Capítulo 2
«Y así entrelazaron las manos y bailaron, formando círculos y filas...». “The Mummers’ Dance” —Loreena McKennitt.
A SHANE siempre le había gustado conducir. Era una de las razones por las que había comprado un deportivo. Metido en sus pensamientos, escuchando rock a todo volumen, sintiendo el poder del automóvil bajo las manos y escuchando cómo rugía sobre la carretera; eso era meditación, simple y llanamente.
Parte del viaje era por una autopista de dos carriles que se enroscaba alrededor de las colinas color marrón que bordeaban la costa. Había salido temprano de manera que el tráfico era moderado y el sonido que hacían en el pavimento las ruedas de tracción integral con sus surcos bien marcados era relajante. Entre eso y Springsteen sonando en el estéreo, Shane se sentía feliz cuando entró en lo que era una atracción a un lado de la carretera.
“La casa de la fruta” había empezado como un simple puesto de fruta en mitad de ninguna parte pero los fundadores habían añadido un restaurante y algunas tiendas de fruslerías y el efecto era encantador, como encontrar la casa de Tom Bombadil a mitad de un peligroso viaje. En los últimos años, en otoño, la propiedad aledaña alojaba la feria renacentista durante ocho semanas, y mientras Shane subía por la grava polvorienta (había pagado uno de cinco extra para el aparcamiento VIP) volvió a pensar en la casa de Tom Bombadil en “El señor de los anillos”.
Porque Gilroy, tras un verano largo y caluroso, se quedaba como un pedazo de tierra polvorienta, seca y sin gracia, pero la feria renacentista la convertía en un libro de cuentos gracias a esa magia ilimitada con que la capacidad humana transforma lo banal.
Shane vestía tejanos y una camiseta de “The Who” (las antiguas bandas estaban volviendo; ¡él siempre había sabido que lo harían!), pero mientras aparcaba el coche y se abría paso por el aparcamiento se sintió sumamente cohibido. Casi todo el mundo iba disfrazado.
Los trajes para los hombres iban desde los pantalones de cuero dentro de botas que llegaban hasta la rodilla con chalecos de cuero y camisas de lino debajo hasta pantalones de algodón básicos (holgados y amplios con un cordón frunciendo la cintura y los tobillos), a túnicas grandes, amplias y de manga larga, normalmente con el cuello en forma de uve o cerrado con cordones. La mayoría de los hombres llevaban un chaleco sobre las túnicas y todo el mundo parecía tener algún tipo de sombrero; de cuero, rafia, pana o lino. La variedad de materiales solo para las prendas de la cabeza era impresionante, y eso sin tener en cuenta siquiera los estilos. Los colores variaban desde los chillones hasta los brillantes, con algún toque de colores sencillos y neutros, y la combinación de elementos para cualquier conjunto era tan variado como los hombres mismos.
Y eso solo los hombres.
Las mujeres por su parte llevaban conjuntos de faldas y corpiños de lazos... a menudo los senos les sobresalían por encima de los corpiños cuando su respiración era agitada y, a veces, incluso enseñaban los muslos cuando se recogían la falda. Shane tenía que admitir que siempre había disfrutando mirando unos senos bonitos y, en el punto en el que se encontraba, su periodo de sequía había sido lo suficientemente largo como para que ya no le importara si bateaba para un equipo u otro. Él solo quería jugar. El montón de suaves y blandos pechos que se le ofrecían a la vista le parecían exactamente igual de tentadores que el torso desnudo de los jóvenes que podía entrever de vez en cuando. Cualquier cosa, maldita sea; cualquier cosa siempre y cuando supiera que tenía la oportunidad de disfrutar del roce humano en algún momento cercano.
Una familia feliz pasó a su lado: mamá, papá, adolescentes (un chico y una chica), todos vestidos de punta en blanco. La madre, algo más que rellenita, llevaba a dos niños de primaria de la mano, también disfrazados. Los blandos senos de la madre no tenían tanta elegancia como los de las universitarias con las que Shane se había cruzado desde el coche pero, aun así, su idolatrado marido la hacía detenerse para poder “ahuecarlos” de todos modos.
Shane se alegró de que sus gafas de sol escondieran la expresión de nostalgia que le produjo la visión de aquella familia feliz de la feria renacentista. Le gustaban. Al final del día los pequeños probablemente estarían exhaustos y lloriquearían, pero mientras miraba cómo el chico mayor hacía girar entre sus brazos a su hermana pequeña con su “vestido de princesa” no pudo evitar pensar en la pequeña familia de Deacon allí, en su casa. Él era parte de eso, pensó decidido. Iba a comprarles a sus princesas —tanto a Benny como a Parry Angel e incluso al pequeño bebé Lila— todo un camión de cosas de princesas. Demonios, incluso sorprendería a Drew con uno de esos sombreros de Robin Hood. Se convertiría en el tío indulgente de esa familia feliz aunque tuviera que gastarse solo en la feria renacentista todo ese maldito dinero inútil que tenía metido en el banco.
Su estado de perpetua excitación se desvaneció al recordar por qué estaba allí.
Estaba allí porque tenía familia y porque quería tener más.
