Capítulo 24

 

 

 

 

A las seis y media suena el despertador y a las diez ya estamos despegando rumbo a Sídney. Nos pasamos el viaje hablando, besándonos y riendo; dormir... dormimos poco y, cuando llegamos, a pesar de que es de día, estamos hechos polvo. Subimos al taxi y me recuesto en el asiento.

—Ha sido un viaje increíble, pero no puedo más.

—Lo sé, nena, yo tampoco, nos vamos derechitos a la cama... a dormir —puntualiza sonriendo.

—Sí, por favor, hasta me encuentro mal de lo cansada que estoy.

—Duérmete si quieres, te despierto cuando lleguemos.

No tiene que repetírmelo dos veces y me quedo frita al segundo.

Cuando despierto, me siento desorientada. ¿Dónde estoy? Me levanto de un salto y miro por la ventana. Está oscureciendo, Philip no está y no tengo ni idea de dónde me encuentro.

Miro la habitación; es una pasada, está pintada en tonos grises, es muy masculina y deduzco que debo de estar en casa de Philip... ¡Entonces estoy en su habitación! ¡Uau! He dormido en su cama, estoy en su casa, me quiere, le quiero. ¡Yupiiiii! ¡Estoy hipermegasuperatope feliz!

Salgo de la habitación con una sonrisa de lado a lado buscándolo y aprovecho para ver la casa. Tiene suelos de parqué y está pintada en un tono blanco roto que me encanta; siempre me ha gustado mucho la decoración y esta casa es un sueño, no le falta detalle. ¡Qué pasada! ¡Decir que me chifla es quedarme corta cortísima!

Por mucho que busco no lo encuentro por ningún sitio. A no ser que esta casa tenga una habitación secreta, no está aquí, pero lo que sí encuentro es mi maleta en la entrada. ¡Graciasssss!, necesito ducharme como respirar, así que cojo lo que necesito y me encamino al baño de su cuarto.

¡Ufff! Aún no había entrado y me quedo paralizada en la puerta. Es tan tan bonito que parece a punto de ser fotografiado para una revista de decoración. ¿Qué hago? ¿Me ducho aquí? Sería una pena ensuciarlo; miro las toallas, parecen tan mullidas, tan suaves ahí plegaditas, que mojarlas sería una pena y estoy tentada de irme a mi casa a ducharme; de hecho, lo valoro seriamente, pero, como quiero estar aquí cuando vuelva, me ducho con todo el cuidado del mundo de no ensuciar nada.

Cuando salgo, miro el reloj; son las ocho y todavía no ha vuelto. ¿Dónde estará? Al final lo llamo por teléfono, empiezo a estar preocupada.

—¡Hola, cielo! —Su voz suena cansada.

—¡Hola, cariño! Oye... ¿estoy en tu casa, verdad?

Le oigo reír suavemente, deshaciéndome.

—Sí, preciosa, estás en mi casa.

—¿Y dónde estás tú? ¿En la mía? —le pregunto guasona.

—No, cielo, estoy en el despacho.

—¿No has dormido nada? —¡Si yo llevo casi un día durmiendo!

—Claro que sí, no tanto como tú... pero sí lo he hecho.

—¿Por qué no me has despertado? —Madreeee, debe pensar que soy una dormilona.

—Porque estabas muy a gusto y no hacía falta que vinieras, mañana ya te pondrás al día. ¿Sabes quién ha llamado?

—¿Quién? —pregunto curiosa.

—Los directivos de Promesses, suerte que estaba Ben para hablar con ellos. Mañana tenemos una reunión por videoconferencia a las cinco y media; cruza los dedos, nena.

—¡Madre mía, Philip! —Estoy emocionada—. ¡Eso es estupendo! Si no les hubiera gustado tu propuesta, hubieran mandado un mail de cortesía o se lo habrían dicho a Ben directamente. ¡Cielo, que te dan la cuenta!

—Eso pienso yo también. ¿Has cenado ya?

—No, te estaba esperando. ¿A qué hora vendrás?

—Salgo en quince minutos.

—Perfecto, voy a hacerte una tortilla de patatas que vas a flipar, nene.

Se ríe a gusto y yo también de oírle.

—Te veo en seguida, nena.

—Te veo en seguida, nene —le digo más feliz que una perdiz.

