Capítulo 35
Llegamos a la tienda de Promesses. La prensa está fuera esperando y aún no he puesto un pie en el suelo cuando me veo rodeada por ellos. Me hacen miles de preguntas y los flases me deslumbran; sonrío y, ayudada por Philip, los dejo atrás accediendo al interior de la tienda.
Es una pasada, como todo lo que prepara Promesses. Hay una pantalla enorme que no deja de retransmitir imágenes del desfile de ayer; un servicio de cáterin ofrece continuamente comida y bebida; hay maniquís colocados estratégicamente luciendo los biquinis, las medias, los vestidos... y corto la cuerda inaugural mientras miles de fotógrafos captan cada uno de mis gestos. Es un poco más de lo mismo que ayer: de nuevo hay prensa, celebrities, actores y gente que no conozco de nada pero con la que hablo y río cumpliendo a la perfección con mi papel.
Me veo en la pantalla mientras desfilo con un biquini precioso y mi corona de diosa de los mares y no me reconozco. ¿Ésa soy yo?, tan segura de mí misma... Me veo llegar al final de la pasarela y lanzar un beso a los miles de flases... recuerdo ese momento y cómo me sentí... Philip tenía razón cuando me dijo que podría comerme el mundo si quisiera... Lo busco con la mirada, ¿dónde está? Lo busco, lo busco y lo veo hablando con varios actores. ¿De qué los conoce? Todavía hay tantas cosas que no sé de él... Entonces se gira y, sonriéndome, hace que mi mundo se detenga; él es lo que quiero, solamente a él.
—¡Paula! ¡Por fin, cielo!
—¡Katia! ¡Qué ganas tenía de verte!
—Ya me ha dicho Charlie que estás con Philip —murmura en mi oído apretándome la mano.
—Sí, Katia, ¡soy feliz!
—Entonces, ¿vas a volver a Sídney para quedarte?
—Por supuesto, ¡vamos a vivir juntos!
—¿Volverás a Virmings también?
—¿Lo dudas? Estoy deseándolo.
—¡Y yooooooo! —me dice abrazándome—. ¡Qué notición! Esto es, sin duda, lo mejor del fin de semana.
Hablamos como cotorras, con prisas, antes de que alguien nos interrumpa, que es lo que ocurre a los pocos minutos cuando Calvin Miller, el presentador del programa estrella de la noche de los miércoles, se acerca a mí.
—¡Paula! ¡Ya tenía ganas de conocerte!
—¡Hola! —Él no necesita presentarse, es de sobra conocido y lo sabe.
—¡Estás divina! ¡Dime que vendrás a mi programa! Necesito entrevistarte, todo Sídney está deseando conocerte... ¿dónde mejor que en mi programa para dar el paso? Te prometo que te trataré bien.
—Vaya, no te andas con rodeos —le digo sonriendo.
—¿Para qué iba a hacerlo? Además, tú tampoco deberías hacerlo. Dime que vas a venir.
—No, no creo —suelto sin dejar de sonreír. Lo lleva claro si piensa que voy a contar mi vida en la televisión.
—¿No quieres pensártelo siquiera? No nos comemos a nadie.
—Eso lo tengo claro —respondo riendo—; aun así, muchas gracias por invitarme, es un verdadero honor.
—El honor sería mío si vinieras. Contéstame solamente una pregunta —y acercándose a mí en tono confidencial, me plantea—: entre tú y yo... ¿es cierto que eres la pareja de Philip Jones y que él escribió la canción para ti?
—Eso son dos preguntas. Calvin, perdona, pero tengo que irme; me ha encantado conocerte. —Y salgo pitando. ¡Qué miedo da este hombre! Como me descuide, me saca hasta la marca de tampones que utilizo.
Por suerte la inauguración está llegando a su fin y volvemos a casa juntos, como la pareja que somos. Me recuesto en el asiento, me quito los tacones y suspiro.
—Por fin libre —le digo sonriendo.
—De momento, nena. Esto no es nada comparado con lo que te espera. Cuando el anuncio comience a emitirse en Europa, se magnificará todo; todos querrán saber quién eres, posiblemente tendrás que asistir a más desfiles y viajar muchísimo...
—Pero, para que eso ocurra, si ocurre... todavía falta mucho. Déjame ser sólo tu secretaria hasta que el mundo se vuelva loco de nuevo —respondo sonriendo.
—Loco por ti, como me tienes a mí.
—¿Estarás conmigo si la locura se desata?
—Siempre, nena, siempre estaré contigo; nunca te soltaré de la mano e intentaré guiarte para que no cometas los mismos errores que Mia, aunque estoy seguro de que, aunque no lo hiciera, tú no los cometerías, porque no eres ella, eres más y eres mía.
Lo miro sonriendo llena de amor.
—Te quiero, Philip, más de lo que nunca he querido a nadie.
