Capítulo 3
«Ella no miente, ella no miente, ella no miente...». “Cocaine” —Eric Clapton.
—ENTONCES —dijo Shane significativamente cuando volvieron a ponerse en movimiento. El vendedor les estaba guardado su enorme bolsa de compras para Benny y Parry Angel, y tenía que admitir que si no hubiese tenido una montaña de dinero guardado para toda la vida, con lo que se acababa de gastar, habría tenido para estar un año comiendo Top Ramen. Pero todo iba bien; tenía una camisa, iba camino de comprarse más cosas bastante caras para ir a juego con la feria y, aunque había sido difícil, Kimmy y él habían tenido su primera conversación seria desde que ella discutió con sus padres. (Shane no había necesitado discutir con ellos. Sencillamente se había apuntado a la academia y se había marchado de casa. Pero Kimmy había necesitado su dinero para continuar con la danza; había sido diferente.)
—¿Entonces? —Kimmy iba agarrada de su brazo y le estaba llevando a algún lugar concreto. No se explicaba cómo Mikhail y ella podían conocer a todos los vendedores y los diferentes tipos de ropa que vendían, pero había oído la apresurada conversación que habían mantenido mientras él pagaba las compras. «¿Vamos a X?». «No, no tienen esto, ni esto ni esto». «¿Qué tal Y?». «Sí, pero es un completo idiota». «¿Qué tal Z?». «Perfecto. Y después podemos ir a X-sub-1 a por esto y esto». «Excelente. Tenemos un plan».
Shane se contentaba con dejarse llevar por la feria, rodeado de gente disfrazada que intentaba imitar el inglés antiguo con pobres resultados, felices por estar en otra parte, en cualquier parte que no fuera sus ordinarias vidas.
—¿Hay algo que quieras decirme, Kim? —le preguntó suavemente, y ella suspiró.
—Sí. La cocaína fue bastante devastadora. Llevo limpia desde rehabilitación, pero... —Se encogió de hombros—. Empecé cuando era muy joven, ¿sabes? Te mantiene despierta, te mantiene delgada... es algo así como una situación ganadora pase lo que pase, hasta que te das cuenta de que te has gastado todas tus propinas en eso y no tienes ningún sitio donde dormir. Llamé a mamá para que me dejase dinero y poder ir con estilo a uno de esos sitios especiales donde te tratan y te cuidan con toda esa parafernalia pero, el mayor problema fue que…
—¿Sí? —preguntó Shane, esquivando a un par de niños que perseguían a sus padres. La niña llevaba un vestido demasiado grande y llevaba la cola remetida en el cuello, enseñando un culo regordete con ropa interior de Campanilla. Shane pensó en Parry Angel y suspiró de cariño.
—El mayor problema fue que, simplemente, me sentí sola. Realmente sola.
Shane se giró hacia ella y recordó cuando eran niños. Su casa había sido fría y solitaria, y al final del día cada uno se retiraba a su propia habitación. Shane se iba con sus libros y sus historias y Kimmy a su danza, y ambos forjaron mundos personales y ajenos donde el dolor era distante y cada uno podía ser el héroe de sus propias historias.
Shane recordó algo de repente.
—Volví a casa después del hospital —dijo—, y fui a mi apartamento, y eran… eran cuatro paredes blancas y un par de pósters de conciertos. Decidí que fuera lo que fuera lo que hiciese, la próxima vez que me disparasen quería que alguien me echase de menos.
—Yo te echaría de menos, Shaney —le dijo Kimmy de todo corazón, Shane le sonrió y ambos supieron que era la sonrisa perdida y solitaria de su infancia.
—Te he echado de menos, Kimmy —dijo con sinceridad, y el labio inferior de ella tembló.
—Solía ser tan mala contigo… —murmuró—. Te llamaba todas aquellas cosas horribles y me reía de ti, pero estaba en rehabilitación y tú en... cirugía, y pensaba una y otra vez que eras mi única familia y que ni siquiera sabías que me importabas y que eso no estaba bien.