Comienzo a preparar la tortilla, abro una botella de vino tinto y, mientras se hacen las patatas, preparo una ensalada con todo lo que encuentro, que es mucho. Esto es una nevera en condiciones y no la mía, que se encuentra completamente agonizante. Tiene una mesa enorme en la cocina, como todo en esta casa, y decido que vamos a cenar aquí. La maruja que llevo dentro está disfrutando como una condenada jugando a la amita de casa que espera a su hombre, ¡y qué hombre, por Dios!

Cuando llega lo tengo todo casi a punto, me falta el casi, así que, acercándome a él, le doy el beso que llevo deseando darle desde que he despertado.

—Me has echado de menos, ¿eh, cielo? —me pregunta guasón si apartar su boca de la mía.

—No lo dudes, campeón. —Le sonrío mientras enredo mis dedos en su pelo—. Anda, ve a ducharte en ese baño tan fantástico que tienes mientras termina de hacerse la cena.

—¿Te ha gustado la casa? —me pregunta mordiéndome el labio con voz ronca.

—Me ha encantado, pero me gusta más su dueño. —Y dándole una palmada en el trasero, le digo riéndome—: ¡Vete a la ducha, anda!

A Philip le entusiasma la tortilla; me hace explicarle minuciosamente cómo la he preparado mientras cenamos. Nos reímos y hablamos sin parar y, cuando acabamos, me coge en brazos y me lleva hasta su habitación.

—Me gusta esto, nena, llegar a casa y encontrarte, cenar contigo, estar contigo, te quiero —susurra depositándome en la cama.

—Yo sí que te quiero, tiarrón —le digo sonriendo—, y dudo que te guste más que a mí, llevo soñando con esto demasiado tiempo y por fin lo tengo, soy una tía suertuda.

—¿Suertuda? —me pregunta con una carcajada.

—No lo dudes, estoy contigo, así que no puedo pedir nada más.

—Entonces, yo también soy un tío suertudo, estoy contigo, tampoco puedo pedir nada más.

Nos besamos despacio, sin prisas, amándonos con todos nuestros sentimientos a flor de piel y nos dormimos abrazados, con nuestros cuerpos completamente pegados.

Mmmmmm, qué a gusto estoy... Estoy dormida, mi cuerpo se resiste a despertarse; noto cómo me dan besos y me acarician el pelo. Sé que es Philip, mi cuerpo lo reconoce aun estando dormida, y abro poco a poco los ojos para encontrarme con los suyos. Está sentado en el borde de la cama completamente vestido y con el pelo mojado por la ducha, preparado para irse. ¡Mierdaaaaaa! Me he dormido y me levanto de un salto.

—¿Qué hora es? —le pregunto mientras voy corriendo hacia la ducha.

—Nena, ¿adónde vas? Todavía son las siete.

Vuelvo a la habitación corriendo.

—¿Pero tú a qué hora te levantas? ¿Adónde vas tan temprano?

—Cielo, siempre me levanto a las seis y suelo llegar una hora antes que vosotros. Arréglate tranquila, tienes café recién hecho en la cocina... y no limpies nada, tengo una mujer que viene todas las mañanas a adecentar la casa.

—Ehhhh, vale... desayunaré pensando en ti... —le digo mimosa acercándome a él—. ¡Ah! ¡Casi lo olvido! ¿Puedes decirme dónde coger el metro? No sé ni dónde estoy, a ver si me pierdo y mi jefe me echa la bronca por llegar tarde.

—Eres la mujer más increíble que he visto en mi vida —me suelta sonriendo y apretándome a su cuerpo.

—Habrás visto poco —lo digo de verdad. Tengo mis complejos muy arraigados y, a pesar de que nunca lo manifiesto, realmente me cuesta verme bonita.

—Te aseguro que he visto mucho, y créeme cuando te digo que eres preciosa.

—Vale. —Me incomoda el tema y quiero dejarlo.

—¿«Vale» para que me calle? ¿O porque tengo razón y eres preciosa?

—Déjalo, Philip, yo no me veo así.

—No, nena, ven conmigo.

Y cogiéndome de la mano, me sitúa frente al espejo.

—Mírate, ¿qué ves?

—A mí —le digo más seca que un esparto.

—Sí, cielo... pero ahora imagina que no eres tú, mírate con otros ojos. ¿Qué ves?

—Vas a llegar tarde. —Qué pesadito está, estoy harta de verme.

—No me importa, soy el jefe y llego cuando quiero, y ahora responde, ¿qué ves?

