Capítulo VI

Vacilaciones del general Lavalle antes de lanzarse a las costas del Sur. — Conducta inexplicable del Presidente Rivera. — Invasión del Estado Oriental por fuerzas de Rosas. — El peligro produce un cambio de política en el gabinete uruguayo. — Lavalle varía su plan de campaña.

Organizada ya la columna libertadora y aumentados su fuerza y elementos hasta donde era posible, había llegado el ansiado momento de obrar.

Designábanse varios puntos para servir de teatro a sus primeras operaciones; pero todas las miradas se dirigían a la campaña del Sud de la provincia de Buenos Aires, donde se contaba con la simpatía y la cooperación de numerosos amigos.

Examinado este plan por el lado militar, vióse que los invasores podían tornar tierra en la Ensenada de Barragán, la Atalaya de la Magdalena, Boca del Salado, Tuyú, Cabo Corrientes o Bahía Blanca.

El primero de esos puertos a 12 leguas de la ciudad, era poco favorable a un rápido desembarco por los bañados o tremedales y arroyuelos cenagosos de San Juan, la Batería, Mulas y otros que lo avecindan.

El segundo, inaccesible a embarcaciones de calado por su poca agua y casi flanqueado por los arroyos Villoldo, Sauce, Atalaya y Espinillo, en los cuales se refugiaban de continuo los pequeños barcos de cabotaje que forzaban el bloqueo, y no siendo abrigado del temible viento S. E., se sabía además que acampaba por sus inmediaciones la fuerza del sargento mayor Miguel Valle, con la que chocaron los franceses poco antes.

El tercero, situado en el vértice del triángulo de los rincones de Nuario, Viedma y López, formados por los ríos Samborombón y Salado al derramarse en el Plata, distante 15 leguas del pueblo de Chascomús, rumbo en el que sólo existían entonces las poblaciones o estancias de Pinero, Escribano y Miguens, pero que a la parte sur de ese puerto, es decir, en el rincón de López, estaba la de don Gervasio Rosas, hermano del Dictador, desde donde el sargento mayor Estanislao Vigorena con una fuerte partida recorría el paraje con la orden terminante de retirar basta el último mancarrón de las inmediaciones al asomo de cualquier vela por esa altura.[40]

La entrada al cuarto puerto era eventual, debiendo verificarse por el riachuelo de San Clemente que carecía de agua a menudo, siendo expuesto además por los cangrejales que lo forman.

El del Cabo Corrientes o Laguna de los Padres estaba completamente desamparado; los buques podían ser vistos desde una gran distancia; y la reventazón era tan continua, que el desembarco quedaba sometido a las mismas eventualidades que en el anterior y sobre todo, dada la estación inclemente en que se hallaban.

Finalmente, en el más remoto de Bahía Blanca no había que pensar, guarnecido como estaba por la división del coronel Martiniano Rodríguez, y a gran distancia de la zona donde convenía operar.

Entre tanto, a los interesados en llevar el ataque por el Norte, se les observaba, que encontrándose ese litoral igualmente vigilado, ofrecía quizá mayores riesgos para una sorpresa, pues que ni el terreno estaba preparado como en el Sur, y porque siendo laboriosa la navegación de un convoy contra la corriente del caudaloso Paraná, era no sólo difícil sino también imposible esquivar la sospecha de los numerosos y barcos del tráfico que lo frecuentan y los cuales pondrían luego en alarma al enemigo, cuyas hostilidades crearían conflictos a la expedición apenas iniciada.

Tal era la pintura que se le hacía al general Lavalle de los obstáculos que le amagaban, en caso de adoptar esos proyectos tachados por algunos de erróneos bajo su aspecto político y militar, cuando nuevos y singulares sucesos, cambiando de súbito la situación, pusieron término a las dudas.

Sintetizando el resultado de las medidas que en su enojo había tomado el presidente Rivera, luego de saber el embarco público de Lavalle, hemos dicho en otro lugar que ellas fueron estériles.

Las reclamaciones dirigidas a los agentes franceses no podían producirle resultado alguno favorable; y pronto se apercibió de que no era cuerdo extremar su desinteligencia con éstos, con los emigrados argentinos ya en acción que patrocinaban, y con los orientales sus amigos políticos que intransigentes con Rosas, podrían serle indispensables para reanudar si le era necesario las relaciones comprometidas, tanto con los franceses como con los mismos argentinos.

