Capítulo VIII
SUMARIO: Avanza D. Prudencio hasta el paso del Venado. — Sus bomberos. — Los revolucionarios se reconcentran en el campo de Vallejos. — Aturdimiento de Castelli. — Sorpresa del 7 de noviembre. — Conducta recomendable del capitán Ansorena. — Mueren los comandantes Márquez y Mendiola. — Pronunciase la dispersión en ambos bandos. — Juan Crisóstomo Alvarez. — Fuga de D. Prudencio Rosas. — El coronel Granada queda dueño del campo de batalla por la traición del oficial Francisco Javier Funes.
Don Prudencio Rosas luego de forzar sus jornadas alcanzó el 6 de noviembre a la margen occidental del río Salado, acampando en el paso del Venado, distante unas ocho leguas de Chascomús, donde se le reunió el capitán Segundo Giraldo. Desde allí y en tanto daba resuello a sus fatigados caballos, desprendió algunos espías para que, bombeando al enemigo, le avisaran su situación precisa, pues que concertaba el plan de atacarlo en la madrugada, recomendando con especialidad al paisano Justo (a) Ratón, que le merecía confianza por su destreza en tales comisiones, que tratase de penetrar en aquel pueblo, y cerciorado de hallarse, entre los sublevados la gente de Olmos, se viera en su nombre con el oficial Funes que mandaba una de las compañías.[112]
Pero, mientras esto tenía lugar en el campo federal, Castelli recibía un chasque del comandante Rico[113] indicándole que si aún no había obtenido el armamento esperado de Montevideo, no comprometiese acción alguna caso de ser atacado, sino que retrogradara en orden, buscando su incorporación, lo que no sería difícil desde que contaba con numerosa caballada y la flor de las del Sur.
Mas, descansando aquel jefe en los infundados asertos de don Fernando Otamendi, persistió en que el coronel Granada conceptuado con razón como la verdadera columna del enemigo, se le uniría sin quemar un cartucho, alucinación que presidió en todas sus medidas ulteriores.
Como se ha dicho, el jefe de la revolución instaló su cuartel general en la costa de la laguna pintoresca que da nombre al pueblo de Chascomús, ocupando con sus tropas una parte del campo perteneciente entonces a don Juan Dámaso Vallejo y el cual principiaba a pocas cuadras del ejido de aquél en dirección al Norte.
Allí tendió su línea la tarde del 6 de noviembre, dando frente al oriente y con el gran lago a retaguardia.[114] Apoyó su izquierda en el arroyuelo de Valdez, vadeable por do quiera, colocando en esa ala las milicias de la Magdalena y Atalaya con su jefe el mayor Miguel Valle. Al centro formó la división del pueblo libre encabezada por Márquez, la escolta del general en jefe bajo las órdenes de don Pedro Lacasa, el escuadrón sagrado compuesto de los hacendados del Sur al mando de don Martín Campos y la fuerza de Chascomús con el 5.º escuadrón del número 6 de cantón en la boca del Salado a cargo del comandante Olmos, desplegando sobre la derecha hasta dar con la chacra del portugués Carlos Salda, la gente de los Montes Grandes, regida por López Calveti, sumándose un total aproximado a 1300 hombres de caballería.
Empero, hay de verdaderamente extraño que Castelli y su consejero Cramer, que era así mismo el jefe de la vanguardia, militares ambos de línea y hombres de experiencia en la guerra, creyeron sin duda supérfluo asegurar su frente y flancos extremos, destacando partidas exploradoras que recorriesen a menudo el cercano arroyo de Yitel que podía dar paso fácil a las fuerzas de Ranchos y Monte cuya aproximación se sospechaba, o hacia la posta de Ramón Figueroa situada en la bifurcación del arroyo Valdez, en el camino que conducía a la ciudad y cuya quinta de durazneros se prestaba a una emboscada, y por último sobre el arroyo Girado apenas distante legua y media al Sur de aquel pueblo y por donde aparecería, como sucedió, la vanguardia de don Prudencio.
Sin embargo, Castelli en su censurable aturdimiento, limitándose a establecer su línea en un campo sin accidentes y notablemente horizontal, descuidó todo lo demás, y como, si lo dominasen en su impresión los genios de la fatalidad, dió por única avanzada a su ejército, si merece tal nombre esa aglomeración de hombres desarmados y bisoños, la pequeña guardia confiada a un sargento que situó por lo de Gregorio Marín, es decir, en la conjunción de los caminos a Ranchos, y otra igual de cívicos de Chascomús a cargo del vecino Laureano Dehesa, que a su arribo ya encontró apostada en la pulpería de Pedro Sánchez, para vigilar el paso principal del arroyo o cañada de los Toldos, la misma que en la noche del 6 al 7 de noviembre fue mandada retirar por un orden atribuida al capitán Lucas Balan.
