2

EL AVENGER

Bolitho y Dancer se refugiaron con prisa en el interior. Pateaban con sus botas en el suelo para librarlas del fango y la nieve que llevaban adheridos. Sus caras y brazos hormigueaban aún tras la viva galopada con que cruzaron el promontorio.

La nieve había dejado de caer casi del todo; entre los márgenes del camino sobresalían, a trechos, las ramas de arbustos iguales a trozos de relleno de un colchón.

—Tenemos visita, Martyn —avisó en voz baja Bolitho.

Había visto el carruaje en el patio, donde Corker y su ayudante cuidaban de un par de caballos de pura raza. Recordaba el crespón labrado en la puerta del carruaje; pertenecía a sir Henry Vyvyan, cuyas haciendas se extendían a unas diez millas al oeste de Falmouth. Era un hombre rico y poderoso, además de uno de los magistrados más respetados del lugar.

Se hallaba de pie, elegante, frente al fuego del hogar, y observaba cómo la señora Tremayne terminaba de mezclar para él una jarra de vino caliente y especiado. El ama de llaves era famosa por su receta, en que las cantidades de azúcar, especies y yema batida se medían con gran precisión.

Vyvyan tenía una estampa majestuosa; Bolitho recordó cómo, de niño, la sola vista de aquel hombre le asustaba. Alto y de anchos hombros, con una nariz larga y ganchuda, su expresión estaba dominada por el parche negro que cubría su ojo izquierdo. Una terrible cicatriz cruzaba desde su mejilla hasta la cuenca del ojo y alcanzaba más arriba del nacimiento de la nariz. El arma que produjo la herida, fuese cual fuese, debió de arrancarle el ojo con la fuerza de un garfio.

La pupila aún viva en la cara del caballero se fijó en los dos guardiamarinas.

—Me alegro de verte, joven Richard, así como a tu joven amigo —dijo Vyvyan, y a continuación se volvió hacia la señora Bolitho, que esperaba sentada junto a la ventana—: Debe usted de estar muy orgullosa de su hijo, señora.

Bolitho sabía que Vyvyan no perdía el tiempo en visitas de cortesía. Su personalidad resultaba un misterio en la región, aunque las gentes de bien apreciaban la rapidez con que hacía justicia sobre bandoleros y salteadores de caminos. Gozaba de prestigio y respeto tanto en sus tierras como en los alrededores. Según algunos rumores, había hecho fortuna pirateando contra buques franceses o en la ruta de los galeones españoles. Otros mencionaban la trata de esclavos y el contrabando de ron. Ninguno de ellos debía de acertar, pensó Bolitho.

Cabalgando a todo galope por la senda costera, mellada de profundos surcos, la muerte del agente de impuestos le había parecido totalmente irreal. Dos noches habían pasado desde que él y Dancer vieron el cadáver junto al retrasado hijo del herrero. Dejado aquello ya atrás, y bajo un cielo brillante que eliminaba sombras y miedos del paisaje nevado, era como si el episodio perteneciese a una antigua pesadilla.

Vyvyan hablaba a la madre de Bolitho con su voz grave.

—Por eso dije para mí, señora, que mientras el juez Roxby y su familia estén de vacaciones en Bath, y los militares se dediquen a divertirse como hidalgos a cuenta de nuestros impuestos, ¿quién mejor que yo para acercarme a Falmouth y tomar las riendas del asunto? Lo veo como responsabilidad mía; más aún contando con que Tom Morgan era inquilino mío. Vivía cerca de la granja de Helston, uno de mis labradores más honrados. Se le echará mucho de menos, y no solamente su familia, si no me equivoco.

