domésticos, un accidente de coche bastante horrible... En resumen, más acción de la que era habitual en Levee Oaks en una noche, y Shane aún estaba recuperándose. Estaba lo bastante cansado como para sentirse débil y algo tembloroso cuando abrió la verja y cruzó con el coche a través de ella. Fue fácil entrar de puntillas en la casa porque estaba demasiado cansado como para moverse con demasiado ímpetu. Llegó a su dormitorio y vio a Mikhail dormido sobre en su lado de la cama de Shane, con el edredón violeta oscuro y marrón subido hasta los hombros desnudos, y se sintió lo bastante bien como para quitarse los zapatos, poner la pistola en la caja fuerte y desnudarse para darse una ducha.

Hacer eso era mejor que dejarse caer encima de la cama aún vestido y despertarse con un moratón por haberse dejado puesto el cinturón de la pistola, algo que había hecho un par de veces la semana pasada.

Había vuelto al trabajo demasiado pronto, lo sabía. Pero no quiso quedarse en casa y preocuparse, inquietarse porque Mikhail estuviese solo y de duelo, contemplando un futuro sin él si su plan le explotaba por completo en la cara.

Así que había mentido en algunas de las respuestas a su médico en preguntas como «¿cómo te sientes?» o «¿te duele cuando hago esto?», y había aparecido en el trabajo pidiendo su antiguo puesto. Su capitán se quejó del incidente, pero Shane le miró sin expresión.

—¿Vas a escribir un informe sobre mí?

—No.

—¿A despedirme?

—No.

—¿A enviarme a algún curso que pueda llevarme o no a hacer lo mismo de nuevo cuando haya niños en peligro?

—Si no has aprendido a estas alturas...

—Entonces puesto que mi médico ha dado el visto bueno, ¿qué tal si me siento y empezó a hacer el papeleo para hacer turnos? Sé que nadie usa mi coche patrulla. Todos contentos.

Ese “todos contentos” había acabado esa noche con un tortazo en la mandíbula en un momento en el que no prestaba atención además de con un codazo en el lado malo. Calvin le miró preocupado cuando firmaba para irse a casa.

—Señor, Perkins; tienes un aspecto horrible. Esperaba que te tomaras esa hora de descanso para dormir, pero no parece que lo hayas hecho.

Shane se encogió de hombros.

—Tuve que ir a recoger a Mickey —dijo con aspereza, y la respuesta de Calvin fue sorprendente.

—Oh, gracias a Dios —había dicho con una sonrisa aliviada—. Maldita sea, no puedo decir que entienda por lo que has pasado, pero si tienes a alguien que cuide de ti será mucho más fácil volver a verte en el trabajo.

Shane había apretado un poco los labios, sabiendo que sonaba enfurruñado e incapaz de detenerse.

—Yo cuido de él —dijo, intentando dejarlo claro.

Calvin arqueó las cejas y sonrió afablemente. Shane se preguntó cómo era posible que su compañero hubiese madurado tan de repente. Ahora era casi un hombre de verdad, y definitivamente un amigo.

—Creo que cuidáis el uno del otro, pero no puedes hacerlo cuando no estás en casa. Vete. Yo hablaré con el capitán, conseguiré que te den mañana el día libre...

Shane negó con la cabeza y parpadeó.

—Para empezar cree que he vuelto demasiado pronto.

—Es verdad.

—Sí, pero me gusta mi trabajo.

—¿Por qué? —preguntó Calvin con sinceridad. Estaban saliendo de la comisaría y se dirigían a sus propios coches, en el aparcamiento—. Quiero decir, eres un buen policía cuando no haces cosas que hacen que termines herido, pero no creo que te guste de verdad.

—Me encanta ayudar a la gente —dijo Shane con anhelo, y Calvin tuvo que admitir que eso era verdad.