Shane apartó la vista por un momento y se dio cuenta de que Mikhail estaba de pie, sin hacer nada, delante de la tienda de otro sastre, esperando con paciencia a que terminaran sus tonterías personales. Vio como se reactivaba, ladeaba la cabeza como si estuviera escuchando, soltaba una maldición y corría hacia ellos de mala gana.
—Kimmy, lubime, vas a llegar a tarde, ¡y entonces el idiota de tu novio me gritará! ¡Tienes que darte prisa!
Kimmy se secó las mejillas e hizo una mueca.
—Mira, Shaney... No tienes que venir a esta; es una actuación de conjunto y... Vale, no voy a ser el centro de atención, así que tienes mi permiso para saltártela, ¿vale? Ve a comprar con Mikhail por aquí y reúnete con nosotros en la zona de justas dentro de una hora...
—No es tiempo suficiente, lubime —dijo Mikhail con decisión—. Nos encontraremos antes de que abran el telón.
—¡Mikhail! —protestó ella entre risas—.¡Es mi invitado!
—Y yo quiero tenerlo para mí una hora o dos. Déjalo ya, mujer-vaca, y ve a bailar.
—Capullo —murmuró ella con amargura, pero volvió a hacer una mueca, le dio a Shane un beso rápido en la mejilla y gritó «¡No lleguéis tarde!», antes de desaparecer entre la multitud.
Mikhail la miró marcharse con una mezcla de diversión y satisfacción, y después se giró hacia Shane, le cogió la mano y dijo:
—El tiempo es nuestro, hermano de Kimmy. Vayamos a gastar tu dinero de manera frívola y a hablar un poco más de gatitos y madejas.
Shane miró perplejo sus manos entrelazadas bajo la luz densa y dorada de octubre.
—Bonito día, pero no estación —dijo, preguntándose si Mikhail le seguiría también esa vez.
Éste tiró imperiosamente de su mano, y Shane se encontró con un par de especulativos ojos grises.
—Nada de estaciones. Solo días. —Su voz era pausada y directa; quería que Shane le entendiera, y Shane le entendía pero no por ello estaba de acuerdo.
—No hago noches a secas —dijo, entrecerrando los ojos—. Tengo un corazón de una sola ocasión, ¿recuerdas?
Mikhail frunció su boca mohína y resopló, frustrado. A continuación sonrió con aire de suficiencia.
—Bonito día —dijo simplemente—. Iré de la mano con un hombre atractivo en un bonito día y disfrutaremos de la feria. ¿De acuerdo?
Shane sonrió, y aunque nunca se había considerado a sí mismo la clase de hombre que mantenía secretos, debía de haber algo enigmático en su expresión, porque los ojos de Mikhail se entrecerraron.
—Vamos, Mickey —dijo Shane, disfrutando inmensamente la intensa mirada de enfado de Mikhail. Jamás tenía la última palabra—. Tenemos compras que hacer.
—No soy un ratón de dibujos animados —dijo Mikhail con desdén mientras entraban en el interior con sombra de una barraca.
Shane rió y empezó a cantar una antigua y emblemática canción pop, que enlazaba con lo que acababa de decir.
—“Oh, Mickey, estás tan bien, estás tan bien que me haces perder la cabeza, ¡Hey, Mick-ey! ¡Hey, Mickey!”
Mikhail le dedicó una inspiración desdeñosa, frunció el labio superior y se encogió de hombros. Shane supo que estaba encantado.
—Entonces —preguntó Mikhail mientras Shane estaba en otro probador y se abrochaba los corchetes del costado de unos pantalones más que ajustados.
—¿Entonces qué? —Joder. Iba a necesitar una talla más grande. Los abrochó de todos modos y empezó a probarse los jubones. «Sí, amigo, sabes con lo que te gustaría estar jugando. Cállate; estoy intentando no parecer un completo estúpido riéndome de una broma que ya ha terminado».
—¿Entonces cómo te dispararon? —La voz de Mikhail sonaba apagada mientras buscaba entre los estantes de ropa el juego perfecto de pantalones y jubón o chaleco para completar el disfraz de Shane. (Shane comprendió que iba a tener que empezar a visitar las ferias de manera regular para no sentirse como un idiota por tener sin usar toda esa ropa.)
