Capítulo 21
Es viernes; me despierto antes de que suene el despertador y mi mirada va directa al espejo. ¡Dios mío de mi vida! Si este espejo hablara... Me excita recordar lo que hicimos ayer; me encantó que me follara así; estoy excitada y no hace ni medio minuto que estoy despierta. Me levanto y me arrastro directa a la ducha para enfriar un poco mi cuerpo, ¡que falta me hace!
Cuando salgo valoro qué ponerme. Está soleado, así que opto por una minifalda negra con una camiseta básica blanca, un fular de calaveras blanco y negro y mis botines negros; me pongo la cazadora de piel negra y dejo mi pelo suelto, me gusta cómo me veo y salgo disparada. Me encanta mi trabajo, pero lo que de verdad me gusta es trabajar con él. Siempre con él.
A las siete y cuarenta estoy sentada en mi mesa revisando la agenda de Philip; hoy la tiene repleta, el viaje a París se acerca y, a falta de la modelo, está todo listo. Además, aparte de esta cuenta, llevamos otras, por lo que la actividad es frenética.
Me dirijo a su despacho y, como siempre, llamo antes de entrar.
—Buenos días, Philip —le digo guiñándole un ojo y entregándole su agenda.
Me mira fascinado; desde luego le ha gustado la minifalda.
—Buenos días, nena, estás preciosa —me responde mirándome descaradamente.
Veo deseo en sus ojos, el mismo que él verá en los míos; llevo deseándolo desde que he abierto los ojos. Me acerco mimosa, me siento en su regazo y recuerdo cuánto anhelaba hacer esto al principio de trabajar aquí y en dos segundos tengo su mano subiendo por mi pierna.
—Y tú eres el jefe más sexi que he tenido jamás —susurro mordiéndole suavemente el labio; está duro como una piedra debajo de mí.
Noto su mano ascender despacio y llegar a mi tanga.
—Nena, no sabes cómo me pone tu ropa interior.
Y apartando el tanga a un lado, acaricia superficialmente mis húmedos labios, torturándome.
—Philip, por favor —gimo abriendo más las piernas y moviendo mi trasero sobre su duro pene.
—¿Qué quieres? —me pregunta con voz ronca.
—Tócame más —le pido jadeando.
—¿Quieres esto, nena? —me plantea metiendo dos dedos de golpe y empezando a masturbarme.
—Síiii —gimo echando la cabeza hacia atrás y abriendo más las piernas descaradamente—. La puerta no está cerrada con llave —siseo jadeando; apenas puedo hablar, lo único que deseo es que haga conmigo lo que quiera.
Saca sus dedos para acariciar mi hinchado clítoris y los mete de nuevo, entrando y saliendo una y otra vez, pero antes de que pueda correrme, los retira y, llevándoselos a la boca, los lame sin dejar de mirarme.
—Delicioso, como siempre, lástima que no pueda seguir —me dice con una tranquilidad pasmosa mientras me coloca bien el tanga—; ahora ya sabes cómo voy a sentirme durante el resto del día viéndote pasearte así vestida.
Me levanta de su regazo y, dándome una palmada en el trasero, me dice con una media sonrisa:
—Y ahora vuelva al trabajo, señorita Ferreño.
Mi cara debe ser un poema. ¿No pretenderá que me concentre con lo excitada que estoy?
—Muy bien, como quiera —contesto siguiéndole la corriente. ¡Éste no sabe lo que le espera! ¡Prepárate, chato!
Camino sensualmente hacia la puerta, la cierro con llave y, mirándolo fijamente, me quito el fular y se lo tiro, me desabrocho la falda, dejándola caer al suelo para, seguidamente, quitarme la camiseta y quedarme únicamente con los botines y la ropa interior. Me acerco a él y, tras girar la silla hacia mí, le rozo levemente la entrepierna, dura como una piedra, y acerco mi boca a la suya, atrapando su labio inferior en un dulce mordisco. Tiene la respiración acelerada; su mirada le delata pero no hace amago de tocarme. ¡Mierda de autocontrol!