—Eso se te da bien: llevar a los vagabundos a los refugios, ayudar a los que se han escapado de casa a encontrar un sitio donde quedarse..., ese chico al que le encontraste un trabajo de mecánico lo lleva bastante bien. Pero hay otros trabajos en los que se hace eso aparte de éste. Éste es sucio y retorcido, y terminas con heridas... A mí me gusta. Pero no creo que sea aquí dónde está tu corazón, Perkins. Eres un buen tipo; tienes un buen corazón. Pero odio ver cómo lo malgastas aquí.

Entonces se metieron en sus coches y se marcharon antes de que Shane pudiese protestar, discutir o pensar siquiera en qué contestarle. Pero ahí, bajo el chorro de la ducha, esa conversación se repetía en su cabeza, y esperaba tener la fuerza para meterse en la cama y hacer justicia al buen hombre que le estaba esperando allí.

La luz estaba encendida cuando salió, y Mikhail estaba sentado en la cama, rodeado de gatos. La botella de lubricante de su cajón estaba sobre la mesita de manera optimista, y Shane sonrió. ¡Demonios, esperaba de verdad poder usarlo!

—Pareces cansado, lubime —dijo Mikhail, preocupado—. Y tienes moratones por todo el estómago y el pecho. —Shane gruñó y empezó a mirar en los cajones en busca de sus bóxers. Los sacó con un leve temblor en las manos que Mikhail también notó. En un segundo estaba fuera de la cama, con las manos, cálidas de estar en ella, frotando las de Shane que estaban suaves de la ducha—. ¿Qué te ocurre? ¿Has comido algo?

—Oh, sí —murmuró Shane—. Esa habría sido una buena idea.

La mano de Mikhail en su hombro se sentía tan bien, tan fuerte y cálida, y mantuvo erguido a Shane y lo medio guió hasta la cama.

—Venga; túmbate aquí, hombre estúpido. Iré a prepararte algo de comer.

Shane murmuró algo en protesta mientras se tumbaba en el sitio de Mikhail (su calor corporal permanecía y era muy agradable), y entonces se adormiló. Se despertó rodeado de gatos que ronroneaban cuando Mikhail entró con un cuenco de sopa enlatada recién calentada en el microondas y unas tostadas.

La sopa era de marisco, su favorita, y se incorporó un poco para coger el cuenco del trapo que llevaba Mickey y removerla. La tostada le daba algo de consistencia, y se sintió casi despierto del todo y feliz mientras comía.

—Te das cuenta de que no tienes nada en la cocina excepto latas de comida de gato, ¿verdad? —preguntó Mikhail serio, y Shane asintió mientras tragaba.

—He estado haciendo turnos de ocho horas uno tras otro; ya sabes, ocho horas libres entre dos turnos de ocho horas. Así es difícil ir a comprar... lo único que quieres hacer en tu día libre es dormir.

—Bueno, esa es una manera estúpida de llevar una agenda; no hacías esto antes de que te apuñalaran en el costado. ¿Por qué este cambio?

Shane se encogió, sin querer entrar en el tema. Estaba bastante seguro de que el cambio tenía que ver con el hecho de que la familia de Deacon se había hecho notar en el hospital cuando estuvo ingresado allí.

—Lo triste es que Calvin se apunta también a mis turnos —dijo, mencionándolo de refilón—. Para él es difícil; tiene dos niños y una esposa. Pero sabe que no confío en nadie más.

Mikhail sacudió la cabeza en silencio y miró el cuenco vacío entre las manos de Shane.

—Mañana iremos a comprar, antes de tu turno. Puedo meter algo en tu robot de cocina para que se haga a fuego lento, si tienes uno, y si puedes llevarme al trabajo habrá comida esperándote cuando vuelvas a casa.

Shane sonrió, sabiendo que era una sonrisa tímida.

—Eso sería maravilloso. Salgo alrededor de las diez; ¿quieres que vaya a recogerte? O podría preguntar con amabilidad y hacer que alguien fuera a por ti.