—Del mismo modo que a la mayoría de la gente: alguien apunta con un arma y aprieta el gatillo. —Con esa respuesta vaga, alzó la vista hacia el espejo y echó un vistazo. Vaya; algunas partes de su cuerpo simplemente no necesitaba tanta definición. Suspiró y asomó la cabeza desde el probador—. Estoy demasiado gordo para esta cosa, Mickey; ¿podrías buscarme una talla extra grande?
Fue recibido por ojos grises y helados de hielo.
—No sé qué es más irritante, que no respondas a una pregunta o que creas que estás gordo. —Mikhail estiró la mano con descaro y pellizcó el estómago de Shane. Éste dio un gruñido y se lanzó hacia atrás, tirando la ropa de los colgadores cuando chocó contra ellos. Mikhail siguió mirándole, fulminante, sin importarle en absoluto—. Eso no es grasa, es piel. Eres un hombre grande pero no estás gordo. Ahora quítate esa ropa y responde a la pregunta, hombre detestable; solo quiero saber si vas a morir pronto.
Shane puso los ojos en blanco e intentó agacharse a recoger la ropa con aquellos pantalones excesivamente ajustados. Se enderezó antes de que pudiesen desgarrarse y Mikhail puso los ojos en blanco y lo mandó de vuelta al probador, inclinándose para recoger la ropa que se había caído con la misma elegancia sobrenatural que mostraba en todo lo que hacía.
—No intentes cambiar de tema... ¡ahora cámbiate!
—Eres un pequeño gilipollas mandón, ¿no? —murmuró Shane, pero estuvo encantado de todas formas.
—Voy a dejarte ahí desnudo a menos que empieces a hablar. —La voz de Mikhail sonó esta vez dulce como la miel, y Shane suspiró.
—¿Has escuchado alguna vez la expresión “pared azul” que utiliza la gente para referirse a las fuerzas policiales? —preguntó, deshaciendo los lazos del jubón y sacándoselo por la cabeza.
—Da —murmuró Mikhail. Shane oyó el sonido metálico de las perchas mientras lo ordenaba todo.
—Bien, pues digamos que un ladrillo rosa en esa pared resulta inapropiado.
Hubo un silencio para digerir la idea.
—¿Estás seguro de que no eres un ladrillo púrpura? —preguntó Mikhail con el suficiente borde de mala leche como para hacer que Shane asomara la cabeza con curiosidad.
—Eso te molesta de verdad, ¿no?
Mikhail le miró de reojo y volvió a meterlo dentro.
—Date prisa y dame esa ropa para que pueda darte algo que te vaya bien. Y sí. Me molesta. Hay demasiados hombres estúpidos diciendo: «Inclínate, chico, y dame eso... ¡pero no soy un marica, tengo esposa!».
Shane se quitó las dos prendas y las puso en las perchas durante el silencio que hubo a continuación y, después, sacó la cabeza del probador, sosteniendo las perchas. Cuando Mikhail extendió la mano para cogerlas, Shane se la agarró para asegurarse de tener toda su atención.
—También me gustan las mujeres —dijo en voz baja—. Son suaves, tienen pechos, huelen bien... ¿qué hay que pueda no gustar? Pero eso no me hace menos bueno en la cama cuando estoy con un hombre. Unos cuerpos juntos son unos cuerpos juntos... y unos corazones juntos son corazones de cualquier manera. No voy a pedir disculpas por lo que soy, como tampoco tú deberías hacerlo.
—Corazones y corazones —dijo Mikhail, como si la idea fuera demasiado fantasiosa como para contemplarla—. Ten, pruébate estos. Y todavía no has respondido a mi pregunta.
—El problema con la mayoría de los policías —dijo Shane, poniéndose el jubón y preguntándose si iba a perder a ese chico por dar demasiadas explicaciones—, es que les gusta ver las cosas en blanco y negro... o en azul y rosa. No hay púrpura. Una puta es una puta; nunca es una adolescente tratando de mantener a un bebé. Un pandillero es un pandillero; nunca es un chaval tratando de mantener a su familia unida. Un adicto es un adicto; nunca es un niño perdido que necesita algo de ayuda para arreglar sus problemas, ¿sabes? Así que... soy un ladrillo rosa. No uno púrpura que pueda fundirse con la pared; soy una abominación y tienen que llevarme hasta un callejón oscuro para que me dispararen los malos. —Suspiró. El otro lado de la cortina se quedó horriblemente silencioso. Lo había perdido; su rareza congénita había hecho que se alejara de él—. Sabes... porque un policía es un policía, nunca es un matón paleto y homófobo guiado por sus propios intereses.
