Capítulo V
SUMARIO — Llegada a Chascomús de la división de vanguardia.— Palabras del patriota Márquez al pueblo congregado en la plaza.— Se elige nueva autoridad.— Deposición del juez de paz.— Despáchanse dos comisiones.— Refuerzos de Dolores y de los Montes Grandes. —Las milicias de la Magdalena.— El patriota Gándara.— Se incorporan las fuerzas del comandante Olmos.— Rasgos biográficos de este jefe.
La mañana del 3 de noviembre, es decir, al día siguiente del pronunciamiento de Chascomús, entraba en aquel pueblo la vanguardia de los Libres con su joven comandante al frente.
Zacarías Márquez era hijo de Santa Fe, pero antiguo vecino de Dolores y muy estimado por la bondad de su carácter como por la acreditada energía de su ánimo.
El alborozo de la víspera volvió a repetirse con igual entusiasmo, y el recibimiento no pudo ser más satisfactorio para los recién llegados.
Formada dicha fuerza en la plaza, hablóle su jefe, con palabras llenas de fuego patriótico, asegurando que si allí eran cientos, más adelante serían miles, porque era uniforme como lo presenciaban el sentimiento de repulsión contra Rosas, lo que hacía creer que la campaña iniciada sería apenas un paseo militar en el que ni tendrían necesidad de ensillar los caballos de pelea, porque la gran ciudad de Buenos Aires los aguardaba con los brazos abiertos para estrechar a sus libertadores, terminando entre vivas a la patria y a su regeneración con la próxima caída del opresor de los argentinos.
Asistía a solemnizar aquel acto una parte considerable del vecindario y comercio, notándose los señores Francisco Villarino, doctor Francisco G. de Eguren, José Galán, José Cruz y Laureano Dehesa, Felipe Miguens, Rafael Sánchez Cabello, José Gándara Lemus, Vicente José María y Juan de Basavilbaso, Marcos y José María Agrelo, José Ferrari, José Toledo, Gregorio Oriosolo, Eustaquio del Castillo Aldao, Gabriel Martínez, Ramón Castro, Eustoquio Larrosa, Evaristo Alfaro, Mariano Piedra Cueva, Teodoro Bonfi, Ezequiel Ortiz, Carlos Mathon, Juan José Ayala, Francisco y Pedro Roca, Antonio Lareu, Pedro Capdevila, Jacinto y Mariano Machado, Juan Milani (italiano), Juan Libaros (francés), Simón Santillán, Fermín Pizarro, Gabriel Revoredo, Saturnino Narvaja, Manuel Jacinto Castañón, Manuel J. Aurrecoechea, Lucas Balán, José Luis Lorenzo, doctor Bonifacio Díaz y otros muchos entre los cuales hubo algunos como el señor Villarino que usaron de la palabra para condenar la administración de Rosas proclamando la santidad de la cruzada de los Libres.
Enseguida se declaró caduca la autoridad puesta por aquél, procediéndose a nombrar la que debiera subrogarla, y el respetable vecino doto Jacinto Machado, obtuvo el voto unánime de sus convencinos. Pero excusándose éste con su falta de aptitudes para desempeñarse en momentos tan críticos, el ciudadano Cabello y otros disiparon sus dudas, prometiendo en alta voz ayudarle con entera consagración.
Acto continuo, se hizo comparecer en la plaza al juez de paz Girado, que permanecía en arresto desde la víspera, para intimársele hiciera entrega del puesto. Mas, revestido éste de su acostumbrada serenidad, contestó que estándolo sirviendo por mandato de autoridad constituida cedería únicamente a la fuerza. Sí, sí, — prorrumpieron varios a la vez — a la fuerza irresistible de la revolución de los Libres — agregando que se quite el luto federal, arránquenle ese trapo colorado, etc.
Notando Girado la actitud tumultuosa de los que le rodeaban, sin proferir una palabra, pero sin inmutarse, se sacó ambas cosas y doblándolas con calma las guardó en el bolsillo.