Además, Rivera debió saber por los intermediarios en sus negociaciones con Rosas, que éste creyéndose engañado se disponía a castigar la perfidia de que le acusaba, invadiendo sin tardanza el territorio oriental para aprovechar la desorganización en que le contemplaba.

En consecuencia, Rivera retrocedió, principiando por dar seguridades de que no cruzaría la empresa de Lavalle, ordenando a la vez no se hiciera lugar a la renuncia del joven Lamas y se le encargase comunicar a dicho general el compromiso contraído por el Presidente.

Lo que a esto siguió podemos narrarlo sirviéndonos de documentos auténticos, de las cartas mismas del general Lavalle escritas todas de su puño, con la rapidez de los momentos, y que revelan que aquel soldado intrépido era un hombre de corazón, una inteligencia cultivada, un escritor correcto, y arriba de todo eso, un patriota cuya abnegación personal tocaba los límites del heroísmo.

Don Andrés Lamas le transmitió las garantías que daba el presidente Rivera, en esta carta escrita con hábil reserva:

«Señor general don Juan Lavalle. — Martín García.


»Montevideo, julio 12 de 1839.


»Mi querido amigo:


»Nuestro Frías es el conductor de ésta. Por él lo sabrá Vd. todo, y lo que él no le diga se lo dirán probablemente las cartas de los señores Agüero y Varela. Yo no puedo tocar estas cosas sin sufrir horriblemente. Perdóneme Vd.

»Tenemos hoy la seguridad de que el gobierno no nos cruzará. Después de lo que llegamos a temer, este es un suceso de importancia.

»Lo que yo pueda hablar de mi posición, lo diré a Vd. oportunamente. Hoy sólo me es permitido asegurarle a Vd. que puede contar con la invariable amistad de su affmo. servidor,

»(f.) ANDRÉS LAMAS».

El general Lavalle contestó en los términos siguientes:

«Señor don Andrés Lamas. — Montevideo.


»Martín García, 18 de julio de 1839.


»Querido amigo:


»Todo lo que viene de Vd. me es muy querido, y su apreciable del 12 por consiguiente.

»Vd. y los demás amigos me dicen que el general Rivera se ha comprometido a no cruzar la empresa argentina, pero las órdenes que tiene el general Medina y los demás jefes de la costa, están en contradicción con ese propósito. Todos los argentinos que quieren embarcarse son presos, y los que van de aquí a buscar víveres lo son igualmente. Siento no tener aquí ahora una de estas órdenes, para que Vd. se lamentase del horrible espíritu con que están concebidas. Querido, yo nada espero del general Rivera sino hostilidades; está poseído de una rabia frenética, no tanto contra la empresa, cuanto contra mí.

»Pronto llorará su ceguedad. Su propia conciencia será mi vengadora. Si yo triunfo de Rosas, su nombre será el objeto de execración de todos los pueblos argentinos; y si no, él cargará con la ignominia de mi muerte. Jamás he hecho un pronóstico con más confianza. En cuanto a mí, Vd. me ve en un camino único, en el de la Patria, y aunque todo el universo se conjurase yo iría a morir allí, porque así me lo mandan mi deber y mis compromisos.

»Adiós mi amado amigo, recuerdo a Vd. y a su noble padre con gratitud y con ternura.

»Sírvase abrazarlo en mi nombre y también a su linda mitad.

»Su siempre,

»(f.) JUAN LAVALLE».


Pocos días después, y a medida que arreciaba el despecho de Rosas por el embarque de Lavalle, el presidente Rivera adelantaba en el buen camino, llegando hasta ofrecer una fuerza considerable que operaría a las órdenes de aquel general bajo un plan combinado con él.

Lamas comunicó así tales ofrecimientos:

«Señor general don Juan Lavalle.


»Montevideo, julio 22 de 1889 (A la 1 ½ de la noche).


»Mi querido amigo:


»Está en mi poder su carta del 18 que recibí con el placer con que admito siempre las cosas de Vd.

»Estamos en momentos decisivos: cuando se está en presencia de los más altos intereses de dos pueblos, todos los sentimientos individuales se subordinan y desaparecen. Esto debe ser así y yo sé que así es para Vd. como para mí. Cuento con ello cuando voy a hablarle ligeramente de un negocio que me ocupará más en otra ocasión.

»El general Rivera parece que se ha apercibido de que no puede vivir aquí y Rosas en la otra orilla: me parece que se ha apercibido de algo más, de la imperiosa necesidad de contribuir a que Rosas caiga pronto y muy pronto. El sábado pues, antes de salir de la capital, manifestó abiertamente que estaba resuelto a cooperar a la empresa de Vd. con 1200 a 1500 hombres que irían a las órdenes de un general oriental en clase de auxiliares: este general es el señor Aguiar. Autorizó con este fin a sus ministros de palabra y al señor Despouy por escrito para que arreglasen este negocio.