Shane abrió la cortina, listo para admitir que la ropa que se había puesto no iba a desgarrarse si se inclinaba, y se sorprendió al ver a Mikhail mirándole fijamente con unos ojos enormes y brillantes.
—¿Eso piensas?
—¿A qué parte te refieres? ¿A la parte de verdad o a la sarcástica?
—La de verdad; donde la gente de la calle es gente y no... basura. ¿Lo crees? —La voz entrecortada y con acento de Mikhail se había vuelto más densa y el tono arrogante se había suavizado por completo. Sus labios gruesos prácticamente temblaban.
Shane estaba sorprendido.
—Bueno, sí. Algunas de las personas más amables que he visto han estado en la calle. Algunas de las cosas… —Shane movió las manos; Dios, era horrible con las palabras—, más tiernas que he visto han sido entre personas que no tenían nada que perder y que se aferraban las unas a las otras.
Mikhail apartó la vista y no fue imaginación de Shane: le temblaba la barbilla.
—Pensabas así y encima eras un ladrillo rosa, así que intentaron aplastarte. Cabrones.
Shane extendió una mano torpemente; para apoyarla en la mejilla de Mikhail, para apretarle el hombro. No estaba seguro de para qué, pero no importó. El bailarín dio un paso atrás, frunció los labios y, de repente, era otra vez el pequeño y perverso presumido que había anunciado que solo iba a ser solo un día en la feria en compañía de un hombre atractivo.
—La talla es buena, pero el color es una mierda. Quítatelos. Tengo un look completamente diferente para ti.
—Mikhail...
—¿Te he dicho que fuera a contarte la historia de mi vida? No seré yo quien lo haga. ¡Ahora muévete!
Shane hizo lo que se le ordenaba y se abstuvo de señalar que él le había exigido precisamente eso, que le contara la historia de su vida. Una hora más tarde estaban andando deprisa a través de la multitud, intentando no llegar tarde, y la estimación de Shane de cuánto dinero podía gastar había crecido considerablemente.
Llevaba unos pantalones negros ajustados sujetos por un faldón que iba desde su entrepierna hasta ambos lados de sus caderas, la camisa blanca que quería por encima y un jubón de cuero encima. Mikhail le había quitado de la cabeza la idea de que fuera negro, y el chaleco con lazadas y mangas ranglán era de un tono oro básico con parches verdes en los hombros. Todo el conjunto se unía con un cinturón marrón tachonado con una pequeña bolsa de cuero para llevar la cartera colgada del costado. Tenía un sombrero de cuero verde exactamente como el que siempre había imaginado que llevaría Robin Hood y un par de botas de cuero suave que le llegaban a las pantorrillas.
La montaña de cosas que acababa de guardar en el remolque de su coche era suficiente como para hacer palidecer el baúl marca Tickle de una niña de preescolar de familia acomodada.
De hecho, había sido el dragón el que había estado a punto de hacerles llegar tarde.
Estaban preparándose para ir a recoger las bolsas que habían dejado a cargo de varios vendedores —muchas de ellas con vestidos, sombreros, jabón, perfume, CDs y cuadros para Benny y Parry Angel, además de una vidriera espectacular empaquetada que se había comprado para él mismo— cuando pasaron al lado de una gran barraca en la esquina que vendía marionetas de peluche y Shane se enamoró.
—El dragón rojo de tres cabezas —dijo, antes de poder detenerse. Y puesto que estaba gastando dinero... —Y el azul también. Y el juego de marionetas de dedo con los animales pequeños... ¡y los ángeles! —Eran perfectos. Tenían el cabello marrón rizado y los ojos azules, exactamente como Parry Angel y Lila, el bebé de Jon y Amy.
