7
EL RELATO DEL SEÑOR STARKIE
Richard Bolitho, firmemente agarrado a un cable de estay, asistía a los primeros brillos que el sol naciente por levante imprimía en el cielo. Por el momento producía sólo algunos reflejos grises, pero con el paso de las horas llegaría a calentar tanto que impediría hasta pensar.
El mástil mayor del Sandpiper, cargado con la presión del viento en las velas, vibraba junto a él. Se preguntó si habrían mejorado los heridos. Le preocupaba el señor Hope. ¿Estaría ganando la batalla, o dejando que la herida pudiese con él?
Veía las manchas de algunos hombres que circulaban por la estrecha toldilla del bric. Otros descansaban en la cubierta central. Imaginó que le llegaba el olor de comida desde la cocina, y su estómago se contrajo en dolorosos calambres. Ya no recordaba cuándo fue su última comida. Maldijo a Tregorren, que le había ordenado subir a la verga sin relevo.
En algo sí había acertado el teniente. Cuando el relato de la discusión entre el guardiamarina y el teniente llegase a Falmouth, y a oídos de la familia de Bolitho, no narraría la injusticia y el abuso de autoridad de Tregorren. La escena aparecería como el teniente la quisiera explicar: un joven guardiamarina que se insubordinaba y faltaba al respeto a un oficial superior.
Un jadeo bajo sus pies le obligó a mirar hacia abajo. Dancer subía por la cruceta que había tras él.
—Ten más cuidado, Martyn —le advirtió.
—No te preocupes —cortó Dancer—. Me manda el señor Starkie. No sabe qué le ocurre a nuestro teniente.
— ¿El señor Hope? ¿Está grave? —preguntó Bolitho con alarma.
—No, Hope permanece igual —aclaró Dancer, que se agarraba a un cable para no perder pie ante la escora brusca del velero tumbado por una racha violenta—, quien parece enfermo ahora es el señor Tregorren —prosiguió, ahora con más ironía—: ¡Aunque a mí, la verdad, no me produce ninguna lástima!
Bolitho se estiró para aliviar los calambres de sus miembros agarrotados. Las horas de frío y humedad, añadidas al esfuerzo para mantenerse en la verga, se notaban en su cuerpo.
—El señor Starkie piensa que podría ser la fiebre —dijo Dancer.
Descendieron juntos hasta la cubierta y se acercaron a la rueda, donde esperaba el segundo piloto del Sandpiper.
—Falta poco para que amanezca —informó enseguida Starkie—. No entiendo lo que le ocurre a ese hombre. Parece poseído por una maldición. ¿Y si nos atacan de nuevo, qué haremos? —La voz del viejo marino parecía a punto de quebrarse—. No quiero que me hagan prisionero otra vez. Con lo que hemos sufrido hasta ahora. ¡Lo juro por Dios!
—Iremos y veremos qué le ocurre —dijo Bolitho cogiendo del brazo a Dancer—. Aunque no somos médicos.
Bajaron al escueto camarote del comandante del Sandpiper. Allí, el denominado señor Wade había gozado de alguna intimidad, pero también sufrido en soledad sus angustias. Tregorren, sentado a la mesa, yacía derrumbado con la cara enterrada en sus brazos. Un intenso olor a alcohol destilado y vino peleón saturaba la cabina. En algún rincón había botellas o vasos de cristal caídos, pues Bolitho oyó su tintineo rítmico provocado por el balanceo del barco. Junto al mamparo se veía un estante repleto de botellas iluminadas por la tenue luz de un farol colgado del techo.
—El señor Tregorren ha alcanzado su paraíso —murmuró con asco Dancer.
Bolitho se agachó sobre la mesa.
—Intentaré despertarle —dijo—. Tú mantente alejado.
Agarró los hombros del teniente y empujó con fuerza para mover su torso hacia el respaldo de la silla.
Le sorprendió ver la cara de Tregorren, a quien había esperado ver simplemente intoxicado de alcohol.
— ¡Por Dios, Dick! —exclamó Dancer—. ¿Está muerto?
