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PLAN B
Gracias a la aldea de Edensor y al relato contenido en If Only They Could Talk fui capaz de superar los sentimientos de autocompasión. Dejé atrás mi primer romance en proyecto, tan bello.
Esto es lo más increíble de ser un niño: la capacidad de sanar rápidamente un corazón despedazado tras años de amor, ¡cinco años, para ser exactos! Sí, resultó que estaba enamorado de A Ling desde segundo curso, y aunque solo nos encontrásemos en aquella única ocasión, era amor. No obstante, pude recuperarme con rapidez, y con la ayuda de un libro. Algo mágico. A veces, los adultos necesitan años para sanar un corazón herido. ¿Qué será lo que nos vuelve más negativos con la edad?
Recordé a A Ling como la parte más hermosa de mi vida, y continué saliendo a comprar tiza con Syahdan todos los lunes por la mañana por mucho que ahora me recibiese la garra de un oso con unas uñas propias de un buitre carroñero. Me mantuve diligente y conservé el mismo instinto para el amor y el mismo entusiasmo.
Y cuando no estaba comprando tiza, me ocupaba en la lectura de libros de psicología práctica sobre el desarrollo del individuo, y también en volverme más fanático de la inspiradora frase de John Lennon.
Los libros sugerían que hallase mis talentos, y yo no tenía la menor duda de dónde residían éstos: sentía inclinación hacia la escritura y era un jugador de bádminton muy bueno.
Siempre lograba el número uno en nuestro distrito de bádminton. En casa, los trofeos hacían cola; había tantos que mi madre utilizaba algunos como pesos para sujetar la colada, como topes para las puertas o como soportes de las paredes del corral de las gallinas. Usaba otro como cascanueces. Había incluso un trofeo, el de mi última competición, que acababa en punta, y mi padre lo utilizaba para rascarse la espalda.
Siempre derrotaba a mis oponentes, que entrenaban muy duro durante meses y meses. Todas las mañanas desayunaban huevos pasados por agua con jadam y miel amarga para tener más fuerzas, pero se veían impotentes ante mí.
A veces les tiraba dejadas con una doble pirueta, devolvía sus remates mientras estaba de charla con el público y golpeaba el volante al tiempo que rodaba por el suelo. Con frecuencia sacaba golpes entre las piernas y de espaldas a mi oponente, ¡y no era raro en mí el hacerlo con la izquierda!
Al verme jugar, los contrincantes de carácter frágil se venían abajo y, si se les animaba a mostrar su ira, lo que lograban era garantizar su propia debacle. Cuando yo competía, el mercado quedaba desierto, se cerraban los puestos de café, dejaban que los niños saliesen de la escuela, los culis de la PN se marchaban antes del trabajo, los funcionarios hacían una pausa —es decir, si es que habían ido a trabajar siquiera— y los representantes de la comunidad que no tenían nada que hacer se alineaban alrededor de la cancha mucho antes del comienzo del partido.
El kanchil de los rizos, así me llamaban. La cancha de bádminton que había junto a la oficina municipal de la aldea atronaba apasionada. Los que se quedaban sin un sitio alrededor de la pista trepaban a los cocoteros cercanos para verme en acción.
Pensé que todos aquellos hechos eran motivo más que suficiente para llamar al bádminton mi «principal capacidad», tal y como se dice en los libros de desarrollo individual.
Mi otro gran interés era escribir. No había muchas pruebas que demostrasen mi capacidad —ni tampoco mi carencia de ella— en este campo más allá de un comentario de A Kiong acerca de que mis cartas y poemas para A Ling le hacían gracia. Yo no estaba muy seguro de qué significaba eso, pues podía deberse tanto a que fuesen realmente buenos como a que fueran verdaderamente malos.
De manera que comencé a concentrarme en estos dos campos. Practicaba el bádminton todos los días, y si estaba agotado, observaba la imagen de John Lennon durante un rato, con su leve sonrisa y sus gafas redondas, y el entusiasmo renacía en mí.
Tal y como explicaban los eruditos del desarrollo personal, un individuo constructivo ha de elaborar un plan A y un plan B.
El plan A supone la movilización de todos tus recursos de cara al desarrollo de tus principales capacidades, en mi caso, definitivamente, el bádminton y escribir. Este plan cubría todos los detalles, desde el primer paso, todo el camino de ascenso al culmen de la gloria. Cada vez que leía este plan, tenía dificultades para dormir.
Qué contento estaba de haber ideado una fórmula clara para mi plan A: convertirme en un jugador famoso de bádminton o en un escritor famoso, quizá ambas cosas. Y si no, con una valdría. Y si no era capaz de convertirme en ninguna de ambas cosas, cualquier cosa valdría, en serio, con tal de no trabajar en el servicio de correos.
Cuando me fijaba en el resto de los miembros de la tropa del arcoíris, sabía que todos tenían también su plan A especial.
Sahara, por ejemplo, quería ser una activista de los derechos de las mujeres. La inspiración para aspirar a tal procedía de la opresión tremenda que veíamos sufrir a las mujeres de las películas hindúes.
A Kiong deseaba ser capitán de un barco. Decía que era porque le gustaba viajar. Yo tenía mis dudas: aquélla debía de ser su aspiración a causa del gran tamaño de la gorra del capitán. Yo sospechaba que pretendía cubrir parte de la forma de su cabeza de lata con la gorra enorme.