Shane había soltado su tarjeta de crédito y, al girarse, se encontró con los ojos de Mikhail que le miraba divertido, con los brazos cruzados sobre el pecho y la cadera algo ladeada.
—¿Te estás esforzando por conseguir alguna clase de premio? —le había preguntado, y Shane se sonrojó.
—A veces lo único que te ayuda a sobrevivir cuando eres niño es un mundo diferente donde puedas ser un niño —murmuró, cogiendo las gigantescas bolsas de papel llenas de juguetes caros que le entregaba un tendero encantado.
Se giró hacia Mikhail y se sorprendió al volver a encontrar la suave expresión y la repentina vulnerabilidad que había visto antes en la tienda de ropa.
—Para mí fue el baile —dijo en voz baja, y Shane sonrió.
—Eres un bailarín hermoso —le dijo con total sinceridad. Su rostro de pómulos altos mostró una expresión de lejanía y fragilidad.
—Es muy amable de tu parte —dijo, medio avergonzado—. Vamos, llegamos tarde.
Así que allí estaban, corriendo y llegando tarde, y Shane tuvo que preguntárselo. ¿Qué escondía ese pequeño rostro delgado y triangular en esos momentos en los que Mikhail parecía un fino panel de cristal a punto de hacerse pedazos?
La segunda actuación de Mikhail y Kimmy no fue menos sorprendente que la primera. De hecho, mientras Shane estaba de pie bajo el sol observando a Mikhail extender su increíble cuerpo y usar el attrezzo que colgaba del arco para nadar en el aire como podría hacerlo un pez en el agua, estaba todavía más atractivo.
Shane cayó en la cuenta de que le había tenido cogida la mano de ese hombre casi una hora. Le empezaron a sudar las manos mientras la respiración le taladraba el pecho. Unos puntos empezaban a bailar frente a sus ojos.
El. Mejor. Día. De. Todos.
Incluso sabía dónde trabajaba; y no estaba lejos de Levee Oaks.
—¿Citrus Heights? —le había preguntado Shane por encima de una cuchara llena de helado con sabor a lima—. ¿Qué parte de Citrus Heights?
—En la esquina de Greenback y Sylvan —le había dicho Mikhail. Shane le había comprado un helado de limón, pero con la cuchara cogía pedazos del de Shane. Éste le dejaba.
—Conozco el sitio; El Coche Czar, ¿verdad?
Mikhail sonrió.
—Da; los dueños son en su mayoría rusos. Hay un estudio de baile en la zona de atrás. Enseño allí cuatro noches a la semana.
—¿Y trabajas en las ferias porque...?
Mikhail se había encogido de hombros, con sombras de oscuridad en los ojos.
—Estoy ahorrando para una cosa. Además... esto son actuaciones de verdad. La gente se alegra de estar aquí y yo les hago felices. Todo es perfecto.
Así que podía estar en las ferias algunos fines de semana, pero la mayoría de las noches estaba justo donde Shane podía encontrarle.
Le miró en ese momento, con las manos sudadas y jadeando levemente. Eso asumiendo que él quisiera que Shane le encontrase. La idea era fantástica, sorprendente, arrolladora y absurda.
Pero eso no evitó que sintiera la imprenta de esa mano delgada y de huesos firmes en la suya durante la mayor parte del resto del día.
La actuación terminó y Shane silbó entusiasmado. Kimmy le saludó desde su posición al frente y Mikhail alzó una ceja rubia de manera algo irónica y ladeó la cabeza como permitiendo a Shane que lo idolatrara. Shane puso los ojos en blanco e hizo exactamente eso.
Al cabo de un rato, la gente que depositó propinas se dispersó y Shane caminó hacia delante mientras Kimmy le echaba un vistazo, entusiasmada, a su nueva apariencia.
—Muy bonito, hermano. Tengo que decir que te queda mejor ir de Robin Hood que del sheriff de Nottingham, ¿verdad? Puede que quieras pensar en ello... —No terminó la frase deliberadamente pero Shane sacudió la cabeza.
—Si se te ocurre cualquier otra cosa a la que me pueda dedicar dímelo y lo pensaré —le dijo, y Brett, que había repetido una vez más su papel de Puck, dijo:
—¿Algún animal de pelaje peludo?