»Fui llamado al instante para que empeñase mi crédito en beneficio de esta idea, ofrecí hacerlo a condición: 1.º De que la expedición oriental se principiase a reunir al instante; 2.º Que se me diesen facilidades para remontar la Argentina. Fueron aceptadas mis condiciones, y trabajamos sin descanso.

»No estoy alucinado, general; yo he previsto el caso de que esto fuera una perfidia; faltaría a la verdad, si no confesase que ni la sospecho hoy. Estoy perfectamente convencido de que se quiere el hecho, el porqué ahora y no antes, me parece cuestión importuna. Sin embargo, marcho con todas las precauciones imaginables y nada tenemos que temer.

»Nosotros aquí podemos reunir en pocos días una fuerza importante: el Presidente tiene facilidad para poner el resto en la Colonia con mucha brevedad también; de modo que este es negocio de muy pocos días, como debe ser. Mañana hemos de acordarlo todo definitivamente.

»Por supuesto que no hemos prescindido de los auxilios franceses: los necesitamos. Les hemos pedido 200 000 patacones que nos deben entregar en clase de préstamo tan luego como la expedición se haya realizado. Yo ni doy nada, ni pido nada, sino sobre esta base.

»No he sospechado que Vd. tuviera inconveniente alguno en admitir esta cooperación, a cuya esperanza Vd. no debe sacrificar un día; porque Vd. seguirá sin interrupción sus trabajos. Si ella viene, tanto mejor, si no, Vd. ha adelantado su camino. Si hay inconveniente, manifiéstemelo.

»Yo no quiero adelantar más esta carta: estoy postrado de la fatiga, de un día de terrible trabajo y agitación.

»Tal vez en el de mañana tenga ocasión de instruir a Vd. como debo hacerlo. Valga este por un anuncio.

»Continúe Vd. sus gloriosas tareas en la confianza de que todos sus amigos perseveramos en nuestro propósito, y de que el más inútil de ellos no perderá ocasión de acreditarle los sentimientos con que es de Vd. affmo. servidor.

»(f.) ANDRÉS LAMAS».

«Mi padre y mi Telésfora abrazan a Vd».


La que sigue fué la contestación dada por Lavalle.

«Señor Don Andrés Lamas.


»M. García, julio 30 de 1839.


»Querido amigo:


»Recibí anoche su apreciable del 22 a la 1 1/2 de la noche. —Su contenido es tan grave, que aunque nada espero, no quiero echar sobre mí la responsabilidad de la inadmisión.

»Apruebo, pues, los patrióticos y amistosos oficios de Vd., deseando sinceramente engañarme.

»Desde la batalla del Palmar hemos estado deplorando errores: algunos de ellos son inauditos como el que se comete hoy, y no me es extraño que se agregue uno más, cuando las pasiones que han dado origen a todos, han subido hoy a tan alto grado de irritación.

»Repito que deseo engañarme, y espero las ulteriores cartas de Vd. bien contento del intermedio que diestramente ha elegido el ministerio.

»Sólo debo advertir a Vd. por ahora que yo no puedo perder tiempo, como Vd. mismo lo ha previsto. De una hora a otra puedo recibir un aviso que me obligue a lanzarme con cualquier cosa y aún sin aviso; no debo perder un día después de tener aquí el material inanimado que espero en estos días. Los hombres estarán prontos antes de doce días.

»El general Rivera no puede dar la fuerza que dice. De la campaña podrá dar a lo más 400 hombres, incluyendo loe entrerrianos del Uruguay que vendrían con gusto. No sé lo que Vds. podrán reunir en la capital.

»Sea de esto lo que fuere, la cooperación pública del gobierno influye mucho moralmente, y solo 4 o 500 hombres para mánifestarla, pondrían mucho peso en la balanza.

»Me sentiría con Vd. si creyese un solo momento, que en presencia de tan gigantes intereses, tienen sobre mí alguna influencia las personalidades. Vd. me hace justicia.

»Hasta otro día, su afectuoso amigo.

»(f.) JUAN LAVALLE».

Pero apenas dada esta respuesta desde Martín García, llegaba a esa isla el coronel D. Francisco Reinafé con el objeto de iniciar la negociación del acuerdo, con independencia de la comisión argentina organizada en Montevideo y del mismo Lamas.