—No sabe lo que se pierde... entonces —murmuro—, tendré que hacerle caso y volver al trabajo.
Y caminando de nuevo hacia la puerta, empiezo a vestirme sin dejar de mirarlo. Descubro que vestirse puede ser tan sensual como desvestirse; respiramos con dificultad y nos abrasamos con la mirada.
—Puede quedarse con mi fular, así me recordará durante todo el día —le digo guiñándole un ojo. ¡Dios mío qué calentón llevo! Pero me consuela saber que él está igual que yo y encima tiene una reunión en diez minutos.
Paso la mañana como puedo. ¡Dios! ¿Cómo ha podido dejarme así? Y a la hora de la comida me dirijo a la cafetería. Katia, Dani y Charlie ya están allí, me siento con ellos y empiezo a hojear el menú...
—Preciosas, por si no lo sabíais, hoy es mi cumpleaños, así que os invito a tomar algo después del trabajo —nos dice Charlie.
Dani y yo gritamos un «¡felicidades!» que se oye en toda la cafetería mientras lo abrazamos y besuqueamos. Supongo que Katia ya lo habrá felicitado de un modo más íntimo.
—Pero qué calladito te lo tenías, sinvergüenza —le recrimino riendo.
—Preciosa, con lo liada que estás siempre, no he encontrado el momento de decírtelo. —Sé por dónde va y, como está Dani, cierro el pico por si acaso suelta algo más.
Comemos entre risas; almorzar con ellos siempre me ayuda a desestresarme y, aunque pasa muy rápido, después de mañanas como éstas lo agradezco. A las dos y media estoy de vuelta en mi despacho, me vuelco en todo lo que tengo pendiente y no lo vuelvo a ver en toda la tarde.
Son las seis, ¡por fin! Estoy molida y voy directa al despacho de Katia.
—¿Nos vamos, preciosa? —le pregunto imitando a Charlie.
Katia ríe feliz; me alegra verla así, se lo merece.
—Anda, vamos a por Dani. Charlie vendrá luego, tenía que hablar con Philip.
Recogemos a Dani y nos marchamos al Soho; me encanta este sitio. Nos sentamos en nuestra mesa de siempre y, mientras nos tomamos unas cervecitas fresquitas, Katia le cuenta a Dani que está con Charlie.
—Eso se veía venir, Katia —le dice Dani riéndose.
—¿Te lo imaginabas? —le pregunta Katia sorprendida.
—Hija, que estoy en recepción pero como con vosotros todos los días... claro que lo imaginaba, esas miraditas al final tenían que terminar en algo... al igual que me he dado cuenta de que entre Paula y Philip hay algo más que trabajo.
Me atraganto con la cerveza, ¡pero será posible! Katia no puede parar de reírse.
—¡Anda con Dani!, y parecía tonta, la tía —le suelto bromeando—. No hay nada importante, cielo, no como Katia y Charlie.
—Pero algo hay, ¿verdad?
—Algo hay, dejémoslo ahí de momento —le respondo sonriendo.
Lo veo entrar, va hablando y riendo con Charlie, y me deshago; me tiene completamente deslumbrada. «¿Qué hace un hombre cómo él con alguien como yo? ¿Cómo he podido tener tanta, tantísima suerte? ¡Tiarrón! ¡Tío bueno! ¡Machote!», pienso mirándolo y relamiéndome.
Llegan hasta donde estamos nosotras y Charlie se sienta al lado de Katia, le pasa un brazo por los hombros y la acerca a él para darle un morreo con todas las de la ley. ¡¡Madre mía!! Me quedo embobada mirándolos, ¡yo también quiero uno de esos!... y también quiero que mi chico no tenga pánico a las relaciones, pero, como sé que no es posible, me aguanto y desvío la mirada hacia él, que se ha sentado delante de mí y me mira con seriedad. No sé qué le pasa, pero le sonrío y me pongo a hablar con Dani.