—No sé, Philip, a mí. Me veo a mí de pequeñita cuando era fea, muy flaquita, y todos me insultaban. No me veo bonita a pesar de que lo oigo continuamente y no te lo digo para que me digas que soy preciosa; deja el temita ya, por favor, me estoy cabreando.

Lo he dejado flipado, yo me he quedado flipada; no tenía intención de contarle mis inseguridades y se lo he soltado todo.

—Ven, voy a decirte lo que veo yo; otro día me contarás con pelos y señales eso de que te insultaban de pequeña.

»La mujer que yo veo tiene un pelo precioso, marrón como el chocolate espeso, con suaves ondas, que siempre tengo ganas de tocar.

»La mujer que yo veo es bellísima y dueña de unos increíbles ojos verdes en los que me gusta perderme; su boca está hecha para hundirme en ella, sus carnosos labios me enloquecen y sólo puedo pensar en besarlos continuamente.

»Por no hablar del color de su piel. Cielo, eres la envidia de toda la empresa por estar en pleno invierno bronceada; tu piel es dorada y suave, y estos pechos son perfectos, ni grandes ni pequeños, caben en la palma de mi mano.

»Tu cintura es estrecha y tu trasero, ligeramente respingón, me tienta y me provoca continuamente.

»Nena, estás hecha para mí y eres perfecta en todos los sentidos, así que nunca vuelvas a pensar que eres fea ni nada por el estilo, porque estás completamente equivocada.

Me ha puesto cardiaca; ha tocado y acariciado cada parte que iba describiendo y por un momento me he visto como me ve él.

—Gracias —le digo en un susurro.

—Sólo te he dicho lo que veo yo y todos los que te miramos.

Me da un dulce beso, que yo empiezo a intensificar, pero se aparta.

—Nena, si empiezo no veré el momento de parar —murmura con voz ronca—, pero esta noche te quiero en mi cama completamente empapada y dispuesta para mí... Esta noche y todas... ¿Quieres vivir conmigo? —me pregunta sin apartar su mirada de la mía.

—¡Por supuesto! —Siento tanta felicidad que creo que voy a explotar y le doy un beso que lo deja sin aliento.

—Te quiero, nena, estoy deseando despertar a tu lado todos los días, y que me beses así antes de irme a trabajar —me dice con una sonrisa matadora—. Nos vemos luego, señorita Ferreño.

Le veo bajar la escalera embobada, ¡tiarrón!, cuando recuerdo que no tengo ni idea de dónde vive.

—¡Philip! —grito—. ¿Dónde cojo el metro?

—Cuando salgas de casa, gira a la derecha, allí tienes la boca del metro, preciosa.

—¡Gracias! —digo y le mando un beso al aire desde la escalera.

Me mira fascinado; voy con el pijama lencero, descalza y el pelo deshecho; capaz será de verme bonita así.

—Te quiero, preciosa —se despide desde la puerta.

—Y yo a ti, precioso. —Y sonriendo me encamino a la ducha.

Llego a las ocho menos diez y voy directa al despacho de Katia.

—Tengo mucho que explicarte; si tengo un hueco, entro y te lo cuento.

—¡Adelántame algo!

—Le quiero, me quiere y soy feliz —le suelto con una enorme sonrisa mientras salgo de su despacho.

Cuando llego al mío, tengo la mesa a tope. Voy perdida de nuevo con sus reuniones, así que me dirijo a su despacho para que me ponga al día. Llamo y entro.

Está concentrado en la pantalla del ordenador; levanta la vista y su mirada descarada recorre todo mi cuerpo, demorándose en mis pechos, excitándome y humedeciéndome.

Llevo puestos unos pantalones de piel negros, con una básica a juego con la americana color crema y mis tacones negros.

—Estás preciosa, nena, aunque disfrutaré mucho quitándote esos pantalones —me provoca devorándome con la mirada.

—Espero ansiosa que lo hagas —le respondo guiñándole un ojo.

—No me tientes, que voy saturado.

—Pues yo tengo tu agenda vacía —le digo sentándome frente a él—. Menuda secretaria tienes; ponme al día, anda.

Me detalla las reuniones que tiene, me indica qué necesita que le prepare primero y vuelvo a mi despacho. Tengo para todo el día sin parar ni un segundo y ni así terminaré todo lo que me ha pedido.

