Capítulo 29
El equipo de estilistas viene a quitarme la bata, ¡como si yo no supiera!, y me quedo en biquini. De repente tengo vergüenza. «¡Será posible! En verano, en la playa, hay más gente», me digo. «Pero no están todos pendientes de ti», me tortura mi subconsciente.
—Muy bien, diosa, ¿cómo estás? —me pregunta Sandro cámara en mano.
—Bien, creo... —«Con náuseas, acojonada y deseando salir corriendo de aquí», pienso acelerada.
—Estás más que bien, vamos a empezar. ¿Preparadas las cámaras? ¿Dylan? ¿Todo a punto? Vamos, acercaos... —dice y comienza a dar instrucciones a diestro y siniestro.
Me doy cuenta de que todos están trabajando, que están acostumbrados a esto, que yo soy una modelo más de su día a día.
—Muy bien, Paula; ponte de rodillas en la orilla y mírame fijamente, sedúceme de nuevo como hiciste ayer.
Sandro me da instrucciones, pero no acabo de relajarme, estoy paralizada. Entonces levanto la vista y veo a Philip pegado a él; no lleva las gafas y su mirada atrapa la mía, me mira como lo hacía antes de dejarme, lleno de deseo, devorándome con sus ojos... Entreabro los labios sin darme cuenta; yo también lo deseo, nunca he dejado de hacerlo, y se crea nuestro momento especial, como tantas veces en el pasado.
De fondo oigo la voz de Sandro.
—Sí, sí, sí, quiero esa mirada, muy bien... así, diosa, mírame así.
Pero no lo miro a él, miro a Philip, que no me quita la vista de encima. Sé que me está ayudando, y entonces me doy cuenta, recuerdo que ayer ya lo hice, le puse la cara de Philip a Sandro y mi cuerpo se relajó al instante.
Es Philip el que me fotografía, es Philip el que me dice todas esas zalamerías, es Philip quien me graba.
Y empiezo a disfrutar por fin. Me olvido de todos, sólo estamos él y yo y lo seduzco; camino hacia el agua y me sumerjo en ella para salir lentamente con la mirada fija en la cámara, juego con las olas, me tumo sobre la arena, me arqueo, el agua moja mi cuerpo mientras Sandro y Dylan no dejan de fotografiarme y grabarme.
Ponen una plataforma en el agua para que me tire de cabeza y sacarme de perfil. Sonrío a la cámara o la miro fijamente, me sale natural porque es a Philip a quien mi mente ve. Además, conozco la campaña al dedillo y sé qué imágenes necesitan tanto para el anuncio principal como para los otros materiales.
Los estilistas están todo el tiempo pendientes de mí: me retocan el pelo, lo secan, lo mojan, me maquillan, ponen granitos de arena estratégicamente en mi cara y mi pelo y, cuando me doy cuenta, estamos haciendo un descanso. ¡Madre mía! ¡No quiero parar! Es una pasada, me estoy divirtiendo un montón.
—¡Enhorabuena, preciosa! —me dice Charlie tan entusiasmado como yo, cogiéndome en brazos y haciendo que me ría como una niña—. Ha sido increíble verte, lo has bordado, en serio.
—¡Charlie, es una pasada! Me estoy divirtiendo muchísimo, dime que no hemos terminado, por favor.
—¿Te importaría bajarla, Charlie? —pregunta Philip, que está a nuestro lado, rabioso y cabreado para variar.
Charlie me desciende y, dándome un beso en la punta de la nariz, se marcha dejándome a solas con Philip.
—Gracias por ayudarme antes —susurro.
—No lo he hecho por ti, lo he hecho por la campaña, no iba a dejar que la arruinaras —me espeta con frialdad.
Está siendo desagradable a propósito, pero voy calándolo y no dejo que me afecte lo que me dice.
—Aun así, gracias. —Y acercándome poco a poco, le doy un beso en la mejilla demorándome unos segundos más de lo normal. Mi cuerpo lo reclama, reaccionando exageradamente ante su cercanía, pero él está frío como el hielo.
Y en apenas unos segundos tengo a Sandro encima de mí separándome de Philip.
—¡¡¡Diosa!!! ¡Quiero hacerte un book! Tienes que hacerte modelo, ¿dónde has estado toda mi vida?