Consiguió su entrada en la taquilla y se aventuró bajo el arco de entrada de madera, cogiendo un programa de una chica que, llena de alegría, daba la bienvenida con un fingido acento de inglés antiguo que no era más auténtico que los vaqueros y la camiseta de Shane, pero no por ello resultaba menos encantador.
Le llevó menos de un minuto revisar el programa y girar abruptamente a la izquierda para entrar en las calles donde ofrecían comida. Su hermana actuaría en quince minutos.
Primero se compró un refresco y algo llamado “sapo en un agujero” (que resultó ser un tipo de pastel de carne), y a continuación se sentó en una bala de heno para mirar a la gente mientras esperaba. Valió la pena.
—Es un disfraz bonito, ¿verdad?
Shane se giró y se encontró a la madre de la familia que había estado observando sonriéndole mientras hacía que una niña que parecía estar en preescolar se sentase en su regazo. Shane se giró para volver a mirar lo que antes había estado mirando con atención; un hombre gigante que llevaba lo que parecía ser una armadura de cuero con hebillas de plata (¿o acero inoxidable?), un cinturón de anillas y una espada gigantesca.
Ayudaba a la caracterización que midiera más de un metro noventa y cinco y que tuviera el cabello negro largo hasta la cintura.
Por extraño que pareciera, Shane había estado realmente centrado en el disfraz.
—Es genial —dijo a la agradable mujer—. ¿Dónde se consigue algo así? —Dirigió una mirada a su falda llena de colores (y de muchísimas capas) y a su corpiño con flores (cuyo color no conjuntaba en absoluto con ninguna otra prenda de su atuendo).
—Verás; cuando hayas comido, solo tienes que seguir el camino hasta allí abajo. La mayoría de los vendedores venden algo que te ayudará a crear tu disfraz. Entras aquí como alguien normal, con tu camiseta pero, si quieres, puedes salir como un caballero de brillante armadura.
La pequeña en su regazo bebió un sorbo del refresco de su madre y se apartó un mechón de pelo del rojo más brillante de la cara.
—Yo no quiero ser un caballero. ¡Quiero ser una princesa!
—Por supuesto, pequeña —dijo la madre de manera inexpresiva—. No puedes ser nada más que una princesa. —Cruzó la mirada con Shane—. Y tú también puedes ser una princesa —le dijo seria, y él se rió con ganas, porque la mujer era agradable y porque, al igual que Deacon, le hacía sentir bienvenido.
—Más bien una cosa intermedia —dijo guiñándole el ojo, y ella se rió. Su marido apareció entonces, con las manos llenas de comida, manteniéndola toda en equilibrio entre los brazos, y la ilusión de Shane de que formaba parte de una familia feliz se desvaneció. La música empezó a sonar, justo allí, en mitad de la zona destinada a las comidas. Shane se puso en pie con su plato y se unió a la fila de personas que estaban reunidas para ver bailar a su hermana.
Kimmy había crecido en su último año de secundaria y casi se le había roto el corazón cuando alcanzó el metro setenta y tres. Es de sobra conocido que las bailarinas deben ser de estatura pequeña; es lo mejor para que sus compañeros puedan levantarlas por encima de sus cabezas o puedan hacerlas girar como si fueran cintas hechas de músculo y agallas. También hacía que el peso que recaía sobre las delicadas articulaciones y el frágil cartílago fuera soportable. Aun así, Kimmy había seguido bailando.
Había bailado incluso lesionada para encontrar trabajo donde fuera, después de que fuera despedida de una de las principales compañías de baile de Los Ángeles. Ya habían pasado diez años desde que descubriera el circuito de las ferias; allí contrataban actores y así se ganaban la vida haciendo algo que les encantaba. Había ferias de diferente temática: renacentistas, célticas, Tudor, vikingas, sobre Dickens o sobre algún otro acontecimiento histórico europeo y se celebraban por todo el país casi cada fin de semana del año. Como Kimmy le había estado diciendo a Shane durante diez años, lo que se valoraba en el circuito de las ferias eran las dotes teatrales, el arte y la forma física, y no solo tener un cuerpo joven capaz de hacer el más difícil todavía.
La mujer que entró en el círculo moviéndose de manera insinuante y vestida como Titania. Poseía todas esas cualidades: dotes para el espectáculo, arte, una elegancia especial y agilidad. También tenía algo de carne y músculo en los huesos, algo por lo que Shane se sentía agradecido. Era evidente que sus días de bulímica para mantener el peso de una bailarina se habían terminado. Pensó que era hermosa. Llevaba un corpiño verde con mallas y su cabello largo y marrón con reflejos rubios le caía en ondas por la espalda. Sus ojos marrones miraban entrecerrados al público mientras se detenía como si estuviera escuchando, y a continuación se agarró a una banda de tela resistente que colgaba de un andamio que habían atornillado con fuerza, erigido justo sobre la pista de baile.