Bolitho observó a su madre; ofrecía unas facciones serenas y elegantes, pero las manos de la dama se aferraban a los brazos del sillón. La presencia de sir Henry la iba a tranquilizar. Serviría para devolver la seguridad a las gentes del lugar y terminar con la maledicencia y los rumores, siempre peligrosos. En los dos días que duraba su permiso, Bolitho no había dejado de escuchar historias. Cuentos de contrabandistas, terroríficas conversaciones sobre brujerías llevadas a cabo en algunos de los poblados pesqueros. Sin duda la dama prefería que su hijo pequeño no tuviese que apechugar con la carga de la responsabilidad.

Vyvyan recibió el tazón humeante que le servía la señora Tremayne y aspiró el olor con muestras de aprobación:

— ¡Que Dios me confunda, señora mía; si no fuese yo un amigo fiel de la casa de los Bolitho intentaría convencerla para que abandonase a sus señores y se viniera conmigo a Vyvyan Manor! No sé de nadie, en estos confines, que mezcle el vino especiado como usted.

— ¿Cuál es su intención? —preguntó Dancer tras un buen carraspeo.

El ojo solitario giró en su dirección y se posó sobre el joven.

—Ya hemos terminado, muchacho. —Hablaba con resolución y lenguaje simple, como alguien acostumbrado a llevar a cabo sus propias decisiones—. En cuanto me enteré de lo ocurrido mandé un mensajero a Plymouth. El almirante del puerto es amigo mío.

El párpado se cerró durante un instante.

—Y por lo que sé, la Armada se dedica últimamente a perseguir con ahínco a los contrabandistas.

La mente de Bolitho recreó de nuevo su navío de dos cubiertas, el Gorgon, varado en el dique seco de Plymouth. Sin duda estaría ahora cubierto por la nieve. A lo mejor el comandante Conway decidía prolongar el permiso de sus oficiales y aspirantes. Eso, pensando que en cuanto el Gorgon zarpase de nuevo podía tardar varios años en volver a tocar la costa inglesa.

—El almirante enviará un buque de guerra para resolver el asunto —explicó Vyvyan—. ¡No permitiré que en mi costa se instale ninguna banda de asesinos!

Bolitho recordó que varias fincas de Vyvyan se extendían hasta el mar; era la zona comprendida entre el temido cabo Lizard y los islotes Manacles. Una costa peligrosa y cruel. Hacía falta un grupo de contrabandistas muy temerarios para llevar hasta allí una carga, y más aún si en el camino les esperaba la rigurosa justicia de Vyvyan.

—Le agradeceremos mucho sus sacrificios, sir Henry.

La madre de Bolitho habló con voz dulce. Bolitho se volvió para mirarla; su palidez parecía aún más acusada en la luz blanca que reflejaba la nieve del exterior.

Vyvyan la observó con afecto.

—Señora, usted sabe que de no existir ese excelente marido que usted tiene, ya habría yo hecho su corte y la habría pedido en matrimonio, aun siendo como soy un viejo villano sin rango.

Ella soltó una carcajada.

—Se lo contaré a él cuando regrese. A ver si por fin decide quedarse en casa y abandonar la carrera de marino.

Vyvyan apuró el último trago de vino especiado y rechazó un segundo tazón que le ofrecía el ama de llaves.

—No, debo partir. Ordene a ese loco del palafrenero que prepare mi carruaje, por favor.

Luego, dirigiéndose a todo el salón, añadió:

—No, señora, yo de usted no haría eso. Inglaterra necesitará sus marinos más pronto o más tarde. Ni los españoles ni los franceses descansarán hasta dirigir de nuevo sus cañones contra los nuestros. No tuvieron bastante con la última vez.

Soltó una sonora carcajada.

— ¡Que vengan! —exclamó mirando a los dos guardiamarinas—. ¡Con jóvenes oficiales como estos dos, nosotros podemos dormir tranquilos!

Abrazó a la señora Bolitho y dio dos fuertes palmadas a las espaldas de los guardiamarinas antes de abrirse camino hacia el rellano, llamando a gritos a su palafrenero.

—Ese hombre debe estar sordo —masculló Dancer.

—Mamá, ¿cuándo cenaremos? —preguntó Bolitho—. ¡Estamos hambrientos!