Me río por el dramatismo con el que ha hecho la pregunta. ¡Qué exagerado, Dios! Philip me mira fríamente, su rostro no expresa el mínimo sentimiento y, tras darse media vuelta, se dirige donde está Dylan para ver la grabación. Yo también quiero hacerlo, así que me acerco a ellos.
Me quedo con la boca abierta. ¿Ésa soy yo? ¡Ay, que me da algo! Ante mí veo a una mujer preciosa, sensual, sexi... no me reconozco.
—¡Vaya! —Es lo único que puedo articular, porque faltan palabras para expresar todo lo que siento. ¡Pero si parece que estoy buena y todo!
Philip mira el vídeo atentamente; lleva otra vez las gafas de sol puestas y su rostro es tan inexpresivo como siempre en comparación con el mío, que es de fascinación total.
Comemos un poco y volvemos a empezar.
Pierdo la cuenta de la cantidad de bañadores y biquinis que me pongo. Hay una pequeña cascada cerca de la playa y me fotografían y graban en ella. No me quejo de nada, ¡como para hacerlo! Estoy disfrutando como una enana, me hacen miles y miles de fotos. Con ellas podrían empapelar todo Sídney y aún sobrarían. ¡Qué barbaridad!
Anochece y aún estamos en la playa; quieren grabarme con el atardecer de fondo mientras salgo del agua y, a pesar de que estoy disfrutando de lo lindo, empiezo a estar cansada. ¡Como oiga a alguien decir que el trabajo de modelo es fácil, me lo cargo! Hacen una hoguera y me fotografían y graban delante de ella... bueno, más a mi culo con una braguita minúscula que a mí, ¡pero de eso se trata! Y, gracias a todos los cielos y todos los dioses, por fin dan por concluida la sesión. ¡Ayyyyyyyyy, que me muero de agotamiento!
—Enhorabuena, Paula, realmente estamos muy orgullosos de nuestra elección. Eres la mejor modelo que podíamos haber elegido, nos ha gustado mucho verte trabajar —me dicen Pierre y Nicolas dejándome con la boca abierta. ¿Síiii?
—Muchas gracias, es un placer ser la imagen de una firma como la suya.
—El placer es nuestro. Ha sido una sesión realmente larga y no te has quejado ni una sola vez; pocas modelos hacen eso. Descansa, nos vemos mañana.
—Hasta mañana —murmuro flipada.
Veo a Philip hablando con Sandro y Dylan. En ningún momento ha dejado de coordinarlo todo y de exponer claramente sus ideas y, aunque sé que muchas veces me he adelantado a ellas y le he facilitado el trabajo, no creo que venga a decírmelo.
Cuando llego al hotel no puedo con mi alma. Pido un bocadillo al servicio de habitaciones y me lo como en la pequeña terracita de mi cabaña; miro la tumbona y, a pesar de estar muerta de cansancio, no puedo resistirme a acostarme en ella un poquito, aunque sólo sean unos minutos, parece tan cómoda... y cedo a la tentación. ¡Ahhhhhh! ¡Qué maravilla! ¡Qué silencio! Oigo el suave sonido de las olitas rompiendo contra la orilla, la noche es cálida y no puedo moverme; poco a poco cierro los ojos y caigo rendida en un sueño profundo.
Noto cómo alguien me coge en brazos, apretándome a su cuerpo.
—Estás volviéndome loco —me dice Philip besando dulcemente mis labios... que sueño más bonito, no quiero despertarme y me aferro a él.
—Te quiero —murmuro entre sueños mientras siento la suavidad de las sábanas debajo de mí. ¡Mmmmmm, qué bien! Y me sumerjo de nuevo en mis sueños mientras oigo un «yo también» de fondo alejándose de mí, «siempre».
Me despierto descansada. ¡Qué cama más cómoda! ¿Pero cómo llegué aquí? ¿Fue Philip quien me trajo o sólo fue un sueño maravilloso? No recuerdo haber venido sola, pero tampoco lo imagino cogiéndome en brazos y acostándome. ¡Con lo agrio que está conmigo, más bien me pegaría dos gritos por haberme dormido en la terraza!