—No quiero molestar a nadie..., más de lo que tú ya lo has hecho —dijo Mikhail, con una expresión de ironía en los ojos—. Pero me gustaría verte mañana. Y la noche siguiente. Y la siguiente a esa. —Sonrió con timidez y se inclinó hacia delante, tocando con la lengua la comisura de la boca de Shane y lamiendo el resto de sopa que quedaba allí. Hubo un maullido y Mikhail se quitó de encima a Maura Tierney sin pensárselo siquiera para poder inclinarse hacia delante del todo y darle a Shane un beso completo, llenándole los brazos con su cuerpo.

Shane le abrazó, y los músculos le temblaron cuando el pecho desnudo de Mikhail chocó contra el suyo. Maldición... solo... oh, maldición... Se sentía tan bien... Sus bocas se enredaron en un nudo de lenguas, y Shane usó una mano para apartar las sábanas (y para mover a algunos de los gatos) y rodó de manera que Mikhail quedase bajo él y pudieran seguir besándose.

Parecía ser todo de lo que era capaz.

Sentía un deseo persistente de seguir con las “partes más interesantes” del cuerpo de Mikhail, pero estaba tan dócil y entregado y era tan, tan dulce bajo Shane. Las manos de Mikhail estaban en todas partes; en su rostro, en su cuello, en sus hombros, hundiéndose en su espalda y pidiéndole que se acercase más y más, y Shane respondió frotando su cuerpo contra él. Mikhail lo devolvió rodeándole las caderas con las piernas y rozando su entrepierna contra la de Shane. Era todo lo lejos como los dos parecían querer llegar.

Las manos de Mikhail subieron a acariciarle el pecho, e incluso intentó meterlas entre los dos para sostener, rodear o acariciar o algo, pero eso habría significado separarse, aunque fuese un poco, y cuando Shane lo intentó Mikhail gimoteó y volvió a tirar de él. Shane intentó también bajar para marcar un camino de besos bajando por la barbilla de Mikhail, la mandíbula,  el cuello, con intenciones de dirigirse hacia las partes más duras, erectas y que pronto exploraría, pero Mikhail le cogió el rostro con ambas manos y volvió a subirle para seguir besándole en cuanto Shane llegó a la altura de su clavícula.

De manera que el beso siguió y siguió y sus cuerpos se quedaron doloridos, excitados y oh, tan sensibles. El pene de Shane, cubierto todavía de suave algodón, encontró un hogar en la articulación del muslo de Mickey, junto al pene de éste, el cual goteaba ya tal cantidad de líquido preseminal como para traspasar los bóxers de ambos. Mikhail empujó contra él, y Shane respondió con otra embestida, y sus labios y lenguas decidieron no separarse nunca, nunca en la vida.

De repente, las embestidas de Mickey contra él se volvieron frenéticas y rítmicas, y el pene de Shane quedó atrapado entre algo allí abajo, y se limitaron a seguir frotándose, más rápido, más fuerte, con un propósito y... oh, Dios... oh vaya... oh...

—Maldición, maldición, maldición... —jadeó Shane—. Maldición, Mickey, voy a...

—Aaahhhhhhh... —gimió Mickey bajo él, arqueándose, con espasmos, y Shane sintió la densa humedad cubriendo sus bóxers, sus estómagos y filtrándose a través de su piel desnuda, y solo pensar que estaba cubierto por el semen de Mikhail, de que ese hombre, ese hombre reservado y cauteloso, acababa de perder el control en sus brazos solo con un beso y algo de fricción seca...

—Voy... a correrme, voy a correrme... —Cerró los ojos con fuerza y enterró el rostro en el cuello de Mikhail, y dio un gemido mientras hacía exactamente lo que había prometido y se corría, y se corría, y se corría.

Se quedaron jadeando durante un rato y terminaron ese largo e intenso beso antes de que Mikhail gruñera un poco por el peso. Shane tuvo que echarse a un lado para quitarse de encima de él y se quedó a su lado en la cama. Mikhail se quedó donde estaba, sacudiendo la cabeza con desconcierto y con una mano sobre los ojos.