Lavalle contestó pidiendo se autorizase a este último para que tratara con él tan grave asunto, así se lo comunicó por la carta que vá a leerse,


«Señor D. Andrés Lamas.


»Martín García, agosto 2 de 1839.


»Querido amigo:


»Aquí llegó ayer el coronel Reinafé, (que regresa hoy) con una carta del señor Muñoz para Chilabert en que como opiniones de gobierno, me propone una operación ventajosa para los intereses comunes. Nunca he dejado de considerar así los de los dos pueblos.

»Muy bien: caiga sobre mí un eterno oprobio si sacrifico un átomo de los intereses públicos a individualidades.

»Demasiado desprecio me inspiran los que se dejan conducir por pasiones de lodo, para que yo quiera caer en la misma desgracia.

»Pero querido, en la posición inaudita en que esos señores me habían dejado, había tomado un camino en el cual estoy muy avanzado. Deseo sinceramente conciliar todos los intereses, pero es posible que ya sea tarde.

»No habiendo por otra parte en las propuestas escritas y verbales que trae el coronel Reinafé, nada de positivo, yo sigo el camino de mi plan independiente. Estoy en situación de contar, no ya los días sino las horas que he de permanecer en Martín García. Deseando sin embargo hacer los esfuerzos posibles para conciliario todo, pido que se le autorice a Vd. para venir a tratar de un asunto tan grave. Vd. ve que esto no se puede resolver por cartas.

»El coronel Reinafé lleva también algo verbal para el señor Muñoz. No tengo un momento más, el almirante se va.

»Su siempre—

»(f.) JUAN LAVALLE».


A esta fecha ya el Estado Oriental estaba invadido por el ejército de Rosas a las órdenes del general D. Pascual Echagüe.

He aquí la prueba.

«Comía. General Intr. del Departamento.


»Paysandú, julio 24 de 1839.


»Son las 12 de la noche y en este momento acabo de recibir una comunicación del comandante del Salto en la que me transcribe el siguiente parte:

»Comisaría de Belén. — El que suscribe, en este momento acaba de recibir un parte, que fue sorprendida la guardia del paso de Higos por los enemigos entrerrianos, habiendo pasado una fuerza a esta banda como de cuatrocientos hombres, y me supongo que habrán pasado por algunos otros puntos que no han sido sentidos. Lo que participo a Vd. para que lo comunique a quien corresponde.

»Yo debo esta noche pasar el Arapey en el paso de las Lagunas con las caballadas. El jefe de la escuadrilla, debe pasar a la barra del Arapey. Dios guarde a Vd. muchos años. Belén, julio 23 de 1839.—Evaristo R. Santana.

»Es cuanto tengo que comunicar a V. S. para su inteligencia; entre tanto, quedo tomando mis disposiciones sobre este punto.

»Dios guarde a V. S. muchos años.

»(f.) FEDERICO GUILLERMO BÁEZ».

«Señor Intendente General de Policía».

El conflicto era extremo. Rivera recogía el fruto de todos sus errores; de su política desleal y del desorden de su administración.

El ejército oriental no estaba organizado; la capital indefensa; el parque desprovisto de armas y de equipos; el erario agotado, y por último, interrumpido todo acuerdo con los diplomáticos de Francia y con el general Lavalle.

Rivera ya apercibido del peligro, había resuelto enviar a la corte de París a su ministro de Relaciones Exteriores para obtener en las eventualidades que preveía, un apoyo más eficaz que el que pudieran prestarle sus representantes en el Plata.

Pero la cooperación moral de estos se tornaba indispensable en el momento, y nadie ignoraba que para ellos como para Lavalle, era Lamas el funcionario oriental que inspiraba mayor confianza. Tal fue el motivo de encargársele de los ministerios de Gobierno y Relaciones Exteriores.

Así organizado el gabinete y fortalecido el nuevo ministro con la buena voluntad del señor Gabriel A. Pereira, Vice Presidente en ejercicio del Poder Ejecutivo, y con la confianza del venerable general de la independencia D. José Rondeau que obtenía la cartera de guerra, la situación se transformó. El espíritu público se retempló por la actitud clara, decidida y enérgica del gobierno.

Acompañado el señor Lamas de su colega Rondeau, se presentó y sostuvo con éxito ante la comisión permanente del cuerpo legislativo, la necesidad de tomar sin pérdida de un instante, las medidas prontas de seguridad que autoriza para los casos extraordinarios el artículo 81 de la constitución de aquel país.