Terriblemente pálida, la piel de Tregorren estaba surcada por manchas grisáceas, cuando normalmente era más bien coloreada. Sus ojos se movían a la deriva, lentos e hipnotizados, como si el hombre se hallase en estado de shock.
Cuando intentó hablar, las palabras salían tan espesas de su boca que no se entendían. Continuamente se aclaraba la garganta con expectoraciones sonoras.
— ¿Se siente usted muy enfermo, señor? —le preguntó Bolitho.
Dancer, a poca distancia, disimulaba su sonrisa.
—El señor Starkie está muy preocupado por usted, señor —añadió con prisa.
— ¿Ah, sí? —dijo Tregorren, que tras intentar alzarse sobre sus pies había caído de nuevo en la silla—. ¡Traiga esa botella!
Sus manos, como garras, acercaron la botella y bebió con desesperación.
—No sé lo que me ocurre —dijo con voz temblorosa y lejana—. No puedo controlar mi cuerpo.
Lanzó un eructo y trató de levantarse de nuevo.
—Tengo que llegar a la letrina.
Entre Bolitho y Dancer le ayudaron a ponerse en pie. Le sostenían a duras penas. Los tres hombres juntos, manteniendo el equilibrio sobre el piso que oscilaba, parecían participar en un extraño baile.
— ¡Esta vez ha sobrepasado el límite! —dijo Dancer en voz baja—. El doctor de mi familia diría que tiene el delirio. Este hombre está destrozado.
Al traspasar una puerta, Bolitho se dio cuenta de que el joven Edén les espiaba desde otro camarote donde Hope reposaba.
— ¡Echa una mano, Tom! Hay que llevarlo hasta los retretes.
— ¡Qué mal aspecto ti... tiene! —dijo Edén, al que ese hecho parecía animar—. Malo de verdad.
Alcanzaron la cubierta, y respiraron con fruición el aire limpio, saludable tras el hedor reinante en la cámara. Starkie dejó la rueda y se acercó corriendo.
— ¿Qué ocurre? ¿Es la fiebre?
—T... tiene gogo... gota, señor Starkie —tartamudeó Edén—. Apuesto a que se ha to... tomado demasiada medicina de esa qu... que tiene para cu..u cuando le viene el dolor.
De súbito todos parecieron prestar atención al diminuto guardiamarina, capaz, a pesar de su corta edad, de ilustrarles en la cuestión médica.
—Bueno, ¿y qué podemos hacer? —preguntó desorientado Starkie.
Edén miró el triste bulto retorcido del teniente, que gruñía y se doblaba sobre sí mismo.
—Ahora no se puede hacer nada. Cuando vo... volvamos al navío el doc... doctor le dará algo —explicó con una sonrisa—. Le está bi... bien empleado.
—Pues eso es muy grave... —explicó Starkie a Dancer, que se agarraba a la chaqueta del teniente y le ayudaba así a no caer por la borda—. Tengan en cuenta que dentro de nada le necesitaremos despierto.
—No veo la razón —replicó Dancer, dirigiéndose a Starkie—. Nosotros nos bastamos para mandar mensajes al Gorgon. El comandante nos enviará sus órdenes.
— ¿No se ha dado usted cuenta? —preguntó Starkie con impaciencia—. El viento ha rolado hacia el Noreste. Su navío necesitaría un día entero ciñendo hacia barlovento para alcanzarnos. Pero, para eso, primero su comandante debería saber que precisamos de sus órdenes.
— ¿Y qué nos impide a nosotros navegar aprovechando el viento y acercarnos a él? —insistió Dancer.
—Yo sólo soy un segundo piloto —respondió Starkie—, y por cierto estoy muy contento de verme libre de nuevo; pero por mi experiencia en la Armada y lo que sé de lo que hacen los comandantes, diría lo siguiente: el Sandpiper está bien colocado para enfrentarse al enemigo, o por lo menos perseguirlo hasta su escondite.
