Capítulo II
Estado de la opinión en la compaña de Buenos Aires. — Fusilamiento de Maza. — El general Lavalle en Montevideo. — Negociaciones secretas. — Dificultades imprevistas. — Zarpa la expedición libertadora.
En esa época, el espíritu de la campaña del Sud se hallaba en la mejor disposición para secundar cualquiera tentativa armada contra el sistema de terror que imperaba. De ello estaban persuadidos los misteriosos agitadores de la insurrección, puesto que habían explorado aquel sentimiento de antemano y lo alimentaban con tenaz perseverancia.
Obedecían a esta combinación, hasta los pasatiempos congeniales a nuestros hombres de campo, entre los que descollaban las carreras y las boleadas, reuniones que a pesar de su crecido número no podían despertar la suspicacia infatigable de la autoridad.
Los hacendados que estaban en el secreto, se valían de esos pretextos para dar impulso a sus miras, sin temor de que Rosas pudiera ser oportunamente prevenido.
En las ruidosas diversiones de aquel género que tuvieron lugar en el Pozo del Fuego y en las puntas de Kakel ya pudieron verse los progresos de estas maquinaciones.
Los colores verde y celeste proscritos en la ciudad, se ostentaron indistintamente por todas partes y el Grito Argentino, periódico ilustrado que aparecía en Montevideo contra Rosas, no sólo era leído y comentado por los gauchos en las pulperías, en los alegres fogones de las cocinas y en los corrales que son su escuela favorita, sino que circulaba también por las carretas en que sus familias concurrían a esas fiestas agrestes, penetrando hasta en las carpas de los oficiales de milicias, convertidas ya en foco de discusión política, pues que era unísona aun en los más apartados extremos de la campaña la idea de profunda repulsión hacia don Juan Manuel.
Entretanto, éste a quien se creía adormecido, se apoderaba merced a la perfidia de un cobarde, de la persona del jefe de la conjuración y lo hacía fusilar con pasmosa rapidez; golpe que desconcertó a sus cómplices, quienes amenazados de igual suerte, sólo pensaron en buscar un refugio que los salvara de la saña vengativa de aquél.
El doctor Jacinto Rodríguez Peña, cuyo denuedo varonil en el memorable plebiscito de marzo de 1835, había llamado la atención general[14] fue quien se encargó esta vez de prevenir a sus correligionarios de la campaña, de que el dictador puesto en la confidencia de la conspiración acababa de fusilar a su caudillo, buscando y aprehendiendo a los afiliados, por lo que los excitaba a que procurasen su salvación sin pérdida de tiempo.
Don Marcelino Martínez a quien iba dirigido ese fatídica billete, luego de escribir a Castelli que permaneciera tranquilo hasta segundo aviso, se trasladó a Marihuincul para conferenciar con los Ramos Mejía. Allí concertaron no abandonar la empresa sin haber tomado antes los informes necesarios de don José Otamendi, Juez de Paz de Monsalvo, quien se encontraba accidentalmente en el establecimiento de San Simón, de Piñero.
Puesto Martínez al habla con dicho funcionario, manifestóle éste que ignoraba todo y que no había recibido aún de adentro orden alguna, prestándose con caballerosidad a trasmitirla, caso de tenerla más tarde, a la estancia de Ramos mediante una fórmula convenida.
Pero el inquieto Martínez deseaba ver por sus ojos lo que sucedía en la capital, como lo hizo, trasladándose a ésta luego de haber prevenido a los Ramos lo que se proponía.
Presentándose en el escondite de sus confabulados, que no era otro que la casa de don Diego Arana, les dijo que si bien se había perdido lastimosamente la persona del comandante Maza, les hacía saber que la empresa en el sud permanecía en pie con todos sus elementos ignorados por Rosas, y que era de urgencia escribir nuevamente al general Lavalle, avisándole que para estallar el movimiento sólo se esperaba su desembarco en la Laguna de los Padres, donde podía contar con una reunión no menor de 3000 vecinos resueltos a incorporársele con las caballadas necesarias.
Pero mediaban trabas latentes y poderosas que frustraron el logro inmediato de esos propósitos.
El general Lavalle, separándose del ejército de Rivera después de la batalla del Palmar, se retiró a Mercedes sin mando alguno para soterrarse en la estancia del Bichadero, de Mr. Robert Young (departamento de Paysandú) y fué desde entonces completamente extraño a las operaciones militares o políticas del caudillo oriental[15].
