Capítulo 9
Al día siguiente me levanto descansada y mi ánimo se siente fortalecido. Me ducho. Fuera parece que hace frío y opto por unos pitillos negros con un suéter camel ceñido de cuello alto con mis botines negros; cojo la chaqueta y salgo disparada.
Llego a las ocho menos cuarto y me encuentro a Charlie por el pasillo.
—¡Buenos días, precioso! —le saludo feliz.
—Buenos días, preciosa, y hoy más que nunca.
Me rio, es un zalamero. Entro en mi despacho riéndome aún, y me quedo petrificada en la puerta. Philip está apoyado en mi mesa, esperándome... guapísimo... como siempre... pero ¿qué hace aquí?
—Buenos días, señorita Ferreño.
—Buenos días, señor Jones. ¿Necesita algo? —le pregunto quitándome la chaqueta y hablándole fríamente.
Me alegro de haberme puesto este suéter; marca todas mis formas y su mirada sigue mis movimientos. No dice nada, pero ni falta que hace, sus ojos hablan por él. ¡Que vea lo que se pierde!
Paso por su lado para dejar mis cosas y le huelo disimuladamente; me gustaría saber qué colonia utiliza. Me la compraría sólo para ponérmela, cerrar los ojos y empezar a fantasear.
—Necesito el expediente de Market ya, dese prisa. —Sale de mi despacho sin mirarme.
—Voy. —Realmente no sé ni cómo he contestado, me trastorna completamente sin saberlo.
Pero... ¿qué hacía en mi despacho? Podía habérmelo pedido por teléfono, no será que no tiene práctica con el teléfono de las narices, y, a pesar de lo que le dije ayer, sólo de pensar con volver a estar cerca de él hace que se me tense el cuerpo; tengo grabada a fuego la sensación de su cuerpo pegado al mío y sólo recordarlo es suficiente para calentarme la sangre... ¡Necesito una ducha de agua bien fría ya!
Localizo el expediente entre la montaña de carpetas que descansan encima de mi mesa y me dirijo a su despacho.
—Aquí tiene —le anuncio tendiéndoselo y mostrándome distante a pesar de ser un volcán en erupción.
—Siéntese —me ordena—. Hay una cuenta francesa muy importante que está barajando varias empresas para que le lleven la publicidad y nosotros estamos entre ellas. Vamos a intentar llevar la negociación mediante videoconferencia, pero, si finalmente no es suficiente, tendremos que ir a Francia a cerrarlo en persona; espero que esté disponible para viajar, porque necesito que venga conmigo como intérprete.
—Por supuesto que estoy disponible.
Creo que va a darme una taquicardia, ¡viajar con él a Francia! Mi mente calenturienta empieza a imaginar todo tipo de situaciones con él y tengo que frenarme si no quiero ponerme a gemir allí mismo.
—En esta cuenta trabajaremos Charlie, Cindy y yo; usted deberá estar presente, necesito que nos agilice al máximo el tema del papeleo y que entienda nuestra propuesta. —Su voz suena fría y le siento lejos.
—Claro —le digo sin apenas mirarlo. Ayer lo tenía pegado a mí y ahora parece que le moleste mi mera presencia, pero recuerdo las palabras de mi amiga e intento que no me afecte su frialdad.
Llegan Charlie y Cindy, empieza la reunión y, como siempre, alucino con ellos; son geniales aportando ideas, sobre todo Philip, y tengo que obligarme a controlar mi expresión si no quiero quedarme con la boca abierta mirándolo.
La cuenta es sobre una marca de bañadores muy conocida en Europa y la idea que se plantea es la de poner una chica que no cumpla precisamente con los cánones establecidos. A mí también me gusta y de vez en cuando aporto una idea, aunque soy consciente de que no estoy aquí para ello, pero tanto Charlie como Cindy me prestan atención y valoran lo que les digo; Philip calla y me mira ceñudo como siempre.
El resto del día lo paso volcada en los cientos de carpetas que por arte de magia van acumulándose en mi mesa, pero no hay nada urgente y a las seis estoy recogiendo mis cosas para marcharme; miro el teléfono, no me ha llamado y estoy tentada a quedarme para adelantar trabajo, pero eso sólo es la excusa, lo que quiero es quedarme de nuevo a solas con Philip, aunque sea únicamente para trabajar; nunca tengo suficiente de él. Espero un poco más... pero no llama y al final me marcho decepcionada. ¿De verdad no va a volver a olvidar que soy su secretaria?