Me visto y me dirijo al restaurante. Charlie todavía no ha llegado y casi mejor, necesito preguntárselo sin espectadores. Está sentado en la misma mesa que ayer, mirando su tableta; cojo un zumo y me siento frente a él.
—Buenos días —lo saludo mirándolo fijamente.
—Igualmente —me contesta con toda su atención puesta en la tableta de las narices.
—¿Te importaría mirarme? —le pregunto con dulzura.
—Estoy trabajando, ¿qué quieres? —me responde cabreado como si hacerlo supusiera un verdadero esfuerzo.
Carraspeo y cojo aire. Me siento un poco estúpida... ¿y si lo he soñado todo? Estaba tan cansada y ahora parece tan irreal y tan lejano...
—¿Anoche me acostaste tú? —le planteo finalmente.
—¿No sabes hacerlo tú sola o es que ahora necesitas una niñera? —me pregunta con cinismo.
—Por supuesto que sé acostarme sola, imbécil, pero estoy segura de que me dormí en la terraza y esta mañana estaba en la cama.
—Anoche hice cosas mucho más interesantes que acostarte a ti.
—¿Ah, sí? ¿Qué cosas? —pregunto sin poder callarme, muerta de celos.
—Eso a ti no te importa, Paula, y, hasta que acabemos con el anuncio, sé un poco más responsable: no puedes ir durmiéndote por los rincones, recuerda que no puede pasarte nada —me dice tan distante que siento una opresión en el pecho que me impide respirar con normalidad.
¿Estaba con otra? ¿Tan pronto me ha encontrado sustituta? Estoy siendo un libro abierto, pero me la suda, sólo tengo ganas de llorar.
—Buenos días, preciosa —me saluda Charlie sentándose al lado de Philip—. ¿Pasa algo? —nos pregunta sin despegar su mirada de mí, que estoy a punto de echarme a llorar.
—Nada —disimulo intentando sonreír—. Nos vemos luego, no tengo hambre —contesto y salgo disparada del restaurante hacia la playa.
Necesito tranquilizarme y, aprovechando que aún dispongo de media hora, decido ir a dar un paseo por la orilla. «¡Idiota, idiota! —me reprendo mirando al horizonte y conteniendo las ganas de llorar—, sólo me ha faltado ponerme a suplicarle que me quiera de nuevo. ¿Dónde está mi orgullo?»
Me reúno con todos a la hora convenida para dirigirnos al motu; evito a toda costa acercarme a él o mirarlo. No puedo dejar que me afecte tanto, no cuando tengo una larga sesión de trabajo por delante.
Los estilistas vuelven a peinarme y maquillarme y empezamos a trabajar. A pesar de la tristeza que siento desde que he hablado con él, consigo disfrutar y evadirme por completo; es lo mismo que ayer pero con escenario diferente.
En un determinado momento, Sandro me pide que me quite la parte de arriba del biquini y me tape los pechos cruzando mis brazos sobre ellos. Me pongo de rodillas sobre la arena y lo hago; los estilistas me ayudan para que no se vea nada y comienza a fotografiarme. Todo está milimétricamente estudiado y cuidado, desde el mechón de pelo que cae delante de mi ojo hasta los granitos de arena de mis brazos. Philip, que está pegado a Sandro, no me quita la vista de encima. Sé que no se me ve nada, mi pelo y mis brazos cubren por completo mis pechos, pero lo noto conteniéndose. Si pudiera, le daría un puñetazo a Sandro, y me temo que esto traerá consecuencias.
Cuando terminamos, los estilistas me cubren rápidamente con una bata y apenas se ve nada.
—Un descanso de media hora para comer y comenzamos de nuevo —ordena Philip rabioso—. Sandro, no vuelvas a pedirle a la modelo que se quite la parte de arriba del biquini, no es ésa la idea de la campaña —le espeta con voz contenida.
—No te metas en mi trabajo, Philip —le contesta cabreado dejando atrás todas las zalamerías—. Hago las fotos que me da la gana; conocías mi trabajo de sobra, no haberme contratado.
—Estás equivocándote, Sandro. Es mi trabajo, soy yo quien dirige el anuncio y quien te paga también, no nos hagas perder el tiempo.