Llega la hora de comer y me dirijo a la cafetería con Charlie, Katia y Dani. Les cuento un poco el viaje a París por encima, pero no les avanzo nada de lo nuestro; primero quiero contárselo a Katia y a Charlie, con ellos no tengo secretos, pero no tengo claro si Philip quiere hacerlo oficial.

Vuelvo a mi puesto y, cuando me doy cuenta, son las cinco y veinticinco... ¿yaaaa? ¡Mierda! ¡La reunión! Me levanto de sopetón de la silla y vuelo al despacho de Philip, donde ya están esperándome a excepción de Cindy, que tiene otra reunión con otra cuenta que lleva y no asistirá.

Estoy nerviosa. Ni en mi primera reunión hace ya la tira de años me sentí así, pero esta cuenta es importante para él y estoy deseando saber si la aceptan o no. Philip, que debe percibir mi nerviosismo, entrelaza sus dedos con los míos por debajo de la mesa y es como un sedante para mi desbocado corazón; nos miramos apenas unos segundos y me relajo por fin, pudiendo centrarme en mi trabajo de intérprete por completo. Los directivos de Promesses están encantados con nuestra propuesta y lo aceptan todo a excepción de la modelo. Philip les dice que no hay problema, que pueden buscar otra chica que se ajuste mejor a sus necesidades, pero los de Promesses ya tienen a la chica elegida, me quieren a mí.

Me quedo muda, asombrada. ¡¡¿A mí?!! No puedo acabar de traducir...

—Paula, ¿que han dicho? ¿Por qué te has callado? —me pregunta Philip ansioso.

Pero tengo la lengua pegada al paladar y no puedo articular palabra.

—Philip, me quieren a mí —susurro por fin.

—¡Cojonudo! —suelta Charlie—. Diles que sí, tú eres perfecta.

Lo miro incrédula. ¿Lo soy? He fantaseado cientos de veces con protagonizar este anuncio y ahora me lo están poniendo en bandeja. ¡Quieren que sea su imagen! Yo, la niña flaquita, el patito feo, a la que no quería ningún chico.

—Diles que ni lo sueñen; moveré cielo y tierra hasta dar con alguien que les guste, pero tú no vas a protagonizar ese anuncio.

—No me jodas, Philip, ella es perfecta —suelta Charlie.

—He dicho que no —sisea erizándome—. Contesta de una puñetera vez, Paula.

Le digo a los franceses que Philip buscará a otra chica, pero su respuesta es clara: sólo nos darán la cuenta si la modelo soy yo.

¡Madre mía, la que se va a liar! Lo miro sin saber qué hacer y al final se lo traduzco tan bajito tan bajito que apenas me oigo.

—Diles que hablamos en diez minutos —se anticipa Charlie.

Lo hago y cortamos la conversación.

—Que se jodan, prefiero perder la cuenta a que tú protagonices ese anuncio —brama Philip fuera de sí.

—No me jodas, tío, hemos invertido mucho en este proyecto —interviene Charlie.

—Tú no has invertido nada, todo el dinero ha salido de mi bolsillo, y prefiero tirarlo a verla a ella protagonizando este anuncio o cualquier otro.

—¿Por qué, Philip? ¿Crees que no daría la talla? ¿Es eso? ¿No soy suficiente para protagonizar el anuncio? —susurro. Por fin puedo formular las preguntas que no dejan de atormentarme cada vez que dice que no quiere que lo protagonice; siento mis complejos más latentes que nunca.

—No es eso, simplemente no te quiero ahí.

—Philip, puede que no haya puesto un céntimo, pero he dedicado muchas horas a esta cuenta y no estás siendo razonable... y claro que darías la talla, preciosa, eres mucho más que la chica que habíamos elegido. —Veo a Charlie enfadado como nunca lo había visto.

—Paula, no quiero que lo hagas, por favor, confía en mí —me pide ignorando a Charlie.

—Philip, es que no te entiendo: tú tendrías que ser el primero en alegrarte de que me den esta oportunidad, yo me alegraría por ti. Además, ¿cuántas veces me has dicho que en tu mente soy yo quien lo protagoniza? Y ahora que puede hacerse realidad, ¿por qué no?

—Porque no, Paula. Cuando llamen, vas a decir que no estás interesada, aunque perdamos la cuenta.