Llegado este al campo volante de fuerzas suyas que habían sitiado a Montevideo las dificultades ocurridas entre el presidente Oribe y los agentes franceses, lo pusieron en contacto con el contralmirante Leblanc, prepararon el acuerdo en que intervino don Andrés Lamas, asesor y auditor de guerra, para la ocupación de la isla de Martín García por tropas orientales y francesas.
Lavalle al conocer ese hecho, escribió a Lamas deplorándolo, y cuando Juan Cruz Varela exclamaba dolorido, hablando del Río de la Plata en versos clásicos:
¡Y ora extraña flota te doma, te oprime,
Tricolor bandera flamea sublime
Y la azul y blanca vencida cayó!
expresaba con el propio, el sentimiento del primero y el de la mayoría de los emigrados argentinos.
Esta repugnancia agravó los motivos que lo alejaban de Rivera, y contribuyó a qué declarada la guerra a Rosas, Lavalle permaneciera juntamente con otros jefes, retirado del campamento del ejército oriental, en el que sólo se presentaron los generales don Félix de Olazábal y don Tomás de Iriarte, antidecembristas y más tarde lomos negros, quienes intentaron sin éxito formar una legión argentina que sirviese bajo la dirección del caudillo uruguayo, influenciado a la sazón por el general don Enrique Martínez.
Entretanto, los antiguos proceres unitarios Agüero, Alsina, Florencio Varela, etc., se habían acercado a los representantes de Francia, y seguros de que esta nación no atentaría a los derechos soberanos de su país, terminaron por aceptar su apoyo para la revolución argentina.
El único jefe que podía reunir los elementos bélicos era Lavalle.
En consecuencia, el doctor Varela se trasladó a Mercedes para conferenciar con él, y darle todas las garantías posibles a fin de vencer sus dudas o escrúpulos e instigarlo a ir a Montevideo, al mismo tiempo que don Andrés Lamas escribía a Rivera demostrándole la necesidad de que dejara obrar con entera libertad a los argentinos emigrados, y abogando calurosamente por la persona del general Lavalle.
Este pasó luego a Montevideo donde se decidió, una vez satisfecha su conciencia patriótica con las declaraciones que hicieron y firmaron los diplomáticos franceses; iniciándose en seguida, aunque con escasos medios los preparativos de su expedición tolerados por el gobierno oriental, y las inteligencias son los patriotas de Buenos Aires.
En el interín, el general argentino juzgó no solo un acto oportuno, sino también de deferencia manifestar al jefe del Estado, la empresa que iba a encabezar al frente de sus compatriotas proscriptos. Con tal motivo mediaron las cartas que siguen:
«Señor General D. Fructuoso Rivera.
»Montevideo, 5 de abril de 1839.
»Señor Presidente:
»Mi estimado amigo
»Habiendo sido llamado a esta capital por la Comisión Argentina y por una porción de mis amigos llegué el 2 a la noche.
»La incertidumbre del porvenir había excitado una viva inquietud en la emigración. Ella estaba dividida, y he tenido la fortuna de reunir los ánimos hacia un objeto común. Me pongo con la emigración a las órdenes de Vd. las que espero se sirva comunicarme.
»Al regreso de un buque que sale hoy para Mercedes vendrá mi familia a residir en la capital, después de lo cual podré disponer de mi persona.
»Acepte Vd. General los servicios que le ofrezco en la gran causa que Vd. preside en esta parte de la América.
»Soy su affmo. amigo y servidor.
Q. B. S. M.
(f.) JUAN LAVALLE».
«Señor General D. Juan Lavalle.
»Durazno, 18 de abril de 1839.
»Mi apreciado amigo:
»Ayer me ha sido entregada su favorecida de Vd. fecha 5: no he podido averiguar el motivo de la demora; mas esto nada importa desde que el objeto de Vd. es significarme sus sentimientos, de los que nunca he dudado y siempre he creído que estarían de acuerdo con lo que reclamaba su patria. No me cabía otra cosa, sino guardar un profundo silencio en la incertidumbre del porvenir que temían los emigrados, según lo sabía, y que Vd. ahora corrobora. Mi resolución era una y no sabía a qué atribuir esas dificultades que se presentaban. Por fortuna, Vd. lo ha transado todo, según me lo indica, y esto ha venido a efectuarse en un tiempo que, más que en otro alguno, convenía la concentración de los argentinos. Yo felicito a Vd. pues, por el triunfo que ha conseguido y espero tener el gusto de verlo bien pronto en acción con sus compatriotas para lanzar de la silla al monstruo que oprime a su patria.