La dama les dirigió una cariñosa sonrisa.

—Enseguida, Dick. Sir Henry se presentó sin previo aviso.


Otros dos días transcurrieron repletos de interés. Los dos jóvenes disfrutaban completamente del placer de huir de la disciplina, la rutina y el peligro de la vida a bordo.

Luego, el chico de correos, al que el servicio de la mansión había invitado a tomar una bebida caliente en la cocina, explicó que se había visto un velero armado barajando la costa; por el rumbo que llevaba, parecía que fuese a recalar en la rada de Carrick.

Con el viento que soplaba de tierra, Bolitho calculó en más de una hora el tiempo necesario para que el velero alcanzase el fondeadero.

Preguntó al chico qué tipo de embarcación era.

—Un buque del Rey, señor —respondió el muchacho—. Por su aspecto, se diría que un cúter.

Un cúter. Acaso uno de los que navegaban al servicio de las aduanas o, mejor aún, bajo el mando de la Armada.

— ¿Vamos a echarle un vistazo? —preguntó de inmediato a su amigo.

Dancer ya había ido en busca del abrigo.

—Estoy listo.

La madre de Bolitho alzó los brazos hacia el techo.

— ¡Hace muy poco que ha regresado del mar, y en cuanto llega un barco no puede resistir sin ir a verlo! ¡Exactamente igual que su padre!

El aire cortaba como cristales de hielo, pero el esfuerzo de la caminata a través del pueblo y hasta el puerto les coloreó las mejillas. La comida generosa, juntamente con el descanso regular y el ejercicio habían tenido efectos excelentes en ambos jóvenes.

Se detuvieron en el malecón y observaron el velero que, con movimiento casi imperceptible, viraba hasta quedar proa al viento y se acercaba al fondeo. Tendría unos setenta pies de eslora, con un casco ancho que alcanzaba por lo menos veinte pies de manga. Con un único palo y una proa redondeada y roma, parecía pesado y lento; pero Bolitho, que había visto otras embarcaciones parecidas, sabía de su agilidad marinera. Un cúter bien manejado podía aprovechar su enorme superficie vélica y ceñir a cinco cuartas del viento, unos cincuenta y cinco grados, en cualquier clase de tiempo. Su mástil arbolaba una vela mayor de gran tamaño y pujamen libre, y de su mastelero colgaba una verga con un velacho cuadrado. Foque y foque volante completaban el inventario de sus velas, aunque Bolitho sabía que podía desplegar más trapo, usando alas y rastreras, si se hacía necesario.

Pivotaba en el agua con movimiento perezoso; sus velas desaparecieron ágilmente aferradas por la dotación, que se aprestaba en proa a soltar el hierro. Una bandera colorada y el correspondiente gallardete del tope del mástil formaban las únicas marcas de color en la escena, dominada por el gris metálico del cielo. Bolitho sintió aquella punzada de envidia que siempre notaba cuando se hallaba ante una parte, ni que fuese diminuta, de su propio mundo.

Torpe y basto como se veía aquel velero, sin el refinamiento de las orlas brillantes y los dorados mascarones de los grandes buques de guerra, estaba en cualquier caso bajo el mando de un oficial competente.

El ancla se zambulló; inmediatamente la gente se ocupó de los pescantes y los aparejos para arriar al agua el bote de remos.

A través del agua agitada llegaban los sonidos de a bordo: órdenes, choques, rechinar de motones. Ambos jóvenes imaginaron la escena. Aquellos setenta pies de casco, aproximadamente veintidós metros, transportaban una dotación de casi sesenta hombres. Costaba comprender que lograsen dormir, comer y trabajar todos ellos en un volumen tan reducido. Compartían el espacio con los cables del ancla, el agua potable, las vituallas, la pólvora, las balas y el material de respeto. Poco margen quedaba para la comodidad.