Empiezo a cabrearme, no puede hablar en serio, con todo lo que han trabajado... ¿pero qué le pasa? ¿Qué problema tiene en que lo protagonice? Lo miro enfadada, pero, aun así, sé que haré todo lo que me pida, aunque pille el cabreo del siglo con él... pero entonces dice lo último que debería haber dicho.

—Paula, elige: si haces ese anuncio, se terminó lo nuestro, en tu mano está.

—¿Cómoooo? —le pregunto en un hilo de voz—. Las relaciones no funcionan así, Philip, no puedes amenazarme con dejarme si hago este anuncio. ¿Así sería nuestro futuro? ¿Siempre condicionada a ti? ¿A lo que tú creas que debo o no debo hacer? ¿Siempre con miedo a que me dejes si no hago lo que tú quieres?

—No te estoy amenazando, te estoy dando a elegir: el anuncio o nosotros —sentencia con el cuerpo en tensión—. Te dije que nunca estaría con una modelo y no voy a cambiar de opinión; elige, el anuncio o nosotros.

—No puedes hablar en serio, Philip. —Lo miro triste, sé que esto no acabará bien para ninguno de los dos—. Además, no voy a convertirme en modelo por protagonizar este anuncio.

—Creo que no le estás dando la importancia que debieras; este anuncio se emitirá primero aquí y luego en toda Europa a un nivel que no te haces ni idea. Vas a convertirte en la imagen de una firma muy importante y van a exigirte que estés ahí; puede que tengas que ir a abrir o cerrar sus desfiles, inaugurar sus tiendas, ser su imagen en los catálogos y pósteres de publicidad... las ciudades se llenarán de fotografías tuyas en bañador o en biquini... ¿De verdad crees que vas a poder continuar trabajando de secretaria y mantener tu anonimato? ¡Te estás metiendo en la boca del lobo, Paula! —vocifera completamente fuera de sí.

—Philip, me parece que estás exagerando. Te repito que no soy modelo; que protagonice un anuncio y me convierta en su imagen para esta campaña no significa que vaya a cambiar mi vida. ¡¡¡Joder, mírame!!! No tengo las medidas de una modelo; aunque quisiera, no podría serlo, soy una mujer normal y corriente.

—¡Y una mierda, Paula!, ¡no hace falta medir metro noventa para ser modelo, mira si no a Kate Moss con su metro sesenta y cinco y trabajando desde los años noventa!

—¿Desde cuándo estás tan puesto en ese mundo? —le pregunto desconcertada.

—Elige, Paula —me dice sin contestar mi pregunta, de repente a kilómetros de mí.

—Elijo elegir, Philip. Nunca he dejado que nadie me amenace ni me diga lo que puedo o no puedo hacer, y tú no vas a ser una excepción, por mucho que te quiera —susurro empezando a romperme por dentro.

—¿Que me quieres? Déjame que lo dude —me suelta con odio—. No te ha costado nada decidirte, ¿verdad? ¡Lo has tenido bien claro! Te ha salido redondo... Has follado con el tío de la revista, vas a ser imagen de una importante firma y con un poco de suerte puede que estés preñada y que me tengas atado a ti de por vida.

—Eres un cabrón, Philip —le brama Charlie—. Sabes que nada de eso es cierto.

Oigo un murmullo de fondo; los oídos me pitan... no puedo creerme que haya dicho eso.

—No te metas, Charlie —le grita—. Eres una egoísta, Paula, no siempre hay que saber para aceptar. No sabes cómo me arrepiento de haberte abierto las puertas de mi casa y de mi vida, nunca debí hacerlo. Protagoniza ese anuncio si tanto lo deseas, al menos que sirva para algo todo esto. Continúa tú la reunión, Charlie, tienes más que decir que yo —concluye y sale cabreado dando un portazo.

¿Dónde está mi genio? ¿Dónde está mi voz? No puedo reaccionar. Llaman los de Promesses y Charlie ocupa el lugar de Philip.

—Diles que sí, preciosa, haz el anuncio y que se vaya a la puta mierda. —Lo noto cabreadísimo y soy incapaz de reaccionar.

Acepto hacer el anuncio como una autómata. Me da igual hacerlo; de hecho, en estos momentos es lo último que quiero, pero lo acepto porque no voy a tolerar que nadie manipule mi vida y porque nunca he dejado que nadie me amenace. Me ha costado mucho quererme; en realidad, aún me cuesta, y si los franceses creen que puedo protagonizarlo, no seré yo quien me niegue a algo así.