Cruzo las piernas a propósito sólo para insinuarle lo que hay debajo; me devora con la mirada y, envalentonada, me humedezco un poco los labios. Lo miro y me levanto para ir a la barra a por otra cerveza, pasando por delante de él, rozándolo apenas, provocándolo a propósito. Tiene el ceño fruncido, sé que me desea y yo me paso el resto de la tarde torturándolo.
Charlie, que está en su salsa, propone alargar la celebración cenando. Dani y Katia se apuntan al instante, pero sé que Philip se muere por ir a mi casa y yo también... aunque, como no quiero hacerle un feo a Charlie, le digo riendo:
—Eso ni se pregunta, precioso, ¿adónde vamos?
—¿Al Ten Eleven Twelve? —pregunta.
A todos nos parece fenomenal. Philip no ha abierto la boca, así que no sé si viene o no y me quedo mirándolo.
—¿Vienes?
—Por supuesto, y tú te vienes conmigo, pero de camino vamos a hacer una parada —me dice mientras salimos del Soho.
—¿Ah, sí? ¿Dónde?
—En mi casa, nos pilla cerca de allí.
—¿Has olvidado algo? —Me muero de curiosidad por ver su casa. ¿Cómo será? ¡Seré cotilla!
—Olvidar no es el verbo exacto.
—¿Ah, no? ¿Y cuál es entonces? —Vaya, pues sí que lo tenemos gramático esta noche.
—Necesitar.
—¿Qué necesitas, pues? —le pregunto mientras arranca y se incorpora a la circulación.
—Necesito follarte urgentemente, necesito quitarte toda la ropa y follarte sólo con las medias, llevo necesitando eso desde las ocho de la mañana. Envíale un mensaje a Charlie y dile que nos retrasaremos veinte minutos, que ha surgido un imprevisto —me ordena con la mirada fija en la calzada.
¡Madre mía! Estoy empapada sólo con oírle. ¡Yo también necesito todo eso y más! Conduce como un loco y no me mira ni me vuelve a dirigir la palabra hasta que llegamos a su casa.
Sale del coche apresuradamente y, tras cogerme la mano, me arrastra dentro de su casa, enciende la luz y en cuestión de segundos tengo su boca sobre la mía poseyéndola con su lengua, que busca la mía desesperada; prácticamente nos arrancamos la ropa, somos todo pasión, prisas y desenfreno.
—Nena, no puedo más, llevo pensando en follarte todo el puto día, no sabes cómo me ha costado concentrarme —murmura mientras se pone un condón a la velocidad de la luz.
Me levanta sin apenas esfuerzo y, apoyándome contra la pared, se ensarta dentro de mí con fuerza para empezar a moverse frenético, apretándose a mi sexo para salir y volver a entrar; sus testículos me golpean excitándome aún más mientras sus manos me sujetan con fuerza por el trasero; me muevo con él... ¡más profundo!, ¡más fuerte!, ¡más rápido!, ¡más, más, más!
—¡¡¡Sí, nena!!!, ¡me vuelves loco! —ruge en mi oído.
Pero yo no puedo hablar, las palabras no salen de mi boca; mi sexo chorrea, facilitándole la entrada. Me folla con rudeza, sin mimos, sin dulzura, y lo disfruto como siempre... jadeo, chillo, no quiero salir nunca de su casa, no quiero que salga de mí... nos besamos enloquecidos, mordiéndonos, uniéndose placer y dolor, y nos corremos juntos mientras nuestros besos ahogan nuestros gritos.
No puedo moverme, todavía lo tengo dentro de mí.
—¿Por qué no nos inventamos una excusa y nos quedamos aquí follando hasta mañana? Necesito más, nena, esto sólo ha sido el principio.
—Philip, cállate, por favor; ya estoy excitada sólo de oírte, pero te recuerdo que están todos esperándonos para cenar —le riño medio riendo—. De verdad que somos lo peor.