»Usted puede detenerse con sus compañeros todo el tiempo que conceptúe necesario hacerlo, y estar seguro que conserva la misma amistad con que le saluda su affmo. amigo.
Q. B. S. M.
(f.) FRUCTUOSO RIVERA».
«Señor General D. Juan Lavalle.
»Durazno, 18 de abril de 1839.
»Mi apreciado amigo:
»Ayer me ha sido entregada su favorecida de Vd. fecha 5: no he podido averiguar el motivo de la demora; mas esto nada importa desde que el objeto de Vd. es significarme sus sentimientos, de los que nunca he dudado y siempre he creído que estarían de acuerdo con lo que reclamaba su patria. No me cabía otra cosa, sino guardar un profundo silencio en la incertidumbre del porvenir que temían los emigrados, según lo sabía, y que Vd. ahora corrobora. Mi resolución era una y no sabía a qué atribuir esas dificultades que se presentaban. Por fortuna, Vd. lo ha transado todo, según me lo indica, y esto ha venido a efectuarse en un tiempo que, más que en otro alguno, convenía la concentración de los argentinos. Yo felicito a Vd. pues, por el triunfo que ha conseguido y espero tener el gusto de verlo bien pronto en acción con sus compatriotas para lanzar de la silla al monstruo que oprime a su patria.
»Usted puede detenerse con sus compañeros todo el tiempo que conceptúe necesario hacerlo, y estar seguro que conserva la misma amistad con que le saluda su affmo. amigo.
Q. B. S. M.
(f.) FRUCTUOSO RIVERA».
«Señor General D. Juan Lavalle.
»Montevideo.
»Durazno, abril 5 de 1839.
»Querido amigo y compañero:
»He sabido que se dirigía a ésa, y he creído será para pasar a ésta; sin embargo, la diversidad con que se refiere su modo de pensar acerca de nuestra empresa, me pone en el caso de dirigirme a Vd. recordándole nuestros compromisos, y desvaneciéndole algunas ideas equivocadas que creo serían las que lo retraerían de venir.
»Si Vd. no duda que nuestro objeto es voltear a Rosas, y no otro, ¿qué consideración lo retrae de concurrir a un fin tan digno a que ha propendido sin cesar, y que no perdió de vista ni en nuestra desgracia? Cualquiera que ella sea debe subordinarse a él. Sus antiguos compañeros lo desean, y Vd. debe estar seguro que en ellos encontrará amigos verdaderos.
»Aquí los argentinos de valer desean sinceramente que venga Vd. y demás emigrados. Conocen la importancia de esta unión: la conoce también el general en jefe, y todos la conocemos; ¿qué pueden a Vd. suponerle personas que han caído ya en el mayor desprecio, porque han dejado ver que en su marcha no hay cosa parecida a patriotismo, que nada valen, y que por lo mismo nada pueden?
»Yo no creo General, que Vd. no venga: pero la sola posibilidad de que esto suceda, me mortifica: soy demasiado amigo de Vd.
»El señor coronel Díaz le habrá hablado ya; este señor se entendió con el general Iriarte, el Dr. Derqui y el coronel Velazco: es exacto cuanto le transmiten.
»En fin, hablo con un hombre ilustrado, y creo no equivocarme en esperarlo aquí, y pronto: entonces tendrá el gusto de darle un abrazo su affmo. amigo y compañero Q. B. S. M.».
(f.) FORTUNATO SILVA.
«Señor Coronel D. Fortunato Silva.
»Montevideo, 9 de abril de 1839.
»Muy querido amigo:
»Hoy he recibido con mucha satisfacción su apreciable del 5. Un amigo me avisa que el Sr. Pereda marcha esta tarde para el Durazno, y tengo el gusto de contestar a Vd.
»Había resuelto en efecto no tomar parte alguna en los sucesos actuales. Al principio parecía que todos estábamos de acuerdo en este punto; y queriendo substraerme a toda comunicación, a toda correspondencia, me había retirado con mi familia a una estancia.