—Mira, Philip, te lo voy a decir una única vez: haré todas las fotos que me salga de los huevos; luego tú, para tu anuncio, utiliza las que quieras, y ahora apártate, que me muero de hambre. —Y se larga directo a la carpa donde han preparado un pequeño picnic.
Hoy también nos dan las tantas en la playa y, cuando vuelvo al hotel, estoy hecha polvo física y mentalmente. ¿Qué hará esta noche? ¿Con quién estará? Pero estoy tan cansada que mi mente no da para más; además, me niego a continuar martirizándome. Me pido un bocadillo que me como en la terracita de mi cabaña y me acuesto directamente; paso de quedarme dormida de nuevo en la tumbona y no saber luego cómo he llegado hasta mi cama.
Me despierto temprano. Hoy es el último día de rodaje y me propongo disfrutarlo a tope. Han alquilado unos todoterreno con guía para ir al interior de la isla, donde se supone que hay una catarata impresionante, y voy a exprimir a tope cada segundo.
Subo al coche con Charlie, Philip, Pierre y Nicolas y, al igual que ayer, evito mirarlo. Si lo hago, corro el riesgo de humillarme poniéndome a llorar y paso. «Si está con otra, peor para él, seguro que no me llega ni a la suela de los zapatos», me digo intentando subirme la moral.
El viaje es largo y lleno de baches, por no hablar de los caminitos de los cojones. ¡Ay, mi madre, que nos matamos fijo! ¿Qué hago yo aquíiiii? Yo, una mujer de asfalto que disfruto como una condenada poniéndome los tacones, ¿qué puñetas hago subida en un todoterreno conducido por una tía que se cree Carlos Sainz y que, para más inri, no deja de girarse para hablar con Pierre? «¡Mira al frente, coño!», estoy a punto de gritarle varias veces. Ya imagino a los equipos de rescate camilla en mano sacándonos del fondo de algún barranco con todos los huesos rotos. ¡Ay, Señor, que de ésta no salimos vivos!
Ya puede ser bonita la cascada de las narices, porque, como no lo sea, me cargo a la guía y a la madre que la parió. ¿Con la cascada de la playa no teníamos suficiente? Tenía que venir ella a tocarnos los cojones con sus sugerencias.
Y por fin, después de dos largas horas durante las cuales se me ha dormido el culo y he estado a punto de morir varias veces de un infarto, llegamos... ¡¡¡Vayaaaaaaa!!! ¡Qué preciosidad! Saltamos del jeep y vamos casi abducidos hasta ella.
A través de la montaña cae una catarata fantástica; parece el velo de una novia de un color blanco inmaculado, completamente rodeada de vegetación de un verde intenso y brillante.
—¡Charlie! ¿Has visto alguna vez algo similar a esto? —murmuro deslumbrada ante tal maravilla de la naturaleza.
—Nunca en la vida, ¡y he visto mucho! ¡Joder, qué pasada!
—¡Venga! ¡Moved el culo! —nos grita Philip.
La gente se activa de repente con sus órdenes, ¡que da a diestro y siniestro! Montan una pequeña tienda para que me cambie y pronto comienza la sesión.
Tengo que concentrarme como nunca para no darme una leche. La piedra está resbaladiza y el agua cae con fuerza detrás de mí, pero no me quejo. Poso de espaldas, de perfil, de frente, sentada sobre las piedras del río, recostada... hago todo lo que me piden y disfruto de nuevo como una loca.
—Te quiero rodeada de vegetación; sal del río, diosa —me pide Sandro.
Hago lo que me pide, me cambio de nuevo y los estilistas retocan mi pelo y el maquillaje.
—Quitadle la parte de arriba y cubridle los pechos con hojas, que parezca una nativa; ponedle brazaletes de cuero en el brazo y algo en el cuello, pero de tejidos naturales. ¿Lo tenéis claro? ¡Venga, daos prisa! ¡Quiero aprovechar esta luz! —ordena Sandro—. ¡Y secadle el pelo, no lo quiero mojado!
—¡Ni lo sueñes! ¡Las hojas no se venden! —brama Philip llegando hasta Sandro.
—No empieces otra vez, Philip, ¡que me tienes hasta los cojones! Yo respeto tu trabajo, respeta tú el mío —le suelta retándole.
—No vamos a incluir esas imágenes en el anuncio, no te molestes siquiera.