Shane se sonrojó; el vello de su pecho asomaba por el cuello en forma de uve de la camisa y era oscuro y rizado y...
Y Mikhail golpeó a Brett en la espinilla.
—Mejor un oso que un hurón —saltó, y Shane y Kimmy le miraron, sorprendidos.
—Pelea de novios —dijo Kimmy a modo de disculpa. Mikhail negó con la cabeza y se adelantó.
—Nyet. Para eso tendría que quererle y no es el caso. Venga; vayamos a ver a los caballos antes de que tengas que ir a actuar con el idiota de tu novio —dijo por encima del hombro.
—¡Mikhail! —Kimmy, que sonaba legítimamente sorprendida (y herida), miró a Shane como si éste pudiera salir con una respuesta.
Shane se encogió de hombros y permaneció a su lado mientras lo seguían a través del polvo y la muchedumbre, trotando para mantener su ritmo.
Mikhail frenó cuando pasaron junto a una barraca que Shane todavía no había visto, una que tenía pequeños viales de cristal con aceites aromáticos. Debía de tener predilección por los aromas, porque fue como si alguien le lanzara un lazo al cuello y tirase de él hacia la estantería. Arrugó la nariz —era una pequeña barraca apartada en una esquina—; los aceites estaban lo bastante alto como hacer que se pusiera de puntillas para alcanzarlos.
Kimmy le fulminó con la mirada y Shane la miró y suspiró. Se hizo a la idea de que hoy le tocaba a él moverse por haber sido nombrado el “hombre atractivo” del día.
—¿Tienen perfume tipo “bastardo ruso malhumorado”? —preguntó Shane, arrugando la nariz ante la variedad de la tienda. Había pequeños viales de cristal alineados encima de un soporte y cada uno de ellos tenía una varita de cristal dentro para oler el aroma. Shane escogió uno al azar y se acercó la varilla a la nariz—. Ewwww.
Mikhail alzó la vista mientras él volvía a dejar la varita y sonrió débilmente.
—Azúcar moreno. Demasiado dulce para ti. Necesitas algo más agresivo.
—¿Vampiro? —preguntó Shane, divertido. Eso es lo que decía el tubo de cristal.
Mikhail agitó la mano.
—No... Es seco y polvoriento. Y muerto. Tú estás muy vivo.
—También estoy muy confuso.
—Esto; madera de cedro. Esto huele como tú. —Mikhail sostuvo en alto una varita y Shane la olió con delicadeza.
—Si tú lo dices.
—Estoy avergonzado —dijo Mikhail de repente, y agarró la muñeca de Shane, dejando un poco de aceite sobre ella y volviendo a colocar la varita de cristal en el vial. Sacó otra de un recipiente etiquetado como “camomila” y lo frotó a lo largo de la misma franja de piel, sosteniendo después la muñeca bajo su nariz e inhalando, a la vez que cerraba los ojos ligeramente—. Esto es. —Alzó la vista hacia la propietaria de la tienda, una mujer mayor con el cabello recogido en una redecilla que formaba parte de su disfraz y una expresión bastante serena—. Dos viales; de color claro. Tres partes de cedro y una de camomila. No, no —le dijo a Shane, que estaba sacando su cartera—, ésto lo pago yo.
Shane alzó las cejas, pero dejó correr el tema.
—¿Has perdido los pantalones en público? ¿Por eso estás avergonzado?
La reluctancia con la que Mikhail curvó ligeramente su boca mohína hizo que la sonrisa fuera aún más encantadora.
—Estoy avergonzado porque él es un estúpido, porque he dormido con él y porque no merece respirar el mismo aire que tú. ¿Estás satisfecho ahora? ¿Deberíamos ponernos maquillaje y abrazarnos?
Las cejas de Shane le llegaron a la línea del cabello, y parpadeó.
—Al parecer nos vamos a quedar en el perfume —dijo después de un momento. La dueña le tendió a Mikhail dos viales sencillos de aceite aromático atados con cordones de cuero. Mikhail le dio uno a Shane.
—Huele como tú. Huele mejor cuando lo llevas tú. Ahora pásate el cordón por la cabeza y llévalo. Y vayamos a ver a los caballos, maldición.