»Luego empezaron las exigencias de mis amigos, que yo atribuía al principio, a intereses personales más bien que a una necesidad de las cosas: pero estas tomaron luego un carácter muy serio; temblé de la responsabilidad que podía tocarme, y cedí. Vine a la capital a reunir los ánimos de la emigración: creo haberlo conseguido de un modo completo, y el 5 escribí al señor general en jefe poniéndome a sus órdenes —¿está Vd. satisfecho?
»A pesar de los tristes antecedentes que Vd. conoce; a pesar de las susceptibilidades que son tan naturales en una ocasión como esta, yo no he exigido ninguna condición, porque no debía hacerlo, ni el general en jefe admitirlas; confiado por otra parte en que cada uno llenará el deber que le impone la suerte de dos naciones y el hondo abismo que se abre al partido que sucumba.
He resuelto que mi familia venga a residir a la capital, durante la cuestión actual, y la espero dentro de los próximos quince días. Después de esto, no dudo que tendré el gusto de darle a Vd. un abrazo.
He sido y soy siempre su amigo.
(f.) JUAN LAVALLE.
«Señor Coronel D. Fortunato Silva.
»Montevideo, 11 de abril de 1839.
»Mi querido amigo: Contesté la apreciable de Vd. del 5 y anoche he recibido la del 8 que contesto ahora. Dije a Vd. que había escrito al general en jefe, satisfaciendo así las exigencias que de todas partes se me hacían, y precaviéndome de una inaudita responsabilidad. Por mucho que sea el aprecio que hago de sus cartas de Vd., por mucha que sea la amistad que a Vd. profeso, yo no puedo ir al ejército sin más antecedentes que aquellos. Una cuestión en que se versa la suerte de dos naciones, y un principio de interés vital para toda la América, no se trata así, dispense Vd. esta confianza. Examino escrupulosamente mi conciencia y la encuentro tranquila. Cualquiera que sea nuestro porvenir, yo no perderé al menos esta ventaja.
»En cuanto al general Olazábal y al objeto que pueda traer en su viaje a la capital, debe Vd. estar tranquilo; Vd. sabe cómo trato yo todo lo que es personal.
»Soy su buen amigo y servidor.
(f.) JUAN LAVALLE.
Lamas a quien Lavalle amaba como a un hijo, no podía a pesar de toda su sagacidad y generoso designio, ni aun auxiliado por sus amigos del ejército oriental, persuadir a Rivera aceptase abiertamente la empresa de aquel general y le prestara su cooperación material.
Pero el inconsistente caudillo lejos de acceder a ello, principiaba a mostrarse frío e indiferente a toda ingerencia en los negocios argentinos por más que expresara lo contrario a Lavalle.
El entonces capitán don Melchor Pacheco y Obes, uno de los que más debían descolar en el sitio de los nueve años, escribía este párrafo significativo desde el cuartel general a 26 de abril del 39.
«… En mi presencia dijo el otro día, que él (Rivera) no tenía que hacer nada con la cuestión argentina; que si Rosas, venía se defendería; que si los franceses querían derrocarlo, armasen una expedición, que él no se lo impedía…».
Esta apatía en una emergencia vital, porque se vinculaba al porvenir y aun a la nacionalidad en peligro, y en cuyo desenlace nada podía ser más eficaz que la intervención francesa para dar en tierra con la dictadura, alarmó a Lamas, y por la primera vez desconfió de que la intimidad con los agentes de la Gran Bretaña, arrastrase a Rivera a alguna secreta inteligencia con Rosas, comunicando sus sospechas a su padre que era el intendente general de policía, y a los amigos más decididos, para prepararse a desbaratar cualquiera trama, y a guardar el mayor sigilo a fin de no desprestigiar imprudentemente en aquella crisis al adversario más poderoso del dominador de la margen occidental del Plata.
Tal era el estado de las cosas cuando se presentó en Montevideo Rivera, y asumió el ejercicio del Poder Ejecutivo como presidente de la República.
Este hecho inesperado precipitó los aprestos de la expedición argentina, y el 30 de junio ya acampaban los legionarios en la falda del Cerro.
El presidente que hasta entonces se había limitado a dejar sentir su desagrado, llamó en la tarde del 1.º de julio, al intendente general de policía don Luis Lamas y le ordenó que hiciese disolver las fuerzas argentinas expedicionarias, recogiendo el armamento y las monturas, e impidiera por todos los medios a su alcance, saliese Lavalle de la ciudad; poniendo la ejecución de esas órdenes y su reserva bajo la más severa responsabilidad del intendente, quien las comunicó luego a su hijo.