Su explicación no terminaba aquí; Starkie prosiguió tras encogerse de hombros:
—Pero sin un oficial capaz de dirigir la maniobra, no estoy tan seguro de que pueda hacerse. Y una cosa no falla en cualquier ejército del mundo: los héroes que no vuelven vivos a casa no reciben honores.
Se giraron hacia el joven Edén, que preguntaba alarmado:
—Así, ¿no volvemos al Gorgon?
Bolitho pensó que el joven, con el miedo, olvidaba tartamudear.
—Ven aquí un momento, Tom —le dijo con calma, y agarró el brazo del muchacho para hablar con él apartado del grupo—: ¿Qué le hiciste al señor Tregorren?
Los ojos de Edén estaban fijos en las tablas del piso; sus manos no podían quedarse quietas.
—Yo le había visto me... mezclar su medicina en el vino que bebe, de la bo... botella que tiene en su camarote. Se llama Vi... Vin Antim, lo sé porque mi padre la v... vende para tratar a los pacientes con gota —explicó con una nota de malicia en su voz, y prosiguió—; Así que le eché una dosis muy grande en la botella de vino. Se debe de haber bebido la botella entera, además de una de brandy.
Bolitho no creía lo que oía:
— ¡Podrías haberle matado!
—Pe... pero yo ere... creía que volvíamos de inmediato al navío; sólo quería hacerle pagar con un poco de su... sufrimiento las salvajadas que nos ha dicho, a ti y a mí. —Edén movía la cabeza compungido—. ¿Y es cierto que no va... vamos a ir directamente hacia el Gorgon?
—Parece que no —respondió con un suspiro Bolitho.
Dancer se acercó soportando todavía la masa fláccida del teniente Tregorren.
— ¡Llame a un par de hombres y conduzca a este oficial a su cámara!
— ¿Y ahora qué hacemos? —dijo Bolitho.
Como si estuviese esperando su pregunta, la voz del vigía cantó desde la cofa:
— ¡Eh, cubierta! ¡Una vela a sotavento!
Corrieron a las batayolas, intentando divisarla, pero el horizonte se hallaba todavía sumergido en la noche.
—Si ese diablo se ha colocado a sotavento nuestro —reflexionó Starkie—, nos corta el paso para llegar al Gorgon.
— ¿Conoce bien esta costa? —La pregunta de Bolitho pareció surgir por su cuenta, sin que él interviniera.
—Bastante bien —respondió Starkie, que observaba la aguja del compás y parecía poner sus ideas en orden—. Es sucia y traidora, no será fácil esquivar una fragata.
Bolitho imaginó el Gorgon, hacia el sur de su posición. El comandante ni tan sólo había recibido noticias del éxito en el rescate del Sandpiper. Acaso imaginaba que el bric y la fragata huían juntos, cargados de piratas.
—Llevábamos meses buscando a los piratas —explicaba ahora Starkie—, cuando el comandante Wade logró que un genovés le vendiese información sobre el escondite que usaban para dominar estas aguas. Al principio el comandante pensó que los piratas sólo contaban con un velero pequeño, si es que tenían alguno. Pero le digo yo que el cabecilla de esa gente es muy vivo. Cuentan que es medio francés, medio inglés, pero no lo sé. Lo que sí parece cierto es que se ha aliado con una banda de corsarios argelinos, y que juntos saquean a quien sea, desde negreros a mercantes.
— ¿Se sabe cuántos hombres son? —preguntó Bolitho después de lanzar una mirada a Dancer.
—Suficientes. Cuando atacaron el Sandpiper no eran muy numerosos, pero se ve que reclutan nuevos hombres continuamente. Aceptan a cualquiera, sea de la raza o del país que sea. Por lo que sé, basta que juren obedecer las leyes del Islam y pueden ser lo que les parezca. La fragata batía pabellón español antes de caer en sus manos. Ahora la manda ese tal Jean Gauvin, un loco, se lo digo yo, que no conoce el miedo. El corsario que logró tomar la fortaleza de manos de los senegaleses se llama Rais Haddam. También fue quien mató a nuestros oficiales. Lo hizo con sus propias manos, despacio y ante toda la tripulación. Fue un espectáculo horrible.