Ya estaba el bote en el agua; Bolitho vislumbró las manchas blancas de un calzón blanco bajo una casaca azul que descendían por el costado del casco negro. Sin duda el comandante del cúter se dirigía hacia tierra.

Corriente y viento hicieron pivotar el casco del cúter sobre su fondeo, y Bolitho alcanzó a ver el nombre pintado en su popa panzuda. Se llamaba Avenger.

El pobre agente de impuestos muerto habría aplaudido la elección, pensó con tristeza.

Un grupo de curiosos se había reunido en el malecón y observaba el velero recién llegado. No era muy numeroso. La gente que vivía cerca de la orilla y trabajaba en el mar nunca contemplaba con alegría la llegada de un buque de Su Majestad, aunque fuese pequeño.

El bote atracó cerca de la escala del malecón. Un corpulento marinero trepó por los peldaños y se acercó con paso rápido hasta Bolitho. Éste dio un respingo al ver que el hombre se llevaba la mano a la frente en un saludo militar.

— ¿El guardiamarina Bolitho, señor?

—Aun sin uniforme te reconocen, Dick —rió a su lado Dancer.

—El comandante quiere hablar con usted, señor —añadió el marinero.

Anduvieron extrañados hacia las escaleras. Sobre los adoquines brillantes de humedad del muelle aparecían ya el sombrero y las hombreras del jefe supremo del Avenger.

— ¡Hugh! —gritó Bolitho agitado por la sorpresa.

Su hermano le miró impasible.

—Sí, Richard.

Saludó con un gesto a Dancer y llamó al patrón del bote:

—Regrese a bordo. Salude de mi parte al señor Gloag y dígale que cuando precise el bote enviaré una señal.

Bolitho se fijó en su hermano y notó sus confusos sentimientos. Hugh debía estar en una fragata, según había oído. Se había transformado desde la última ocasión en que se vieron. Las formas de su boca y su mandíbula resaltaban con más fuerza, y su voz resonaba con un timbre autoritario y seguro. El resto seguía siendo como antes. La mata de pelo, tan negra como la suya y la de tantos retratos colgados en la mansión, colgaba prieta en una coleta amarrada por un lazo detrás del cuello. Los ojos firmes, que tras tantas horas de guardia se veían ya fatigados. Y sobre todo aquel aire de fanfarrón que, tantas veces cuando niños, provocó a su hermano menor hasta llevarle a pelear con él a puñetazos.

Anduvieron aparejados por el muelle. Hugh se abría paso entre los curiosos sin prestarles atención.

— ¿Mamá está bien? —preguntó mientras avanzaban. Su voz sonaba distante, como si su mente estuviese en otra parte.

—Se alegrará de verte, Hugh. Sus Navidades serán completas.

Hugh le dirigió una mirada mortífera.

—Sé que a bordo del Gorgon os estuvisteis divirtiendo de lo lindo, ¿no?

Bolitho disimuló su sonrisa. Ahí estaba de nuevo su hermano. El mordaz e incrédulo Hugh Bolitho.

— ¿Ha leído las noticias, señor? —inquirió Dancer.

—Algunas —respondió Hugh acelerando el ritmo de sus pasos—. También visité en Plymouth al almirante, y hablé con vuestro comandante.

Se detuvo ante la amplia verja como si viese por primera vez en su vida la gran mansión.

—Os lo comunico de antemano, para evitar sorpresas: habéis sido puestos bajo mis órdenes mientras no se aclare este crimen, a menos que el mando sustituya las bajas que tengo a bordo.

Bolitho le miró furioso por la falta de tacto que empleaba, y especialmente dolido por la posición en que se encontraba Dancer.

— ¿Bajas?

Hugh le devolvió la mirada sin pestañear.

—Exacto. Hace una semana dejé a mi primer oficial y a algunos de los mejores hombres como dotación de presa en un velero que atrapamos. La Armada siempre va corta de oficiales de respeto y marineros, Richard, aunque imagino que eso, tú, no tienes por qué saberlo. En la costa de África brilla el sol y hace buen tiempo: ¡aquí, en cambio, la realidad es fría y con nieve!