Márquez lo mandó entonces retirar, dándole su casa por cárcel a indicación de varias personas de carácter generoso.
Ya en posesión del cargo la nueva autoridad del pueblo, el jefe de la vanguardia y la pequeña fuerza de Mendiola, volvieron a salir de la plaza, yendo a acampar entre el arroyo de los Toldos y San Felipe.
Se acordó también nombrar dos comisiones compuestas la una de los señores Villarino, Mendiola, Agrelo, Posse y Gabriel Martínez que se encaminó luego a la embocadura del Salado con el objeto de apresurar la incorporación del comandante Olmos con la fuerza que la guarnecía, y la segunda integrada por el señor Milani y otros vecinos, en dirección a Ranchos a fin de negociar un cambio pacífico de sus autoridades en el sentido de las ideas proclamadas.
En el transcurso del día siguiente, se incorporó a Márquez, el capitán don Camilo (?) Islas con dos compañías organizadas en Dolores, y el 5 se puso en alarma el campamento, mientras avanzaba el porta Espinosa a reconocer una fuerza que, por el rumbo en que se avistó, podía creerse enemiga, resultando ser el comandante José Antonio López Calveti, con cerca de 300 hombres bien armados de la gente de los Montes Grandes, refuerzos ya anunciados y que iba despachando el activo Rico en precaución de las eventualidades.
Casi simultáneamente se presentaba un escuadrón de milicias de la Magdalena compuesto de más de 100 hombres, el que seguido por su jefe el sargento mayor don Miguel Valle, iba a alistarse en las filas revolucionarias de un modo espontáneo. Sumando estas diferentes fracciones un total de más de mil soldados animados del mejor espíritu.
Entre tanto, notábase cierto malestar a causa de la demora de Olmos, por lo que se dió la mayor importancia a la comisión que partió en la madrugada del 4 a conferenciar con él, que como se ha dicho, estaba guardando la boca del Salado, de cualquier desembarco que intentasen los bloqueadores, con dos piezas de calibre servidas por un piquete de la brigada de artillería de mar a cargo del mayor graduado don Pedro Pérez Navarro y más de 150 hombres de caballería que recorrían el litoral con los oficiales, mayor graduado José María Ansorena, tenientes Francisco Javier Funes, José Quiroga, Julián Larrosa (a) Cielito, Juan Palacio, Juan Eusebio Guerrero, alféreces Rafael Mendoza y Ramón Juárez.
Desde que supo por el capitán Ansorena que había estallado la revolución en Dolores, ya se preparó a secundarla, en cumplimiento de sus anteriores promesas hechas al señor Gándara, respetable hacendado de la costa de Vitel.
Efectivamente, Gándara era no sólo uno de los precursores, sino también uno de los prohombres de la revolución del Sur, por su educación, su carácter circunspecto y pundonoroso, y la severidad de sus costumbres, haciéndose digno de algunas pinceladas que lo hagan conocer del lector.
Don Leonardo Domingo de la Gándara, hijo de don Julián y de doña Manuela Sota, nació en Buenos Aires, el 7 de noviembre de 1785. Educado por los recoletos franciscanos, pasó más tarde a practicar con el doctor don Pedro Sometiera, pues que se le destinaba a la abogacía, y en 1806 fué uno de los reconquistadores de su ciudad natal.
Poco después fallecía su padre, pérdida que unida a la de un litigio malhadado, amenguó los recursos de su familia, la cual tuvo que retirarse a su chacra (hoy de Castex) en el partido de Morón, del que fué nombrado juez de paz, y síndico de su parroquia en 22 de enero de 1822.