Kucai, desde el preciso momento en que se percató de que poseía las cualidades de un político —taimado, populista y desvergonzado, con una boca enorme y un irresistible deseo de debatir—, tuvo una aspiración clara: ser miembro de la asamblea legislativa de Indonesia.
De la noche a la mañana y sin vacilación ni timidez, Syahdan anunció que quería convertirse en actor. No parecía tener la más mínima capacidad para la interpretación. En las obras que hacíamos en clase no era capaz de interpretar un papel con diálogos porque siempre se equivocaba, y, por eso, Mahar siempre le daba el sencillo papel de abanicar a la princesa. A menudo era incapaz de hacer eso siquiera.
—Las aspiraciones son oraciones, Syahdan —le dijo Sahara—. Si Dios te concediese lo que pide tu oración, ¿te puedes imaginar qué sería de la industria cinematográfica indonesia?
En cuanto a Mahar, lo que él quería era convertirse en un vidente de reconocido prestigio, respetado incluso por sus detractores.
Las aspiraciones de Sansón eran las más simples. Se trataba de un individuo pesimista, y simplemente quería ser acomodador y guardia de seguridad en el cine de la aldea. Esto se debía a que su afición era ver películas, y el trabajo de seguridad otorgaba una fuerte imagen masculina. Mientras tanto, el bueno y guapo de Trapani deseaba ser maestro. Y Harun, como siempre, quería ser Trapani.
Era todo a causa de Lintang. De no haber habido un Lintang, no nos habríamos atrevido a soñar. Lo único que habríamos tenido en mente —nosotros y cualquier otro chaval de Belitung— hubiera sido que al acabar la escuela, o tal vez la primera etapa del instituto, nos enrolaríamos para ser langkong de la PN, seríamos empleados de las prospecciones y trabajaríamos toda la vida como mineros para acabar retirándonos como culis. Eso veíamos que sucedía a nuestros padres, y a los padres de nuestros padres, generación tras generación.
Sin embargo, Lintang y sus extraordinarias capacidades nos habían dado confianza y nos habían abierto los ojos a la posibilidad de convertirnos en algo más de lo que jamás habíamos soñado. Nos dio valor, aunque estuviéramos llenos de limitaciones.
El propio Lintang aspiraba a ser matemático, y si lo lograba, sería el primer matemático de etnia malaya. ¡Maravilloso! Me conmovía cada vez que lo pensaba; de manera silenciosa, me había enamorado de los planes de Lintang. Así que recé, con mucha frecuencia, porque lograse alcanzar su sueño. Supongamos, solo supongamos, que Dios pidiese un voluntario que sacrificase su sueño para que Lintang pudiese alcanzar el suyo. Yo sacrificaría el mío por Lintang.
Mi compañero se encontraba en plena preparación del concurso académico, y con cada día que pasaba, Lintang brillaba con una luz más intensa. ¿Sería capaz de superar la inteligencia de los alumnos de la PN, con su prestigio en el concurso académico a escala nacional? ¿Era Lintang realmente el genio por el que nosotros lo habíamos tomado durante todo aquel tiempo? La posibilidad de que nuestra admiración hubiera sido una simple miopía engañosa nos ponía nerviosos. Albergábamos la esperanza de que no fuera solo el gallito de nuestro diminuto corral, el pez grande de nuestra reducida charca.
Dicho esto, y según mis lecturas, un individuo positivo requiere también de un plan alternativo con un nombre muy enrevesado: «plan de contingencia».
A este plan alternativo también se le llama plan B.
El plan B es para cuando falla el plan A. El procedimiento es simple: si fracasas, tira el plan A a la basura y busca otra cosa que se te dé bien. Cuando la encuentres, sigue el mismo procedimiento que con el plan A. Era una receta espectacular para una vida, sin duda obra de expertos psicólogos en colaboración con profesionales de los recursos humanos y con las editoriales, por supuesto.
El problema era que, más allá del bádminton, yo no tenía ningún otro talento. En realidad sí que tenía otro talento, uno del cual no se me podía responsabilizar: la capacidad de fantasear. Me avergonzaba bastante reconocerlo.
La belleza de mi plan B era que no me obligaba a abandonar por completo mi plan A. Es probable que los propios expertos no hubiesen llegado aún tan lejos en sus cavilaciones. La cuestión era que, si fracasaba en el campo del bádminton y no tenía éxito como escritor —si los editores vendiesen mis obras solo como papel sucio—, entonces pasaría al plan B: ¡escribir un libro de bádminton!
Nada había sucedido aún, y yo ya estaba fantaseando con la promoción de mi libro. La contracubierta incluiría los elogios de un antiguo vencedor de la Thomas Cup: «No existía hasta ahora un libro de deporte como éste. El autor comprende verdaderamente el sentido de mens sana in corpore sano».
Un famoso especialista de Yakarta en relaciones de pareja escribiría: «Este volumen es de obligada lectura para las personas obesas con problemas de alcoba».
El ministro indonesio de Juventud y Deporte comentaría: «¡Un libro desternillante!».
El ministro indonesio de Educación haría una confidencia enternecedora: «Llevaba mucho tiempo sin leer, pero salió este libro, ¡y he vuelto a hacerlo!».
Una antigua y muy guapa ganadora de la Uber Cup admitiría: «¡Al leer este libro, me han dado ganas de salir corriendo y darle un abrazo al autor!».