Mientras ella escalaba apareció un hombre disfrazado: sin camisa pero con unos pantalones de pelo. Eran literalmente de pelo. Tenía también orejas puntiagudas, el cabello largo y las cejas pintadas como dos arcos perversos. Comenzó la narración como Puck, contando la historia de cómo Titania sedujo a Oberón pero Shane se dispersó. Empezó a fijarse en los detalles pequeños: los vendajes que cubrían los pies y rodillas de Kimmy estaban gastados y le mostraron que aún estaba plagada de lesiones, pero el modo en que su cuerpo se movía, como la seda bajo el agua, le hizo ver claro que estaba haciendo lo que amaba, y eso lo compensaba todo. El modo en que la misteriosa sonrisa de Kimmy jamás flaqueó, ni siquiera cuando se movía por la tela colgante como si volara por encima del suelo, le decía que todavía adoraba ese trabajo duro y difícil. Y el modo en que su cabello se le adhería al rostro por el sudor le dijo que había aprendido que nada que ames de verdad llega sin pagar antes un precio.
Shane estaba tan orgulloso de ella que sintió como se le henchía el pecho. Había deseado durante toda su vida ser encantador y elegante, había deseado moverse de la misma manera que su corazón, y ahí estaba su hermana gemela, haciendo exactamente eso, y era hermosa.
Y entonces entró Oberón, y el cerebro de Shane se fue de vacaciones.
Se suponía que Oberón estaba bailando en el bosque cuando, al descubrir la belleza de Titania, quedaba hechizado. Shane se quedó completamente hechizado con Oberón.
Era bajo —quizás unos tres centímetros más bajo que la hermana de Shane— y ligeramente musculoso. Su cabello era rubio y muy rizado y se le quedaba de punta por encima de los almendrados ojos grises. Era... delicado. Atractivo. Tenía los pómulos altos de los eslavos, labios carnosos y una barbilla que culminaba la forma de diamante de su rostro, con hoyuelo incluido. El corazón de Shane pareció tropezar consigo mismo y caerse en un charco cuando Oberón empezó a moverse.
Se movía como la poesía, como la música, como una canción. Los pájaros eran más torpes, los gatos menos elegantes, las serpientes menos sinuosas. La música era lenta —era el momento de una exhibición de poder— y Oberón actuó. No bailaba con zapatillas de ballet; lo hacía descalzo, con los pies vendados como Kimmy, dando a entender que tenía una lesión o que le dolían, y, aun así, se movía como si su cuerpo fuera todo fuerza, y no carne y hueso.
Extendió lentamente el pie, con la pierna paralela al suelo frente a él. Alzó el pie con la misma lentitud, cogiéndolo y sujetando la pierna casi pegada a su costado antes de dejarla apuntando al cielo y arquearse hacia atrás, sosteniendo su peso con las manos y haciendo un elegante estiramiento bajo la dorada luz del sol de octubre.
Su otro pie se alzó del suelo y mantuvo la postura hasta que Kimmy le rodeó los pies con las resistentes telas. Se enrolló en ellas y entonces, mientras el narrador contaba como a Titania le gustaba el rey danzarín de las hadas, usó la tela y su sorprendente cuerpo para izarse y unirse a Kimmy en sus acrobacias por el aire.
«Por favor, Dios, que le gusten los chicos.»
Shane se arrepintió de haber tenido ese pensamiento. No tenía ninguna posibilidad —ni siquiera la posibilidad de una posibilidad— con una persona como él. El hombre sujetó las manos de Kimmy y ambos empezaron a girar lentamente, cogidos de las manos, las piernas extendidas en las telas, los cuerpos estirados por encima del suelo.
¡Oh, Dios! Parecía casi imposible que Shane estuviera respirando el mismo aire.
Lo que ocurría era, pensó Shane mientras miraba hipnotizado ese cuerpo ágil de músculos finos y fibrosos que se arqueaba, que sería agradable soñar. Era como si una mujer de mediana edad, felizmente casada, descubriera que su actor preferido era gay. Le rompería un poco el corazón saber que no existía la menor posibilidad, ni siquiera en “fantasilandia”, de que los dos llegasen a tocarse.
Shane solo quería saber que había una oportunidad de contacto. Solo saber eso, pensó con dolor en el corazón, solo saber que existía esa posibilidad... Puede que el saber que alguien así de hermoso podría llegar a tocarle hiciese que el celibato valiese la pena.
El baile continuó y el tiempo se detuvo. Cuando terminó, Shane aplaudió con el resto de los clientes que se encontraban en el patio. Los tres artistas se juntaron, hicieron una reverencia y colocaron el cesto de las propinas. Shane esperó hasta que la multitud se hubo dispersado para acercarse y dejar caer un billete de veinte en la cesta que estaba sosteniendo Kimmy y, entonces, ella alzó la vista hacia él, sorprendida.
Cuando le vio, le pasó la cesta a Oberón y chilló, lanzándose sobre Shane con el entusiasmo suficiente como para hacer que el viaje de tres horas hasta Gilroy hubiese valido completamente la pena.
—¡Has venido! ¡Oh, Dios, Shaney, has venido!
Shane rió y la abrazó, levantándola del suelo y haciéndola girar.
—¿Cuántas hermanas crees que tengo, corazón? —preguntó mientras le dejaba en el suelo. («Tres», se respondió a sí mismo, contando también a Benny y a Amy.)
—¿Lo has visto? ¿Te ha gustado? —preguntó Kimmy, excitada, dando saltos arriba y abajo, deteniéndose y sonrojándose—. Lo siento... estoy intentando no ser tan egocéntrica y pensar más en los demás. —Hizo una pausa, como una alumna recordando su horario—. ¿Qué tal el viaje? ¿Te gusta la feria? ¿Te vas a quedar mucho rato?