Es viernes... Hoy tiene que ir a supervisar varios rodajes y no creo que lo vea; son las ocho de la mañana y ya lo echo de menos. ¡Menudo día me espera! Miro sin ganas todo lo que tengo pendiente; aquí hay trabajo para no salir de este despacho durante días y, puesto que no tengo que asistir a ninguna reunión, me propongo ponerme al día o por lo menos intentarlo, pero me cuesta la vida, hoy no consigo centrarme. Aprovecho que tengo que ir al despacho de Katia para salir un momento de estas cuatro paredes que me están ahogando cuando casi me doy de bruces con él. ¿Cuándo ha vuelto?... Mi mirada lo asimila todo a la velocidad de la luz... va de la mano de una mujer, rubia, alta y muy bonita. Estoy segura de que estoy siendo más trasparente que el agua, pero me da igual. ¿Quién es ésta? ¿Y por qué van cogidos de la mano? ¿Son pareja?
—Señorita Ferreño, me marcho; llámeme si surge algo urgente —me ordena sacándome de mis cavilaciones, que por mi expresión estoy segura de que han dejado de ser privadas. ¡Soy un libro abierto, coño!
Asiento sin decir una palabra y, muerta de celos, salgo disparada hacia el baño. ¿Desde cuándo voy tan desencaminada con un tío? ¿Cómo pude llegar a pensar que le gustaba? Desde luego no soy su tipo, a él le van más las tías como Jenny Clause o como la de hoy: rubias, altas, con un cuerpo de morirse y guapísimas.
«¡Que se vaya a la mierda! Paulita, que tú vales mucho, no te hundas», intento animarme a mí misma, pero tengo ganas de llorar y debo respirar profundamente durante varios minutos hasta lograr tranquilizarme.
No vuelvo a verlo hasta las seis menos cinco, cuando pasa por delante de mi despacho y a los dos minutos está sonando mi teléfono. Es él.
—Venga aquí —me ordena.
Cuelgo sin contestarle y obedezco.
—¿Ha surgido algo durante mi ausencia? —me pregunta cuando entro. Tiene los ojos fijos en el ordenador y no se digna a mirarme.
—Nada. —Soy muy escueta, estoy muyyyy enfadada con él.
—Siéntese, tenemos trabajo.
¿Cómooooo? ¿Ahora tenemos trabajo? Estoy segura de que con esa petarda no ha ido a supervisar ningún anuncio y ahora quiere que me quede... éste no me conoce.
—Lo siento, hoy no puedo hacerlo —le suelto más ancha que larga.
—Le advertí que la quería disponible dentro y fuera del horario de trabajo y, si no recuerdo mal, dijo estar disponible al ciento por ciento. Demuéstrelo entonces. Necesito que me prepare una documentación —intenta intimidarme con la mirada, pero hoy lo lleva claro.
—Llevo todo el día aquí; si tan importante era, podía habérmela pedido y ahora la tendría preparada. Lo siento, pero no puedo quedarme, hasta mañana —le digo tozuda a pesar de que recuerdo perfectamente esa conversación. Me giro y, con todo mi orgullo en cabeza, me dirijo a la puerta.
Con lo que no cuento es con su rapidez y, en apenas unos segundos, lo tengo cogiéndome del brazo haciendo que me gire.
—No me provoque, necesito esta documentación ahora. —Está tenso y cansado y, a pesar del cabreo monumental que llevo, tengo la necesidad de ser el descanso del guerrero, de ser el hombro donde pueda apoyarse. ¡Tanto genio para nada! ¡Blanda! ¡Que soy una blanda!
—Muy bien, pero antes tengo que hacer una llamada.
Y como una cosa no quita la otra, decido seguir el consejo de mi amiga Laura a ver qué pasa, así que vuelvo a mi despacho y, sacando el móvil, finjo hacer una llamada que sé que puede oír perfectamente desde el suyo, estamos prácticamente solos y hay mucho silencio.
—John, cielo, ¿qué tal? Tendremos que aplazar lo de hoy. —Guardo silencio a propósito y luego continúo—. Lo sé... pero tengo trabajo. Te llamo luego. Un beso. —Y cuelgo.
Llevo un suéter con un amplio escote en V, y la manga tiende a caerse a un lado, dejando el tirante del sujetador al descubierto, así que aprovecho y, antes de entrar en su oficina, me lo bajo un poquito para provocar que se vea el tirante de encaje. ¡Éste suda sangre hoy!
Y, ¡zas!, cuando entro en su despacho de nuevo la vista se le va directa al tirante. «¡Jódete, Philip! —pienso eufórica—, ¡mira lo que te pierdes!
—¿Qué necesita, señor Jones? —le pregunto levantando el mentón.
—Tradúzcame esto y búsqueme la documentación de la cuenta de Arnold Weth —me ordena cabreado con el ceño fruncido.
—Muy bien. —Miro la cantidad de folios que me tiende y todas mis buenas intenciones se esfuman. ¡Me lo cargo! ¡Hoy me lo cargo! Me giro echando humo para volver a mi despacho cuando me freno en seco al oírlo.
—¡Aquí!
Y a pesar de que sé que odia que resople, cojo aire y lo suelto ruidosamente. ¡Como me diga algo, me lo cargo! Por suerte para él, se calla, librándose del sopapo monumental que le hubiera atizado como hubiera osado decir algo.