— ¿Fuiste tú quien propuso nuestros nombres?

Hugh hizo un gesto de desprecio.

—Vuestro comandante me informó de que os encontraría aquí. Estabais disponibles, y tú conoces la costa. ¿Qué más podía pedir? Él aprobó mi sugerencia.

La alegría de las facciones de su madre, en el momento de verles penetrar en la casa, compensó algo el dolor de la noticia. Dancer habló aparte con Bolitho.

—Será divertido, Dick—dijo en voz baja—. Tu hermano tiene el estilo de un oficial experimentado.

— ¡El estilo lo tiene, eso seguro! —respondió dolido Bolitho.

Su hermano conducía ahora a la señora Bolitho hacia una sala vecina. Cuando volvió a salir, la cara de la dama ya no lucía la misma sonrisa.

—Me sabe muy mal, Dick; y más aún por ti, Martyn.

—No se preocupe usted, señora —replicó Dancer con firmeza—, la armada nos ha enseñado a aceptar cualquier cosa inesperada.

—Pues de cualquier forma...

Se volvió hacia Hugh que penetraba de nuevo en el salón, su mano ocupada con un vaso de brandy.

—De cualquier forma, queridos miembros de la familia, el asunto es grave. Para entendernos, esa muerte es la punta del iceberg. Sólo Dios sabe lo que ese idiota de Morgan llevaba entre manos cuando fue asesinado. Nunca un agente de impuestos debería actuar por su cuenta. —Su mirada se dirigió hacia Bolitho antes de continuar—: Se trata de actos mucho más graves que el contrabando. Al principio se atribuyó la causa a los temporales de este invierno. Al fin y al cabo, en esta costa los naufragios son habituales.

Bolitho sintió que la sangre se helaba en sus venas. Así que se trataba de eso. Se debía tratar de una banda de malhechores que provocaban naufragios, normalmente alumbrando de noche una linterna que los pilotos de los buques confundían con un faro, para entrar a sangre y fuego contra las tripulaciones y saquear su carga. Les llamaban raqueros y eran los criminales más odiados por la gente de mar.

Su hermano prosiguió hablando en tono amenazador.

—Luego llegaron noticias de las cargas que se habían perdido en esos naufragios. Oro, plata, licores y especies valiosas. Tesoros suficientes para levantar una ciudad o pagar un ejército.

Se encogió de hombros, como quien intenta evitar las confidencias.

—Mi obligación es hallar a esos asesinos y entregarlos a la autoridad. Un oficial de Su Majestad no se ocupa de investigar los porqués y los cuándos.

— ¡Raqueros! —exclamó con terror su madre—. ¿Cómo se atreven? Matan y roban a los marinos indefensos...

Hugh esbozó una sonrisa.

—Toman ejemplo de los propietarios que cobran su botín cuando un mercante embarranca en sus costas. Cuando el dinero entra por la puerta, mamá, la razón se escapa por la ventana.

— ¡Pero eso son naufragios accidentales, señor! —protestó Dancer—. ¡Nada que ver con engañar a un buque para que caiga sobre la costa!

Hugh desvió la mirada.

—Es posible. Para las sanguijuelas que viven del negocio, no hay ninguna diferencia.

—A estas alturas, esa gente ya debe haber recibido noticia de su llegada, señor —dijo Dancer.

Hugh asintió.

—Repartiré algunas propinas, haré promesas. Más de uno me dará alguna pista para que me lleve el Avenger lejos de aquí.

Bolitho vio la cara sorprendida de su amigo. Ésa era una Armada distinta a la que ellos conocían. Aquí, un comandante tenía facultades para sobornar y obtener confidencias, y con ellas estaba autorizado a actuar por su cuenta sin tener que esperar la bendición del alto mando.

La puerta se abrió como en un revuelo y dejó aparecer a su hermana Nancy, que corrió a través del salón y se abrazó a su hermano.