—Voy a estar durante el resto del día, Kim. Tengo una habitación de hotel, pero tengo que irme mañana temprano. Esperaba que pudiéramos salir a cenar o algo... aunque sea con tus amigos. —Se arriesgó y señaló con la barbilla a Oberón y Puck, que pasaban el rato como amigos para ver quién podía ser el behemot que abrazaba a su Titania.
El rostro de Kimmy se iluminó y Shane se olvidó de su atractivo compañero por un momento. Su hermana estaba realmente feliz de verle.
—¿Te vas a quedar? —preguntó de nuevo, indecisa, y Shane sonrió, sintiéndose muy feliz de haber ido.
—Sí; ¿cuántas actuaciones más tienes?
—¿Qué, Mikhail... tres hoy? —Cogió la mano de Shane y miró a Oberón que se encontraba detrás de ella y que no daba señales de querer largarse de esa maravilla polvorienta de feria.
—Tienes tres —contestó con algo de acento—. A mí solo me queda una.
—Oh, sí —dijo Kimmy, frunciendo el ceño al pensarlo—. Me había olvidado. Mikhail no es un miembro habitual de la compañía; se está ocupando de algunas de las tareas de Kurt mientras se cura. —Alzó la voz considerablemente y dijo por encima de su hombro—. Aunque nos encantaría que se uniera a nosotros de manera permanente, ¿verdad, Brett?
—¡Yo estoy más que dispuesto! —murmuró Brett con lascivia, moviendo las cejas juguetonamente, y Mikhail le lanzó una mirada furtiva a Shane y se sonrojó.
Shane se esforzó mucho en seguir hablando y no darse la vuelta sin más para quedarse mirándolo fijamente. ¿Significaba ese sonrojo lo que él creía? No quiso pensar en lo que Brett podría significar para Mikhail; ¿por qué iba a sonrojarse?
—Tengo cosas que hacer esta temporada —estaba diciendo Mikhail con suavidad—. Si todavía hay sitio en la compañía cuando las termine, estaré encantado de unirme, Kim. Ya lo sabes.
El rostro de Kim se suavizó.
—Sí, lo sé.
—¿A dónde vamos? —preguntó Shane. Le estaban arrastrando más allá de una miríada de vendedores, todos ellos disfrazados y llamando a voz en grito a los transeúntes para que se acercasen a ver las mercancías expuestas en la variedad de tiendas.
—Bueno, ¡voy a ponerme el traje de mi siguiente actuación! —rió Kimmy mientras le arrastraba detrás de lo que parecía la verdadera feria, hasta un conglomerado de tiendas más pequeñas detrás de las de los vendedores—. Y después creo que iremos a buscarte algo de ropa. Das la nota como un dedo con un martillazo, Shane. ¿Era ese realmente el efecto que buscabas?
Shane lanzó una mirada de reojo a Mikhail y supo que se había puesto rojo.
—No —dijo en un tono grave—. Los dedos con martillazos duelen. —Señor, ¿había dicho eso de verdad? «¡Por Dios, Shane! ¿Podrías, solo por una vez, no ser tan raro? ¿sí? Gracias, Brandon, grandísimo capullo... Tenías que levantarte una residencia en mi espacio mental justo ahora».
Pero Mikhail le miró con una sonrisa.
—Da —dijo con un acento todavía más marcado—. Entonces tenemos que vendar a éste en unas bonitas ropas de feriante. ¿Tu cartera es lo suficientemente gruesa como para que te podamos curar bien?
Shane sonrió.
—Considérala un hospital de pulgares verdes —dijo contento, y aunque Mikhail estaba riendo, se dio cuenta de que Kim le miraba con algo parecido a la pena.
—¿Todavía hablando en código, eh, Shaney?
Shane dejó escapar un gran suspiro.
—Sí, Kimmy, lo siento. Pero me encantaría ir a comprar. Y ya que estamos, quizás puedas ayudarme a encontrar todo esto. —Sacó la lista que con tanto cuidado había hecho y se la tendió a su hermana, que se la dio a su vez a Mikhail.
—¿Tienes novia? —preguntó éste, y maldita sea, era imposible no percibir la decepción en su voz.
—Más bien una hermana pequeña y una sobrina —le corrigió Shane a toda prisa, y Kimmy dijo «¡Eh!».
Shane se encogió de hombros, devolviendo su atención a Kim.
—Lo siento, corazón, pero es verdad. Tengo algo así como... no sé. Una familia en casa, hermanos…Uno de ellos es un grano en el culo, pero me quiere como un hermano de todos modos. Una hermana, dos, de hecho, y tienen bebés. Es... —Hizo una mueca, recordando el día en que conoció a Deacon, a Crick y a su variopinta pandilla en la cocina del primero. Variopinta, una extraña colección de historias complicadas, pero, aun así, una familia.
»Es complicado —dijo al fin, sin convicción—. Pero son una familia por encima de todo. Los quiero.
—¿Y yo lo soy? —preguntó Kimmy, con una expresión de frialdad. Nunca le había gustado no ser el centro de atención.
—Siempre estarás invitada por vacaciones —le dijo Shane serio y el rostro de Kimmy se relajó un poco.