—Aun así, voy a hacerlas, apártate —replica furioso—. ¡Empezad! —ordena al equipo de estilistas.
Cubren mis pechos con hojas como ha pedido Sandro y me ponen una faldita con un estampado étnico monísima y cortísima; anudan dos cordones de cuero en uno de mis brazos y otro más en el cuello, me retocan el maquillaje y me secan el pelo. ¡Me encantaría verme! Estoy segura de que debo parecer una nativa de verdad. ¡Lo que daría por un espejo ahora! «Espejito, espejito, ¿quién es la más nativa entre las nativas?»
—¡Ahora más que nunca eres una diosa! —me dice Sandro sonriendo y pasando de Philip—. Sal de esos árboles y acércate a mí sin dejar de mirarme.
—¡Joder, Paula, estás que te sales! ¡Vas a volverlos locos a todos! —grita Charlie desde donde está, ganándose una mirada asesina por parte de Philip.
Pero lo ignoro y hago lo que me ha pedido Sandro. Dylan no deja de grabarme y me centro en ellos dos, olvidándome del resto.
El día pasa rápidamente. Philip no me ha dirigido la palabra en ningún momento ni yo tampoco; además, con el cabreo que lleva, casi mejor mantenerme alejada de él.
Llegamos al hotel casi de noche y me voy de cabeza a mi habitación completamente hecha polvo. ¡Qué novedad! Me ducho y, sin cenar, me acuesto. Me quedan dos días para reconquistarlo, luego... estará todo perdido.
Me despierto un poco más tarde de lo habitual, ¿pero qué más da? Después de tres días intensos y agotadores hasta decir basta, necesitaba descansar como respirar. Además, hoy tengo el día libre y no hay prisas.
Miro por la ventana y veo la playa, tan paradisiaca y tan preciosísima, llamándome a gritos y decido que, en cuanto desayune, me iré directa a esas hamacas tan cómodas a tomar el sol y a bañarme hasta estar igual de arrugada que un garbanzo. ¡Ni Dios me saca del agua hoy! Me pongo unos pantalones cortos con una básica sobre el biquini y me dirijo al restaurante.
Camino a través de las cabañas hacia el edificio principal. Sólo se oye el trinar de los pájaros y el ruido de las olas rompiendo contra la arena. Parece que esté sola en este paraíso, no se oye nada a excepción de los sonidos propios de la naturaleza. Qué poco estrés tienen aquí, ¡qué envidia!
Llego al restaurante y no veo a nadie del equipo. Cojo un poco de todo y desayuno empapándome de las vistas. ¡Qué bonito es esto! Lo que daría por vivir en una casita delante de la playa, como la de la mujer a quien le compré el pareo, sin prisas, sin horarios, sin estrés, vistiéndome únicamente con pareos... ¡Esto es calidad de vida y no la nuestra!, con los armarios llenos de ropa y todas la pijerías habidas y por haber, pero de culo todo el día.
Acabo pronto y, cuando voy a dirigirme a mi cabaña a por el capazo para ir a la playa, veo entrar a Charlie en una cabaña que no es la suya; es un poco más grande que las otras y, sin pensarlo, me dirijo a ella yo también. La puerta está entreabierta y me asomo.
Lo veo junto a Philip. Están sentados delante del ordenador de espaldas a mí mirando todas las fotografías que ha hecho Sandro. ¿Será ésta la cabaña de Sandro o es una que se utiliza para guardar todo el equipo?
—Te pongas como te pongas, es perfecta —oigo decir a Charlie—. Nunca hubiéramos encontrado a otra mejor. Esta foto es cojonuda, parece una nativa de verdad, Sandro tuvo una idea brillante, aunque te joda... Yo soy tío y quiero esa falda. —No puedo evitar sonreír al oírle, ¡es único!
—Ya lo sé, anoche estuve revisándolo todo con Sandro y Dylan, y tenemos un material magnífico para salirnos con el anuncio y los catálogos.
—¿Te imaginas un póster a tamaño real de esta foto? Aunque digas que las hojas no se venden, te juro que pondríamos de moda el biquini bandeau con hojas.
—Se volverán locos cuando la vean, todos van a querer contratarla —creo que dice Philip. ¡Mierda! A pesar del silencio que hay, no le oigo bien. ¿Por qué no habla más fuerte?