Contraído con preferencia a la educación pública, como el único obstáculo capaz de oponer con suceso a la barbarie que se desbordaba, tuvo que luchar a brazo partido con la preocupación y la ignorancia, siendo una de sus primeras medidas la cortadura a cercén de la trenza en los niños de escuela, sacrificio al progreso, que causó una verdadera conmoción en las familias, teniendo que vencer nuevas resistencias cuando ocupó bajo inventario y por encargo del gobierno, las pertenencias del rico santuario ele Luján. Su conducta escrupulosa en aquellos tiempos calamitosos, hizo que cierto día exclamara el ministro Rivadavia:
«¡Qué no tener a mi disposición una docena de hombres del temple de Gándara, para organizar este país!».
Fijada de nuevo su residencia en la capital, continuó prestando servicios gratuitos, hasta el año de 1825, en que fué electo representante a la legislatura por los partidos de Morón, Conchas y San Fernando. Dos años después era vicepresidente del crédito público, y el 25 de febrero de 1828, sucedía a don Eustaquio Díaz Vélez en el juzgado de paz de Chascomús, desempeñando esos puestos con su acostumbrada rectitud.
El 7 de mayo de 1829 fué miembro de la comisión de abastos y provisión de esta ciudad, asediada por las montoneras de López y Rosas. En Junio de 1831, se le entregó la patente de capitán de la guardia de honor de la provincia y dos años más tarde integraba la Comisión de Hacendados contribuyendo a salvar la vida del coronel Paulino Rojas.
Sus compromisos políticos, y las aflicciones terribles que le acarreó el fatal desenlace de la revolución del Sud, que le tomó en su estancia de Vitel, hizo incurrir al padre de familia en una gran debilidad, de que él mismo se acusaba, y contribuyó quizá a amargar el resto de sus días. Ligado codo con codo, hubo de ser fusilado, y para salvarse tuvo que firmar un documento ignominioso, que lleva la fecha del 30 de noviembre de 1839, y el cual se registrará en su lugar. Ni aun así, eludió la saña de Rosas, que le embargó sus bienes en 1840, y por su orden, se estuvieron sacando tropas de ganado vacuno del establecimiento de Vitel, para el consumo de las fuerzas en Chascomús y Campamento de Santos Lugares.
Empobrecido y amargada su vida emigró para Montevideo cuando el segundo degüello en 1842, pasando de allí a Río de Janeiro, en donde estrechó en sus brazos a Rivadavia, por el que conservaba una especie de culto.
Cuando en el año siguiente, merced a la intercesión de algunos de sus amigos que secundaban el empeño eficaz de la señorita Mañuela Rosas, se significó a su esposa, la señora Francisca Benigna Moreno, que serían desembargadas sus propiedades si Gándara se presentaba en Palermo, no se hizo esperar éste, y al entregar su memorial al sargento mayor don Antonino Reyes añadió estas palabras: Sírvase Vd. decir al señor Gobernador, que aquí está Leonardo Domingo Gándara, que no tiene mancha ni en la frente, ni en la espailda y viene a pedir justicia y no favor.
Es posible que el edecán Reyes silenciara ese justo desahogo o que Rosas gustase de la franqueza, lo cierto es que aquel mismo día se giró la orden levantando el secuestro.[100]
El terreno preparado por este modesto patriota y explorado más tarde por Aliaga que se condujo con abnegación, dió sus frutos.
Olmos recibió con agrado a la comisión encabezada por su amigo Mendiola, a la que después de escuchar con interés, le manifestó que el día antes había partido Alzaga para Dolores conduciendo pliegos para Rico y que en ese momento, acababa de despachar un chasque previniendo al mismo que iba a oficiar al jefe de la vanguardia y a la autoridad civil de Chascomús, disculpando su demora ocasionada por la escasez de caballos y en especial por haber sufrido un contratiempo el vehículo enviado por Rico en busca de armamento y municiones.