—Bueno, supongo que es bueno que tengas a alguien durante los otros trescientos sesenta y cuatro días del año —dijo a regañadientes—. Espera aquí. Iré a cambiarme. —Se había detenido delante de una tienda lo suficientemente grande como para dormir quizás cuatro personas, y entró agachándose.
Dejó a Shane mirando incómodo a sus dos compañeros, tratando de ver a “Brett” como “Puck” y a “Mikhail” como “Oberón”.
—Entonces —dijo, deseando parecer natural—, vosotros, eh, ¿no hacéis el circuito de las ferias a tiempo completo?
Mikhail le miró interesado pero Brett gruñó un «me largo de aquí», y le dio un golpe a Mikhail en el hombro.
—Recuerda, tenemos un espectáculo a las dos en punto; intenta no estar masturbándote antes de que se abra el telón. —Y con eso, el tipo del cabello largo y los pantalones de pelo se marchó.
—Idiota —murmuró Mikhail agriamente a su espalda—. Y no —continuó, girándose hacia Shane con una ligera sonrisa—, no hago el circuito de ferias a tiempo completo. Es algo así como... —Hizo una pausa, buscando la palabra—, mi dinero de reserva. Enseño danza durante la semana. Estoy ahorrando para una cosa, y ahí es dónde esto —señaló la cesta de las propinas— suele ir. Y eso me recuerda...
Al decir eso el pequeño bailarín se metió de cabeza en la tienda y dijo:
—Kimmy... ¿no sueles tú guardarnos esto?
—¡Señor, Mikhail, avisa antes de entrar! —La voz de Kimmy sonaba ahogada a través de la tienda y de lo que parecía ropa.
—Como si me importasen tus tetas. Ten; no necesito ninguna tentación extra de gastar mi dinero, ¿vale?
—Sí, te oigo. Lo pondré aquí y Kurt se asegurará de que esté bien guardado cuando llegue. ¡Ahora muévete! Es terrible atar los lazos de esta maldita cosa y seas o no mariquita, no quiero testigos.
El corazón de Shane ejecutó una feliz danza fantásticamente orquestada, con disfraz y acrobacias incluidos. Cuando Mikhail salió llevando un chaleco largo teñido de turquesa encima del pecho desnudo, todo lo que pudo hacer Shane fue evitar parlotear como un tonto.
—Entonces, em... —Su lengua se quedó petrificada en el fondo de su garganta y se le ocurrió que había cosas peores que parlotear.
—¿Eres el hermano mayor de Kimmy? —preguntó Mikhail tras una pausa incómoda.
—Mellizo —le dijo Shane, preguntándose si debería sentirse ofendido.
Mikhail parpadeó y le miró como si fuera la primera vez que lo hacía.
—No os parecéis en nada —afirmó tomando aire, y Shane sintió cómo se le sonrojaban las mejillas.
—Ella siempre ha sido muy grácil. —Tuvo que apartar la vista—. Ropa. ¿Qué tipo de ropa debería comprar?
—¡Eres grácil! —dijo Mikhail, sorprendiéndole por completo—. Pero te mueves como si tuvieras que ir a algún sitio. Ella se mueve como si el mundo fuera a acudir a ella.
—¡Lo he oído! —gritó Kimmy desde la tienda, y Mikhail puso los ojos en blanco.
—¡Eso espero! —respondió—. Tu hermano está aquí y quiere ir de compras, y tú estás malgastando tu descanso tratando de hacer que las tetas se te vean más grandes. Son pequeñas. Alégrate. No te estorban.
—Mira, rusito capullo y mariquita, tengo cuarenta minutos hasta mi siguiente actuación y tengo que convertirme en una maldita campesina, ¿así que podrías dejarme en paz?
—Si tienes que disfrazarte como una jodida campesina, te sugiero que llames a Kurt para que venga, porque la única parte que vas a conseguir es la de “jodida”. Ahora saca el culo de ahí, chica tonta, y reúnete con tu familia. —Mikhail le dirigió a la tienda una mirada malhumorada—. Es imperdonable. Se ha pasado la semana sin hablar de otra cosa excepto de que iba a verte, y ahora se esconde ahí como si fuera una niña asustada...
—¡No me estoy escondiendo! —soltó Kimmy, saliendo de la tienda mientras ataba la parte frontal de su corpiño, pero le dirigió a Shane una mirada de reojo, la clase de mirada que Shane reconoció de la infancia y que decía que solo estaba diciendo la mitad de la verdad.
—Ya no —dijo Mikhail, y su boca, pequeña y enfurruñada, se curvó en una sonrisa ladeada con aires de suficiencia.
Shane tuvo que reír.
—¿Has trabajado con ella antes?
Mikhail se encogió de hombros.
—He sido substituto en su compañía muchas veces. Se comporta como una hermana; creo que necesita un hermano de verdad a quien dedicar toda su atención.
Kimmy se sonrojó y cogió el brazo de Shane.
—Bueno, entonces deja que me ponga a ello —dijo con brusquedad, pero tampoco le devolvió la mirada a Shane.
—¿Quieres venir? —¡Dios santo! No podía creer que hubiese dicho eso. Le salió casi natural, como si fuera otra persona por completo. Casi como si estuviera hablando con Deacon o Crick.