—¿Crees que aceptaría? Ella no quiere ser modelo, sólo quiere estar contigo y, si no hubieras sido tan capullo, no estaríais así ahora.
—Si no quiere ser modelo, ¿qué coño está haciendo?
—¡Si no la hubieras presionado, no estaría haciendo nada! Estaría en Virmings rodeada de carpetas, esperándote.
—Déjalo, Charlie.
—¿Que lo deje por qué? ¿Porque no te interesa oírlo? Te estás comportando como un gilipollas, Philip. Has encontrado a una mujer increíble y vas a perderla por una estupidez.
—¿De verdad te parece una estupidez? Charlie, tú estuviste conmigo todo el tiempo, ¿crees que podría superarlo de nuevo?
—¿Y por qué tiene que volver a suceder? Paula no es Mia, son situaciones y mujeres distintas.
—A mí me parecen demasiado similares. Mia comenzó su carrera igual que Paula, con un anuncio.
—Pero Mia quería ser modelo, su vida giraba en torno a su carrera, y Paula no quiere serlo y, aunque quisiera, no puedes compararlas.
—Las personas cambian, Mia no era como acabó siendo.
—¡Y una mierda! Las personas cambian si quieren hacerlo. ¿Te imaginas a Paula esnifando coca?
¿Quién es Mia? ¿Qué le pasó? ¿Qué tiene que ver conmigo?
—¿Cómo puedes ser tan hijo de puta, Charlie? —La frialdad con la que ha hecho esa pregunta me eriza. Lo veo levantarse pero no puedo despegar mi mirada de él.
—¿Cómo puedes continuar tan ciego después de tantos años? A Mia la mató la droga. Si no hubiera ido tan hasta el culo, no hubiera cruzado la calle como lo hizo.
—¡La estaban siguiendo! —brama Philip.
—¡Iban a fotografiarla! A miles de modelos, actrices o cantantes las persiguen para fotografiarlas en su día a día, pero no por ello se tiran encima del primer coche que pasa. ¡Abre los ojos de una condenada vez, Philip! Mia no murió por ser modelo, ni porque la siguieran, murió porque se drogaba y se le fue de las manos.
—¡Por eso no quiero ver a Paula en ese mundo! ¡Porque si Mia no se hubiera metido ahí, nada de eso le hubiera pasado!
—¡Ya está bien, joder! Tú mismo conoces a muchísimas modelos. ¿Son todas unas drogadictas? ¿Jenny es una drogadicta? Fue Mia quien tomó esa decisión, posiblemente por juntarse con quien no debía, pero ser modelo no implica drogarse y terminar muerta. ¡Vas a perderla, coño! ¡Esa mujer te quiere y tú también a ella! ¿A qué esperas para reaccionar? Si tanto miedo te da que se meta ahí, quédate con ella y guíala para que no cometa los mismos errores que Mia. ¡No la eches de tu lado por miedo a sufrir de nuevo! ¡Va a volver a España, joder! ¡No volverás a verla! —grita colérico.
—¡Métete en tus asuntos, capullo! ¡Nadie te está pidiendo tu opinión!
¡¡¡Mia Perkins!!! Ahora la recuerdo: murió cuando la atropelló un coche mientras huía de la prensa. ¿Estaba con ella? Ella era tan tan tan bonita que su recuerdo todavía permanece vivo y muchos coleccionistas pagan verdaderas millonadas por una foto suya. Mi mente va a mil por hora... ¿por eso no quería que me hiciera modelo?
—¿Paula? —me giro y veo a Philip delante de la puerta—, ¿estabas escuchando? —me pregunta con rabia.
—Lo siento... iba a entrar pero... he oído mi nombre. ¡Mierda, Philip! ¿Por qué no me lo contaste? —le pregunto enfadada.
—¿Hubiera servido de algo? Te pedí por favor que no lo hicieras, que confiaras en mí, pero claro, eso es algo que tú nunca has hecho —me recrimina con desprecio—. Lárgate y deja de escuchar conversaciones privadas.