Al decir eso Starkie, Bolitho se dio cuenta del silencio reinante a su alrededor. Las facciones curtidas del oficial mostraban el dolor que le invadía al recordar la escena.
—Fondeamos muy cerca de la fortaleza, un día de buen tiempo. La gente de la dotación estaba de buen humor. ¿Por qué no? Sabíamos que en un mes o algo más pondríamos rumbo a casa. La fragata estaba fondeada al lado y batía pabellón español. Y en el mástil de la fortaleza se veía la bandera de una compañía de comercio.
Starkie se estremeció al llegar a este punto.
—Supongo que el comandante debía de haber sospechado algo. Pero era joven, veintitrés años, y con graduación de teniente de navío. Arriamos los botes para acercarnos a tierra y saludar al gobernador de la isla. Nada más llegar a la playa nos rodearon y desde la fortaleza dispararon contra el Sandpiper, para que los que habían quedado de guardia entendiesen que no había resistencia posible.
»Y ese corsario argelino —continuó Starkie—, el tal Rais Haddam, una vez hubo terminado de torturar y matar con sus manos a nuestros compañeros, nos habló a los supervivientes. Dijo que nos perdonaría la vida si trabajábamos para él en el bric. Iba junto a él ese hombre mitad francés mitad inglés, Gauvin; fue quien ordenó que mataran a un guardiamarina que intentó protestar. ¡Lo quemaron en una hoguera sobre la playa!
— ¡Dios misericordioso! —suspiró Dancer.
—Cierto —Starkie se dirigió hacia él, su cara envuelta en sombras—. Bajo el estandarte de Haddam se ha reunido la peor chusma del mundo.
— ¿Rais Haddam? —preguntó Bolitho—. Creo haber oído a mi padre hablar de él con sus amigos. Fue durante años el terror de la costa argelina, y ahora se ha trasladado a nuevas costas en busca de hombres y presas. —Alzó la mirada hacia el cielo, que cobraba vida—: Jamás pensé tener que enfrentarme a él.
Starkie le sacó de sus reflexiones:
—No tenemos tiempo para organizar la defensa.
Bolitho se encaró con los hombres. La derrota y la angustia dominaban sus facciones. De Dancer, recién enrolado en la Armada, se podía esperar poco, mientras que Starkie estaba todavía bajo los efectos de su confinamiento.
—Pues habrá que organizar el ataque —sentenció.
Bolitho analizó la situación. Tregorren se hallaba fuera de combate a causa de la artimaña de Edén. Hope, malherido en el hombro, luchaba con la muerte. En cuanto a la dotación, parte de los hombres se rehacían a duras penas del duro combate, mientras que otros aún no habían reaccionado tras el duro cautiverio y la liberación.
— ¡La fragata de Gauvin porta veinticuatro cañones, y nosotros sólo catorce, y de menor calibre! —exclamó Starkie.
—Cuando el Sandpiper abordó el bergantín —inquirió Dancer—, ¿qué ocurrió con su tripulación?
—Los echaron a los tiburones —respondió Starkie sombrío—. Fue una carnicería.
—Basta de malas noticias —decidió Bolitho—. A ver, ¿cómo podemos combatir a Gauvin?
Se encaminó a la borda de barlovento para recibir en la cara los golpetazos de la espuma que volaba.
—Sabe que el Gorgon se halla hacia el sur —Dancer se había acercado a él— y espera que intentemos abrirnos paso hacia él.
Bolitho estudió a Starkie unos segundos, preguntándose si podía fiarse de su memoria.
—Si viramos por avante, señor Starkie, ¿a qué distancia podríamos encontrarnos de la costa de la isla?
Los ojos de Starkie se abrieron con alarma.
— ¿Piensa regresar a ese maldito islote?
—En dirección a él. No volver y desembarcar.