Observando el señor Villarino que era urgente su presencia en el centro de los sucesos por más de un motivo, se resolvió anticipar la marcha fijada para el 5 y ese mismo día, antes de entrarse el sol, dispuso Olmos que la fuerza que se hallaba en el Albardón se replegase sobre el establecimiento vecino de Juancho (de Pepe Miguens) donde él estaba. Practicado ese movimiento, después de permanecer la tropa un rato sin echar pie a tierra, se emprendió la marcha de trasnochada, haciendo alto al ser de día en el Paso de las Piedras (costa del Salado) a una legua del Callejón. Allí fué suplido de tabaco, yerba y otros efectos pedidos a Dolores. El 5 a puestas de sol, se movió de nuevo hacia Chascomús y fué a amanecer por la laguna de Yalca, a legua y media del pueblo, acampando enseguida a inmediaciones de la chacra de Herrera.
Este suceso era de buen augurio para la revolución por la robustez moral que le imprimía la conquista pacífica de un contingente bien armado y disciplinado, teniendo a su frente oficiales de línea de que tanto se carecía.
Veamos ahora los méritos de su comandante que cumplió con religiosidad la palabra empeñada a Gándara y cuyos movimientos habían preocupado tanto a Rico y a sus allegados.
Don Juan Francisco Olmos, hijo de don Domingo, y de doña Isidora Liendro, nació en San Nicolás de los Arroyos, a principios del siglo.
No tenía aun 20 años, cuando en clase de soldado con los paisanos del Tordillo, y a las órdenes del comisario nacional, teniente coronel Navarro († en Cepeda 1820), principió a servir en los destacamentos que se daban para custodiar los prisioneros de la guerra de la independencia en el depósito de las Bruscas.
En el desgraciado encuentro que tuvo lugar por esos años con el cacique Negro, cuando el capitán Lara le dió alcance por las sierras de la Tinta, fué del número de los heridos.
En 1821, siendo ya sargento del piquete de Blandengues del expresado Lara, integraba la partida descubridora que se retiró hasta el Tordillo con motivo de la gran invasión de indios que en el mes de abril arrasó el pueblo de Dolores.
Relevado Lara por el capitán Eusebio Góngora en la partida de Kakel, continuó Olmos prestando allí sus servicios hasta 1824, que agregado al cuerpo de voluntarios del capitán don Benito Miguens, concurrió a la entrada que hizo al desierto el general don Martín Rodríguez, siendo herido de lanza por la segunda vez, en una de las fuertes guerrillas de vanguardia en las faldas de Pillahuincó.
Concluida esa campaña laboriosa y fundada la guardia del Tandil, Olmos como baqueano de la división del coronel Arévalo, contribuyó a dar un golpe a la indiada que invadió las costas del Salado, asistiendo entre las milicias del Tordillo que operaban con los Blandengues y los escuadrones de Entre Ríos, a la decisiva jomada de la laguna del Arazá (noviembre de 1823) donde quedó vencido y muerto el cacique Ancafilú, 50 indios más y rescatadas sobre 80 000 cabezas de ganado, etc., (v. Gaveta).
El coronel don Angel Salvadores al organizar en 1827 el regimiento 5.º de milicias de campaña, nombró oficial a Olmos, que algunoss años después, tomaba parte en la sorpresa de Colonguellú a las órdenes del comandante Valle, pasando de allí a Bahía Blanca con el mayor don Francisco Sosa. Durante su permanencia en dicho punto, concurrió a otros combates al mando del bien reputado comandante don Martiniano Rodríguez, los que dieron por resultado la captura sucesiva de Maule, Toriano, Cabeza Blanca, Lomo Colorado y otros caciques temibles de la Pampa.
En 1828, tomó servicio contra los Decembristas, y en 1833 y 34 marchó al desierto con el general Rosas.
El año de 1835, fué nombrado comandante de las milicias del partido de Chascomús, y a la época del pronunciamiento era ya sargento mayor de línea graduado de teniente coronel y comandante del 5.º escuadrón del regimiento N.º 5 de milicias de caballería de campaña encargado accidentalmente del cantón de la boca del Salado, poseyendo un pequeño establecimiento en el paraje denominado la Limpia, fruto de sus economías y conducta intachable.
Tal era el jefe que ingresaba entre los Libres, y el que no defraudaría las esperanzas que depositaron éstos en su lealtad y coraje.[101]