Shane obedeció y miró a Kimmy cuando Mikhail le cogió de la mano. Ella alzó las cejas y se encogió de hombros, alcanzándolo mientras lo arrastraban a través de la muchedumbre polvorienta.
La zona de justas estaba montada en un callejón sin salida, lejos de la comida y los vendedores. Había cuadras provisionales preparadas con los caballos descansando dentro. El nombre de los establos se leía en un letrero de madera tallada colocado en la parte frontal de cada cuadra... Shane se acercó a los caballos y se rió un poco.
—Son más pequeños de lo que esperaba —le dijo a Kimmy que estuvo de acuerdo. Ella había sido la que había recibido clases de equitación cuando eran más jóvenes.
—Son más bajos y recios —dijo pensativa—. Parecidos a los ponis pero un poco más altos.
—Los que están en el cerco son más grandes —dijo Mikhail, señalando la cerca de justas. Había graderías a un lado, cubiertas con toldos para mantener al sol a raya y, sentada en el centro, había algo parecido a una familia real preparándose para mirar el espectáculo—. Tienen que ser criados para que sean robustos y puedan aguantar el peso de hombretones cubiertos de metal, pero, al mismo, deben ser dóciles...
—Porque eso haría perder los papeles a un caballo asustadizo —añadió Shane, mirando a la muchedumbre, a los hombres con armas y a todas las cosas que Deacon y Crick habrían dicho que resultarían peligrosas cerca de un caballo—. El caballo de Deacon, Shooting Star, ya habría matado a alguien si hubiese estado allí.
Mikhail se encogió de hombros.
—No sé cómo lo hacen —confesó. Estaba de pie, a más de un metro y medio por detrás de Shane y Kimmy mientras éstos estaban cerca de la cuadra, fijándose en los animales—. Ya son demasiado grandes.
—Tendré que presentarte a Angel Marie —dijo Shane con una risa. El caballo que tenía más cerca parecía que iba a comerle los dedos que colgaban de la barra de metal por encima de su testa, así que los apartó. Juntos, los tres empezaron a pasear hacia las gradas del lado más alejado. Llegaban temprano; quizás pudiesen conseguir un asiento resguardado del sol, el cual era terriblemente implacable a las tres de la tarde.
—¿Angel Marie? —preguntó Kimmy, riendo, y Shane se encogió de hombros.
—Tengo seis perros; él es el más grande.
—¿Llamaste a un perro macho “Angel Marie”? —Mikhail parecía divertido y Shane apartó la vista avergonzado.
—Tendrías que verlo; es como un cruce entre Gran Danés, Bullmastiff y Terranova. Es como si alguien hubiese ido a un concurso de perros, hubiese mezclado el ADN de varios perros grandes y Angel Marie fuese el resultado. Imaginé que era o Gorda Fea Culona Come Bebés O'Brian{1} o Angel Marie. Escogí Angel Marie.
Mikhail parpadeó durante un segundo y después sonrió. Fue una sonrisa completa, sin rastro de ironía, coquetería o de su permanente gesto de desprecio, y si Shane no hubiese estado ya en su mayor parte enamorado, esa sonrisa habría conseguido el efecto.
—He visto esa película; justo después de llegar a este país. Es muy divertida. —Y diciendo eso, cogió la mano de Shane de nuevo y los guió a las gradas, donde pasaron la siguiente hora mirando cómo los hombres con armaduras controlaban los caballos.
Shane no podía dejar de hablar de ellos mientras caminaban de regreso para ver a Kimmy hacer su último baile y donde por fin conocería al esquivo Kurt. Los llevaría a ambos a cenar.
—A Deacon le habría encantado —decía mientras se acercaban al escenario. Kimmy rodeó corriendo las balas de heno que estaban colocadas en fila para la audiencia para poder prepararse para la actuación—. Es realmente bueno domando caballos, ¡y le encantan los retos!
—Si no sabes nada sobre domar caballos, ¿cómo sabes que es bueno en eso? —preguntó Mikhail, y Shane encontró una bala de heno y se sentó antes de responder.