Este, después de desahogar su aflicción, observóle que semejantes órdenes no sería de fácil ejecución sin prepararse convenientemente, pues que era necesario apoyarlas en una fuerza suficiente, y esperar hora oportuna, lo cual impedía darles cumplimiento aquella misma noche.
Se concertó pues, que el intendente dijese a Rivera que esa noche dispondría la concentración de las fuerzas de policía, y que al día siguiente, antes o poco después de las doce, enviaría la intimación a los expedicionarios, rodeándolos previamente para inutilizar todo conato de resistencia.
Sin embargo, el joven Lamas prometió a su padre que emplearía la noche en combinar los medios tendientes a evitar el conflicto inminente salvando la honra y los intereses del país.
El intendente habló con el general Rivera y este convino en la forma y en la hora en que debiesen cumplirse sus órdenes el día 2.
En el interín, don Andrés Lamas se entendía con Lavalle, Alsina, Varela y otros argentinos y con los agentes franceses, quedando todo pronto para que la expedición se embarcase antes de la hora de la intimación.
Al amanecer del 2, estaban tomadas las medidas.
Después de las diez de la mañana, los expedicionarios en número de 160 y bajo la dirección del coronel don Manuel Alejandro Pueyrredón, habían efectuado su embarque por el saladero de Lafone en cuatro grandes guadaños, a cargo de don Guillermo Billinghurst que los condujeron a bordo de la goleta LIBERTAD, capitán Francisco Sardo (a) Balan que desde la madrugada bordeaba a la altura de Punta de Yeguas[16].
El general Lavalle vivía con su familia que poco antes había llegado de Mercedes, en una casa de la calle de San Carlos (hoy Sarandí). A eso de mediodía se presentó allí D. Valentín Alsina para decirle que le aguardaba el cónsul Mr. Ramón de Baradére, desde cuyo alojamiento saldría la comitiva. Entonces abrazó a su esposa la señora Dolores Correas de Larrea quien sollozando pero resignada le ciñó la faja de general, y dando luego un beso a sus hijos Augusto, Dolores, Hortensia y Juan que le rodeaban, abandonó con paso firme y para siempre los umbrales de su hogar, seguido de su ayudante Elias, dos ordenanzas de confianza y del amigo ya nombrado[17].
Una hora después, Lavalle, sus ayudantes, sus amigos, los agentes y varios jefes y oficiales franceses, se hallaban reunidos en el consulado de esta nación, situado en el ángulo de las calles de Santiago y San Luis que hoy se llaman Solís y Cerrito, donde conferenció de nuevo con los señores Leblanc, Martigny y Baradére.
En la última bocacuadra de la primera, estaba la lancha francesa destinada a recibir al general.
Contrariaba profundamente a Lamas como oriental y como correligionario político, que su ilustre amigo saliese de Montevideo con las apariencias de un prófugo, según lo pintaba poco después la prensa ministerial.
Por eso fue, que llegada la hora de partir, propuso que el acto se realizara públicamente, en la persuasión de que nadie se atrevería a detener el paso del glorioso adalid que marchaba a combatir a llosas en el centro de su poder. Así se resolvió, y el general estrechó la mano de Lamas con viva efusión.
En seguida, bajó Lavalle la escalera de la casa del cónsul. Vestía su uniforme de campaña, con la espada al cinto y llevando en el sombrero la divisa azul y blanca con el lema: Libertad o Muerte, bordado en oro, verdadera síntesis de la lucha a que se lanzaba en supremo holocausto…
Ya en la calle, se encaminó al muelle dando el brazo a Lamas, que llevaba su cucarda oriental, y tendiendo el izquierdo a don Valentín Alsina, seguido de sus ayudantes que lucían también la divisa de guerra y de muchos amigos, entre los que se notaban los jóvenes Isaías de Elia, Juan N. Madero, Miguel de Irigoyen, la señora doña María Sánchez de Mendeville y su hijo Juan Thompson, Gervasio A. Posadas, Félix Frías, Miguel Cané, Andrés Somellera, Francisco Pico, Manuel Belgrano, Florencio y Jacobo Varela y Juan Bautista Alberdi, redactor de las proclamas que anunciaban a los pueblos su próxima constitución bajo el verdadero sistema federal.
La comitiva de la que formaban parte los agentes franceses ya citados, crecía en su marcha y cuantos la encontraban a su paso, descubríanse respetuosamente.