—No puedo creer que acabemos de hacer eso —susurró, y Shane se rió suavemente entre dientes antes de extender el brazo y quitarle los bóxers a su amante, soportando una mirada indignada.

—¿Corrernos simplemente con el roce? —Shane sacudió la cabeza, enrolló la ropa sucia, la juntó y la tiró a la cesta abierta que había a los pies de la cama—. Sí, bueno, no lo he hecho desde el instituto. Desde luego era algo.

Fue al baño y volvió con una toalla medio húmeda y medio seca. La usó con mucha ternura para limpiar a Mikhail, y después a sí mismo, de manera que pudiera meterse en la cama y pudieran tocar la piel del otro sin el pegajoso resultado. Tiró la toalla a la cesta e hizo exactamente eso.

—Muévete, Mickey; no quiero caerme por el borde. —La cama era bastante grande, pero Mikhail estaba en el centro. Parecía estar todavía desconcertado, pero se hizo a un lado y después se giró entre los brazos de Shane para que pudieran abrazarse el uno al otro estando cara a cara.

Shane alargó la mano y apagó la lámpara, y Mikhail dijo:

—Nunca he hecho eso. Nunca he hecho solamente... solamente... —Tembló en los brazos de Shane—. Dios mío, lubime, qué cosas me haces. Cómo me haces sentir. Pensé que sabía de sexo... ¡Era un puto, por amor de Dios!

Aún estaba temblando, y Shane no pudo hacer nada excepto pasarle las manos por los hombros y hablarle en susurros hasta que dejó de temblar. Cuando su respiración se normalizó y su cuerpo fue un fardo apretado contra el pecho de Shane, éste intentó decir algo inteligente, o al menos coherente, para calmarlo.

—Mickey, sabes, en algunos sitios la gente come gatos.

Mikhail levantó la cabeza con brusquedad y le miró con ojos horrorizados.

—¡Que cosa más terrible de decir!

—Sí, lo sé. —Mierda—. Intento hacerte ver algo y estoy bastante seguro de que me seguirás. Ahora mira, se los comen, y usan su piel por el pelaje y probablemente se hacen guantes y sombreros por lo que sé...

Orlando Bloom se había acomodado sobre la cadera de Mikhail tan pronto como había dejado de temblar, y Mikhail empezó a acariciarle de manera protectora. Shane, cansado como estaba, luchó contra una sonrisa.

—¿Y?

—Y esa gente conoce a los gatos por dentro y por fuera. Los usan como sustento, para conseguir calor y por asuntos prácticos. ¿Pero sabes qué?

Shane se dio cuenta del momento exacto en que Mickey le entendió. Sus ojos se iluminaron y una sonrisa ligera e irónica se le dibujó en su pequeña boca enfurruñada.

—No los quieren.

Mikahil dejó de acariciar a Orlando y empezó a acariciar en su lugar el pecho de Shane.

—Eres muy sabio, lubime.

—Lo intento, pequeño.

Y eso fue lo único coherente que consiguió decir antes de dormirse.

 

 

MIKHAIL le despertó después de cinco horas de sueño, y fueron a comprar comida a Natomas. Ni siquiera se plantearon ir a la pequeña tienda de comida en Levee Oaks. Era increíblemente cara.

Volvieron y Mikhail preparó Top Ramen después de hacer chili para la cena, y consiguieron tener una media hora entera de charla antes de que Shane le llevara al trabajo y después se fuera al suyo. Una hora antes de terminar, Mikhail le dejó un mensaje en el teléfono.

Había cogido un autobús y estaba caminando felizmente desde Elkhorn Boulevard hasta casa de Shane, y éste tuvo palpitaciones durante una hora, en la que tuvo que responder a una llamada doméstica para encargarse de un padre borracho. El hecho de que resultase ser el padrastro de Crick (y el padre de Benny) complicó aún más las cosas... Y también complicó las cosas que Padrastro Bob (tal y como le llamaban) hubiese vomitado sangre de camino al calabozo y tuviesen que llevarlo al Centro Médico U.C., en Stockton. Para cuando Shane consiguió llegar a un sitio donde pudiese llamar a alguien que se asegurase de que Mickey llegaba bien a casa, Mikhail ya le había dejado un mensaje diciéndole que había hecho exactamente eso.  Shane volvió a casa para verle.