Así, los Libres del Sur, por la impericia de su jefe quedaron descubiertos y a merced de uno de esos golpes de mano que preceden casi siempre al desastre.
Don Prudencio arriando a todo individuo de armas llevar, que descubrieron sus partidas en el tránsito, logró reunir 1300 hombres veteranos, en su totalidad perfectamente armados como municionados; y el 6 de noviembre al anochecer, levantando su campo de la costa del Salado, avanzó con lentitud con las precauciones del caso, luego de bandear aquel río por el recordado paso del Venado, con la idea de amanecer sobre los revolucionarios.
Al ser de día, prevenido por sus batidores que aquéllos habían removido su campamento hacia el Norte de la población, que ya columbraban, hizo alto entre la posta de Izurieta y el arroyo de San Felipe para mandar ensillasen los caballos de pelea, escalonando su fuerza en el orden siguiente:
Abría la marcha con el coronel Granada al frente el escuadrón de coraceros de la escolta nueva, armado de tercerola y lanza que, disciplinado en forma, era el plantel de línea del regimiento número 6, que lo apoyaba al mando accidental de su segundo el teniente coronel Ramón Bustos. Seguíanle los carabineros del número 5 (también veteranos) a las órdenes del coronel graduado Manuel del Carmen García sostenido a su vez por 200 lanzas indígenas a cargo del lenguaráz Ventura Miñana, que con un cañón de campaña de a 4 cerraban la retaguardia, el todo bajo la dirección (ostensible) del coronel don Prudencio Ortís Rozas, jefe de los regimientos 5.º y 6.º de caballería, y el cual saltó allí de su coche, en que había acompañado a la columna para resguardarse con mejor comodidad del rigor de la estación.
Con los primeros rayos del sol, el vigilante Zarías Márquez, fué de los primeros en avistar la polvareda del regimiento del enemigo que se acercaba, y como habían pasado la noche con el caballo de la rienda, al eco instantáneo del clarín se abandonaron los fogones y cada uno ocupó luego el puesto que se le designara de antemano.
Según dejamos expuesto, Castelli dando fe a cierto rumor cambió su posición, creyendo ser atacado la víspera por el coronel don Vicente González, que hacía reuniones en el Monte y el que lo verificaría en tal caso por el valle de Santa Ana, que se dilataba a la extrema izquierda desde la orilla occidental del arroyo de Vitel. De manera que al aparecer aquella nueva fuerza en los rumbos del Sur, es decir, por el lado opuesto, bastaba el brillo de sus corazas de acero que lucían como las escamas sobre la tierra y su uniforme especial[115] aunque no hubiera asumido el aire de carga, como lo hizo, para que en el acto fuese tomada por la de don Prudencio.
… Cuyos bultos encarnados
Moviéndose al horizonte
Como nubarrón infausto
Que luz rojiza destella
Parecen al observarlos
O sayones del infierno
O verdugos de un tirano…
El comandante José Antonio López Calveti, que cubría la derecha y cuya gente era la mejor armada, recibió orden de salir a reconocer un adversario que incautamente suponía pasado; desprendiendo al efecto una guerrilla de tiradores con el oficial Juan Prudent, que al avanzar al trote, dió un viva a la patria y otro a Granada según lo convenido en la falsa suposición de que éste no haría armas contra los Libres, gritos que fueron contestados con una descarga del primer escalón de coraceros que hizo retroceder aquélla en desorden. Entonces, el capitán José María Ansorena, mendocino, cabalgando un ágil picazo, desnuda su espada para ordenar al trompa Reinoso, tocara a la carga y a degüello, y poniéndose al frente de la primera compañía del escuadrón Olmos, le dirige algunas palabras enérgicas y parte con ella formada como tabla para ir a estrellarse con los acometedores, cuyas mitades logra conmover llevándose por delante, como el ariete de bronce que abre una brecha, a los carabineros de García, quienes abandonaron el campo en dispersión.[116]
Al secundar ese atrevido movimiento el resto de la caballería de los Libres, caen de los primeros y casi simultáneamente los comandantes Márquez y Mendiola, y la muerte de esos caudillos esforzados en momentos tan críticos, introduce la confusión en el centro de su línea, al propio tiempo que el ala izquierda compuesta de milicias colecticias principió a remolinear desgranándose luego en la dirección del Este.