Parecía que Mikhail iba a decir «no», y Kimmy dijo:
—Por favor, Mikhail; nunca paseas por la feria. ¡Siempre te quedas en la tienda escuchando música!
Shane oyó el pequeño suspiro de éste cuando se colocó a su lado.
—No tengo dinero para la feria —murmuró, pero se animó en seguida—. Pero no me estoy gastando mi dinero, ¿no? —Le dirigió una sonrisa resplandeciente a Shane—. Me estoy gastando el tuyo. ¡Perfecto!, ¡esto debería ser muy divertido!
Shane tuvo que reírse.
—Me alegra ser de ayuda. —Dejó que Kimmy le guiase más allá de las tiendas que ocupaban los artistas (bastante cerca de los baños, se percató con una mueca) hasta la feria propiamente dicha. Se orientó rápidamente: estaba planificado en un círculo simple, con el patio de la comida formando un callejón sin salida en un lado y la zona de justas en el otro.
—Mantén la mierda de caballo bien lejos de la comida —observó Shane pensativo, y Mikhail sonrió.
—¿Sabes algo sobre caballos? Venga, entremos aquí.
Shane dejó que lo llevarán hasta una tienda amplia llena de lo que parecía ropa de algodón cosida a máquina, que lo empujaran hasta una esquina y le dijeran que se quedase allí. Kimmy y Mikhail dieron vueltas por la tienda, enseñándole pantalones (tanto ajustados como anchos) y camisas de varios colores.
—¡Blanco! —dijo Shane llegados a cierto punto—. Sé que hay millones de colores para camisas...
—Túnicas —sugirió Mikhail.
—Lo que sea, pero quiero blanco.
—El dorado combina con tu color de piel —dijo el pequeño bailarín, sosteniendo en alto una camisa... túnica... de un dorado brillante bajo la barbilla de Shane para ver cómo le quedaba.
—¡Pero el blanco queda mejor con un chaleco de cuero negro! —dijo Shane con firmeza, y al ver cómo los ojos de Mikhail se iluminaron se le nubló la vista.
—¿Quieres un jubón de cuero? ¿Cómo un guardia o un malhechor?
—¿Un guardia? —dijo Shane, tratando de recordar qué era eso—. Sí; soy policía. Puedo disfrazarme de guardia... pero necesito una camisa blanca bajo el... ¿jubón? ¿De verdad? ¿Así se llama? —Porque sonaba como a algo muy sucio, y quería asegurarse de que lo había oído bien.
—Da —asintió Mikhail con sinceridad; pero sus ojos grises brillaban, y Shane hizo una mueca. El pequeño cabronazo sabía exactamente lo que él no quería decir. Intentó responder con una réplica inteligente pero no lo consiguió; cualquier cosa excepto imaginarse a Mikhail… eh... jugando, y entonces, Kimmy cayó en la cuenta de lo que había dicho su hermano.
—¿Qué eres qué? —preguntó horrorizada.
—Policía; te lo dije, Kim. Por eso me mudé a Levee Oaks: cuando acepté el trabajo.
—Cabrón —dijo, con voz apagada.
—¡Kimmy! —protestó Mikhail, porque a diferencia de las bromas anteriores, sonaba como si lo dijera realmente como un insulto en esa ocasión.
—¿Estás intentando que vuelvan a dispararte? —Shane oyó el temblor en su voz y se sintió mal.
—En realidad no, Kim. No estaba intentando que me disparasen la última vez, si recuerdo bien.
—¿Te dispararon? ¡Creía que habías dicho que trabajabas con caballos! —Y a su favor, Mikhail también sonaba preocupado.
—Mis amigos trabajan con caballos. Y la verdad es que no me dispararon —les dijo Shane a ambos—. No te disparan si el Kevlar aguanta; más bien disparan hacia ti, ¿no?
Kimmy se puso la mano sobre el estómago, bastante apretado por la correa de cuero de su corpiño de flores rojas.
—No es divertido, idiota. Estuviste en el hospital un mes...
—¿Un mes? ¿Y no recibiste ningún disparo?
Shane se encogió de hombros y puso los ojos en blanco; no había querido sacar ese tema, al menos no ese día.
—Sí, bueno, ¿quién necesita un bazo, verdad? Por lo que tengo entendido, no sirven para mucho. Mikhail, ¿quieres una camisa? —Sostuvo en alto una camisa negra con lazos en un cuello con forma de uve y Mikhail la cogió, aturdido.
—Es muy bonita... ¿Te quitaron el bazo?
Oh, Dios. Shane había estado presente durante las cenas en las que habían acorralado a Deacon cuestionándole sobre su peso o diciéndole que trabajaba demasiado o que tenía demasiadas cosas a su cargo. Había visto como enrojecía e intentaba desviar todos y cada uno de los intentos de sacar el tema de su salud de manera seria, y como se había cabreado.
Ahora entendía como se sentía Deacon.
—Mirad —dijo en voz baja, para que supieran que había oído su preocupación y no sus cortantes palabras—. Estoy bien. Trabajo en una zona residencial periférica de un lugar que es veinte veces más pequeño que Los Ángeles. Es como pasar de la Interpol a guardia de seguridad de un centro comercial; me lo tomo con calma, así que no os preocupéis, ¿de acuerdo?