—Yo también, nena, tanto que hasta me da miedo —me dice apartando la mirada un momento de la calzada para unirla a la mía.
—¿Por eso no quieres que vaya en metro de noche? —pienso de repente. Esa fobia suya es algo que no he conseguido entender nunca.
—Eres tan preciosa, Paula... el metro va medio vacío de noche y temo que alguien pueda hacerte algo; eres mi tesoro más preciado y necesito saber que estás a salvo.
—Tú también eres mi tesoro más preciado, Philip, porque no necesito nada si estás conmigo —susurro. Nuestros sentimientos son más fuertes que cualquier palabra que pueda expresarlos y le acaricio suavemente la mano.
Llegamos a casa y de la mano me lleva hasta nuestra habitación.
—Llevo todo el día deseando esto... —susurra bajando la cremallera de mi vestido. Voy con mi conjunto de lencería rojo, regalo de Promesses, y su mirada descarada recorre todo mi cuerpo humedeciendo mi sexo—... desde que te he visto aparecer en la cocina, tan sexi con mi camisa... me gusta cómo te queda mi ropa.
—Y a mí me gusta llevarla, huele a ti —susurro.
Sus dedos rozan mis pechos, erizándolos; tengo los pezones como piedras.
—¿Sabes que no vas a salir de esta habitación hasta el lunes? Estoy deseando follarte de todas las maneras posibles —murmura con voz ronca deshaciéndose de mi ropa interior y dejándome desnuda ante él.
—Estoy deseando que lo hagas —musito desnudándolo yo también y besando cada centímetro que va quedando libre de ropa—, eres mi obsesión.
Muerdo su labio inferior dulcemente, recordando el primer día que lo hice. Me aprieta a su cuerpo y siento su enorme erección; estoy húmeda y anhelante, siento mi sexo palpitar de puro deseo y de la mano lo llevo a la cama, donde nos volvemos locos durante toda la noche. Dormimos a intervalos para volver a encendernos, como si no hubiera un mañana, como si necesitáramos recuperar todo el tiempo perdido tontamente.
Es lunes por la mañana. Hoy vuelvo a Virmings a trabajar de nuevo. Toda la locura de Promesses ha pasado y éste es el principio de mi vida, por lo menos hasta que empiecen a emitir el anuncio en Europa. Pienso en mis padres y en la llamada que tengo pendiente; espero que lo entiendan, que entiendan que mi vida está aquí, junto a él...
—Buenos días, nena —me saluda sentándose en el borde de la cama. Lleva una camisa celeste con unos chinos azul marino, tiene el pelo mojado y es un escándalo para la vista—. ¿Preparada para soportar al tirano de tu jefe de nuevo? —me pregunta con esa sonrisa descarada y de canalla tan propia de él.
—¿Preparado para soportar a tu secretaria de genio endemoniado? —replico sentándome a horcajadas sobre él—. Mmmmm, qué bien hueles.
—Ahora que me has dejado completamente exprimido, es lo que más deseo —me dice sonriendo abiertamente—. ¿Puedes sentarte bien? —me pregunta socarrón.
—¿Todavía te funciona? —le suelto con una carcajada.
—¿Tienes alguna duda? —me pregunta con voz ronca. Siento de nuevo su erección y me froto con ella.
—Mmmmmm, sí... todavía te funciona —gimo echando la cabeza hacia atrás.
—Nena, tengo que irme —su voz entrecortada me excita aún más si es posible.
—¿No puedes llegar un poco más tarde? —le planteo mordiéndole el labio.
—Ya tendría que estar allí...
—¿Por qué? —le pregunto besándolo.
—Lo entenderás cuando llegues —me suelta apartándome suavemente—. Estoy deseando verte en Virmings.
—Tendré que darme prisa, entonces —respondo quitándome las braguitas y la camiseta y quedando desnuda ante él.
Veo deseo en su mirada, y lo provoco caminando sensualmente hasta el baño. Abro el grifo y me meto en la ducha; siento su mirada y me giro, está apoyado en el marco de la puerta.
—Verte desnuda es todo un espectáculo —susurra—. No sabes lo que daría por abrirte de piernas y hundir mi polla en tu húmedo coño, por follarte contra esa pared.
—Joder, Philip, hazlo. Te prometo que me visto volando y te acompaño a Virmings.
—Nena... soy insaciable contigo —murmura quitándose la ropa deprisa y corriendo y poniéndose un condón.
Entra en la ducha conmigo. El agua se desliza por su cuerpo perfecto; respiramos acelerados y, empotrándome contra la pared, se hunde dentro de mí con fuerza, empalándome hasta el fondo y follándome con rudeza... «¡Más!, ¡más!, ¡oh... sí!», chillo dejándome ir mientras sus acometidas amenazan con partirme en dos. Tiene el rostro contraído por el esfuerzo mientras el agua se desliza por nuestros cuerpos ardientes y juntos llegamos a un orgasmo increíble que nos deja hechos polvo apoyados contra la pared.