—Señor, Mickey —dijo en cuanto entró, tropezando—, ¡no puedes hacer eso!

—¿No puedo hacer el qué? —preguntó Mikhail, mirándole desde el sofá. Estaba viendo una película, y Shane pudo ver por la montaña que había en la mesa que había traído una caja de DVDs de su apartamento. Se calentó por dentro solo de pensarlo, pero maldita sea, él tenía razón.

—No puedes caminar en la oscuridad a campo abierto. ¿Sabes cuántos psicópatas borrachos hay en esta pequeña ciudad? —Fue directo a la cocina, donde algo maravilloso se estaba cocinando, y se sirvió un plato. Mikhail entró detrás de él cuando estaba a punto a punto de mojar un paquete de palitos de pan y Mikhail se lo cogió todo, haciendo sonidos de desaprobación.

—Hay queso, pan de maíz y cebollas en la nevera, por favor. Si voy a cocinar, tienes que tratar mi comida con respeto.

—¿Queso? —Shane alzó la vista y abrió la nevera a la caza del condimento prometido. Lo encontró (rallado), además de un poco de cebolletas picadas y el cartón de leche que habían comprado. Mikhail cogió su carga y le hizo un gesto para que fuera a la pequeña mesa donde el chili esperaba sobre un mantel individual que Shane no había visto en un mes.

Gruñó.

—Eso es un poco extravagante.

—Te está sirviendo un gay que, hasta hace poco, vivía con su madre. Hay ciertas cosas a las que tienes que acostumbrarte. Comer en una mesa es una de ellas.

—Comí en tu casa. Tu madre comía en la mesita del café. —Pero se sentó felizmente de todos modos.

—Eso fue cuando estaba enferma. Antes de eso comíamos en la mesa durante las cenas. En los desayunos y las comidas estábamos solos. ¿La cena? Siempre con mantel individual y en la mesa. Para Mutti era casi una religión.

Shane tomó un bocado de chili y gimió.

—Podría montar un culto con esto —admitió—. Pero respecto a lo de caminar cuatro kilómetros y medio en la oscuridad por Levee Oaks...

Mikhail se encogió de hombros.

—Corría salvaje por las calles de San Petersburgo cuando era niño. ¿Qué hay aquí a lo que no pueda sobrevivir?

Shane frunció el ceño.

—Solo porque pudieses sobrevivir no significa que yo quiero que te ocurra. Además..., tuviste suerte. Has tenido más que suerte; eres un jodido milagro. No quiero que mi milagro termine siendo material para un episodio de “CSI”, ¿vale?

Mikhail cruzó los brazos y suspiró, y después se acercó e hizo un gesto con la puntiaguda barbilla hacia la cuchara de Shane.

—Cómete el chili para que puedas ir a darte una ducha y podamos dormir.

—Mickey... —Pero lo dijo con la boca llena, y Mikhail suspiró y se pellizcó el puente de la nariz.

Entonces hizo ese pequeño encogimiento de hombros agitado que a Shane le encantaba.

—Si vas a pedir un milagro, me gustaría que pidieras un mejor sistema de autobuses. El que hay aquí es vomitivo; ese autobús ha tardado una eternidad, sabes.

Shane sonrió y puso los ojos en blanco.

—Tomaré nota. Pero por ahora, ¿podemos intentar que el milagro que tengo no termine en la escena de un crimen? —Se puso serio—. He estado en un par de esas escenas, sabes. Si te encontramos ahí fuera, me moriré.

Mikhail colocó una mano cálida y firme en su cuello y empezó a hacerle un masaje.