—¿Que no me preocupe? —preguntó Kimmy con amargura—. ¡Cuando te envié flores, tenían serias dudas sobre si ibas a sobrevivir o no, maldita sea!
—¿No fuiste a visitarlo? —preguntó Mikhail con dureza, y Kimmy saltó.
—Estaba en rehabilitación, ¿vale?
Shane parpadeó.
—¿Rehabilitación?
Y esta vez fue Kimmy quien se sonrojó y le lanzó unos pantalones con brusquedad. Shane se percató débilmente de que su pequeña esquina de la tienda se había vaciado bastante rápido, y se sintió culpable.
—Cosa que iba a decirte cuando llegases, ¡pero entonces has tenido que ir y decirme que estás intentando matarte sin el colocón!
—No seas dramática, querida. —Shane dejó la ropa que tenía entre los brazos y tomó sus manos entre las suyas—. Mira... qué tal si te calmas, dejas que me cambie y en algún momento en que no tengamos público hablamos sobre esto, ¿de acuerdo?
Kimmy miró alrededor y rió temblorosa.
—Lo siento... Sé lo poco que te gustan las escenas. Solo que... —Y apartó la vista, avergonzada—. Quería explicarlo, ¿sabes? Una cosa que hay que hacer cuando se está limpio es explicárselo a la gente a la que has hecho daño, y... no fui a visitarte.
Shane se encogió de hombros, honestamente sorprendido.
—No te preocupes, Kim. Enviaste las únicas flores que había en esa maldita habitación. Todo está bien. ¿Puedo ir ahora a probarme todo esto? ¡Quiero encontrar la tienda que vende el cuero!
—Sí, vale —sorbió Kimmy, mirando por encima de su hombro. Ella también quería librarse de la escena, eso estaba más claro como el agua—. Toma esto; deja que vaya a buscar alguna camisa de chica. Algunas de las cosas de tu lista están aquí.
—Me gusta el cuero —dijo Mikhail cuando ella se hubo ido. Había una sonrisa juguetona en su boca, muy acostumbrada a hacer mohines. Y fue turno de Shane de sonrojarse.
—Rozaduras —murmuró, recordando una experiencia con una antigua novia.
—No si no lo llevas durante demasiado tiempo —dijo Mikhail alegremente, y Shane tuvo que reírse.
—Pruébate esa camisa —dijo, y Mikhail la miró, juzgándola.
—Es pequeña... Sé que quedará bien —comentó con seguridad—. Pero no tengo dinero.
—¿Te gusta al menos el color? —preguntó Shane, algo exasperado.
—Queda bastante bien con mi jubón y mis pantalones —admitió, y Shane puso los ojos en blanco. «Venga ya... eso por intentar hacer algo agradable por alguien». De acuerdo; eso no era del todo cierto. La verdad era que realmente quería ver a Mikhail con esa camisa puesta. Lo miró algo incómodo durante un momento y se sonrojó. No era que verle sin ella también sería una delicia.
Mikhail se percató de esa mirada y también se sonrojó. Sonrió, arqueando las cejas y con una expresión muy pícara.
—Si quieres ver cómo me queda, me la probaré.
—Gracias —murmuró Shane, y a continuación desapareció en su probador. Eran poco más que cubículos con cortinas y sabía que a duras penas podía evitar que su cuerpo grande y torpe sobrepasara los límites de su espacio. Cuando Mikhail y él chocaron trasero contra trasero a través de la cortina y su cuerpo, al que se le había negado contacto durante tanto tiempo, empezó a despertarse y a mostrar algo de interés, Shane supo que tenía que mantener algo de conversación.
—Em, ese Kurt del que Kimmy habla... ¿es un chico agradable?
—No —dijo Mikhail en una palabra—. En primer lugar, no ha dejado de consumir y, en segundo lugar, trata a tu hermana como si fuera una mierda. ¿De verdad te dispararon?
—¿Que él qué? —Shane se dio la vuelta y apartó la cortina y, a continuación, volvió a cerrarla con brusquedad—. No me has dicho que ibas a probarte también unos pantalones —murmuró, retrocediendo contra el divisorio de contrachapado que formada el lado sólido del cubículo. El chico tampoco había mencionado que iba sin ropa interior.
—No me lo has preguntado —llegó la afable respuesta—. Actúas como si no hubieras visto nunca a otro hombre desnudo. ¿He de entender que eso no es cierto?
—Una vez —soltó Shane, mirando la cortina con fiereza y deseando poder quitarse de la cabeza la imagen de Mikhail, todo piel suave y morena y cabello rubio pálido en la entrepierna y en el centro del pecho. Esa imagen le estaba volviendo estúpido—. Pero no estábamos hablando de eso. Mi hermana... ¿Estás diciendo que lo de Kurt no es una buena idea?
—También me tima con las propinas —murmuró Mikhail, y añadió más alegre—: pero no hay problema; tiré la mitad de su alijo por el retrete y lo reemplacé con bicarbonato. Que se joda.
—Señor —murmuró Shane—. Ella estaba tan orgullosa de tenerlo todo bajo control.
—Y no te visitó en el hospital. —Mikhail todavía hablaba; parecía que lo hacía consigo mismo—. ¿Por qué fue culpa tuya que te disparasen?