—Tienes que verlo en el cerco. Los caballos prácticamente le leen la mente. Apenas le oyes dar orden alguna o le ves hacer nada; nunca le he visto usar el látigo ni ninguna otra cosa. Y Shooting Star se supone que es la bruja más malvada y con peor mal genio que haya llevado jamás una silla de montar... He oído a gente que no ha estado en ese rancho en años hablar de ese caballo. Y Deacon la monta. Ella cree que fue él quien inventó el heno. Es bueno en su trabajo, eso es todo... Igual que Crick, pero a Crick se le da mejor hablar con la gente. Deacon vuelca todo eso en los caballos.
—¡Ya es suficiente! —gruñó Mikhail con amargura—. Me arrepiento de haberte preguntado. No quiero oír nada más sobre Deacon, el dios de los caballos. Sigamos hablando de Shane, el policía idiota con una cantidad absurda de perros.
—Y gatos.
—¿Gatos?
—También tengo seis.
—Lo que sea. Háblame de la persona que hace todo eso. —Shane pensó que cada vez era más difícil saber cuando Mikhail estaba siendo amable y cuando impaciente. Sonrió un poco. Era divertido hacerle enfadar pero era difícil responder esa pregunta.
Suspiró y se inclinó hacia delante, descansó los codos en las rodillas y miró alrededor para ver quién iba a asistir a esa actuación de toda la gente que había visto en la feria a lo largo del día. La familia que había visto en primer lugar —la que comprendía a los adolescentes, la niña pequeña, la madre algo gorda y el sufrido padre— estaba acurrucada en una esquina. Los niños mordisqueaban con aire taciturno unas galletas saladas y parecían exhaustos. Al igual que la madre y el padre, parecían agradables. El chico mayor todavía hablaba entusiasmado, y la madre sonrió a su enorme hijo y le tendió un montón de billetes de un dólar arrugados con una agitación de la mano. Uno de los propósitos parentales de no malcriar a la descendencia acababa de irse al traste junto con la determinación de no comerse otra galleta más.
Era una buena familia, pensó Shane, queriendo a esos completos desconocidos con todo su corazón.
—Shane, el policía idiota con una cantidad absurda de animales abandonados no es una persona tan interesante —dijo después de un momento—. En cambio, el tío Shane, indulgente y que malcría a los niños... tiene potencial para ser genial.
Mikhail se inclinó hacia delante, imitando su pose. No dijo nada, pero se movió ligeramente para que sus hombros se tocasen, al igual que los muslos. Se había quitado la camisa para la actuación y hacía calor, así que solo llevaba el pequeño chaleco turquesa. Shane era plenamente consciente del cuerpo musculado, bronceado y de piel suave, caliente y con olor a sudor, trabajo, cedro y camomila, que traspasaba su calidez a su propia piel a través de la ropa nueva.
Tuvo que sentarse erguido enseguida porque la parte inferior de su cuerpo se estaba despertando animada y ansiosa por buscar aventuras nuevas que Shane estaba bastante seguro que no iban a tener lugar ese día. Miró con cariño a su “cita de la feria”.
Para su sorpresa, Mikhail habló primero.
—Irás a comer con tu hermana después de esto, ¿da?
—Sí.
—¿La llevarás a ella y a su novio y vendrás a traerlos después?
—Sí.
—Estaré aquí... Estaré en las tiendas de detrás de la feria. Algunos de nosotros dormimos aquí, si no tenemos habitación de hotel. ¿Pasarás a saludar?
—Sí. —Shane se sonrojó y se miró las manos—. Me gustaría. Pero no voy a dormir contigo esta noche.
Oyó el resoplido de indignación y miró de reojo para ver el puchero que apareció en aquella boca pequeña y enfurruñada.
—Nadie te lo ha pedido —dijo Mikhail con altivez—. Pero estaré aquí si quieres decir hola.
—Te buscaré para saludarte —le dijo Shane. Con cuidado, con la misma naturalidad con la que el sol sube en el cielo, movió la mano hasta la rodilla de Mikhail y la giró con la palma boca arriba.
Mikhail puso la mano en la suya, boca abajo, y entonces la música empezó y ambos desviaron su atención hacia el escenario.