—Al final te has salido con la tuya —me dice besándome, todavía dentro de mí.
—¿Lo dudabas? —le pregunto sonriendo.
—Contigo no tengo voluntad alguna y menos viéndote desnuda.
—Entonces el truco es desnudarme...
—Como si no lo supieras, pero de nada va a servirte ahora. Has prometido venir conmigo y una promesa es una promesa —me dice con una media sonrisa—. Tienes diez minutos, nena.
—Me sobra tiempo, nene —respondo sobrada.
Salgo y me visto a toda leche. Cuando hice la maleta no cogí ropa para ir a trabajar y opto por unos pitillos azul marino con una camisa celeste; me calzo mis tacones marrones y cojo mi bolso marrón a juego con el cinturón; me seco el pelo y lo ato con una coleta ligeramente deshecha, me maquillo y salgo disparada hacia la cocina.
—¡Lista! ¿Nos vamos?
Me mira de arriba abajo con una sonrisa socarrona y caigo en la cuenta. ¡Vamos vestidos igual!
—¡Mierda! Habrá sido el subconsciente, ¡dos minutos y me cambio de camisa!
—¡No, nena! No te cambies, me gusta que vayamos igual.
—¿De uniforme?
—¿Y por qué no? Te he hecho café, por si te apetecía.
Me tomo el café y juntos bajamos al parking hacia su coche. Subo y cierro los ojos. ¿Se puede ser más feliz de lo que lo soy yo en estos momentos? Lo miro de reojo, miro ese cuerpo increíble que me vuelve loca y recuerdo cómo me ha follado en la ducha, acalorándome en segundos.
—Esa mirada... ¿En qué estás pensando, nena? —me pregunta sonriendo mientras se incorpora a la circulación.
—En el sexo tan increíble que hemos tenido. ¿Sabes que me estás malacostumbrando? No creo que vaya a querer renunciar a nada de esto.
—¿A qué exactamente? ¿Al sexo increíble, a desayunar conmigo o a que vayamos juntos a trabajar?
—A todo, Philip, no quiero renunciar a nada.
—Ojalá no lo hagas, porque yo tampoco quiero hacerlo. Nunca he sido tan feliz como estoy siéndolo estos días, pero siempre no será así —me advierte con seriedad.
—¿Qué quieres decir?
—En Virmings soy tu jefe y eso no va a cambiar aunque estemos juntos. Te saturaré de trabajo y te exigiré como he hecho desde el primer momento, pero cuando salgamos de allí, seré tu pareja y no quiero que te lleves los cabreos a casa, ni hacerlo yo tampoco.
—Podría prometerte que no lo haré, pero posiblemente te mentiría; sólo puedo prometerte que lo intentaré y que, a pesar de que me cabree contigo, te quiero y sé que ese sentimiento podrá con todo.
—Yo también te quiero, nena —me dice mirándome fijamente.
Hemos llegado a Virmings y de la mano subimos al ascensor. «Ahora puedo decir que mi vida está completa», pienso mientras caminamos de la mano hacia mi despacho... ¡Y tan completa!
—¿Qué es este desastre, Philip? —murmuro acercándome a mi mesa.
—Te lo dije. No despedí a Sam de puro milagro, tienes trabajo para no salir de este despacho durante semanas.
—Tendremos que priorizar, dime qué necesitas antes.
—¿Ansiosa por comenzar, señorita Ferreño?
—Más bien enferma de ver todo esto —le respondo un poco enfadada.
—Entonces podrás hacerte una idea de cómo ha sido mi vida desde que te fuiste; si a esto le sumas el estar rodeado de imágenes tuyas mientras supervisaba el anuncio, dudo que me hayas echado de menos más de lo que lo he hecho yo.
—Empiezo a creerlo... —le digo con la vista fija en las montañas de carpetas que abarrotan mi mesa.
—Ven, nena, acompáñame a mi despacho y te explico por dónde empezar. Cógelo con calma, ¿vale? Intentaré ayudarte en lo que esté en mi mano hasta que te pongas al día.
Y como en el pasado, me sumerjo en el trabajo sintiéndome la mujer más feliz del mundo. Como con Katia, Dani, Charlie y, para mi sorpresa, también con Philip; ya no es un secreto que somos pareja, ni él se molesta en disimularlo. De repente parece que no le molestan los cotilleos de la empresa y me besa a la menor ocasión sin importar quién esté delante.
Y dentro de esta vorágine, pasa la semana volando, trabajando codo con codo, como un equipo con un mismo objetivo y caminando en la misma dirección, para llegar a casa y ser la pareja más enamorada y feliz del planeta.