Luego que hubo llegado al embarcadero, don Antonio Casalla, ayudante de servicio en la capitanía del puerto, y el cual no solo ignoraba sino que ni aun podía sospechar las órdenes comunicadas al intendente de policía, tanto más, cuanto que veía al general del brazo del señor Lamas que era un alto empleado de la administración, se acercó a ofrecer la falúa oficial que casualmente estaba pronta.
Aceptada ella incontinenti, no se dió lugar a vacilaciones, teniendo Lamas por circunstancia tan imprevista la íntima satisfacción de que se embarcara Lavalle con los honores que merecía y a la sombra del pabellón oriental.
¡En su tránsito hasta bordo escoltado por las embarcaciones francesas que recibieron a varios emigrados que no pudieron embarcarse antes, fué objeto de idénticas demostraciones de los buques de guerra de la República del Uruguay, cuyas tripulaciones saludaron a la voz al general argentino, quien poco después y ya sobre cubierta de la nave francesa que debía conducirlo a su magnánima cruzada, despedíase de Lamas abrazándole por última vez en la tierra!
Este a su regreso se dirigió a casa del gobierno, y luego de dar cuenta de lo sucedido al ministro doctor José Ellauri, asumiendo por entero las responsabilidades ulteriores, firmaba con mano segura la renuncia de sus empleos, declarando en ella «… que había infundido a su señor padre una falsa confianza, para poder hacer como había hecho, lo que entendía que era un eminente servicio a su patria y al mismo señor presidente Rivera…».
Mas éste que había sido enterado de lo acaecido por su edecán el teniente coronel Eugenio Perichon, quien encontró y saludó a Lavalle y su séquito cuando iba a embarcarse, no lo consideró así en el primer momento, y reclamando de los representantes de la Francia el desembarco del general y de los expedicionarios, ordenó a los buques orientales capturasen los transportes mercantes, mandó encausar a Lamas, y por último, que se suspendiera y sumariase al ayudante de la capitanía del puerto.
Pero todas estas providencias fueron ya estériles.
El embarco público de Lavalle había cortado el nudo gordiano.
Según se ha sabido después, Rivera estaba en tratos de paz con Rosas, por medio de los agentes diplomáticos ingleses.
Exhibimos más adelante los comprobantes de esa tentativa oscura y grave, felizmente frustada, porque el dictador de Buenos Aires no pudo persuadirse que la salida de Lavalle de Montevideo se verificase en esa forma, a la luz del día, sin la connivencia de Rivera, de cuyo doblez desconfiaba; y determinó ya sin vacilar, vadease el Uruguay el ejército que se remontaba en Entre Ríos a las órdenes del general don Pascual Echagüe.
Aquella invasión que no se hizo esperar, tomó desprevenido a Rivera, le impuso la necesidad de restablecer sus relaciones interrumpidas con los agentes franceses y con el general Lavalle; y esa situación creada, llevó al ministerio a don Andrés Lamas en la misma edad en que el célebre Pitt fué llamado a presidir el gabinete de la Gran Bretaña.
El Boletín Revolucionario, escrito por el doctor Alberdi en la Revista del Plata, decía con verdad: «Se sienta momentáneamente en la silla del primer ministro, el oriental que haya manifestado con datos más brillantes su profundo aborrecimiento al tirano de los argentinos. Su política no será de conciliación…».
Libramos por primera vez al dominio de la historia, los antecedentes, las circunstancias y las importantes consecuencias de la partida de los libertadores, apenas removidos los obstáculos con que lucharon durante su corta permanencia en Montevideo.
El presidente Rivera dominado por innobles ambiciones, los hostilizó sordamente en tanto que hacía esfuerzos para llegar a un advenimiento que le asegurase el mando supremo; y ante la perspectiva de estacionarse por tiempo indefinido en nueva Capua, le era indiferente el sacrificio de sus huéspedes.
Por eso no quiso entenderse con el general Lavalle ni dejar en independencia a los suyos; significando con malicia, que no convenía a los intereses del Estado Oriental ni a la causa de la libertad argentina, una empresa que por la debilidad de sus medios, no daría otro resultado que la pérdida de una porción de hombres que eran la esperanza de su patria, y como consecuencia inmediata el afianzamiento del tirano.