Me quedo paralizada sin saber qué decir y salgo disparada hacia mi cabaña, rompiéndome por minutos. Llego y, tras cerrar de un portazo, lloro sin consuelo, sentada en el suelo y abrazada a mis piernas. ¿Cómo puede hablarme con tanto desprecio? ¿Ya no me quiere? Lloro, lloro y me desgarro... era pareja de Mia Perkins. ¡¡¡De Mia Perkins!!! Cuántas veces vi reportajes suyos, envidiándola... ¡y estaba con él!
Me tiro casi media hora llorando en mi habitación pensando en sus palabras, me echa en cara que no confíe en él cuando su vida es un verdadero misterio para mí pero se terminó permitir que me hable con tanto desprecio, se terminó intentar volver con él, ¡¡¡se acabó llorar así!!! Voy a olvidarlo, tarde o temprano lo olvidaré y reharé mi vida y ¡¡¡nunca, nunca!!! daré a nadie el poder para dañarme tanto y tan seguidamente.
Sustituyo el capazo por una mochila y pido que me preparen un picnic, alquilo una bici en la recepción del hotel y me dirijo a la primera playa en la que trabajamos; recuerdo el camino y me viene bien el paseo para tranquilizarme.
Llego y está desierta. ¡Mejor!, no estoy de humor para rodearme de gente. Extiendo la toalla, dejo todas mis cosas sobre la arena y me voy a dar un paseo por la orilla sintiendo como el agua moja mis pies mientras pienso en mi vida, en lo que haré cuando regrese a Madrid; a él lo bloqueo, dejándolo fuera de mis pensamientos y mis planes de futuro; se terminó.
Paso el día en la playa, necesito estar sola. Me baño y dejo que el sol seque mi cuerpo, como algo y me dedico a curar mi alma; necesitaba encontrar esta calma para sosegarme, ahora más que nunca estoy en mi lugar feliz.
Suena mi móvil y es Charlie.
—Paula, ¿puede saberse dónde estás? —me pregunta preocupado.
—En la primera playa donde trabajamos, ¿qué te pasa?
Le oigo respirar profundamente y decirle a alguien dónde estoy.
—No pasa nada, preciosa, no te encontraba y, como te he llamado varias veces y no lo cogías, nos has preocupado.
—Estaría en el agua o paseando, por eso no lo he oído. ¿Y por qué hablas en plural, Charlie? ¿Quién más se ha preocupado aparte de ti?
—Déjalo estar, preciosa, diviértete y vuelve cuando quieras.
Cuelgo y cierro los ojos. Sé quién se ha preocupado también: Philip. ¿Pero a él qué le importa?
Me tumbo de nuevo en la toalla, a la sombra de una palmera, y le bloqueo. Me concentro otra vez en los sonidos, las olas rompiendo en la orilla, la brisa sobre mi cara y, poco a poco, consigo tranquilizarme de nuevo.
—¡Paula! —me brama fuera de sí.
—¿Qué haces aquí? —le grito incorporándome.
—¡Estoy harto de pasarme la vida buscándote! —chilla rabioso.
—¡Pues no lo hagas, nadie te lo ha pedido! —le grito fuera de mí.
—¡Ni nadie tiene que hacerlo! Eres mi responsabilidad mientras permanezcamos aquí, ¡yo respondo de ti como dueño de Virmings!
—Y una mierda, Philip. Si me pasa algo es mi responsabilidad, no la tuya. Lárgate y déjame en paz, no te soporto —le digo con desprecio.
—Si me soportas o no, me importa una mierda, pero la próxima vez que decidas marcharte de excursión tú sola, quiero saberlo —me exige cabreado.
—Adonde vaya o deje de ir a ti no te importa; lárgate y déjame en paz, estaba muy bien hasta que has llegado —replico con odio.
—Como a la hora de la cena no te vea en el restaurante, te buscaré y te llevaré a rastras. Si quieres evitarte el bochorno, te quiero allí a las ocho... y te recuerdo que son las seis y media. Ve moviendo el culo.
Dando media vuelta, se marcha dejándome en la playa temblando. Cuando se va, me acerco a la orilla y, sentándome en ella, dejo que las lágrimas se deslicen de nuevo por mis mejillas. ¡Qué harta estoy y qué ganas tengo de volver a mi casa y dejar de llorar!
Poco a poco recupero la serenidad y sólo entonces vuelvo al hotel y me arreglo para la cena.