—No fue culpa mía. —Shane se dio cuenta de repente. Hablar con ese hombre era como seguir a un gatito con una madeja de hilo. Le iba a llevar a un montón de lugares enredados antes de desenmarañarlo y ordenarlo todo—. Deja de perseguir la lana —murmuró— y sigamos hablando de Kimmy.
—Tu hermana te quiere —dijo Mikhail, y la cortina se movió cuando salió del probador—. Ahora no estoy desnudo; ¿te importaría mirarme?
—¡Todavía no estoy vestido! ¡Dame un segundo! —Shane guardó silencio durante un momento (Mikhail le estaba distrayendo por completo) y se esforzó por meterse en los pantalones y la túnica. Salió del probador y se detuvo.
Mikhail llevaba la camisa negra con un chaleco turquesa y unos pantalones negros nuevos, y se veía...
—Atractivo como un gato —dijo Shane sin querer, y quiso golpearse la cabeza contra el poste que sostenía toda la tienda.
—Uno que persigue madejas de palabras —terminó Mikhail por él, al parecer complacido—. Y tu hermana... está orgullosa de su vida aquí. Kurt es... no es una parte buena de ella, pero es solo una parte. Ella quiere que veas que es feliz. Eso es todo; no tiene por qué encantarte la única adicción que todavía tiene, ¿no?
—Todavía no conozco a ese tipo —dijo Shane, mirando alrededor. Toda la tienda, todas las paredes, estaban llenas de ropas colgadas ordenadamente de ganchos suspendidos de unas barras de sujeción. Un montón de ropa pero ni un maldito jubón de cuero.
—Tenemos que ir a otro sitio para buscar los pantalones —dijo Mikhail revisándolo, y Shane bajó la vista a los pantalones anchos que acababa de ponerse.
—¿Qué tienen estos de malo?
—Son sueltos.
—Son cómodos —dijo Shane, moviendo las caderas dentro del hueco y pensando que aquella podía ser una manera muy agradable de ir disfrazado.
Mikhail frunció el ceño y tiró de la tela a la altura de las caderas de Shane, haciendo que los pantalones se tensaran alrededor de su entrepierna. Alzó la vista hacia Shane y sonrió con complicidad.
—Hay otro estilo que es ajustado; estarás muy bien con él.
—No me gusta ir marcando —gruñó Shane, dejando la tela suelta y quitándosela de las manos. Mikhail le sonrió de oreja a oreja.
—Supongo que no te gusta porque solo has tenido un amante. —Sonrió con todos los dientes y Shane puso los ojos en blanco.
—Un hombre —dijo con énfasis—. También he tenido mujeres.
Los ojos de Mikhail se entrecerraron como si no le gustara la idea de tener competencia.
—¿Te gustaban? —preguntó burlón, y Shane sintió la necesidad de aclarar algunas cosas muy personales de su vida.
—Me gustaban muchísimo —dijo con firmeza—. Simplemente tengo una polla que da las mismas oportunidades a unos y a otros, eso es todo.
Una esquina de aquella boquita mohína se levantó en una mueca sarcástica de desprecio.
—Entonces, ¿por qué tan pocos amantes?
Shane hizo una mueca.
—Porque tengo un corazón de una sola ocasión, ¿de acuerdo? Ahora deja que me ponga los vaqueros y que pague nuestra ropa.
Mikhail abrió la boca por la sorpresa, seguido de algo parecido al escándalo.
—¡No voy a dormir con tu “polla de oportunidades iguales” solo porque me compres ropa! —protestó, y Shane puso los ojos en blanco.
—Me decepcionaría si lo hicieras. Solo me apetece ser agradable. Ahora cállate o cambiaré de idea bastante rápido. —Y con eso entró en el probador para cambiarse.
Cuando hubo terminado con la ropa (se dejó la túnica puesta, se quitó los pantalones, se puso los tejanos, dobló la camiseta) varias cosas se habían aclarado en su mente.
Una era que Kimmy le necesitaba. Puede que no lo admitiese —y puede que ni siquiera estuviera preparada para dejar que le ayudara— pero él sabía sin ninguna duda que le necesitaba. Era su única familia y ahí estaba la razón por la que ella había empezado a mantener el contacto, aunque no le hubiese pedido ayuda cuando pasaba por una mala época. Él tenía que permanecer a su lado, exactamente igual que Deacon y Crick estaban ahí por él.
Otra cosa era que estaba fuera de su elemento, por mucho, con Mikhail. Ese hombre era... hermoso, y rápido, y divertido, y muy, muy pagado de sí mismo. Shane no acertaba a entender cómo podía hacer que la arrogancia fuera atractiva pero le gustaba mucho. Mucho.
Y la tercera cosa, la que no se le ocurrió hasta que no se acercó a su hermana y a Mikhail mientras ellos levantaban las alas de hada y los vestidos de niñas y de chicas que quería comprar para Parry Angel y Benny, fue que Mikhail había sabido exactamente lo que había querido decir cuando pensaba en gatitos y madejas.
Se preguntó si podría clonar esa habilidad e inyectársela a alguien que no fuera tan atractivo, alguien que no te cortara la respiración con solo mirarlo.