Simultáneamente se trató de preservar de todo peligro la capital de la República, de auxiliar la revolución argentina y establecer la estrecha combinación de los aliados.

Para resguardar a Montevideo haciéndola inexpugnable al ejército invasor, solicitó y obtuvo el ministerio, que fuerzas francesas concurriesen a su defensa. Las notas cambiadas entre éste y los agentes de aquella potencia fueron publicadas en El Nacional, y justifican ampliamente tal medida. El contraalmirante Leblanc desembarcó al frente de sus marinos para velar por la seguridad de la plaza, y los residentes franceses se armaron con idéntico fin bajo la bandera tricolor.

El acuerdo con el general Lavalle fue facilísimo; y el resultado de la negociación está consignado en la carta que vamos a copiar.


«Señor D. Andrés Lamas.


»Martín García, 10 de agosto 1839.


»Querido amigo.


»Todo ha cambiado de aspecto desde que el ejército enemigo ha pasado, el Uruguay en el Salto, y desde que encuentro cooperación en el gobierno oriental y simpatía en el pueblo.

»No perderé tiempo en demostrar a Vd. que el ataque sobre la provincia de Buenos Aires era vicioso considerado política y militarmente. Era un efecto de las fatalidades que Vd. conoce: yo no tenía otro camino. Pero después que el Estado Oriental ha sido invadido, ese ataque no sería una falta sino un crimen. La revolución argentina ha de ser completa para que produzca todo el bien que desean los pueblos. Rosas y Echagüe deben caer. A mí me es indiferente empezar por una o por otra parte, pero no al pueblo oriental invadido. Yo tengo pues que obedecer a su interés que es el interés de todos: el de nuestra hermosa causa. Querido, me voy a Entre Ríos: en Buenos Aires se van a desesperar, pero así lo exige el bien público.

»Marcharé impávidamente entre Gualeguay y Gualeguachú, aumentando mi fuerza cada día, no lo dude Vd. Una insurrección aparecerá simultáneamente a la inmediación de Ja Bajada del Paraná, que el gobierno delegado no tiene con qué sofocar, y es probable que tampoco lo quiera. ¿Qué hará el ejército enemigo? Si no retrocede, se pierde; si retrocede, como es cierto, y el general Rivera… no traiciona la causa de la libertad, se lanzará sobre el Uruguay y obrará según las circunstancias.

»Entretanto, yo podré verme en grandes conflictos, pero cuente Vd. con que no me han de destruir.

»El éxito de la Guerra de Entre Ríos, dependerá entonces de los esfuerzos que haga el pueblo oriental, y ese éxito será el de la gran cuestión para asegurar el resultado de mis operaciones; es tal vez vital que el gobierno me mande 200 infantes del batallón del coronel Velázco; no lo pido todo por consideración. Marcharé de aquí al día siguiente de haber recibido esta infantería y los buques de guerra y transportes que el gobierno pone a mi disposición, según sus apreciables del 2 y del 4 que he recibido anoche.[41] Espero que cediendo el almirante a mis instancias mande dos o tres buques de guerra al Paraná. La infantería oriental protegida por un buque de guerra, tomará un punto desierto de la costa de aquel río que le designaré, hará allí un reducto y esperará mis órdenes. Si tienen Vds. allí dos piezas de campaña, sería preciso que la infantería las trajera. Si el coronel Velázco no viene, espero que el gobierno me permita poner al frente de la infantería mientras dure la campaña, un buen jefe argentino de la arma.

»Amigo, escribo con una gran prisa, y no puedo entrar en los pormenores de esta operación. Bástele a Ud. saber que yo espero que el ejército enemigo será destruido. Ud. conocerá la importancia del secreto, mientras la operación no se practica. En muy pocos días podría Rosas poner obstáculos por el lado del Paraná enteramente desguarnecido actualmente.

»Me parece que en caso de desastre, toda previa estipulación habría sido inútil entre nosotros. El peligro común, el instinto nos unirá y aconsejará. Entonces no habría dificultades como puede haberlas en la victoria.

»Desearía estipular algo para este último caso, pero no hay tiempo, y por otra parte puede ser inútil. Si el presidente Rivera se posesiona de la elevación de su posición y del verdadero interés de los pueblos, conocerá la importancia de restablecer nuestra amistad de buena fe. Yo daré el primer paso, sobre todo, se persuadirá de que toda ambición de territorio fuera de los límites del Estado Oriental, podría derramar más sangre que la caída de Rosas, en caso que esa oposición a la tendencia irresistible de los Estados Argentinos encontrase un pretexto loable para disfrazarse, porque de lo contrario, ese proyecto no se haría conocer sino para hacer reír.