—Vale —bufó—. La próxima vez pediré que me lleven desde la parada del autobús, ¿qué tal eso?

Shane sintió un poco de alivio y se terminó el chili, y Mikhail se apartó para dejarle. Mientras estaba esperando, alzó a Jensen Ackles y le rascó la barriga hasta que el gato rodó boca arriba y ronroneó en el hueco de sus brazos. Cuando volvió a hablar, tenía una expresión bastante felina en la cara.

—¿Shane?

—¿Mmmbblff?

—Si el Psicópata Borracho de Levee Oaks me atacase, ¿me convertiría en un sombrero o se haría unos guantes?

Shane estuvo a punto de ahogarse con el chili, pero cuando tragó (ayudándose con un trago de leche) dijo:

—Te convertiría en un taparrabos con un bolso a juego, niño bobo; ¡Señor, que cosas dices!

—Sí —contestó Mikhail con aire de suficiencia—, pero eso es porque el Psicópata Borracho de Levee Oaks no me quiere; ¿no crees?

Shane se limpió la boca con la servilleta y le sonrió de par en par, asegurándose de que los restos del chili hubiesen desaparecidos de sus dientes mientras lo hacía.

—Ven aquí, maldita sea —exigió, y Mikhail sonrió, dejó al gato en el suelo e hizo lo que le pedía.

Pero el asunto del transporte continuó siendo un gran y gigantesco dolor en el culo. Mickey y Benny empezaron a estudiar juntos para hacer la prueba teórica de conducir, pero aquel era un objetivo a largo plazo, y no detuvo el inconveniente a corto plazo de que Mikhail fuera desde y hasta la casa de Shane cuando quería ir allí. (Además, Mikhail había admitido con mucha timidez que no había recibido mucha educación escolar; su caligrafía, a diferencia de sus mensajes de texto, era basta y casi ilegible, y cuando estaba leyendo en inglés, en contraposición a cuando lo hablaba, a menudo tropezaba con la pronunciación y los significados. «Por eso tu milagro apenas tiene el título de secundaria, lubime. Es una pena que lo mejor de las clases de inglés fueran las historias que el profesor nos leía del libro».)

Y Mikhail quería estar mucho en casa de Shane, algo que a éste le llenaba de satisfacción. Más de una vez llegó a casa, preparado para ducharse, cambiarse y salir hacia Citrus Heights para ir allí por si solo para encontrarse con que Deacon, Crick o incluso Jeff o Jon habían ido a por él, pero ellos también tenían vidas, y Mickey estaba empezando a sentirse mal por depender de su amabilidad para llegar a la cama de su amante.

—Pero ya no duermo bien en mi cama —se quejaba de mala manera una noche mientras hablaban de ello.

Shane tuvo que admitir que a pesar de las pocas horas de sueño que  le dejaba el trabajo, aún dormía menos si Mikhail no estaba ahí por la noche para hacerle compañía.

—Podrías vivir aquí —se quejó Shane otra noche por teléfono. Estaba frustrado, cansado, su día había sido una mierda y le quedaban solo seis horas enteras antes del siguiente turno e ir a por Mikhail para dejarlo justo después no era factible.

Oyó un jadeo sorprendido al otro lado de la línea y se dio una patada, recordando que Mikhail aún tenía algo de asustadizo y después, maldita sea, siguió metiendo la pata.

—Quiero decir, tengo una habitación extra, y podríamos poner tu cama allí ya que solo hay estanterías ahora y, ya sabes, no tendrías que pagar alquiler y quizás podrías ahorrar para comprar un coche para ir al trabajo y... —Se detuvo, porque el trabajo seguiría siendo un problema y, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, quizás aquello había colmado el vaso.

—Eso sería una solución —dijo Mikhail con cautela desde el otro lado de la línea—. Yo... pensaré en ello —prometió antes de colgar.