—Era una cuestión de supervivencia, llevo todo el día excitado por tu culpa, no podía aguantar más sin follarte. Nena, eres mi obsesión.
¿Síiiiiii? Le tengo fascinado, soy su obsesión. ¡¡¡Ohhhh!!!
—Anda, démonos prisa o no saldremos nunca de aquí —es lo mejor que se me ocurre y una verdad como un templo.
Nos lavamos y nos vestimos en el baño que hay cerca de la entrada y llegamos al restaurante con veinticinco minutos de retraso, tampoco llegamos tan tarde.
—Ya era hora, ¿qué imprevisto os ha surgido? —pregunta Charlie guasón.
—Un problema en el despacho, ya está todo solucionado —le responde Philip tranquilamente—. ¿Cenamos?
—¿Sobre alguna cuenta en especial? —insiste Charlie. Mira que es pesadito el tío.
—Por supuesto, y bastante importante, y ahora pásame el vino y cállate la boca, cabrón.
Estoy muerta de vergüenza, voy a matar a Charlie como no se calle. Dani, que como me dijo se huele algo, me mira sonriendo.
—Déjalo estar —le ordeno antes de que diga nada.
Por suerte Katia sale en mi ayuda y cambia de conversación. La cena transcurre entre risas y bromas. Philip y Charlie son muy amigos y, cuando se juntan, tienen miles de batallitas que contar. Me río muchísimo con ellos y sobre todo me encanta ver a Philip así, sin el ceño fruncido, riéndose relajadamente; en el trabajo es muy estricto y serio y, cuando lo veo de esta forma, descubro a otro Philip que me fascina de igual manera y me pregunto de nuevo cómo he podido tener tanta suerte.
Charlie y Katia, que llevan la directa en su relación, no se esconden en absoluto y se pasan la cena dándose besos y haciéndose arrumacos. Me quedo varias veces embobada mirándolos; la envidia me corroe, envidia sana, por supuesto, pero envidia al fin y al cabo... Moriría por tener eso con Philip, por ser su pareja y no tener que esconderme ante nadie, pero dudo de que eso pueda suceder entre nosotros, mejor no pensarlo... le tengo a él, ¿no? Punto y final.
Le sorprendo mirándome fijamente varias veces; no sé descifrar su expresión, pero algo pasa y decido preguntárselo más tarde... y tan tarde, al final la cena se alarga demasiado y, cuando subo al coche, no puedo evitar bostezar; no puedo más y me recuesto en el respaldo, cerrando los ojos.
—¿Estás cansada, cielo? —me pregunta dulcemente.
—Un poco, ¿y tú? —le digo abriendo los ojos y encontrándome con su increíble mirada.
—Un poco —me contesta imitándome y sonriendo.
—¿Qué te pasaba en la cena? ¿Por qué me mirabas así?
—Así, ¿cómo? —Sé que quiere zafarse del tema, pero no pienso dejarle.
—Lo sabes de sobra; suéltalo, Philip.
—Nada, me preguntaba en qué pensabas cuando los mirabas.
¿Y ahora qué? ¿Le digo la verdad y lo acojono? Mejor no.
—Pues nada, que están felices y me alegro por ellos, ¿tú no?
—Claro. —Arranca el coche sumiéndose en sus pensamientos.
Hacemos el trayecto en silencio; sé que no le ha convencido mi respuesta, pero es lo que hay, no pienso decirle más. Llegamos a mi casa, pero no hace mención de bajar.
—¿Quieres subir? —«Por favor, di que síiiii», suplico mentalmente.
—Mejor no, estás cansada y es tarde —me responde mirándome con seriedad de nuevo.
¿Cómooooo? Antes también estaba cansada y hemos follado como locos. Al final tendrá razón y sólo será sexo. ¿Por qué no puede quedarse a dormir conmigo? ¿Por qué tiene que irse?
—Hasta mañana, entonces —me despido y salgo del vehículo sin darle ningún beso.