Pero Lavalle bajo la impresión amarga de la muerte de los Maza, la cual se supo en Montevideo la mañana del 1.º de julio[18] no se dejó imponer pues que reflexionaba que siendo puramente argentinos los elementos de su empresa, el gabinete uruguayo no podía cruzarla desde que se había negado a coadyuvar como estaba obligado por los compromisos más solemnes.
Así es como zarpó de Montevideo ese puñado de proscritos para abrir la campaña que debía terminar en honroso desastre al pie de los Andes Bolivianos, después de 27 meses de inauditos padecimientos.
Veamos ahora los singulares documentos a que nos hemos referido, y que obtuvimos autógrafos de manos de nuestro amigo el almirante español don Miguel Lobo, quien los descubrió entre otros papeles dejados por la viuda del general Rivera.
Son estos:
«Mi amada Bernardina:
»No quiero perder la ocasión del regreso de don Vicente Viera vecino de Coquimbo y nuestro amigo, para darte noticias mías y decirte que estoy bueno y que anoche llegó Muñoz.[19] Hoy he tenido la primera conferencia con él y estoy contento porque está conforme en mi modo de ver las cosas políticas; PARECE QUE TRABAJAREMOS DE CONSUNO A FIN DE ARRIBAR A LA PAZ. Esto es sumamente reservado; sírvate de gobierno. Sin embargo, para obtenerla con ventaja, es menester ponernos fuerte para sacar el mejor partido… por lo que me es preciso pensar en un nuevo plan, entre otras cosas, será el de ocupar las inmediaciones de Mercedes, es decir tal vez el ejército vaya a situarse en la barra del Yí o por Navarro en el Río Negro, para donde marcharé así que pueda ser, y de lo que te instruiré prontamente.
»Mil cosas a las niñas, y a Pablito y tú recibe el afecto de tu amante esposo que verte desea».
(f.) Rivera.
Señora doña Bernardina Fragoso de Rivera de su F. R. — Mercedes.
Durazno, 18 de abril de 1889.
«Mi amada Bernardina:
»Cuando recibí tu carta iba ya a despacharte un propio y darte mis noticias, pero llegó el portador de ésta a quien he ocupado para que te lleve 800 pesos que es algo más del dinero que por mi orden tú has suplido en ésa, del que llevabas para tus gastos. Siento no tener más para mandarte, sin embargo, si precisases para adelante me avisarás, pues espero a don Pascual Costa para el 8 de éste y me traerá algún dinero.
»A otra cosa.
»Sin duda yo pienso establecerme en este mes en el Rincón de Navarro donde ha de reunirse el ejército y pasar el invierno. Yo no he podido moverme de este punto: no creas mi alma por un momento que me haya detenido aquí ningún asunto particular; las cosas, los hombres también, han sido y son los motivos que aquí me tienen embarazado; mas primero que todo ES UN ASUNTO DE SUMA IMPORTANCIA QUE TENGO ENTRE MANOS CON EL MISMO BUENOS AIRES. EL ASUNTO SE VERSA POR MEDIO DE LOS AGENTES INGLESES. TODO ESTO ES DE SUMA RESERVA; MAS TE LO COMUNICO CONFIADO EN QUE NO LO HARÁS TRASCENDENTAL A NADIE. NO ESTÁ DISTANTE EL QUE HAGAMOS LA PAZ CON ROZAS. ESE ES EL ASUNTO IMPORTANTE; y a más hacer público el tratado con los Republicanos.[20] Todo esto nos tiene ocupados aquí, para lo cual yo tengo que hacer venir el ministerio a mi lado y tal vez sea a Mercedes o aquí: también esto resérvalo. Los correntinos se han sometido a Echagüe, parece que aparentemente. Eso está por esa parte en mal estado. El ejército entrerriano estaba en Mocoretá; dicen que nos quieren invadir este invierno; yo lo dificulto, pero si así fuere, echaremos el resto: al menos, los hemos de pelear.
»Nada tengo que mandarles, esto es una miseria; Vd. ahí tendrán otros recursos, que aquí yo no tengo nada.
»Yo supongo que para el 20 del presente estaré ya en Navarro. Ojalá que ese día que es el día de tu santo, yo tenga el gusto de darte un abrazo y pasar contigo y nuestra familia, algunos días.
»A mí Pablito muchos besos y a las niñas, tú recibe el afecto verdadero de tu amante esposo que verte desea.
(f.) Fructuoso Rivera».
Durazno, mayo 2 de 1839.