Shane colgó y soltó un suspiro de alivio. Había sido torpe de su parte, pero, al parecer, nada que no se le pudiera perdonar. Estaba tan aliviado de que Mickey no hubiera colgado sin más y se hubiese ido corriendo por las colinas justo en ese momento que no pensó que la conversación fuese a tener ninguna repercusión hasta la noche siguiente. Mikhail no estaba en su apartamento cuando Shane fue a por él, y en su teléfono saltaba el buzón contestador. Shane condujo de regreso a Levee Oaks bajo la oscuridad de la lluvia, nervioso y alterado; oh, Señor, había asustado al chico, ¿no? Quizás había huido a las colinas o estaba escondido bajo la cama y no respondía a la puerta o... o... o...

O estaba a medio camino entre la parada de autobús y la casa de Shane, empapado y llevando una mochila grande cubierta de mantas mientras trotaba con determinación a través de la peor tormenta del año.

Shane se detuvo y abrió la puerta del coche, intentando con todas sus fuerzas enfadarse. Era difícil cuando Mikhail estaba azul, temblando y llevando una de sus sudaderas con capucha sobre su chaqueta vaquera y,  aun así, goteaba agua en un charco embarrado dentro del coche, pero Shane lo intentó de todos modos.

—¿Qué cojones...?

—Sí —parloteó Mikhail—. Sí, he roto mi promesa, pero puesto que es para hacer una mucho mejor, creí que lo dejarías pasar.

Shane alargó la mano y encendió la calefacción y el sistema anti vaho al máximo. Esperaba que el ventilador se pusiese en marcha lo bastante rápido como para que el vaho no se formase en el interior de las ventanillas.

—Mikhail, te lo suplico, por favor, dame una jodida buena explicación para esto, maldita sea... ¡Fui a buscarte a tu apartamento y todo! ¡Me estaba asustando!

Mikhail asintió y se puso el cinturón debajo de un objeto grande que llevaba en los brazos.

—Sí, lo siento... mi teléfono se apagó cuando iba en el autobús. —Se quitó la capucha y su cabello saltó alrededor de su cabeza como un halo de tirabuzones. Intentaba parecer que había escarmentado pero, en cambio, parecía estar exuberante.

Shane sopló y suspiró.

—¿Entonces? —preguntó mientras arrancaba el coche—. ¿Me lo vas a decir?

—¿Decirte el qué?

Shane le echó una mirada de reojo, notó la sonrisita de Mikhail y puso los ojos en blanco. Maldición, era difícil seguir enfadado con él.

—Vale; dime que estás haciendo caminando por aquí cuando está lloviendo a cántaros e incluso se están helando hasta los dioses... ¡y si haces una broma sobre Zeus con las pelotas azules, pararé el coche aquí mismo y te dejaré caminar hasta casa, maldita sea!

Mikhail dejó escapar una risita y sonrió de oreja a oreja.

—Sí. Sí. Eso es exactamente lo que haría. ¡Irme andando a casa! ¿Ves? Esto soy yo, mudándome de casa.

Shane pasó por encima de un charco y estuvo a punto de derrapar. Recuperó el control despacio, e intentó mantener el pie fijo sobre el acelerador mientras le dirigía otra mirada a ese loco novio ruso suyo.

—¿Mudándote?

—Sí. —A Shane le recordaba a uno de sus gatos después de escaparse de casa para  ir a cazar y de dejarle algo espantoso en su porche—. Hoy fui a casa y miré alrededor, y me di cuenta de que lo único que me mantenía allí eran los recuerdos de Mutti. Ella se ha ido —y por primera vez su voz se volvió seria—, pero tú estás aquí. Y quieres que sea feliz, y soy feliz cuando estoy contigo. Hasta que hayas encontrado a alguien mejor, estaré contigo y, al final, es así de simple.

Shane tragó con dificultad.

—¿De verdad? —Maldición—. ¿Así de simple? —Inspiró profundamente e intentó controlar la sonrisa tonta y de gran memo que quería adueñarse de su cara.