… La tierra se estremece
Bajo los duros callos
De dos mil agilísimos caballos,
Y su temblor retumba
Como trueno lejano
Azorando a los brutos por el llano,
De los sables y lanzas el crujido…
En semejante conflicto, el escuadrón de hacendados descubierto ya y en peligro de ser flanqueado, tanto peor, cuando en su mayoría estaba escaso de armas, se corrió a su derecha, merced a la actitud enérgica de su jefe Campos y del ciudadano Lorenzo Gómez, que fué lanceado poco después por el oficial enemigo Sosa[117] con motivo de ser envuelto aquél por la fuerza de López Calveti, que falta de denuedo se azotó en la laguna, acuchillada por un pelotón de coraceros dirigido por el teniente Juan Crisóstomo Alvarez, joven de coraje romancesco, y el que a en pelo, con la cabeza amarrada con un pañuelo, al estilo pampa, con llamas en los ojos, espuma en los labios y los puños de la camisa vueltos atrás hasta más arriba del codo, desfigurado por el sudor, el polvo y la fiebre sangrienta del combate, blandiendo su terrible lanza al frente de ese grupo de desalmados, o más bien titanes de rostro humano, exhibía como una visión fantástica y verdaderamente siniestra… ¡Ah! era el mismo que doce años más tarde, expiaría aquella hora menguada de su vida en el cadalso levantado por el despotismo que inconsciente contribuía a afianzar entonces…
Entre tanto, el desbande era general en ambas filas, visiblemente acéfalas de sus jefes principales, cuya acción no se manifestaba con energía capaz de poner coto al tumulto producido y que por instantes fue adquiriendo proporciones increíbles.
«… La derrota empieza; ginetes, caballos
Por el verde llano cruzan en tropel,
Caen unos, caen otros, tras ellos relucen
Los sables y lanzas que no dan cuartel…».
Ya casi desalojado el campo de batalla, aún se mantenía firme en su puesto una corta fuerza a la que un oficial de color, montado en un caballo blanco, después de haber arrojado su poncho y su sombrero, revoloteando el sable, trataba de contener con la palabra y la acción galopando de un extremo a otro de su frente. ¡Ese oficial, era el teniente habilitado de capitán, Francisco Javier Funes (cordobés) y esa fuerza que parecía haber echado raíces en el fúnebre campo, la segunda compañía, del escuadrón Olmos, con la que pudo conquistar todavía la victoria si la infidencia no hubiera sobrevenido a tiznar el nombre del que verdaderamente funesto la estaba sujetando para entregarla como presa de su infamia al mismo que lo había martirizado el año antes! Vueltas misteriosas del destino…[118]
Don Prudencio olvidó su coche desde los primeros choques y
«… digno hermano
del cobarde tirano».
juzgó prudente poner distancia entre su persona y el campo de batalla, saliendo de él con varios ayudantes en dirección al Norte, mientras que su ala derecha, engolosinada en la persecución de los magdalenistas que poco hicieron aquel día en obsequio a su causa, había abandonado sus posiciones a la vez que el centro, entreverándose con el de los Libres, no tuvo tiempo de jugar su cañón y confundidos en una sola masa salían del campo entre la erupción del humo, para cernerse en opuestas direcciones. Quedaban apenas algunos grupos de su izquierda cerca de los ranchos del chileno Manuel Cerda, los que organizados rápidamente por Granada y Bustos que estaban allí al amagar una carga decisiva a la compañía de Funes que tenían por el frente, levanta éste un pañuelo blanco en la punta de su espada, arrima espuela a los hijares del caballo y vivando a don Prudencio Rosas va a presentarse al primero de aquellos jefes. ¡Las dianas saludaron entonces a la victoria que había fluctuado, personificada ahora en ese tránsfuga que desertando las filas de su partido iba a unirse con sus armas a los enemigos de la libertad!
El despechado Arnold, que marchitó para siempre sus lauros de Quebec, Bchmus y Seratoga, negociando secretamente con el general Clinton la entrega de West Point en 1780, si consuma su perfidia, no hubiese hecho tanto daño a la revolución Norte Americana, como el que causó Funes a la insurrección del Sur pasándose con los suyos al coronel Granada en 1839. En el primer caso, ninguna utilidad reportaron los ingleses, todo fue problemático, mientras que
«Funes el gaucho astuto, de nefanda
Triste recordación…»
¡como le llama el poeta al fulminar anatemas contra su memoria, entregaba deliberadamente un triunfo ya asegurado, contribuyendo a galvanizar una situación que había sido enterrada aquel mismo día y con ella los abominables degüellos de 1840 y 42, amén del cortejo de excesos que trajo aparejados el descalabro del 7 de noviembre y de nos ruborizamos los presentes y sin duda parecerán increíbles a los venideros…!