— ¡Hugh! ¡Reunida casi toda la familia!

Él la apartó para observarla con detenimiento unos segundos.

—Ahora ya eres toda una señorita, o casi.

Su expresión cambió al instante.

—Zarparemos cuando cambie la marea. Os aconsejo que os dirijáis al puerto y pidáis un bote. —El tono de sus palabras se endureció por momentos—. No sufras, mamá, he aprendido muchas cosas y sé desenvolverme en estos casos. A menos que aparezcan más dificultades, para el día de Navidad estaremos todos juntos.

Bolitho, ya cerrando la puerta y dirigiéndose a su dormitorio, oyó la súplica de su madre.

—Pero Hugh, ¿por qué? ¡Tenías tan buenas perspectivas en la fragata! ¡Se decía que el comandante estaba muy satisfecho con tu conducta!

Bolitho vaciló. No le gustaba escuchar conversaciones ajenas, pero precisaba saber la verdad de lo ocurrido.

—Dejé el Laertes cuando me ofrecieron el puesto de comandante en este cúter —respondió Hugh escueto—. El Avenger no será una fragata, pero es mío. Presto ayuda y doy apoyo militar a los cúters de aduanas que vigilan la costa. Tengo libertad de movimientos. No me puedo quejar.

— ¿Pero qué ocurrió de veras?

— ¿De veras? Bueno, fue un arreglo del alto mando, es cierto. Tuve una discusión...

Bolitho oyó el llanto de su madre y deseó correr a su lado.

—Fue un asunto de honor —añadió con rapidez Hugh.

— ¿Te batiste en duelo con alguien y le mataste? ¡Oh, Hugh! ¿Qué dirá tu padre?

Hugh soltó una breve carcajada.

—No, no le maté. Le dejé algunos cortes.

Debía de sostenerla abrazada, pues el llanto se oía ahora más amortiguado.

—Y papá no lo sabrá nunca. A menos que tú se lo digas. ¿Entendido?

Dancer esperaba en el rellano de la escalera.

— ¿Qué ocurre?

—Mi hermano, que es un salvaje —explicó suspirando Bolitho—. Creo que se metió en líos por culpa de una mujer.

—En Saint James no pasa un día sin que alguien muera o resulte herido en un duelo. Aunque está prohibido por Su Majestad —explicó encogiéndose de hombros—, todo el mundo sigue batiéndose igualmente.

Se ayudaron el uno al otro a empacar y cerrar sus baúles. No valía la pena encargar la tarea a la señora Tremayne, que rompería a llorar aun sabiendo que los chicos iban a volver en pocos días.

Hugh ya había desaparecido cuando alcanzaron de nuevo la planta noble de la casa.

Bolitho besó a su madre. Dancer tomó con galantería la mano que ella le ofrecía.

—Señora, aunque no volviese a pisar esta casa, los días de visita aquí quedarían grabados en mi memoria como un regalo.

—Gracias, Martyn —respondió ella alzando la barbilla—, eres un buen muchacho. Tened mucho cuidado.

Junto a la verja esperaban dos marineros que iban a cargar sus baúles hasta el bote.

Bolitho sonrió para sí. Aquella seguridad que mostraba Hugh le desarmaba. Era un auténtico fanfarrón. Siempre controlándolo todo.

Cruzaban la plaza contigua a la posada cuando Dancer exclamó:

— ¡Mira, Dick, la diligencia!

Se detuvieron allí mismo y observaron cómo el carruaje arrancaba dando tumbos sobre los adoquines, precedido del agudo sonido de su bocina.

Volvía hacia Plymouth. Hasta el conductor y el asistente eran los mismos.

Bolitho respiró profundamente.

—Nos esperan en el Avenger. Temo que la cocina de la señora Tremayne me haya vuelto algo perezoso, me olvido de mi responsabilidad.

Se volvieron ambos hacia el mar, con las cabezas gachas, y caminaron en dirección hacia el malecón.