—Es peligroso. Ustedes, viniendo en las lanchas, han franqueado la punta. Es una costa sucia, hay bajos y arrecifes, algunos ni siquiera marcados en la carta.
Bolitho hablaba para sí:
—Pienso en las islas Scilly, que están al oeste de Cornualles. Durante la última guerra, un mercante de Bristol las usó para librarse de un corsario francés que le perseguía. El piloto del mercante sabía que nunca se escaparía por velocidad, pero conocía muy bien la costa. Cruzó una barrera de escollos y el francés, que no conocía el paso, quiso seguirle. Se dejó la quilla en el intento. No se salvó nadie.
Starkie le observaba desencajado.
— ¿Pretende que le guíe por la barrera de escollos? ¿Eso es lo que me pide?
Los primeros rayos del sol alcanzaron por fin el aparejo. La verga del juanete, a causa del reflejo, brillaba como un crucifijo.
— ¿Acaso hay otra opción? —preguntó Bolitho con voz grave—. Que nos capturen, que nos maten para dar ejemplo, o... —añadió, dejando en el aire la última palabra.
Starkie asintió con firmeza.
—De todas formas moriremos, casi seguro, pero lo prefiero a dejarme atrapar y que me degüellen como a un cerdo.
Se frotó las manos con energía antes de continuar:
—Propongo organizar un equipo para aferrar alguna vela y virar por avante. Si el viento rola en contra, terminaremos empujados contra la costa. —Dicho eso soltó una risotada y pareció rejuvenecer—: ¡Como hay Dios, señor!, no tengo el placer de saber su nombre, pero no quisiera estar a sus órdenes cuando alcance el grado de capitán. ¡Mis nervios no lo resistirían!
Bolitho sonrió lacónicamente; la luz crecía con el día y ya se podían distinguir en cubierta las manchas de sangre de los muertos en combate. Por todas partes había astillas levantadas por la metralla del mortero. Se volvió hacia Edén.
—Vaya a ver cómo se encuentra el señor Hope, y déle un trago de brandy —le ordenó, añadiendo al ver la mueca del joven—: Pero no de la botella del señor Tregorren, haga el favor.
Luego, ya cuando Edén se dirigía a la escotilla, añadió:
—Y encuentre como sea un pabellón británico. Quiero que ese pirata se enfrente con Sandpiper bajo los colores que nos corresponden.
Dancer, que le miraba en silencio, se volvió hacia Starkie.
—No le conocía con ese genio. Está decidido a luchar. No finge.
El segundo piloto se acercó a la borda y escupió en la masa de espuma.
—Muchacho, en cuanto Gauvin vea el pabellón británico, no se andará con chiquitas. Lo odia a muerte.
Edén se presentó con un rollo de tela bajo el brazo.
—Había una bandera, Dick. Estaba bajo las bo... botellas de brandy de la c... cámara.
— ¿Cómo siguen los tenientes? —preguntó Starkie, quizás aún esperando que uno de los oficiales aparecería y tomaría el mando.
—El señor Hope respira algo mejor. El señor Tregorren está muy mal.
—Muy bien —suspiró Starkie—, que los hombres formen en las brazas. No hay razón para perder más tiempo.
Bolitho se agarró a la borda de la toldilla. Los marineros corrían a colocarse en sus puestos junto a las brazas y las drizas, aunque sus movimientos, desmañados, traicionaban la falta de hábito en la maniobra.
Era como un sueño. Un sueño de piratas, de jóvenes dispuestos a luchar contra los enemigos de la patria.
Pero en un momento podía convertirse en una pesadilla. La idea era buena, decidió. Por desgracia, debía llevarla a cabo un pequeño bric de dos mástiles, con una dotación desmoralizada, al mando de dos jóvenes inexpertos.
Pensó entonces en su padre y también en el comandante Conway y en sus graves facciones, en su seguridad en el puente, en sus cañones de gran calibre y en su experiencia marinera.
—Ice el pabellón, señor Edén —exclamó, sorprendido él mismo por la formalidad de la orden—. Y preparen la maniobra para orzar hasta proa al viento.