»Siempre he querido al señor Pereira; ahora mucho más. Sírvase Vd. suplicarle que lea esta carta, y agradecerle en mi nombre todo lo que ha hecho ya por la empresa que presido. Cuento con los esfuerzos de este señor y con los de todos los orientales patriotas, tanto para proteger mi empresa, cuanto para influir con el Presidente para que se encamine al bien. Que lo haga así, y que venga a satisfacerse en mi persona. Recibiré humildemente veinte bofetadas.

»Adiós mi querido amigo, oportunamente le escribiré más despacio si puedo. Ahora quiero ganar minutos para que regrese la Eufrasia, porque el tiempo puede cambiar y hacernos perder muchos días. Venga, la infantería con dos piezas de campaña si es posible y espero que para todo octubre estaremos amenazando al bárbaro en el último baluarte de su poder.

»Un abrazo a su señor padre, y muy finas memorias a su querida mitad.

»Suyo siempre.

»(f.) JUAN LAVALLE».


Nota: —«En el momento de despachar la Eufrasia me entregan una cartita de su señor padre que aprecio infinito. —Luego tendré el gusto de contestarle».


Por estas dos negociaciones, el pueblo oriental estaba salvado y Rosas iba a sufrir un desastre que haría inevitable su caída, si el general Rivera aceptaba y continuaba de buena fe y en todas sus consecuencias lógicas, la política que generó el más espléndido de sus triunfos.

El acuerdo con Lavalle para operar sobre el Entre Ríos, arrebataba al ejército invasor del Estado Oriental su base de operaciones, al paso que el celebrado con los franceses aseguraba a Rivera la suya, y le daba los hombres, las armas, los equipos y el dinero que pusieron a su ejército, que se reorganizaba al frente del enemigo ya cercano a la capital, en disposición de vencer en una batalla tan decisiva que libertó de improviso el territorio de la República Oriental.

Mientras se negociaba el convenio con Lavalle, el gobierno de Rivera le proporcionaba los escasos recursos de que podía disponer, fomentando las suscripciones particulares promovidas por los argentinos con el mismo fin. A esto se refiere aquél general cuando habla en la carta que acabamos de transcribir, de la cooperación del gobierno y de la simpatía del pueblo.

Se le enviaron armas, dos piezas de artillería de campaña, vestuarios, y más tarde unos 80 hombres reclutados en Mercedes que llevó el coronel D. Pedro José Díaz.

El arreglo con Lavalle fué comunicado al general Rivera por Lamas el 15 de agosto, y no copiamos la comunicación porque en todo lo substancial, reproduce la carta trascripta.

En el interín, Rivera escribía oficial y confidencialmente al vicepresidente, y en carta particular a Lamas, pidiendo de un modo resuelto que el general Lavalle con su legión operase en el territorio oriental, desde el cual, vencido Echagüe se llevaría la guerra con todos los elementos del país a la márgen derecha del Uruguay.

Lamas sin vacilar, contestó al presidente Rivera, sosteniendo lo acordado, con la demostración de que los doscientos o trescientos hombres de Lavalle en el territorio oriental, poco podían pesar en los destinos de la lucha, al paso que arrojados al suelo argentino como elementos revolucionarios, valdrían un ejército o quizá más que un ejército.

El vicepresidente no quiso tomar la responsabilidad de esta contestación, y el 18 de agosto llamó directamente a D. Juan Nepomuceno Madero y le pidió se trasladase a Martín García, e interponiendo su antigua amistad con el general Lavalle, concurriese a que este se prestara a ejecutar la operación militar exigida por Rivera, según se proponía en la comunicación de que deseaba fuese conductor. El señor Madero aceptó el encargo, pero manifestando de antemano al vicepresidente, su convicción de que Lavalle no accedería, por cuanto esa operación contrariaba el plan de campaña adoptado, en los momentos mismos de darle comienzo; y por que si como lo esperaba, era feliz en sus primeros movimientos, ellos darían un resultado más eficaz que el designio que se le aconsejaba.

Llegado Madero a la isla e impuesto el general, contestó como era de esperarse, fundando razonadamente su negativa con la más extrema y cordial cortesía.

Pero su cambio de plan de campaña no fué aprobado por la opinión ni por sus amigos de Montevideo.