Trabajo muy de prisa; de repente tengo muchas ganas de irme y mis dedos vuelan sobre el teclado y, a pesar de tener toda mi concentración puesta en la pantalla del ordenador, lo veo por el rabillo del ojo apoyándose en el respaldo de la silla observándome fijamente.
—¿Tiene prisa? Porque yo no, y tengo trabajo de sobra para los dos.
—Señor Jones, a pesar de que recuerdo perfectamente todo lo que le dije, no puede atarme a una silla y llenarme de trabajo siempre que le plazca —le espeto en un siseo.
—Puedo hacer lo que quiera; no haber aceptado el puesto si no estaba capacitada.
—¡Aquí tiene! —le digo echando humo—. Aquí tiene la dichosa traducción y la documentación de Weth, me marcho.
Y antes de que pueda cogerme o decirme algo, salgo de su despacho como una exhalación. Me sigue y, apoyándose en el marco de la puerta, me mira descaradamente mientras apago mi ordenador y me pongo la chaqueta.
—¿Quién es John?
—No creo que eso a usted le importe; apártese, por favor, quiero irme a mi casa.
—No hasta que me contestes —pronuncia con voz contenida, tuteándome.
—Un amigo, y ahora ¡apártate!
—¿Te acuestas con él? —me pregunta sin moverse un centímetro.
Lo miro flipada; si me pinchan, no sangro. ¿De verdad me ha preguntado si me acuesto con él? ¿Cómo se atreve?
—¿Pero a ti que te pasa? ¿Ya no recuerdas lo que me dijiste? Porque yo lo recuerdo perfectamente. Apártate, Philip, y no te metas en mi vida. —Estoy que me subo por las paredes. ¿Le he preguntado yo si se acuesta con esa rubia?
Suena su teléfono; ni lo mira, no aparta su mirada de la mía, pero el teléfono insiste y al final tiene que cogerlo.
Aprovecho esos minutos para escabullirme y empezar a bajar por las escaleras, no voy a esperar a que llegue el ascensor, pero aun así él me alcanza y, cogiéndome del brazo, me frena en seco.
—¿Adónde te crees que vas? La empresa está cerrada, sólo puedes salir por el parking.
Y antes de que me dé tiempo a contestarle, me sorprende al cogerme la mano y empezar a bajar los escalones casi de dos en dos; prácticamente me lleva a rastras y tengo que concentrarme como nunca para no caerme.
—¡Quieres parar, imbécil! Vas a hacer que me caiga. —¡Mierda!, le he llamado imbécil.
Se gira de repente e instintivamente me acerco a la pared como si pudiera fundirme en ella y desaparecer, su mirada me intimida... ¿Y ahora qué? Se mueve lentamente pegando su cuerpo al mío. ¡Ay, Señor, que me da algo! Estoy nerviosa, excitada y enfadada.
—¿Qué me has llamado? —me pregunta cogiendo mis manos y apoyándolas en la pared por encima de mi cabeza, entrelazando sus dedos con los míos; está poniéndome a mil y tengo que morderme el labio para no soltar un gemido monumental.
—No puedes hacer esto, no puedes pedirme algo que tú olvidas continuamente —murmuro.
—Puedo hacer lo que quiera —me responde con voz ronca haciendo que mi sexo se contraiga de anticipación.
Me mira con deseo apretándose aún más a mí y, acercando su boca a mi oreja, me da un leve mordisco que tiene un efecto inmediato sobre mi sexo, estoy empapada y anhelante.
—Puedo hacer lo que quiera, Paula —me repite en un susurro mientras no deja de excitarme con sus mordiscos. Siento cómo sus labios descienden despacio hasta mi cuello, dejando un reguero de besos a su paso, y suben torturadoramente hacia mi boca, donde atrapa mi labio inferior al igual que hice yo con el suyo y gimo por fin sin poder evitarlo.
—No tienes ni idea de cómo te deseo, nena —susurra de nuevo con sus labios a escasos centímetros de los míos.
Pero entonces mi orgullo sale de donde sea que estuviera escondido para posicionarse en primera línea, ¡mierda de orgullo!, y recuerdo que ha estado con esa rubia y lo aparto de un empujón, enfadada.
—¿Pero tú qué te crees? Te estás equivocando conmigo, Philip —le espeto enojada—. Te recuerdo que esta mañana te has largado con esa rubia... y ahora qué quieres, ¿echarme un polvo en las escaleras? ¿Primero la rubia y luego la morena?
—¿De verdad crees que soy ese tipo de hombre? —me pregunta cabreado apartándose de mí.
—Sólo digo lo que veo; si quieres, me llevas a mi casa, ya sabes donde vivo, y si no, me voy sola, tú eliges, pero no vuelvas a tocarme mientras estés con otra.
Se gira y, sin mirarme, se dirige a su coche; subimos y hacemos el trayecto en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Llegamos y me encamino a mi casa sin mirar atrás.