—Da —dijo Mikhail con suficiencia—. Ya ves, antes de ir hoy a trabajar he mirado alrededor y he pensado «Mi cama iría bien en la habitación de invitados de Shane, como él dijo, y mi ropa favorita ya está allí. Podemos hacer la mudanza del resto este fin de semana». —Inclinó los hombros hacia delante e hizo un gesto hacia el bulto que tenía en los brazos—. Esto es la única cosa que necesitamos, así que la cogí. Y ahora me he mudado.

—Pero el trabajo... —Shane ya no tenía que preguntar qué era lo que llevaba en los brazos... aunque quería una visita guiada al respecto cuando llegaran a casa.

Mikhail asintió, muy complacido consigo mismo.

—Me he ocupado del asunto del trabajo. Se lo he pedido a Anna esta noche; dijo que podía cambiar las clases con la chica que enseña en Levee Oaks. Ella vive en Citrus Heights; está más cerca para los dos. Si nuestros estudiantes nos quieren de verdad, nos seguirán aunque tengan que ir en coche todos los días; eso es lo que Anna dijo, y espero que tenga razón. De un modo u otro, seguiré enseñando y seguiré bailando, pero mi casa será un lugar con gatos que me adoran.

—Y yo —dijo Shane, confundido por todo.

La expresión de Mikhail se volvió completamente seria.

—Tú eres el hogar, lubime. Siempre hay tiempo de buscar otro apartamento ruinoso. No doy por hecho que siempre vayas a quererme.

Shane gruñó, intentando encontrar las palabras con las que decirle que lo que tenía que dar por hecho era que no tenía por qué preocuparse, pero llegó a la puerta de la verja, y Mikhail dejó su carga en el suelo del coche y salió para abrirla. Los perros estaban acurrucados en el gigantesco cobertizo que Shane había construido contra la casa y que había llenado de mantas viejas, comida y agua en previsión de días como aquellos en los que el tiempo cambiaba. En una noche como esa tenían demasiado frío como para salir y recibir a sus mascotas humanas, y Shane y Mickey no tuvieron que preocuparse de que se les echaran encima un montón de perros mojados.

Cuando entraron Mikhail sacó la caja de madera de sus envoltorios (había una capa de bolsas de basura bajo la manta empapada; cuando Shane le preguntó por qué no había puesto las mantas bajo las bolsas, se avergonzó y dijo «Porque no soy extremadamente brillante. Y ahora lo sabes».), y lo puso en la cómoda de Shane.

—Ahora pesa más que antes —admitió Mikhail, sacudiendo los músculos contraídos de los brazos. Miró a Shane con timidez mientras éste intentaba quitarle los tejanos, los calcetines y las zapatillas de tenis empapadas—. Creo que tengo que darte las gracias por ello.

Shane gruñó mientras se dejaba caer con cansancio, con el zapato de Mikhail en la mano.

—No quería que nos olvidaras, eso es todo.

Mikhail se quitó despacio sus tejanos y sus bóxers, que estaban caídos alrededor de sus tobillos.

—Si mi preciosa caja se cayera en un pozo y desapareciera en un bombardeo, todavía estaríais grabados en mi corazón.

Shane alzó la vista hacia él desde su poco elegante posición en el suelo.

—Siempre consigues decir las cosas más bonitas cuando me siento como el estúpido más grande que hay. ¿Por qué es eso?

Mikhail se quitó la sudadera de Shane encogiéndose de hombros, seguida de la chaqueta vaquera y de las tres capas de ropa que había debajo; todas estaban mojadas.

—No lo sé. ¿Por qué no te unes a mí en la ducha y me follas hasta que a ninguno de nosotros nos importe? —Estaba temblando, pero su sonrisa ligeramente teñida de azul era cien por cien incitante y Shane se puso de pie, salió de su uniforme y dejó la pistola en la caja fuerte, mientras Mikhail abría el grifo del agua.

Cuando entró en la ducha humeante y sintió su dócil carne bajo sus manos, reflexionó sobre que Mickey tenía razón. A veces, se sobrevaloraban las palabras.